Habiendo
triunfado del demonio en el oriente, San Pedro fue a
combatirle en Roma con indoblegable energía. Él que en
otro tiempo había temblado ante las palabras de una
criada, no temía ahora la fortalezas misma de la
idolatría y de la superstición. La capital del Imperio
y del mundo, el centro de la impiedad, necesitaba del
celo del Príncipe de los Apóstoles. El Imperio Romano había
extendido sus dominios más lejos que cualquiera de
las precedentes monarquías, y la influencia de su
capital era de máxima importancia para la difusión del
Evangelio. Por ello San Pedro se reservó Roma, para
predicar la fe y establecer su sede episcopal. De él
han recibido la sucesión todos los obispos de Roma, en
todas las épocas. Cayo, un sacerdote romano que vivió
en el tiempo del Papa Ceferino, (a quien Eusebio cita en
Hist. eccl., lib. II, c. 25), afirma expresamente
que San Pedro y San Pablo fundaron la Iglesia de Roma.
El mismo autor nos dice que los restos de San Pedro
descansaban en la colina del Vaticano, y los de San
Pablo en el camino de Ostia. San Dionisio, Obispo de
Corinto (siglo II), relata igualmente que San Pedro y
San Pablo plantaron la fe en Roma y allí fueron
coronados con la palma del martirio. En el mismo siglo,
San Ireneo dice que Roma es "la más grande y
antigua de las Iglesias, fundada por los dos gloriosos
Apóstoles, Pedro y Pablo".
A pesar
de ello, no han faltado quienes dudaban de la
historicidad de la presencia de San Pedro en Roma. S ha
argüido que no existe ningún documento contemporáneo
que afirme claramente que Pedro residía ahí: que los
Hechos de los Apóstoles no dicen ni una palabra sobre
ello; que el único dato cierto que tenemos sobre sus
últimos años es el de que su primera epístola fue
escrita desde "Babilonia" que la llamada tradición romana esta inextricablemente
mezclada con las fabulosas leyendas sobre Simón Mago, que ningún historiador
serio puede defender, y que los veinticinco años de episcopado romano
atribuidos a San Pedro, con dudosa unanimidad, por historiadores tardíos, como
Eusebio, no pueden coordinarse con otros datos de esos mismos historiadores,
ni con el silencio co mpleto que guarda San Pablo sobre San Pedro en su Epístola
a los Romanos. Pero no sólo los escritores católicos, sino también los anglicanos,
como el obispo de Lightfoot, el historiador C. H. Turner y el Dr. George
Edmundson, y aun algunos luteranos de la talla de Harnack y de Zahn, dieron respuesta
suficiente a estas dificultades. El autor anglicano F. H. Chase, obispo de Ely,
resume clara y concisamente las bases en que se funda la tradición romana:
"La
fuerza de los argumentos en favor de la estancia y el martirio de San
Pedro en Roma, proviene no sólo de la ausencia de una tradición opuesta,
sino también del hecho de que muchas corrientes de pruebas convergen
para demostrarlo. Poseemos las listas oficiales y los documentos de la Iglesia
de Roma, que demuestran la existencia de la tradición en
épocas posteriores, y dichos documentos tienen que fundarse, por lo menos en ciertos
casos, sobre otros documentos que no han llegado hasta nosotros. La noticia
de la traslación de los restos del Apóstol a otro sitio, en 258, así como las
palabras de Cayo, prueban que la tradición estaba bien definida y que nadie
la discutía en Roma a principios del siglo III. El hecho de que Cayo discuta
con un asiático, la prueba de las Actas (gnósticas) de Pedro, y los pasajes
de Orígenes, de Clemente de Alejandría y de Tertuliano, demuestran que las
Iglesias de Asia, Alejandría y Cartago aceptaban la tradición romana en la
misma época. El pasaje de Ireneo nos informa sobre el estado de dicha
tradición a mediados del siglo II, y es de particular importancia, como que
está escrito por un testigo que había visitado Roma y cuya lista de obispos
romanos hace creer que había tenido acceso a los documentos oficiales, y
que por otra parte, por medio de San Policarpo, estaba en contacto con
quienes habían conocido personalmente a San Juan y sus compañeros".
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Más adelante el Dr. Chase hace mención de la estrecha relación que
une los nombres de San Pedro y de San Pablo en la referencia que hace
San Clemente a su martirio (fin del siglo I), en la carta, indudablemente auténtica,
que escribió a la Iglesia de Corinto. Esto lleva al autor a suponer que San
Clemente, quien sin duda estaba al tanto de la verdad, identificaba a
ambos Apóstoles con Roma. El Dr. Chase escribió su artículo en 1900.
