Ángela de Foligno es una de las grandes
místicas y contemplativas de la Edad Media, junto con Santa Catalina de
Siena y Santa Catalina de Génova. La beata tenía una personalidad muy
característica, y se la considera como una figura fuera de lo común,
dentro del gran movimiento franciscano que ejerció una influencia tan
grande en Italia central. En muchos aspectos, Ángela de Foligno fue el
polo opuesto de San Francisco de Asís, cuya vida fue eminentemente
activa, en tanto que la de Ángela fue exclusivamente contemplativa. San
Francisco veía a Dios en todas las criaturas; Ángela veía a todas las
criaturas en Dios. Pero los dos representan la misma realidad cristiana
del amor gozoso.
Se conoce muy poco de la vida de la
beata; ni siquiera sabemos cuál era el apellido de su familia[1].
Debió nacer hacia el año 1248. Pertenecía a una buena familia de
Foligno, población en la que nació y vivió. Se casó con un hombre rico
y tuvo varios hijos. Durante la primera parte de su vida, Ángela fue
mundana y poco devota. Según cuenta ella misma, no sólo era negligente y
egoista, sino verdaderamente pecadora. Pero, en 1285, tuvo la famosa
visión de la Verdadera Luz, este llamamiento al amor en el sufrimiento, a
la paz de los gozos más
duraderos que los del mundo. Su conversión fue súbita e impetuosa,
exaltada y gozosa, como su carácter. Iluminada por la nueva luz, la beata
comprendió que su vida, considerada por ella como innocua, y sin grades
ideales, era en realidad una vida de pecado. Este convencimiento la movió
a buscar la penitencia, el sufrimiento, el sacrificio, la renuncia total y
alegre de quien lo pierde todo para encontrar el Todo, la fe victoriosa de
su gran modelo, San Francisco de Asís, en cuya tercera orden ingresó.
Pero, a raíz de su conversión, la beata siguió
viviendo en el mundo. Pero a poco se fueron desatando
los lazos que la unían a él. Su madre, a la que
profesaba un gran cariño que constituía un obstáculo
a su nueva vida, murió al poco tiempo. Algo más tarde,
murió su esposo, y finalmente, sus hijos. Aunque el biógrafo
de la beata se extiende en consideraciones sobre las
maravillas de la Providencia, que le abrió así el
camino de la perfección, Ángela no era una mujer
desnaturalizada y el hermano Amoldo dice que sufrió
enormemente con estos golpes. Pero su conversión había
sido tan total e impetuosa, que todas las cosas, las
penas y las alegrías constituían una viviente unidad,
como en el caso de San Francisco. Para los franciscanos
de aquélla época, lo único que existía era el amor
de Dios.
Lo poco que sabemos sobre la vida de Ángela nos ha sido
transmitido por el hermano Arnoldo, el franciscano que
fue su confesor y consiguió que la beata le dictase un
relato de sus visiones
[2].
Arnoldo narra que Ángela renunció a todas sus
posesiones y que lo último que vendió fue un
"castillo" por el que sentía especial
predilección. Este sacrificio le había sido exigido en
una visión, junto con la invitación a abrazar la
pobreza franciscana, si quería ser perfecta. Arnoldo
nos cuenta que, cuando él leía a Ángela lo que había
escrito, la beata le decía que no la había entendido y
que había interpretado mal sus palabras; otras veces
decía que sus visiones parecían blasfemias al
formularlas en palabras. Arnoldo previene al lector
contra el escándalo que podrían producir los éxtasis
de la beata y se hace notar que, cuanto más altas eran
las visiones mayor era la humildad de Ángela. Así
pues, cuando la sierva de Dios dice que Dios la levantó
"para siempre" a un nuevo estado de gozo y de
luz, sus palabras no tienen nada que ver con la
presunción y el orgullo espiritual sino que significan
simplemente que progresaba de continuo en la virtud y
que iba adquiriendo un conocimiento más claro de Dios y
una soledad espiritual no experimentada
anteriormente.
Alrededor
de Ángela se formó un grupo de terciarios y terciarias
franciscanos. El hermano Arnoldo nos dice que le era
especialmente adicta "una cristiana" que vivía
con ella. Esta compañera de Ángela no carecía de
respeto humano. En efecto, un día en que las dos caminaban
fuera de Foligno (tal vez en las colinas de Spello o de Asís,
o a lo largo de la llanura que se extiende hasta Rivoroto y
Santa María degli Angelí), Ángela entró en éxtasis:
su rostro se puso resplandeciente y sus ojos parecían
lanzar llamas; su compañera, turbada, pensó que daría
buen ejemplo, cubriéndose el rostro y aconsejó a Ángela
que hiciera lo propio, pues sus ojos brillaban
extraordinariamente: "Ocúltate, dijo a la beata,
esconde tus ojos de las miradas de los hombres ¿Qué van a
decir de ti?" Ángela respondió: "Eso no tiene
ninguna importancia:
si encontramos a alguien, Dios nos protegerá".
