La fama
de la santidad y milagros de Epifanio le ganó las
simpatías de los débiles emperadores romanos de su
tiempo, así como el favor de los reyes Odoacro y
Teodorico, aunque los intereses de tan grandes y
poderosos señores eran totalmente opuestos. Epifanio
conquistó con su elocuencia y su caridad a los salvajes
bárbaros, obtuvo la vida y la libertad de millares de
cautivos y la abolición de muchas leyes opresivas, así
como la disminución de los elevados impuestos públicos.
Su generosa caridad salvó la vida de muchas gentes castigadas por el hambre, y su celo ayudó a que se
mitigara el torrente de iniquidades en aquellos
agitados tiempos. Epifanio desempeñó una embajada ante
el emperador Antemio, y otra ante el rey Eurico en
Toulouse, con la esperanza de evitar la guerra.
Reconstruyó Pavía, que había sido destruida por
Odoacro, y mitigó el ímpetu de Teodorico en sus
victorias. Epifanio emprendió un viaje a Borgoña para
rescatar a los cautivos de Gondebaldo y Godegisilo, y
murió de fiebre y de frío, a su vuelta a Pavía, a la
edad de cincuenta y ocho años. Su muerte fue la de un mártir
de la caridad. En vida, su rebaño le honraba con una
profusión de nombres de cariño y encomio: "el
pacificador", "la gloria de Italia",
"luz de los obispos", y también "papa",
es decir "padre". Su cuerpo fue trasladado a
Hildesheim, en la Baja Sajonia, el año 963. Brower
opina que sus reliquias se hallan en el ataúd de plata
cercano al altar.
Ver su panegírico en
verso, escrito por su sucesor Ennodio, que pasa por ser
la obra maestra de dicho autor, en Acta Sanctorum, y
en MGH, Auctores Antiquissimi, vol. VII, pp.
84-110. Cf. Analecta Bollandiana, vol. XVII
(1898), pp. 124-127.
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