San
Antonio nació en una población del alto Egipto, al sur
de Menfis, el año 251. Sus padres, que eran cristianos,
le guardaron tan celosamente durante sus primeros años,
que Antonio creció en una ignorancia absoluta de la
literatura y no conocía otra lengua que la propia. A la
muerte de sus padres cuando Antonio tenía veinte años,
heredó una considerable fortuna y el cuidado de su
hermana pequeña. Seis meses después, oyó leer en la
iglesia las palabras de Cristo al joven rico: "Ve y
vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás
un tesoro en el cielo." Sintiéndose aludido por
esas palabras, Antonio volvió a su casa y regaló a sus
vecinos lo mejor de sus tierras; el resto lo vendió, y
repartió el producto entre los pobres, guardando sólo
lo estrictamente necesario para él y su hermana. Poco
después, oyendo en la iglesia el comentario de las
palabras de Cristo: "No os preocupéis por el día
de mañana"... distribuyó lo poco que había
guardado y colocó a su hermana en una casa de vírgenes,
que era probablemente el primer monasterio femenino del
que se conserve memoria. Por su parte, Antonio se retiró
a la soledad, siguiendo el ejemplo de un anciano ermitaño
de los alrededores. El trabajo manual, la oración y la
lectura constituyeron en adelante su principal ocupación.
Su fervor era tan grande que, en cuanto oía hablar de
algún virtuoso ermitaño, partía en busca de él para
aprovechar su ejemplo y sus consejos. De este modo,
Antonio se convirtió pronto en un modelo de humildad,
caridad, espíritu de oración y otras virtudes.
El demonio le asaltó
con muchas tentaciones, representándole todo el bien
que podía haber hecho, si hubiese conservado sus
riquezas, y haciéndole sentir todas las dificultades de
su condición de ermitaño. Era ésta una tentación común
del enemigo, que tiende a hacer que los hombres se
sientan descontentos de la vocación a la que Dios les
ha llamado. Como el joven novicio resistiera
valientemente el asalto, el demonio cambió de táctica
y empezó a molestarle noche y día con pensamientos
obscenos. Antonio opuso a estos ataques la más severa
vigilancia sobre sus sentidos, el ayuno prolongado y la
oración. El demonio se le apareció entonces; primero,
bajo la forma de una hermosa mujer para seducirle, y
después, bajo la forma de un negro para aterrorizarle,
hasta que al fin se dio por vencido y le dejó en paz.
El santo se alimentaba exclusivamente de pan con un poco
de sal, y no bebía más que agua. Nunca comía antes de
la caída del sol y, en ciertas épocas, sólo cada tres
o cuatro días. Dormía sobre una burda estera o en el
suelo. Deseoso de mayor soledad, se retiró a un antiguo
cementerio, adonde un amigo le llevaba un poco de pan,
de vez en cuando. Dios permitió que el diablo le
atacara nuevamente ahí en forma visible, y que hiciera
toda especie de ruidos para infundirle temor. En una
ocasión, el demonio le golpeó tan rudamente, que un
amigo encontró a Antonio medio muerto. Al volver en sí,
exclamó: "¿Dónde te has escondido, Señor? ¿Por
qué no estabas aquí para ayudarme?" A lo que una
voz respondió: "Aquí estaba yo, Antonio, asistiéndote
en el combate; y, como has resistido valientemente al
enemigo, te protegeré siempre y haré que tu nombre sea
famoso en toda la tierra."
Desde que había
abandonado el mundo, en el año 272, Antonio vivió en
sitios no muy alejados de su pueblo natal, Komán. San
Atanasio hace notar que antes de él muchos otros
siervos de Dios habían vivido en el retiro cerca de las
ciudades, y que algunos llevaban una vida retirada, sin
salir de ellas. El nombre con el que se designaba a
estos siervos de Dios era el de ascetas, tomado del
sustantivo griego que significa práctica o
entrenamiento, ya que se entregaban al ejercicio de la
mortificación y la oración. En los más antiguos
escritos encontramos la mención de estos ascetas, y Orígenes
nos cuenta, hacia el año 249, que se abstenían de la
carne, como los discípulos de Pitágoras. Eusebio
relata que San Pedro de Alejandría practicaba
austeridades comparables a las de los ascetas, así como
Panfilio, y San Jerónimo aplica la misma expresión a
Pierio. San Antonio había llevado esta forma de vida,
cerca de Komán, hasta el año 285 más o menos, pero a
los treinta y cinco años de edad, pasó a la ribera
oriental del Nilo y fijó su morada en la cumbre de un
monte. Ahí vivió casi veinte años, sin ver apenas ser
humano alguno, fuera del hombre que le traía pan cada
seis meses.