Amoldo añade que la compañera de la beata tuvo que acostumbrarse a ese género de episodios, pues
los éxtasis ocurrían en los momentos más inesperados.
Un Jueves Santo,
Ángela dijo a su compañera: "Vamos a buscar a Jesucristo; tal vez le
encontraremos en el hospital, entre los pobres y enfermos". Como no podían
ir con las manos vacías, y lo único que poseían eran sus velos,
que apreciaban tanto, la beata no tuvo reparo en venderlos para
comprar algunos alimentos. "Y así, dice la misma Ángela, pudimos ofrecer algo a los
enfermos del hospital; después lavamos los pies a las mujeres y las
manos a los hombres, pues era una pena verles solos y
abandonados en sus miserables lechos. En particular un
pobre leproso quedó muy consolado". En el camino de vuelta experimentaron
una gran consolación del cielo y así encontraron a Jesucristo
aquel Jueves Santo.
De esta
suerte pasó aquella vida extraordinaria de
gran sencillez y abrumadoras gracias espirituales, hasta que, a fines de 1308, la beata sintió que se
acercaba la hora de la
muerte. Reunió pues, a todos sus hijos espirituales, los bendijo imponiendo las manos a cada uno y les hizo una
última exhortación a la total confianza en Dios. La Beata -Angela murió gozosa y apaciblemente
el 4 de enero de 1309.
Poseemos, además, otro detalle de su vida.
Ubertino di Cásale ingresó en la orden de los frailes menores en 1273. Durante catorce años llevó una
vida ejemplar. Era un hombre de gran saber, famoso en varias universidades. Al
cabo de esos catorce años, Ubertino decayó del primer fervor y empezó
a llevar una vida licenciosa. El mismo narra que conoció a la Beata Ángela de
un modo maravilloso, aunque no entra en detalles sobre el hecho, y que ella le
demostró que podía leer su pensamiento. "Dios hablaba por su boca", según
la expresión de Ubertino. Este se convirtió sinceramente y, en su narración
indica que él fue solamente uno de los muchos que debían a Ángela la vida
del alma.
Cierto que conocemos
pocos detalles sobre la existencia diaria de la beata;
en cambio, sus escritos nos dan una idea clara de su
vida interior. "Yo, Ángela de Foligno, tuve que
atravesar dieciocho etapas del camino de penitencia,
antes de comprender toda la imperfección de mi
vida". El primero de esos pasos o etapas fue la
conciencia del pecado, a la que siguieron la vergüenza
de la confesión, la misericordia de Dios, el propio
conocimiento y la cruz de Cristo. en la novena etapa,
que la beata llamó "el camino de la cruz",
renunció a los vestidos elegantes y a los manjares
delicados; pero esto le costaba todavía mucho, pues no
estaba aún poseída por el amor divino. En la décima
etapa tuvo la visión de Jesucristo en respuesta a su
oración: "¿Qué debo hacer para agradarte?"
La visión de Cristo y de su Pasión le reveló la pequeñez
do sus propios sufrimientos y la beata cuenta que lloró
tanto y tan amargamente, que durante mucho tiempo tuvo
que enjuagarse los ojos con agua fría. Después de la
visión de la cruz, vino el conocimiento de la verdadera
penitencia, que le llevó a abrazar una vida de pobreza
absoluta. Así fue ascendiendo poco a poco, conociendo
cada vez más a fondo la Pasión de. Cristo. Dios mismo
le enseñó a orar por medio del Padrenuestro. La beata
empezó a distinguir las gracias que provenían de la
Santísima Virgen y en la décima octava etapa llegó a
tal unión con Dios y a tal dulzura en la oración, que
se olvidaba de comer. En dicha etapa vendió su castillo
predilecto.
