Santa Sinclética nació en Alejandría de
Egipto, de una rica familia de Macedonia. Su gran fortuna y belleza le
atrajeron numerosos pretendientes, pero Sinclética había consagrado su
corazón al Esposo celestial y para librarse de aquellos recurría a la
fuga. Sin embargo consideraba a su propio cuerpo como a su peor enemigo y
se dedicó a domarlo con ayunos y otras asperezas. Su mayor sufrimiento
era verse obligada a comer más frecuentemente de lo que deseaba. Sus
padres la constituyeron heredera de toda su fortuna, pues sus dos
hermarnos habían muerto y su única hermana era ciega y estaba confiada a
su custodia. Habiendo distribuido su fortuna entre los pobres, Sinclética
se retiró con su hermana a una cámara sepulcral abandonada, que formaba
parte de las posesiones de sus parientes. Ahí se cortó los cabellos, en
presencia de un sacerdote para mostrar su absoluto despego del mundo, y
renovó su consagración a Dios. A partir de ese instante, la oración y
las buenas obras constituyeron su principal ocupación; pero su total
retiro, que la ocultó a los ojos del mundo, nos ha dejado también a
nosotros sin noticias.
Numerosas mujeres acudían a ella en busca de consejo. Si su
humildad le hacía difíl instruir a otros, su caridad la impulsaba a
hacerlo. Sus palabras tenían un acento tan profundo de humildad y de
convencimiento, que impresionaban profundamente a su oyentes. "¡Oh
-exclamaba Sinclética-, cuán felices seríamos si trabajáramos por
ganar el cielo y servir a Dios, como los mundanos trabajan por acumular
riquezas y bienes perecederos! En tierra arrostran a los bandidos y
salteadores; en el mar se exponen a los vientos a las olas y sufren
naufragios y calamidades; todo lo intentan y a todo se atreven; en cambio
nosotros, que servimos a un Señor tan grande y esperamos un premio
inefable, tenemos miedo de la menor contradicción". Frecuentemente
predicaba la humildad: "Un tesoro sólo está seguro cuando está
escondido descubrirlo equivale a exponerlo a la codicia del primero que
venga y a perderlo; igualmente, la virtud sólo está segura cuando
permanece secreta, quien la ostenta la verá disiparse como el humo".
Con estos y otros discursos exhortaba nuestra santa a la caridad, a la
vigilancia y a todas las virtudes.
A los ochenta años de edad, Sinclética contrajo una intensa
fiebre que le atacó los pulmones, al mismo tiempo que una violenta
gangrena le consumía los labios y las mandíbulas. Llevó su enfermedad
con increíble paciencia y resignación, a pesar de que en los últimos
tres meses el dolor no le dejaba reposo. Aunque la gangrena la había
privado del uso de la palabra, su pacien cia era un sermón más eficaz
que cualquier predicación. Tres días antes de su muerte, Sinclética
tuvo una visión en la que le fue revelada la hora en que su alma
abandonaría el cuerpo. Al llegar el momento previsto, aureolada de una
luz celestial y consolada con divinas visiones, Sinclética entregó su
alma a Dios, a los ochenta y cuatro años de edad.
En las Vidas de los Padres, publicadas por Rosweyde (lib. 1)
se encuentran algnas citas de la antigua y muy hermosa vida de Santa
Sinclética; también la cita en sus escritos San Juan Clímaco. El autor
de dicha vida conoció personalmente a la santa, según se deduce de su
obra; pero la atribución a San Atanasio carece de fundamento suficiente.
Ver Acta
Sanctorum, 5 de enero.
*
Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.
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