Para satisfacer los
deseos de muchos, hacia el año 305, a los cincuenta y
cuatro de su edad, abandonó su celda en la montaña y
fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía
originalmente en una serie de celdas aisladas, pero no
podemos afirmar con certeza que todas las colonias de
ascetas fundadas por San Antonio estaban concebidas en
la misma forma. El santo no tenía residencia permanente
en ninguna de las colonias, pero las visitaba de cuando
en cuando. San Atanasio cuenta que para ir al primer
monasterio, San Antonio tenía que atravesar el canal
Arsinoítico, que estaba infestado de cocodrilos. Parece
que las distracciones que ocasionaron al santo estas
fundaciones le produjeron graves escrúpulos, y aun se
cuenta que le asaltó la tentación de desesperación y
que sólo pudo vencerla a fuerza de insistir en la oración
y el trabajo manual. En la época de las fundaciones,
San Antonio se alimentaba con seis onzas de pan mojado
en agua, añadiendo algunas veces unos cuantos dátiles.
Generalmente comía al atardecer. En su ancianidad
tomaba además un poco de aceite. Aunque en ciertas épocas
sólo comía cada tres o cuatro días, parecía vigoroso
y se mostraba siempre alegre. Los visitantes le reconocían
entre sus discípulos por la alegría de su rostro, que
era un reflejo de la paz de que gozaba su alma. San
Antonio exhortaba a sus hermanos a preocuparse lo menos
posible por su cuerpo, pero se guardaba bien de
confundir la perfección, que consiste en el amor de
Dios, con la mortificación. Aconsejaba a sus monjes que
pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta el
fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si
fuera la última de su vida. "El demonio —decía—
teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas
obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal
de la cruz." Contaba a los monjes que, en una ocasión
en que el demonio se le había aparecido, le había
dicho que pidiera cuanto quisiera porque él era el
poder de Dios, el tentador desapareció tan pronto como
invocó el nombre de Jesús.
Al recrudecerse la
persecución de Maximino, el año 311, San Antonio se
dirigió a Alejandría para animar a los mártires.
Vestido con su túnica de piel de cordero, no tuvo miedo
de presentarse ante el gobernador, pero se guardó de
provocar presuntuosamente a los jueces y de entregarse
ingenuamente, como lo hacían otros. Una vez pasada la
persecución, volvió a su monasterio y, poco después
fundó otro, llamado Pispir, cerca del Nilo. Sin
embargo, vivía generalmente en un monte de difícil
acceso, con su discípulo Macario, quien se encargaba de
recibir a los visitantes; si Macario encontraba a éstos
suficientemente espirituales, San Antonio conversaba con
ellos; si no, Macario les daba algunos consejos y San
Antonio sólo aparecía para predicarles un corto sermón.
El santo tuvo cierta vez una visión en la que toda la
tierra se le apareció tan cubierta de serpientes, que
parecía imposible dar un paso sobre ella. Ante tal
espectáculo, el santo exclamó: "¿Quién podrá
escapar, Señor?" Una voz respondió: "La
humildad, Antonio."
San Antonio cultivaba
un pequeño huerto en la montaña, pero no era éste su
único trabajo manual. San Atanasio refiere que su
ocupación más ordinaria era la confección de esteras.
Se cuenta que en cierta ocasión le asaltó la tentación
de abatimiento, al sentirse impotente para la
contemplación ininterrumpida, pero la visión de un ángel
que tejía esteras y oraba a intervalos regulares, le
hizo comprender que debía mezclar el trabajo con la
oración. Por lo demás, el mismo ángel le dijo:
"Haz lo que me ves hacer y encontrarás la solución."
