San
Benito Biscop, de origen inglés, es uno de los apóstoles
que más contribuyeron en el siglo VII a llevar a feliz
término la obra de cristianización y organización de
la Gran Bretaña, iniciada por San Gregorio Magno
(590-604) y San Agustín de Cantorbery.
Nacido
hacia el año 629, pertenecía a una noble familia de la
corte de Oswy, rey de Northumbria y fue desde su primera
juventud muy estimado por el rey. Sin embargo, a los
veinticinco años, sintiéndose movido por Dios hacia la
vida de retiro, dio el adiós al mundo, se dirigió por
vez primera a Roma con el objeto de cimentar bien su
piedad, visitando las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles
y empapándose íntimamente en las verdades de la fe y
en los principios de la perfección cristiana y, a su
vuelta, se entregó de lleno al estudio de la Biblia y a
la práctica de la piedad.
Pero bien
pronto tuvo que interrumpir su vida de estudio y de ascética
cristiana con un nuevo viaje a Roma, Egfrido, hijo del
rey Oswy, que planeaba él también un viaje a Roma,
pidió a Benito Biscop lo acompañara en esta
peregrinación. Aceptó gustoso Benito tal invitación,
particularmente grata para él; y, aunque Egfrido no
pudo realizar su viaje, partió él por segunda vez a
Roma, donde procuró profundizar más en la perfección
cristiana y en las ciencias eclesiásticas. No sabemos
cuánto tiempo se detuvo en esta ocasión en Roma; pero
lo que sabemos es que, a su vuelta, se retiró al célebre
monasterio de Lerins, que tanto se había distinguido
por sus hombres eminentes y por su observancia regular.
Allí, pues, después de la preparación conveniente,
tomó el hábito religioso y, más tarde, la tonsura
clerical, y durante dos años siguió con la mayor
perfección la vida monástica. Después de esto hizo su
tercer viaje a Roma, donde tenía intención de fijar su
vida en adelante; pero el Papa San Vitaliano (657-672)
le ordenó volver a Inglaterra al lado de Teodoro de
Tarso, obispo de Cantorbery, y de Adriano, que partían
para la Gran Bretaña. Adriano se detuvo de momento en
Francia; pero Benito y Teodoro llegaron felizmente al
territorio de Kent, a Inglaterra.
Y con
esto comienza la etapa más característica y fecunda de
la santa vida de San Benito Biscop. Hallábase entonces
la Iglesia de la Gran Bretaña en un momento decisivo.
La obra de conversión de los anglosajones, iniciada en
Kent en 597 por San Agustín y sus treinta y nueve compañeros,
seguía avanzando a través de graves dificultades. Al
territorio de Kent siguieron los de Essex, la
Northumbria y otras provincias o reinos de la Heptarquía.
El año 664 fue de gran trascendencia; pues, patrocinada
por el cristiano rey Oswy de Northumbria, se celebró la
célebre discusión entre los antiguos celtas y los
nuevos cristianos, con lo que se llegó
sustancialmente a la unión. El nuevo arzobispo de
Cantorbery y primado de Inglaterra, Teodoro de Tarso,
tomó posesión de su sede en 669 y completó durante
los decenios siguientes la organización de la Gran
Bretaña cristiana.
Pues
bien, en esta obra, fundamental y definitiva, uno de sus
principales colaboradores fue San Benito Biscop, quien,
con su virtud, sus conocimientos teológicos y su
indomable actividad, trabajó incansablemente por
consolidar la vida religiosa en Inglaterra.
Efectivamente, el nuevo primado Teodoro nombró
inmediatamente a Benito abad del monasterio de San Pedro
y San Pablo, de Cantorbery. Era un puesto de gran
influjo, desde el cual trabajó Benito durante dos años
con gran celo y extraordinario fruto. Pero, a la llegada
de Adriano en 671, descargó en él esta dignidad, y por
cuarta vez se dirigió a la Ciudad Eterna. Benito había
formado amplios planes de fundación de nuevos
monasterios en Inglaterra, para lo cual necesitaba
estudiar detenidamente en Roma toda la disciplina eclesiástica
y las reglas monásticas. Con este objeto permaneció
largo tiempo en Roma, visitó diversas partes de Italia;
se procuró una buena y selecta biblioteca de los
mejores libros religiosos y una gran cantidad de
reliquias y de cuadros de Nuestro Señor, de la Santísima
Virgen y de algunos santos.
Con todos
estos preparativos volvió de nuevo San Benito, en 674,
a Northumbria, donde el sucesor de Oswy, Egfrido, le
hizo una entusiasta acogida y le entregó grandes
terrenos para la construcción de un monasterio. Rápidamente
puso Benito manos a la obra, levantando en la
desembocadura del río Wear el monasterio, denominado
por eso mismo Wearmouth, que tanta fama tuvo luego en la
historia, y que él puso bajo el patronato de San Pedro.
