San Luciano nació en
Samosata de Siria. Se distinguió en la retórica y
la filosofía. Bajo la dirección de Macario de
Edesa, se consagró al estudio de la Sagrada
Escritura. Persuadido de que su deber de sacerdote
consistía en entregarse totalmente al servicio de
Dios y al bien de sus prójimos no se contentó con
predicar con el ejemplo y la palabra, practicando
todas las virtudes, sino que emprendió una
revisión de todo el Antiguo y Nuevo Testamento para
corregir los errores debidos a la falta de atención
de los copistas y a otras causas. Sea que haya
revisado simplemente el texto del Antiguo
Testamento, comparando las diferentes ediciones de
los Setenta; sea que, gracias a sus conocimientos de
hebreo, haya podido hacer las correcciones, a partir
del texto original, lo cierto lo cierto es que su
edición de la Biblia fue estimada y que resultó de
gran utilidad a San Jerónimo.
San Alejandro, obispo de
Alejandría, cuenta que Luciano estuvo separado de la
comunión católica de Antioquía bajo tres obispos
sucesivos. Es posible que haya favorecido exageradamente
al hereje Pablo de Samoata, condenado en Antioquía el
año 269. En todo caso está fuera de duda que Luciano
murió en la comunión de la Iglesia, como lo demuestra
el fragmento de una de sus cartas a la Iglesia de
Antioquía que se conserva en la Crónica Alejandrina.
Aunque pertenecía a la diócesis de Antioquía, le
encontramos en Nicomedia el año 303, en el momento en
que Diocleciano publicaba sus primeros edictos
contra los cristianos. Sufrió allí una larga prisión
por la fe, y desde su mazmorra escribía: "Todos
los mártires te saludan. Te comunico que el sacerdote
Antimo (obispo de Nicomedia) ha sido martirizado".
La carta es del año 303 pero Eusebio nos dice que San
Luciano no obtuvo la corona del martirio, sino después
de la muerte de San Pedro de Alejandría, en 311, de
suerte que su prisión parece haber durado nueve años
más.
Después de tan larga
espera compareció ante el gobernador, o tal vez ante el
mismo emperador, pues la palabra que usa Eusebio para
designar a su juez es ambigua. En su defensa, Luciano
hizo una excelente apología de la fe cristiana. El juez
le devolvió a la prisión y dio la orden de privarle de
todo alimento; dos semanas más tarde, cuando estaba
medio muerto de hambre, el carcelero le presentó un
plato de carne que había sido ofrecida a los ídolos,
pero él no quiso tocarla. La acción de comer la carne
ofrecida a los ídolos no era ilícita en sí misma,
como lo explica San Pablo, excepto cuando podía ser un
escándalo para los débiles, o cuando equivalía a un
acto de idolatría, como en el caso presente. Llevado
por segunda vez ante el tribunal, la única respuesta
que dio a cuantas preguntas le hicieron fue: "Soy
cristiano". En el potro siguió repitiendo estas
palabras, y terminó su gloriosa carrera en la prisión,
muriendo por hambre o bien por la espada, como lo afirma
San Juan Crisóstomo. En sus actas se cuentan muchos de
sus milagros y algunos detalles de su martirio. Por
ejemplo, cuando se encontraba en la prisión, encadenado
al suelo, celebró la misa sobre su propio pecho y
repartió la comunión a los fieles que se hallaban
presentes. Filostorgio, historiador arriano, narra
también este hecho. San Luciano murió en Nicomedia de
Bitinia, el 7 de enero del año 312, y fue enterrado en
Drepano (Helenópolis).
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