Ángela nos cuenta que había habitado en dos abismos, uno hacia
arriba y el otro hacia abajo. En la décima octava etapa fue arrebatada del
abismo superior, como lo prueba el terrible capítulo que nos dejó sobre sus tentaciones. Se sentía privada de todos los buenos deseos y pensamientos. El demonio al asaltó con las más repugnantes tentaciones de los sentidos, infundiéndole el
deseo de cometer pecados de los que nunca había oído hablar. Finalmente apareció de nuevo la luz y la beata tuvo un corto respiro. El otro abismo fue el de
las tentaciones de falsa humildad, de excesiva reconcentración en sí misma y escrúpulos. Se sentía violentamente inclinada a desgarrar sus vestidos y correr desnuda por las calles, con un collar de carne cruda y pescados,
gritando: "He aquí a la más infame de las mujeres, que huele a vicio y mentira
y los difunde por donde quiera que pasa. Eso es lo que yo soy, pura
podredumbre. Hago creer a todos que no como carne ni pescado, pero en realidad soy
una glotona muy dada a la bebida. Hago creer a todos que mis vestidos son
ásperos, pero de noche duermo en colchones de plumas, que oculto por la mañana". La beata intentó hacer creer estas acusaciones a los franciscanos y a sus
hijos espirituales. Finalmente, se vio libre de esta maldición de la falsa
humildad pero cayó en el otro extremo del orgullo espiritual. Se sentía amargada y
malhumorada. Esta tentación empezó en 1294 y duró dos años, hasta que
Dios la sacó de aquel abismo y le dio a gustar su infinita bondad. Y así fue creciendo
Ángela en el gozo espiritual, la nota característica de los primeros hijos de
San Francisco de Asís. En múltiples visiones, Dios le dio a conocer su amor, su
bondad y su ternura; y la beata fue penetrando cada vez más a fondo en el
principio básico del Pobrecito de Asís, que reducía todas las cosas al amor.
En la etapa de la plena unión con Dios, aun las mismas enseñanzas de la Sagrada Escritura sobre Dios y sobre la vida de Cristo eran más bien un
estorbo pues en Dios leía Ángela palabras más altas e imposibles de expresar. Cuando
volvía en sí de tales experiencias, se sentía invadida de paz y llena de
amor "aun por los demonios." Perdida en el amor, hasta la Pasión de Cristo se
convertía en motivo de gozo. En ciertos momentos contemplaba el
cuerpo del Señor, muerto por nuestros pecados, pero otras veces el placer del amor
hacía desaparecer todo el dolor de la Pasión. Así pues, concluye
Ángela, "la Pasión es para mí como un camino resplandeciente de vida".
Una gran parte del libro de las visiones está llena de descripciones extraordinariamente vividas, pero siempre respetuosas, de los sufrimientos y la
crucifixión de Cristo. La beata parece elevarse cada vez más sobre los
dolores y sufrimientos, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien "dejó de lado el
gozo se le proponía y abrazó la cruz, sin tener en cuenta la humillación".
Ángela narra que en cierta ocasión en que asistía a una representación de la Pasión,
al aire libre, como se acostumbraba en la Edad Media, se sintió tan
transportada de felicidad que le parecía haber sido introducida en la herida del costado de
Cristo. Dios le concedió grandes favores y visiones durante la misa y la
comunión Una de las últimas visiones de las que habla la beata es la de la
Paz. Turbada por alguna cosa, Ángela había perdido la alegría y la
tranquilidad. Dios le reveló entonces que le había hecho más favores que
a cualquier otro de los habitantes de Espoleto. La beata preguntó que por qué
se sentía tan abandonada de su mano. En respuesta, recibió una exhortación
a la confianza total y poco a poco, se hizo en su alma una paz superior a la que había
experimentado hasta entonces. El libro termina con la visión que la beata
llama "el camino de salvación", en la que
habla de la felicidad de quienes conocen a Dios, no a
través de sus dones, sino en sí mismo. "Señor
-exclama Ángela-, dime qué quieres de mí, pues soy
toda tuya. Pero no se me dio ninguna respuesta. Oré
desde la hora de maitines hasta la hora de tercia y
entonces vi y oí". Lo que vio fue un abismo de
luz, un abismo sobre el que la verdad de Dios se
extendía como un camino por el que pasaban los que iban
a Él y los que se apartaban de Él. Y la voz de Dios le
dijo: "En verdad te digo que el único camino de
salvación es seguir mis pasos desde la cruz sobre la
tierra, hasta la luz que estás contemplando". Y
las palabras divinas se hicieron cada vez más claras y
distintas, y el camino se inundó de luz, hasta donde
alcanzaba la vista.
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*
Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.
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Las investigaciones recientes han demostrado que la
tercera sección del mal no puede haber sido escrita ni
publicada por el hermano Arnoldo, como se había supuesto
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