Mientras se terminaba la obra del monasterio, San Benito
se dirigió a Francia, de donde trajo arquitectos y
obreros especializados para la construcción en piedra,
con los cuales levantó la iglesia de Wearmouth, que fue
la primera que se construyó en piedra en la Gran Bretaña
conforme a estilo de las de Francia e Italia. Hasta
entonces se construían sólo en madera, como se había
hecho en Lindisfarne. Por otra parte, hizo
adornar la nueva iglesia con altares, frescos y
vidrieras de colores, lo cual constituía otra insigne
novedad en Inglaterra, con lo cual y con la multitud de
imágenes que colocó en los altares, contribuyó
eficazmente a que el pueblo comprendiera mejor los
misterios de la religión cristiana.
Tal
satisfacción produjo en el rey la obra de Benito, que
le asignó otra cantidad de terreno a la ribera del Tyne,
donde fue construido el monasterio de Jarrow, que se
puso bajo la advocación de San Pablo. Ambos
monasterios, a corta distancia uno de otro, fueron
considerados casi como uno solo, que gobernó durante
algún tiempo el mismo fundador, San Benito Biscop. Pero
más tarde nombró un abad para cada uno, sobre todo
cuando tuvo que ausentarse en su nueva peregrinación a
Roma. En la iglesia de San Pedro de Wearmouth colocó
hermosos cuadros de la Santísima Virgen y de los doce
apóstoles, la historia del Evangelio y las visiones o
revelaciones de San Juan. El de San Pablo de Jarrow lo
embelleció con diversas pinturas, que dispuso en tal
forma que presentaran la armonía entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento, y juntamente la correspondencia entre
los tipos de uno y la realidad del otro. Así, Isaac,
llevando a cuestas la leña que debía servir para su
propio sacrificio, era explicado por Jesucristo,
llevando su propia cruz en la que debía él mismo ser
sacrificado. Y, de un modo semejante, la serpiente de
bronce de Moisés, en lo alto de un palo, quedaba
ilustrada por Jesucristo levantado en la cruz.
Para
completar su obra, hizo San Benito su quinto y último
viaje a Roma, de donde trajo gran cantidad de reliquias
y de libros. Más aún. Deseando introducir en
Inglaterra en toda su perfección, y grandiosidad los
oficios litúrgicos y todas las ceremonias del rito
latino, obtuvo del papa San Agatón (678-681) le diera
como compañero al abad de San Martín, llamado Juan,
maestro de música y de ceremonias de San Pedro del
Vaticano. Así, pues, el abad Juan acompañó a San
Benito a Inglaterra e introdujo allí la música
gregoriana, la liturgia y todo el ceremonial romano,
todo lo cual contribuyó eficazmente a elevar el espíritu
religioso del país. En realidad, los dos monasterios
fundados por San Benito constituyeron desde entonces dos
centros de cultura religiosa y progreso medieval. Sus
bien equipadas bibliotecas, la magnificencia de sus
iglesias y el esplendor de su liturgia, obra todo ello
de las fatigas de San Benito Biscop, contribuyeron a la
formación de aquellos ejércitos de misioneros, que más
tarde emigraron al continente europeo. para devolverle
con creces el bien que de él habían recibido.
Durante
toda su vida, San Benito Biscop fue para todos un
ejemplo viviente del más puro amor de Dios y de todas
las virtudes religiosas. Pero esto se manifestó de un
modo especial en los últimos años de su vida. Débil
ya por su edad y por varias enfermedades, dio a todos
ejemplo de paciencia y resignación cristiana, que a las
veces se transformaba en verdadera alegría espiritual.
Durante su larga enfermedad, sentía especial
complacencia, a fuer de buen anciano, en relatar sus
correrías apostólicas y sus viajes a Roma, así como
también los admirables ejemplos de que había sido
testigo en multitud de casas religiosas. Y cuando ya no
se sentía con fuerzas para hablar ni para rezar, hacia
venir un monje para que le recitara las horas del oficio
divino, que él seguía en la forma que le era posible.
Así lo hizo, sobre todo, durante los tres últimos años
de su vida, en que una parálisis le impedía casi todo
movimiento.
Particularmente digno de mención es su constante
esfuerzo por mantener la presencia de Dios, de donde
brotaban aquellas ardientes exhortaciones que dirigía
de cuando en cuando a sus discípulos: "No consideréis
como cosa mía las constituciones que yo os he dado.
Después de visitar diecisiete monasterios, que vivían
en la mejor observancia, procuré hacer una síntesis de
las reglas y prácticas religiosas que me parecieron
mejores, y esto es lo que os he dado a vosotros. Tal es
mi testamento."
De esta
manera, después de recibir con admirable fervor el
Santo Viático, descansó dulcemente en el Señor el 12
de enero del año 690. Las dos abadías de Wearmouth y
de Jarrow conservaron su memoria con gran veneración
hasta que desaparecieron por efecto del cisma anglicano
promovido por Enrique VIII.
BERNARDINO
LLORCA, S. I.
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Año Cristiano, Tomo I, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1966.
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