En los
archivos de Foligno de Etruria, ciudad natal de Santo
Domingo, se afirma que existe la costumbre de invocar su
protección contra los rayos, pero no se indica cuál es
el origen de esta práctica. Tal vez se trata de algún
incidente ocurrido en los primeros años de la vida de
Santo Domingo, ya que los docu mentos sólo hablan de él,
a partir del momento en que tomó el hábito. Domingo
consagró toda su actividad a la fundación de iglesias
y monasterios benedictinos en varias partes de Italia;
en Scandrilia, Soya, Sangro y otras ciudades. Según
parece, en cada nuevo monasterio nombraba a un abad, de
suerte que quedaba libre para recomenzar su tarea en
otro sitio. En los intervalos entre las diferen tes
fundaciones, Santo Domingo se consagraba a la oración,
hasta que Dios le daba a conocer el sitio donde quería
que fundase el próximo monasterio. En medio de esta
vida tan ocupada, el santo encontraba todavía tiempo
para traba jar con las almas, y más de una vez el cielo
ratificó con sorprendentes milagros sus esfuerzos por
la conversión de los pecadores. Un monje llamado Juan,
discí pulo y constante compañero suyo, nos ha dejado
una narración de dichos mila gros, de algunos de los
cuales fue probablemente testigo ocular. Santo Domingo
murió en 1031, a los ochenta años de edad, en Sora de
Campania.
Ver Acta
Sanctorum, enero, vols. II y III; Analecta
Bollandiana, vol. I (1882), pp. 279-322; y A.
Zimmermann, Kalendarium benedictinum, vol. I
(1933), pp. 114-117.
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