Las
actas de este santo no mencionan la fecha de su
martirio. Algunos autores lo sitúan en el reinado de
Valeriano, otros en el de Diocleciano. Parece que el
martirio tuvo lugar en alguna ciudad de la Mauritania,
probablemente en Cesarea, la capital. La persecución
estaba en todo su furor; los soldados irrumpían en las
casas a la menor sospecha; si encontraban cristianos,
los maltrataban sin esperar la sentencia del juez. Cada
día se cometían nuevos sacrilegios; los fieles se
veían obligados a asistir a los sacrificios paganos, a
transportar por las calles las víctimas coronadas de
flores y a quemar incienso ante los ídolos. En tan
terribles circunstancias, Arcadio se retiró a la
soledad; pero su fuga no permaneció oculta mucho
tiempo. El gobernador de la ciudad, al saber que no se
había presentado a los sacrificios públicos, envió un
piquete de soldados a buscarle en su casa; éstos
tomaron preso a un pariente de Arcadio. y el gobernador
ordenó que le guardaran como rehén, hasta que el
prófugo se presentara.
Al saberlo, nuestro mártir volvió a la ciudad y se
entregó al juez, diciendo: "Librad de las cadenas
a mi pariente, pues yo he venido a rendir cuentas de mi
persona y a declararos que él ignoraba dónde estaba yo
escondido". El juez le respondió. "No sólo
estoy dispuesto a perdonar a tu pariente sino también a
ti, a condición de que sacrifiques a los dioses".
Arcadio se rehusó a ello, y el juez dijo a los
verdugos: "Tomadle y hacedle desear la muerte.
Cortadle los miembros parte por parte; tan lentamente,
que comprenda este villano lo que significa abandonar a
los dioses de sus padres por una divinidad
desconocida". Los verdugos arrastraron a la nueva
víctima al sitio donde muchas otras habían sufrido por
Cristo. Arcadio tendió el cuello dispuesto a recibir el
golpe, pero el verdugo le ordenó que extendiese el
brazo, y le fue cortando parte por parte, desde los
dedos hasta el hombro. Después procedió a ejecutar la
misma operación con el otro brazo y con las piernas. El
mártir presentó uno a uno los miembros con invencible
valor, repitiendo: "Señor, enséñame tu
sabiduría" porque los verdugos se habían olvidado
de cortarle la lengua. Al fin de la tortura, del cuerpo
de Arcadio no quedaba más que el tronco. Viendo el
mártir las partes de su cuerpo que yacían a su
alrededor, las ofreció a Dios con estas palabras:
"Felices de vosotros, miembros míos, que
pertenecéis ya a Dios, pues habéis sido sacrificados a
causa de Él". Después se volvió hacia el pueblo,
diciendo: "Vosotros que habéis presenciado esta
sangrienta tragedia, sabed que todos los tormentos son
nada en comparación con la corona que me espera.
Vuestros dioses son falsos, dejad de adorarles. Aquel
por quien yo sufro, es el único Dios verdadero, y morir
por Él es vivir". Arcadio murió pronunciando
estas palabras, y los paganos se maravillaron de su
milagrosa paciencia. Los cristianos recogieron los
ensangrentados miembros y les dieron sepultura.
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