El Santo nació de una
noble familia de ascendencia, en parte sajona, y en parte bávara, hacia
el año 800. A los doce años su padre le envió a la corte de
Carlomagno, donde formó parte de la servidumbre de Luis el Piadoso y se
ganó la estima de todos. Hacia el año 821 pasó de Aquisgrán a Metz,
para ingresar en la escuela episcopal y recibió la tonsura clerical.
Después de su ordenación, el emperador Luis le lamó de nuevo a la
corte, y le nombró capellán y confesor suyo. El año 832, San Aldrico
fue elegido Obispo de Le Mans. Empleó toda su fortuna y sus fuerzas en
socorrer a los pobres, mejorar los servicios públicos, construir
iglesias y monasterios y promover la religión. Su fidelidad a Luis el
Piadoso y a Carlos el Calvo permaneció inalterable durante casi un
año, por haber declarado a los monjes de Saint-Calais que estaban
sujetos a su jurisdicción. Tal pretensión del santo obispo no estaba
en realidad justificada, pues se apoyaba en documentos falsificados,
aunque no nos consta que el prelado haya sido personalmente responsable
de tal falsificación.
Han llegado hasta
nosotros algunos fragmentos del reglamento que San Aldrico redactó para
su catedral. En él ordena que se enciendan diez cirios y noventa
lámparas en todas las grandes fiestas. También nos son conocidos tres
testamentos del santo prelado. El último de ellos es un edificante
testimonio de piedad. En los dos primeros cede tierras y posesiones a
muchas iglesias de su diócesis, y da prudentes consejos y reglas para
mantener el orden y el espíritu de caridad. Aldrico quedó paralítico
dos años antes de su muerte. Confinado al lecho, redobló su fervor y
su asiduidad a la oración. Murió el 7 de enero del año 856, y fue
sepultado en la iglesia de San Vicente, de la que había sido un gran
bienhechor.