9 de enero
BEATA ALIX LE CLERCQ,(*)
Virgen Fundadora
(1622 P.C.)
Una de las grandes obras de la contra reforma
fue haber comenzado a preocuparse por la educación de las niñas. En
1535, Santa Ángela de Merici había fundado la congregación de las
Ursulinas con este fin. Santa Juana de Lestonnac fundó, en 1606, la
congregación de las Religiosas de Nuestra Señora. A su vez, San Pedro
Fourier fundó a las Canonesas Regulares de San Agustín de la congregación
de Nuestra Señora, empresa en la cual Alix Le Clrecq cooperó como
cofundadora.
Alix nació en Remiremont, ducado de Lorena, en 1576. Su
familia ocupaba una posición destacada; pero es poco lo que sabemos de la
vida de Alix hasta los diecisiete años. A esa edad era una joven alta y
hermosa, rubia, de constitución delicada, atractiva e inteligente; en una
palabra, como lo hace notar Mons. Francis Gonne, Alix era lo que los
franceses llaman "spirituelle". Otro relato, escrito por ella
misma, nos informa que se distinguía en la música y la danza, que era
muy popular y que tenía muchos admiradores. Alix deja entender que se
envanecía de todo esto, lo que es probable. En todo caso, no hay que
olvidar que los santos tienden a exagerar sus defectos. Por otra parte, el
relato de Alix muestra que la joven no carecía de seriedad: "En
medio de todo esto, mi corazón estaba triste". Poco a poco, la
frivolidad de su vida se le hizo insoportable.
A los diecinueve años tuvo el primero de los sueños que habían
de jalonar su vida. Se vio en una iglesia, cerca del altar; a su lado se
hallaba Nuestra Señora, vestida con un hábito religioso desconocido,
hablándole: "Ven, hija mía, que yo misma voy a darte la
bienvenida", le decía. Poco después, la familia Le Clercq fue a
habitar a Hymont. Ahí encontró Alix a San Pedro Fourier, que era vicario
de una parroquia de Mattaincourt, en las cercanías. Un día que asistía
a la misa en esa parroquia, Alix oyó un ruido de tambor y vio al demonio
que hacía bailar a los jóvenes "ebrios de alegría". En ese
instante se operó la conversión de Alix, quien nos dice: "Ahí
mismo resolví no mezclarme con semejante compañía".
Alix cambió sus finos vestidos por el sayal de las
campesinas, y apenas salía de su casa. Bajo la prudente dirección de San
Pedro Fourier, se dedicó a buscar la voluntad de Dios hacia ella, lo cual
le produjo grandes sufrimientos espirituales. Tanto su padre como San
Pedro Fourier, le aconsejaron que entrara a un convento. Pero ella se negó,
pues un sueño le había revelado que no existía ninguna forma de vida
religiosa adaptada a su vocación. Alix confió a San Pedro Fourier que
estaba obsesionada por la idea de fundar una congregación activa. El
santo se mostró escéptico; sin embargo, le aconsejó que buscara a otras
jóvenes que compartieran su idea, cosa muy difícil en un apartado
pueblecito de los Vosgos. Alix realizó su cometido con tanto tino, que
logró encontrar compañeras.
En la Misa de Navidad de 1597, Alix Le Clercq, Ganthe André,
Isabel y Juana de Louvroir se consagraron públicamente a Dios. Cuatro
semanas más tarde, San Pedro Fourier quedó convencido de que estaban
llamadas a fundar una comunidad bajo su dirección. Naturalmente, las críticas
no escasearon. "Las gentes tachaban de singularidad la
desacostumbrada conducta de las jóvenes, no veían más que afectación
en su manera de vestirse, y consideraban como una tontería su
humildad". El padre de Alix se sintió herido por estas críticas, y
la única solución que pudo encontrar fue la de enviar a su hija como
pensionaria al convento de las terciarias de Santa Isabel, en Ormes. Alix
obedeció, aunque aquel relajado convento cuadraba mal con sus
aspiraciones, y el señor Le Clercq no le permitió volver a casa.
Una solución inesperada se ofreció a Alix. En Poussay, a
cuatro kilómetros de Mattaincourt, había una abadía de canonesas
seculares. Se trataba de una comunidad de damas ricas y aristocráticas
que llevaban una vida conventual que felizmente ha desaparecido. Una de
esas buenas señoras, Judith d'Apremont, decidió proteger a Alix y a sus
tres compañeras dándoles albergue en una casita de sus posesiones. Las jóvenes
se instalaron ahí la víspera del Corpus Christi de 1598. Al terminar un
retiro, declararon unánimemente a San Pedro Fourier que se sentían
llamadas a fundar una nueva congregación, ya que tal era la voluntad de
Dios para ellas. El fin de la nueva congregación era "enseñar a las
niñas a leer, a escribir y a coser, pero sobre todo a amar y servir a
Dios". A esta santa ocupación debían consagrarse, sin distinguir
entre pobres y ricos, y sin cobrar ni un céntimo, "porque esto
agrada más a Dios".
