Gumersindo o Gómez,
originario de Toledo, era todavía un niño cuando viajó a Córdoba con
sus padres.
Se hizo clérigo y fue
ordenado diácono. Trabajó por formar piadosos maestros para la juventud,
junto a la basílica de los santos mártires Fausto, Genaro y Marcial.
Una vez ordenado sacerdote,
le confiaron el cuidado de una parroquia en el campo, cerca de la ciudad
de Córdoba.
Abderramán II, que reinaba y
era el dueño de esta ciudad, había permitido a todo musulmán matar, sin
mayores formalidades, a cualquier cristiano que hablara mal de Mahoma. Un
día en que Gumersindo, acompañado de un monje que se llamaba Servideo,
había ido a Córdoba, fue denunciado como cristiano y decapitado por
causa de la fe. Lo mismo sucedió a su acompañante. Era el 13 de enero de
852.
Los cuerpos de estos mártires
fueron furtivamente sustraídos por los cristianos y sepultados en la
iglesia de San Cristóbal. Desde su muerte, fueron objeto de culto y sus
nombres e inscritos en el Martirologio Romano el 13 de enero.