San Atanasio nos dice que el santo no interrumpía la
oración mientras trabajaba. San Antonio pasaba gran
parte de la noche en contemplación. Algunas veces,
cuando el sol del amanecer le llamaba a sus diarias
tareas, el santo se quejaba de que, con su luz exterior,
le oscurecía la luz interior que brillaba en las
sombras de su soledad. Antonio se levantaba siempre a
media noche, después de un corto descanso, y hacía
oración con los brazos en cruz hasta el amanecer,
cuando no hasta las tres de la tarde, según cuenta
Paladio en Historia Lausiaca.
El año 339, San
Antonio tuvo una visión en la que le fueron revelados,
bajo la figura de unas muías que derribaban a coces un
altar, los desastres que debía causar dos años más
tarde, la persecución arriana en Alejandría. Semejante
visión le produjo un horror tan profundo, que no se
atrevía a dirigir la palabra a los herejes, más que
para exhortarlos a abrazar la verdadera fe, y echó de
la montaña a todos los arríanos, llamándoles
serpientes venenosas. A petición de los obispos, hacia
el año 355, hizo un viaje a Alejandría para refutar a
los arríanos. Ahí predicó la consustancialidad del
Hijo con el Padre, acusando a los arrianos a confundirse
con los paganos "que adoran y sirven a la creatura
más bien que al Creador," ya que hacían del Hijo
de Dios una creatura. Todo el pueblo se reunía para
verle y escucharle. Aun los mismos paganos,
impresionados por su dignidad, se apretujaban a su
alrededor, diciendo: "Queremos ver al nombre de
Dios." Antonio convirtió a muchos de ellos y obró
algunos milagros. San Atanasio le acompañó a su vuelta
hasta las puertas de la ciudad, donde curó a una
muchacha poseída de un mal espíritu. Como el
gobernador le rogase que permaneciera más tiempo en la
ciudad, Antonio respondió: "Como el pez muere
fuera del agua, así muere el espíritu del monje fuera
de su retiro."
San Jerónimo relata
que Antonio visitó en Alejandría al famoso Dídimo, el
ciego que dirigía la escuela catequética de dicha
ciudad, y que le exhortó a no lamentar demasiado la
falta de la vista, que no pasa de ser un bien que el
hombre comparte con los insectos, sino por el contrario,
regocijarse de poseer la luz interior de la que gozan
los apóstoles y que les permite ver a Dios y fomentar
su amor. Los filósofos paganos que iban a discutir con
él, volvían admirados de su mansedumbre y sabiduría.
Como cierto filósofo le preguntase cómo podía pasar
su vida en la soledad sin tener ningún libro, Antonio
le contestó que la naturaleza era su gran libro y que
ése suplía a todos los otros. En otra ocasión, al ver
que ciertos filósofos se burlaban de su ignorancia, les
preguntó con gran sencillez si había que preferir los
libros al sentido común o más bien al contrario, y cuál
de estos dos bienes había producido al otro. Los filósofos
respondieron: "El sentido común." "Pues
bien, —les dijo Antonio—, eso significa que el
sentido común basta." A otros cavilosos que le
preguntaban por qué creía en Cristo, Antonio les dejó
callados, demostrándoles que degradaban la noción de
divinidad al atribuirla a las pasiones humanas, que la
humillación de la cruz es la gran demostración de la
infinita bondad, y que la resurrección de Cristo y los
milagros por El obrados prueban que la ignominia de la
Pasión es, en realidad, la mayor de las glorias. San
Atanasio anota que Antonio discutió con esos filósofos
griegos valiéndose de un intérprete. Un poco más
adelante afirma que ningún afligido visitó nunca a
Antonio, sin volver lleno de consuelo a su casa, y
relata muchos de sus milagros, visiones y revelaciones.
