El
glorioso prelado y sagrado doctor español san
Fulgencio, nació en Cartagena, y tuvo por padre al
ilustre capitán del ejército de aquélla provincia, y
por hermanos a los santos Leandro, Isidoro y Florentina.
Instruyóse desde su mocedad en las lenguas griega,
hebrea, siriaca, itálica y latina, y salió tan
aventajado en las Letras sagradas, que alcanzó entre
los españoles el grado de doctor. Defendió con tanta
erudición y elocuencia la divinidad de Jesucristo, que
muchas veces dejó a los herejes arrianos avergonzados y
corridos. Por esta causa fue desterrado de Sevilla por
orden del rey, y padeció gravísimos trabajos de hambre
y sed, y encerrado en un calabozo de Cartagena,
donde ni aun se le permitía mudarse la ropa que llevaba
puesta. Desde la cárcel animaba con sus cartas a los
católicos, para que defendiesen, aun a costa de su
sangre si fuese menester, la verdad infalible del artículo
revelado en las Santas Escrituras, y exhortaba a su
sobrino Hermenegildo a morir por la fe, antes que
abrazar la herejía del rey Leovigildo, su padre, que le
amenazaba con la muerte; diciéndole que por ningún
respeto de hijo había de rendirse a la voluntad de su
padre hereje, con tan grande detrimento de la honra de
Dios, que le atormentaba ya con gritos, alaridos y tanta
ruina de la religión católica y estrago de toda la
nación. Murió mártir el hijo; y el padre, viéndose
acosado de terribles dolores, se movió a penitencia,
aunque no lo suficiente para la salvación, mandando a
Recaredo, que oyese como a padre y obedeciese a Leandro
y Fulgencio, que resplandecían como antorchas de la
Iglesia de España. Sosegada la persecución por muerte
de Leovigildo, autor de tempestad tan deshecha, mudaron
de semblante las cosas de España, cuando recibió el
gobierno del reino Recaredo, el cual dio orden de que
.fuesen restituidos a sus iglesias los obispos y celosos
varones católicos desterrados de ellas por su padre;
con cuyo motivo volvió a Sevilla san Fulgencio con
grande júbilo de toda la ciudad, que le recibió como
ínclito defensor de la fe de Cristo. Abjurando después
Recaredo el error arriano en el concilio de Toledo, toda
la nación se convirtió a la verdadera fe. Gobernó san
Fulgencio, con admirable solicitud las iglesias de
Sevilla, Ecija y Cartagena; escribió muchos libros
llenos de celestial sabiduría y de aquélla gracia que
derrama el Espíritu Santo sobre los doctores de la
Iglesia; y lleno de méritos y virtudes, y asistido en
su último trance por san Braulio, obispo de Zaragoza, y
Laureano, obispo gaditano, entregó su alma preciosa al
Señor. Las diócesis de Cartagena y Plasencia le
veneran como a su patrono; sus reliquias se conservan en
la catedral de Murcia y en el Escorial.
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