14 de enero
SAN FÉLIX DE NOLA, (*)
Presbítero
A |
Demos recordar que San
Paulino de Nola, considerado como la
autoridad básica sobre San Félix, vivió más de un siglo después de la
muerte de éste, y es muy probable que ya para entonces
la tradición se hubiera contaminado de algunos datos legendarios. San
Paulino nos cuenta la vida de San Félix de la manera siguiente:
San Félix era nativo de Nola,
colonia romana de la Campania, a veinte kilómetros de Nápoles,
donde su padre había adquirido algunas posesiones y se había
establecido. El padre de San Félix era sirio de nacimiento y había
servido en el ejército. Al morir, dejó sus posesiones a Félix y Hermías,
sus dos hijos. Hermías abrazó la carrera de las armas, en tanto que Félix
decidió buscar la felicidad que su
nombre latino le prometía, en el servicio del Rey de reyes, Jesucristo.
Así pues, distribuyó su herencia entre los pobres, y fue ordenado
sacerdote por San Máximo, obispo de Nola,
quien, encantado de su virtud y prudencia, hizo de él su brazo derecho en
aquellos agitados
tiempos y le consideró como destinado a sucederle.
El año 250, el emperador
Decio emprendió una cruel persecución contra la Iglesia. Máximo,
comprendiendo que iba a ser una de las primeras víctimas, se retiró al
desierto, no por temor de morir, sino para continuar en el servicio de su
rebaño. Como los perseguidores no e ncontrasen
al obispo, se apoderaron de Félix, quien le
sustituía celosamente en los deberes pastorales.
El gobernador le mandó azotar, le cargó de cadenas y le encerró en un
calabozo con el suelo cubierto de
trozos de vidrio, de modo que el mártir no podía estar de pie ni
acostarse sin hacerse daño, según nos informa Prudencio. Una noche, se
le apareció un ángel en medio de una gran luz, y le ordenó ir en ayuda
de su obispo. Al ver caer sus cadenas por tierra y abrirse las puertas de
la prisión, Félix siguió a su guía, quien
le condujo a un sitio, en donde Máximo yacía sin conocimiento, medio
muerto de hambre y de frío; la
angustia por sus fieles y las penalidades de la vida solitaria le habían
hecho sufrir más que en el martirio. Incapaz de hacer volver en sí a su
obispo, Félix acudió a la oración y al punto apareció un racimo de
uvas al alcance de su mano. Félix exprimió unas cuantas en los labios de
su maestro, el cual recobró el conocimiento. En cuanto reconoció a Félix,
el buen obispo le rogó que le transportase a su iglesia. El santo
le tomó en brazos y le llevó, antes del
amanecer, a su casa en la ciudad, donde una devota mujer se encargó
de cuidarle.
Félix permaneció
escondido, orando incesantemente por la Iglesia, hasta la
muerte de Decio, en 251. En cuanto reapareció, su celo exasperó de tal
manera a los paganos, que decidieron tomarle preso nuevamente; pero
el cielo no permitió que le reconocieran al
verle. Sus perseguidores le
preguntaron dónde se encontraba Félix,
a lo cual el santo dio una respuesta evasiva. Los enemigos cayeron
pronto en la cuenta de su error y volvieron al sitio en el que le habían
visto; pero ya para entonces, Félix había
tenido tiempo de introducirse en un
muro cercano, a través de un agujero que se cubrió milagrosamente de
telarañas en cuanto el
santo pasó. Sus perseguidores, sin
sospechar siquiera que Félix se
hallaba detrás de la espesa red de telarañas, se retiraron vencidos,
después de una búsqueda infructuosa.
Félix descubrió un pozo medio seco, entre dos casas en ruinas,
y se ocultó en él durante seis meses. Una devota cristiana se encargó de
traerle alimentos. Cuando la paz se restableció en la Iglesia. Félix
salió de su escondite y fue recibido con gran gozo en la ciudad.
San Máximo murió poco
después, y Félix fue elegido por unanimidad p ara
sucederle. Sin embargo, logró persuadir al
pueblo que era más prudente confiar la diócesis
a Quinto, un sacerdote de más edad.
El resto de las posesiones del santo había
sido confiscado durante le persecución.
Los cristianos le aconsejaron que reclamase
a las autoridades como otros lo habían hecho con éxito: pero el santo
respondió simplemente que, en medio de la pobreza encontraría más seguramente
a Cristo. Ni siquiera pudieron convencerle de que aceptara lo que los
ricos le ofrecían. Félix rentó tres acres de tierra que cultivó con
sus propias manos, para satisfacer sus necesidades y poder hacer algunas
limosnas. Todos los regalos que recibía los pasaba inmediatamente a los
pobres. Si tenía dos túnicas, los pobres podían estar seguros de que
pronto les daría la mejor, y más de
una vez cambió sus vestiduras por los andrajos de un mendigo. Félix murió
siendo ya muy anciano, el 14 de enero, día en que le conmemoran los
martirologios. Había pasado ya más de un siglo desde su muerte, cuando
Paulino, distinguido senador romano,
se estableció en Nola y fue elegido obispo de dicha ciudad.
Paulino atestigua que una gran multitud de peregrinos acudía
de Roma y de otras ciudades aún más distantes, a celebrar la fiesta del
santo, en su santuario. El mismo testigo añade que todos llevaban algún
regalo a la iglesia, como, por ejemplo, cirios para adornar la tumba de Félix,
pero que él había escogido ofrecer al santo el humilde homenaje de su
predicación y de su corazón. Paulino expresa su devoción en los términos
más fervorosos y piensa que todas las
gracias que ha recibido del cielo se deben a la intercesión de San Félix.
Describe por menudo las pinturas del
Antiguo Testamento que adornaban el santuario, y que eran como libros que
los iletrados podían comprender. Los versos del santo obispo
reflejan su entusiasmo. Refiere igualmente un gran número
de milagros obrados en la tumba de San Félix, así como curaciones instantáneas
y salvaciones de graves peligros. Afirma que él mismo fue testigo ocular
de alguno de esos prodigios y declara que
nunca recurrió a la intercesión del santo,
sin recibir socorro inmediato. También San Agustín nos dejó una narración
de los milagros obrados en el santuario de San Félix. En aquella época, no
estaba permitido enterrar a los muertos dentro de los muros de la ciudad.
Como la iglesia de San Félix se hallaba
fuera de las murallas de Nola, muchos cristianos
pedían ser sepultados en ella para que su fe y devoción les conservaran
bajo la protección del santo, aun después de la muerte. San Paulino
consultó el caso con San Agustín, quien le respondió en su obra sobre
"El cuidado de los muertos,"
en la que demuestra que la fe y devoción de quienes querían ser
sepultados en la iglesia de San Félix no era inútil, pues ahí participarían
del fruto de las buenas obras de los peregrinos.
Como lo indicamos arriba, los poemas de
San Paulino constituyen nuestra principal fuente sobre la vida de San Félix.
Beda resumió dichos poemas en prosa; su resumen se encuentra,
junto con otros documentos en Acta Sanctorum, 14 de enero. En Analecta
Bollandiana, vol. XVI (1897), pp. 22 ss.,
se encontrará una curiosa ilustración de la confusión introducida
por Ado y otros hagiógrafos, quienes
inventaron a un "San Félix in Pincis." Tal confusión
se originó probablemente de la existencia de una iglesia dedicada
a San Félix de Nola en el Pincio. El
Papa San Dámaso agradece a San Félix en un poema
la curación de que él mismo fue objeto. Cf. Quentin, Les
Martirologes historiques pp. 518-522.
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