Alrededor del año
337, Constantino el Grande y sus dos hijos, Constancio y
Constante, escribieron una carta al santo, encomendándose
a sus oraciones. Al ver que sus monjes se sorprendían
de ello, San Antonio les dijo: "No os admiréis de
que el emperador escriba a un pobre hombre como yo;
admiraos más bien de que Dios nos haya escrito a los
hombres y nos haya hablado por su Hijo." Antonio
decía que ignoraba cómo responder al emperador; pero
al fin, importunado por sus discípulos, le escribió
una carta que San Atanasio nos ha conservado, en la que
le exhorta a no perder de vista el juicio de Dios. San
Jerónimo menciona otras siete cartas de Antonio a
diversos monasterios. Una de sus máximas favoritas era
la de que el conocimiento de nosotros mismos es la base
para el conocimiento y el amor de Dios. Los bolandistas
copian una carta de San Antonio a San Teodoro, abad de
Tabena, en la que el santo cuenta que Dios le ha
revelado que tiene misericordia de los verdaderos
adoradores de Cristo, a pesar de sus caídas, con tal de
que se arrepientan sinceramente. Una regla monástica,
que lleva el nombre de San Antonio, nos revela, según
toda probabilidad, los principales puntos de su sistema
ascético. En todo caso, su ejemplo y consejos han
servido de base a todas las reglas monásticas de las épocas
subsiguientes. Se cuenta que San Antonio, al observar la
sorpresa de sus discípulos ante las multitudes que
abrazaban la vida religiosa, les dijo con lágrimas en
los ojos que vendría un tiempo en el que los monjes se
regocijarían de vivir en las ciudades, en casas ricas y
con mesas bien provistas, y que sólo se distinguirían
por el vestido, del resto de las gentes; pero que habría
aun entre ellos algunos que buscarían sinceramente la
perfección.
San Antonio visitó a
sus monjes poco antes de su muerte, que predijo
exactamente, pero se negó a quedarse para morir entre
ellos. San Atanasio deja ver que los cristianos habían
empezado a imitar la costumbre pagana de embalsamar los
cadáveres, hábito que había condenado frecuentemente
como producto de la vanidad y la superstición, por lo
que San Antonio ordenó que le sepultaran en la tierra,
junto a su celda de la montaña. Volviendo
apresuradamente a su retiro en el monte Kolzim, cerca
del Mar Rojo, cayó enfermo poco después. Entonces
repitió a sus discípulos, Macario y Amatas, la orden
de sepultarle ahí secretamente, diciendo: "El día
de la resurrección recibiré mi cuerpo incorrupto de
las mismas manos de Jesucristo." Les mandó
igualmente que dieran una de sus túnicas de piel de
cordero y el sayal en el que yacía, al obispo Atanasio,
como testimonio público de que moría en comunión de
fe con el santo prelado; que dieran su otra túnica al
obispo Serapión, y que conservaran para ellos su
cilicio. "Adiós, hijos míos, Antonio se va y no
volverá a estar con vosotros." Diciendo estas
palabras, les abrazó, extendió un poco los pies y murió
apaciblemente. Su muerte acaeció en el año 356,
probablemente el 17 de enero, día en que le conmemoran
los martirologios más antiguos. Tenía ciento cinco años.
Desde su juventud hasta esa avanzada edad, había
mantenido siempre el mismo fervor y austeridad. A pesar
de ello, nunca había estado enfermo, conservaba la
vista en perfecto estado y no había perdido ningún
diente. Sus dos discípulos le enterraron según sus
deseos. Parece que en 561, sus restos fueron
descubiertos y trasladados a Alejandría, después a
Constantinopla, y finalmente a Vienne de Francia. Los
bolandistas han editado una narración de muchos
milagros obtenidos por su intercesión, especialmente
los relacionados con la epidemia conocida con el nombre
de "Fuego de San Antonio," que azotó a Europa
en el siglo XI, hacia la época de la traslación de sus
famosas reliquias a occidente.
Las imágenes
representan frecuentemente a San Antonio con una cruz en
forma de T, una campanita, un cerdo, y a veces un libro.
