Isidoro, después de
distribuir su fortuna entre los pobres, se retiró al desierto de Nitria.
Más tarde, cayó bajo la influencia de San Atanasio, quien le ordenó
sacerdote y le llevó consigo a Roma, el año 341. Pero Isidoro pasó la
mayor parte de su vida como superior del gran hospital de Alejandría.
Cuando Paladio, el autor de la Historia Lausiaca, fue a Egipto para
consagrarse a la vida ascética, se dirigió primeramente a Isidoro, quien
le aconsejó que practicara la austeridad y la abnegación y que volviese
después en busca de nuevos consejos. Cuando tenía ya más de ochenta años,
nuestro santo sufrió persecuciones y calumnias de toda especie. San Jerónimo
le acusó violentamente de simpatizar con Orígenes, y su propio obispo,
Teófilo, que había sido su amigo, le excomulgó. Ello obligó a Isidoro
a buscar refugio en el desierto de Nitria, donde había pasado su
juventud. Por último, huyó a Constantinopla en busca de la protección
de San Juan Crisóstomo, y ahí murió poco después, a los ochenta y
cinco años de edad.