La vida de las religiosas se distinguió al principio, por la
severidad de la penitencia; pero el tiempo les hizo comprender que esto
era incompatible con las grandes exigencias de la enseñanza de la
juventud. El espectáculo de su devoción inspiró en algunas canonesas de
la abadía el deseo de ingresar en la nueva fundación, pues estaban
cansadas de gozar de "todos los privilegios de la vida conventual,
sin experimentar su rudeza". La abadesa, madame d'Amoncourt, que no
aceptaba las grandes reformas operadas en los monasterios de la época,
temió que su comunidad se disolviera. La situación fue muy crítica
durante varias semanas. Judith d'Apremont resolvió esta crisis,
ofreciendo a las nuevas religiosas otra casa en Mattaincourt. Tal fue el
primer convento propiamente dicho de la nueva congregación.
Sin embargo, no se trataba todavía de una comunidad
religiosa en el sentido estricto del término, lo cual inquietó al padre
de Alix, quien le ordenó retirarse a Verdún. San Pedro Fourier declaró
a la joven que estaba obligada a obedecer. Felizmente el señor Le Clercq,
movido por el Espíritu Santo en forma irresistible, retiró la orden que
había dado. Poco después, un franciscano recoleto, el P. Fleurant
Boulengier, intentó asociar la nueva comunidad a las clarisas. San Pedro
Fourier, cuya confianza en la nueva fundación no era todavía muy grande,
recomendó insistentemente a Alix y sus compañeras que se asociaran con
las clarisas, pero ellas se negaron diciendo: "Nos hemos reunido en
comunidad para consagrarnos a la educación de las niñas, de suerte que
no podemos apartamos de nuestra vocación y adoptar una forma de vida a la
que Dios no nos ha llamado".
San Pedro Fourier, por su parte, interpretaba en otra forma
la voluntad de Dios, o fingía hacerlo así para probarlas. En todo caso,
tras algunos meses de vacilaciones, aceptó finalmente la decisión
En 1601, San Pedro Fourier y la Beata Alix fundaron una segunda casa en
Mihiel, a la que siguieron las de Nancy, Pont-à-Mousson, Saint-Nicolas du
Port, Verdún y Chalons. Esta última, establecida en 1613, fue la primera
fundación fuera de Lorena. Hasta ese momento, Roma no había aprobado
todavía la nueva congregación. La idea de recibir a las niñas en el
interior de la clausura para impartirles instrucción, provocaba la
hostilidad general. Por otra parte, la reticencia de Roma parecía dar la
razón a quienes criticaban la novedad, y ponía en peligro la fundación.
San Pedro Fourier envió a Alix y a una de sus compañeras al convento de
las Ursulinas de París para que se documentaran sobre la vida monástica
y los métodos de enseñanza. Las Ursulinas les propusieron que se unieran
con ellas. Esta vez Alix reflexionó seriamente sobre la proposición,
pero el P. Bérulle, que más tarde sería cardenal, resolvió sus dudas:
"No creo -le dijo abiertamente- que Dios quiera esta fusión, de modo
que lo mejor que puede hacer es olvidar el asunto".
En 1616, dos bulas de la Santa Sede concedieron por fin la
deseada aprobación. A raíz de ello, el obispo de Toul aprobó las
constituciones. Trece religiosas llevaron por primera vez el hábito que
vestía la Santísima Virgen en la visión de la Beata Alix, y comenzaron
el año de noviciado, no obstante que algunas de ellas llevaban ya veinte
años en el convento. Pero no todo iba viento en popa. Las bulas papales
de aprobación, sólo mencionaban el convento de Nancy. Ahora bien, entre
dicho convento y los otros, existía una especie de emulación, porque el
de Nancy se hallaba bajo la protección del cardenal Carlos de Lorena, y
el primado de Lorena, Antonio de Lénoncourt, había prácticamente
asumido la dirección. La aparente parcialidad de las bulas no hizo sino
agravar la disensión, lo cual produjo una desagradable crisis. El
resultado fue que la Beata Alix tuvo que renunciar a su cargo de superiora
de la congregación, en favor de la madre Ganthe André, "sin la cual
-explica San Pedro Fourier- nuestra congregación no hubiera podido
fundarse", a pesar de que la madre André y Alix no estuvieran de
acuerdo sobre la organización.