De entonces acá, se han descubierto numerosas pruebas. Notemos que dicho
autor habla de la traslación de los restos del Apóstol en 258; ahora
bien, en caso de ser cierta, tal traslación fue sólo
temporal.
Otro autor anglicano,
el Dr. George Edmundson, en una conferencia que
pronunció en la Universidad de Oxford en 1913, expuso en términos
elocuentes las razones de las que depende el peso histórico de la tradición
romana: "Una tradición aceptada universalmente y por total unanimidad,
asocia el nombre de San Pedro a la fundación y organización de la
Iglesia de Roma, y habla de su actividad en esa Iglesia durante
veinticinco años. Inútil multiplicar las citas.
Ningún sitio de Egipto.
ni de África, ni del oriente, ni del occidente disputa
a Roma haber sido la sede de San Pedro; ninguna otra ciudad pretendió
nunca que el Apóstol había muerto en ella, o que conservaba sus restos.
Pero lo más significativo es el "consensus" de todas las Iglesias
orientales de lengua no griega. Un examen detenido de los manuscritos armenios y
sirios llevado a cabo durante varios siglos, no ha sido capaz de descubrir a
un sólo autor que no acepte la tradición romana sobre Pedro".
Desde tiempos muy antiguos era costumbre en el occidente
celebrar el aniversario de la consagración de los obispos. San Agustín tiene un
tatado "de natali episcopi", y se conservan tres sermones de San León
sobre el "natalis cathedrae", es decir, sobre el aniversario de la instalación del
obispo. Por consiguiente, es natural que desde
épocas muy remotas se haya celbrado la conmemoración de la entronización de San Pedro como obispo de
Roma. De hecho, nuestro calendario conmemora en dos ocasiones, desde hace más
de mil años, la función episcopal de San Pedro. La primera conmemoración se
refiere expresamente al día "en que se sentó por primera vez en la cátedra de Roma";
la otra conmemoración concierne a su ministerio en Antioquía. La
conclusión más generalmente aceptada en la actualidad, después de muchas investigaciones y discusiones, es que originalmente sólo existía una festividad de la
cátedra de San Pedro, que se celebraba el 22 de febrero, y que no tenía ninguna
relación con Antioquía, sino simplemente con el principio del episcopado de San
Pedro en Roma.(1) Por tanto, lo más lógico es dejar para el 22 de febrero la
discusión del complicado problema de la duplicación de la fiesta.
Baste con indicar por el momento que, según algunos arqueólogos,
la reliquia material conocida como "la cátedra de San Pedro", que se conserva
en un relicario de bronce esculpido por Bernini en el altar de la basílica de San
Pedro: en Roma, es un elemento importante del desarrollo histórico de las
dos fiestas. Algunos acentúan el hecho de que San Pablo
(Rom. XVI, 5) envía
saludos a "la iglesia desde la casa de Prisca y Aquila", con lo cual parece hacer
mención de un sitio de reunión de los cristianos de Roma, y arguyen que una
silla tan portátil como lo es la reliquia, podía fácilmente ser un trono episcopal
improvisado en una casa privada. Por consiguiente, la reliquia puede ser "la
primera cátedra ocupada por San Pedro en Roma", aunque después de
algunos años se haya construido una cátedra fija en el sitio de reunión de los cristianos.
En todo caso, es curioso notar que la casa de Prisca
y Aquila parece haberse convertido, con el tiempo, en la actual iglesia de Santa
Prisca en el Aventino, y que la fiesta de la dedicación de esa iglesia se celebraba el 22 de febrero.
Por otra parte, la conmemoración de Santa
Prisca, mártir, se celebra el 18 de enero. Pero es evidente que las pruebas que se basan en fundamentos tan
débiles, se reducen a meras conjeturas. Lo
único que sabemos con certeza es que desde fines del siglo VI,
época de la compilación del llamado Martyrologium
Hieronymianum, el occidente ha celebrado el 18 de enero la fiesta de la cátedra
de San Pedro en Roma.
Ver F. Cabrol, en DAC, vol. m, ce. 76-90; CMH, pp. 45-46, 109; y L. : Christian Worship (1919), pp. 277-280. Ver en este libro la fiesta de San Pe: junio, y la de la cátedra en Antioquía, 22 de febrero.
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Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.
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(1)
En el calendario benedictino, aprobado en 1915, las dos fiestas de la
Cátedra San Pedro han sido fundidas en una sola, que se celebra el 22 de febrero.
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