La cruz parece ser un símbolo de la avanzada edad y de
la autoridad abacial del santo, aunque no es imposible
que constituya una alusión al constante uso de la señal
de la cruz que San Antonio hacía en las tentaciones. El
cerdo representaba originalmente al diablo, pero en el
siglo XII adquirió un nuevo significado, debido a la
popularidad de los Hermanos Hospitalarios de San
Antonio, fundados en Clermont en 1096. Por sus obras de
caridad se hicieron amar del pueblo, que les autorizó,
en muchas partes, a engordar gratuitamente sus cerdos en
los bosques. Probablemente, uno o dos cerdos del rebaño
llevaban atada una campanita, o tal vez los porqueros
anunciaban su llegada tocando una campana. En todo caso,
parece cierto que la campanita está relacionada con los
miembros de esa orden, y que de ahí pasó a ser un
atributo de San Antonio. El libro representa sin duda el
"libro de la naturaleza," en el que el santo
compensaba su falta de lecturas. Algunas imágenes
simbolizan en lenguas de fuego la epidemia del
"Fuego de San Antonio," contra la que se
invocaba especialmente al santo. [Dicha epidemia recibió
también el nombre de "fuego sagrado" y de
"fuego del infierno." Más tarde se identificó
esa enfermedad con la erisipela; pero originalmente
parece haber sido un mal mucho más contagioso y
virulento, producido por la harina de grano plagado.] La
popularidad de San Antonio, que se debe en gran parte a
la prevalencia de esa epidemia (ver, por ejemplo, la
Vida de San Hugo de Lincoln), fue muy grande en los
siglos XII y XIII. Probablemente por asociación con el
cerdo, San Antonio empezó a ser invocado como patrón
de los animales domésticos y del ganado, y el gremio de
los carniceros y otros se pusieron bajo su protección.
La liturgia bizantina invoca el nombre de San Antonio en
la preparación eucarística, y el rito copto y el
armenio le conmemoran en el canon de la misa.
La
principal autoridad sobre San Antonio es su biografía
escrita por San Atanasio. En la
actualidad, prácticamente todos admiten que San
Atanasio es realmente el autor de dicha obra. Evagrio
hizo una traducción latina del original griego, y se
conoce también una traducción siria. (Sobre
otro texto latino, cf. Wilmart, en Revue
Bénédictine, 1914, pp. 163-173). Paladio,
en su Historia Lausiaca, Casiano, y otros
historiadores posteriores, nos dan algunos detalles
interesantes. La literatura sobre el tema es
considerable. Nombraremos simplemente algunas de las
principales obras: Abbot C. Butler, Lausiac History, vol
I, pp. 215-228, y en Catholic Encyclopedia, vol I,
pp. 553-555; Hannay, Christian Monasticism, pp.
95 ss., y pp. 274 ss; Leclerq, art. Cénobisme,
en DAC; y F. Cheneau, Saints d´Egypte,
vol. I pp. 153-181. Sobre
los asaltos y tentaciones diabólicas, que constituyen
un aspecto tan importante en esta vida, cf. J.
Stoffels, en Theologie und Glaube, vol. II,
(1910), pp. 721 ss, y 809 ss. Algunos fragmentos de lo
que parece ser el original copto de tres cartas de San
Antonio fue publicado en Journal of Theol. Stud., julio
1904, pp. 540-545; pero la autenticidad de
tal documento es todavía discutida. Sólo conocemos un
texto latino muy imperfectos de las siete cartas.
La idea de G. Ghedini (Lettere cristiane dei papiri
greci, 1923, n. 19) de que una carta escrita
en griego que se encuentra en un fragmento de
papiro, en el British Museum, es un autógrafo de San
Antonio, no merece ser tomada en serio; ver Analecta
Bollandiana, vol. XLII
(1924), p. 173. Ver también G. Bardy, en Dictionnaire
de spiritualité, vol. I, cc. 702-708; L. von
Hertling, Antonias der Einsiedler (1930); B.
Lavaud, Antoine le Grand (1943);
y L. Bouyer, Sí. Antoine le Grand (1950),
notable ensayo sobre la espiritualidad monástica
primitiva. H. Queffélec (1950) escribió "une vie
romancee" (una novela biográfica). Sobre el
santo en el arte, ver H. Detzel, Christliche
Ikonographie, vol. II, pp. 85-88; Jameson, Sacred
and Legendary Art, vol. II, p. 741 ss; Drake, Saints
and Their Emblems, p.
11. San Antonio es también muy venerado en
oriente, donde muchas comunidades maronitas
y caldeas, así como los Monjes del Sinaí,
todavía profesan seguir sus reglas. Ver Reitzenstein, Des
Athanasius Werk über das Leben des Antonias (1914);
y Contzen, Die Regel des hl. Antonias (1896).
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