Gordio o Gordius nació en
Cesárea, en Capadocia. Entró al servicio armas del
imperio romano y llegó al grado de centurión. Estaba
en su villa natal, cuando el impío Diocleciano volvió
a encender el fuego de la persecución. Indignado al ver
los crueles tratos infligidos a los cristianos, abandonó
voluntariamente el servicio de las armas y se retiró al
desierto. Aprendió a conocer los divinos misterios del
cristianismo; bajo la influencia de la gracia y el
ejercicio de la contemplación, comprendió la vanidad
de los bienes de la presente vida y ae entregó a las prácticas
del ayuno y de la oración.
Un día en que los paganos
habían organizado juegos en honor del dios Marte,
Gordio se mostró de nuevo en la ciudad y, presentándose
en medio de los espectadores, pronunció en alta voz
estas palabras del profeta: "Los que no me buscan
me han encontrado; yo me presento en el gran día a los
que no me pedían" (Isaías, LXV, 2 y Romanos, X,
20). Con esto quiso hacer comprender a todos que venía
por sí mismo a declararse cristiano. Entonces se
apoderaron de su persona y le condujeron delante del
gobernador. Gordio dio a conocer su nombre, su país, su
categoría de centurión, el motivo de su retiro y el de
su regreso a la ciudad: "No me preocupo de todos
vuestros edictos, creo en Jesucristo, mi esperanza y mi
sostén; sé que sobrepasáis en crueldad a los otros
representantes del emperador; he aprovechado la ocasión
de obtener lo que es el objeto de mis deseos". El
gobernador le hizo comprender que se exponía a los
tormentos más horribles si perseveraba en esta actitud,
pero Gordio levantó los ojos al cielo y cantó estos
versículos del salmo: "El Señor es mi apoyo, no
temo lo que los hombres me pueden hacer, ¡Señor, yo no
temo ningún mal porque Tú estás conmigo!" (Salmo
CXVII y XXII). Y repitió estas expresiones de
confianza, muy a propósito para fortificar su alma.
Entonces se abatieron sobre
él los tormentos. Sus parientes y sus amigos se le
acercaron compadecidos de su suerte: "Guardad
vuestras lágrimas y vuestros lamentos para los enemigos
del verdadero Dios, -les dijo- porque yo estoy preparado
para dar mil veces mi vida, si fuera posible, para
glorificar el nombre del Señor. Tengo presente en mi
memoria el primer centurión que asistió sobre el
Calvario a la muerte de mi Salvador y que proclamó su
divinidad en presencia de los judíos, cuya cólera aún
no se había calmado". Esas fueron sus últimas
palabras. Protejido con la señal de la cruz, marchó
intrépidamente al suplicio, como si las alas de los
ángeles le llevaran. Fue decapitado.
San Basilio que pronunció el panegírico de Gordio,
asegura que muchos de sus oyentes habían sido testigos
del suplicio de este centurión. Se encuentra el elogio
en las obras del santo doctor. Patrología Griega,
vol. XXXI, col. 489. Dom Ruinart la reprodujo en Acta
sincera de los mártires, Paría 1689, p. 567.