El
episodio del Bautismo de Jesús en las aguas del Jordán
por Juan el Bautista, que se celebra hoy, es una segunda
epifanía, es decir, una nueva manifestación de la
identidad de Jesús. Esta vez una voz del cielo dice
sobre él: "Este es mi Hijo amado en quien me
complazco".
Uno de los hechos bien
atestiguados de la vida de Jesús es su bautismo en el
Jordán por manos de Juan el Bautista. Pero este hecho
no deja de tener problemas, como lo perciben los mismos
evangelistas: ¿Cómo se explica que el inferior bautice
al superior; que Juan bautice a Jesús? Si, no obstante
estos problemas, el bautismo de Jesús se conserva en el
Evangelio, es porque se trata de un hecho verídico,
histórico.
En el Evangelio de
Marcos, que sirve de fuente al de Mateo, es claro que
Juan no sabe quién es Jesús. En efecto, Juan
proclamaba: "Detrás de mí viene el que es más
fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome,
la correa de sus sandalias" (Mc 1,7). Si no es
digno de desatarle la correa de sus sandalias, menos es
digno de bautizarlo. Y, sin embargo, ese mismo Evangelio
agrega: "Y sucedió que por aquellos días vino Jesús
desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el
Jordán" (Mc 1,9). Juan no hace ningún gesto de
reconocimiento. En este Evangelio quien ve abrirse el
cielo y al Espíritu venir sobre él en forma de paloma
es Jesús y la voz del cielo se dirige sólo a él:
"Tú eres mi Hijo amado" (Mc 1,11). Marcos
continúa: "Después que Juan fue entregado, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de
Dios" (Mc 1,14). Y aquí es donde llama a sus
primeros cuatro discípulos, que también habían sido
del séquito de Juan: Simón y Andrés, Santiago y Juan.
En esta forma Juan fue el precursor de Jesús.
En el Evangelio de Mateo
el hecho adquiere el carácter de una epifanía, como
hemos dicho. Según Mateo, cuando Jesús se presenta
para ser bautizado por Juan, éste sabe quién es Jesús
y, coherente con su declaración de inferioridad,
"trataba de impedírselo diciendo: `Soy yo el que
necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?`".
La apertura del cielo y el Espíritu en forma de paloma
parece no ser una visión exclusiva de Jesús y -esto es
claro- la voz del cielo manifiesta a Jesús: "Una
voz que salía de los cielos decía: `Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco`".
Jesús insiste en ser
bautizado por Juan diciendole: "Deja ahora, pues
conviene que así cumplamos toda justicia". La
"justicia de Dios" es el cumplimiento de su
promesa de salvación. Para cumplir esa promesa, el Hijo
de Dios "se despojó de su condición divina y tomó
la condición de siervo" (cf. Fil 2,7). Por eso se
redujo a la condición de los que entraban al agua
confesando sus pecados. Pero Dios lo exaltó. En efecto,
ya no declara: "Este es mi Siervo... en quien me
complazco" (Is 42,1), como decía la profecía,
sino: "Este es mi Hijo amado en quien me
complazco". El bautismo de Jesús es una especie de
"sinopsis" de toda su vida: se rebajó hasta
la muerte de cruz... pero Dios lo resucitó y exaltó
hasta la gloria. Este debe ser el programa de vida de
todo cristiano: "Sepultados con él en el bautismo,
con él también habéis resucitado por la fe en la acción
de Dios que lo resucitó de entre los muertos" (Col
2,12).
En
el Bautismo de Jesús, por primera vez en la historia,
Dios se reveló como Trinidad, que es una de las más
grandes y más profundas verdades de nuestra fe: Dios es
uno en Tres Personas.
El término “bautismo” deriva de la palabra griega
“baptó”, que significa “sumergir”, y justamente
en el bautismo nos sumergimos en la muerte de Cristo y
resucitamos con el.
En la carta de San Pablo a los Hebreos leemos:
“Recuerden los primeros tiempos: apenas habían sido
iluminados y ya tuvieron que soportar un rudo y doloroso
combate”, (Heb. 10:32).
Ser bautizados es compartir los sufrimientos y la muerte
de Cristo, es vivir un doloroso combate. El bautismo en
Cristo (al cual la Iglesia de los primeros tiempos
llamaba "iluminación") trae el sufrimiento,
no la comodidad. Porque el bautismo en Cristo es el
bautismo en su muerte. Es por eso que San Pablo les dice
a los romanos que seremos "coherederos con Cristo,
siempre que suframos con El para que también seamos
glorificados con El. (Romanos 8, 17). Y de esta manera,
la fe cristiana nos enseña a esperar una "dura
lucha con el sufrimiento" y no un paseo por la
vida. Pero también nos enseña a esperar que nuestra
conformidad con el sufrimiento de Cristo sea nuestro
camino a la gloria, la paz y la felicidad que Cristo nos
da.
Si somos bautizados con Cristo, somos bautizados en su
muerte. Y la muerte duele, pero esta lucha dolorosa
contra el pecado no es tan terrible como podría
parecernos. Muy pocos Cristianos hoy en día tienen que
soportar el martirio (aunque muchos quedan sorprendidos
al saber que el siglo 20, no el 3ro. fue el gran siglo
del martirio cristiano). Pero aún en ese siglo tan
sangriento, solo una minoría de los miembros de la
Iglesia vertieron su sangre. Sin embargo, esto no
significa que el martirio es algo que no vamos a
enfrentar: sí, lo haremos. La Divina Liturgia es una
participación del culto eterno, que es el Cielo.
Nuestras oraciones de intercesión son el jardín de
infantes en preparación para la grandiosa oración que
es la visión beatífica.
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