Como si no bastara esta prueba de santidad heroica, la beata
se vio sujeta a ataques personales por parte de las malas lenguas. Al
mismo tiempo, atravesaba una crisis de sequedad espiritual, tentaciones y
"noche oscura del alma". Por otra parte, como lo atestiguaron
sus hijas, "Alix tomaba los sufrimientos ajenos como si fueran
propios", de modo que su situación era muy dificil. En esa época
tuvo la ocasión de practicar su propia máxima, común a todos los santos
y místicos: "Un acto de humildad vale más que cien éxtasis". El mismo San Pedro Foumier le proporcionó otras oportunidades de practicar la virtud.
Actualmente se reconoce a la beata el título de cofundadora de las Canonesas de Nuestra Señora. No así durante su vida, y San Pedro Foumier era el primero en negarle ese título "para mantenerla en su lugar". Es probable que el santo haya temido por ella, puesto que Alix debía parecerle muy imaginativa en comparación con su temperamento sólido y cauteloso.
En 1621, Alix obtuvo permiso de renunciar al cargo de superiora local de Nancy, y entró en un corto período de extraordinaria paz, que fue el preludio de su muerte. Estaba enferma desde tiempo atrás. Los médicos la
de clararon incurable, diagnóstico que desconsoló a todo Nancy, desde el duque y la duquesa de Lorena hasta las colegialas y los mendigos. San Pedro
Fournier acudió a toda prisa a Nancy, pero no pudo penetrar en la clausura, hasta que el obispo le autorizó a ello. La oyó en confesión y la preparó para el paso "de la muerte a la vida". La beata se despidió solemnemente de la comunidad el día de la Epifanía, exhortando a sus religiosas al amor y la unión.
El fin llegó el 9 de enero, después de una larga agonía. La beata no había cumplido aún los cuarenta y seis años.
Todos la aclamaron como santa, e inmediatamente empezaron a recogerse testimonios para introducir su causa; pero la guerra impidió llevar adelante el proceso, y Alix Le Clerq no fue beatificada sino hasta 1947. El convento de Nancy fue saqueado durante la Revolución, y se dice que el cuerpo de Alix fue quemado a toda prisa para evitar una profanación. Lo cierto es que, todos los esfuerzos para recuperarlo han resultado infructuosos. Su humildad debe complacerse en ello en el cielo, ya que en la tierra se esforzó tanto por ocultar sus obras de caridad y sus visiones. Sólo en la humildad y obediencia
encontra ba reposo, enseñando el abecedario y las operaciones elementales de aritmética a las niñas de Nancy. Esto no obstante, en las largas dificultades e
incertidum bres que precedieron a la organización de la congregación, la beata demostró gran firmeza de resolución y fue siempre una excelente superiora. Sin embargo, como lo hace notar el historiador protestante
Pfister, "cuando la nombraron supe riora de Nancy, sólo tenía una ambición: la de entregarse como la más humilde de las hermanas a la enseñanza de las primeras letras en las clases más bajas". La madre Angélica Milly ha trazado el mejor retrato de
Alix, al decimos: "era un alma silenciosa".
En 1666, el convento de Nancy publicó una vida de Alix Le
Clercq, que es en realidad una colección de valiosos documentos sobre la beata. El obispo de
Saint-Dié introdujo, en 1885, la causa de beatificación, basándose en un ejemplar de esa biografía, que había caído en manos del conde
Gandélet. La primera biografía propiamente dicha fue publicada en Nancy, en 1773; existe el manuscrito de otra, escrita en 1766; en 1858 vio la luz otra
biogra fía, y a partir de entonces se han multiplicado los libros sobre la beata. La obra del
ca nónigo Edmond Renard, La Mere Alix Le Clercq (1935), es la mejor biografía moderna, tanto desde el punto de vista de crítica, como de estilo. Hay que mencionar también las vidas de San Pedro
Fournier, escritas por Bedel (1645), Dom Vuillemin (1897), y el P. Rogie; ésta última es la mejor. El autor del prefacio de la biografía inglesa de la Beata
Alix, habla de los excelentes métodos de educación empleados por las canonesas. San Pedro
Fournier enseñaba la pedagogía a sus religiosas; en el artículo a él consagrado en este libro
(9 de diciembre) se hace mención dc sus ideas pedagógicas. La fiesta de la Beata Alix se celebra el 22 de octubre.
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