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25 de enero
LA CONVERSIÓN
DE SAN PABLO*

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   El Apóstol de los gentiles era un judío de la tribu de Benjamín. Circuncidado al octavo día de su nacimiento, según la ley, recibió el nombre de Saulo; pero como había nacido en Tarso de Cilicia, gozaba de los privilegios de ciudadano romano. Sus padres le enviaron muy joven a Jerusalén, donde Gemaliel, un noble fariseo, le instruyó en la Ley de Moisés. Saulo se convirtió pronto en un observante de la ley tan celoso, que podía apelar aun al testimonio de sus enemigos para probar hasta qué punto su vida se había conformado a las prescripciones legales. El joven discípulo de Gemaliel ingresó también a la secta de los fariseos, que era la más severa. Algunos de sus miembros habían caído en el orgullo, opuesto a la humildad evangélica. Es probable que Saulo haya aprendido desde su juventud el oficio de fabricante de tiendas, que iba a practicar durante su apostolado. Más tarde, sobrepasando a sus compañeros en celo por la ley y las tradiciones judías, que él identificaba entonces con la causa de Dios, Saulo se convirtió en perseguidor y enemigo de Cristo. Fue uno de los que tomaron parte en la lapidación de San Esteban, y San Agustín comenta que al guardar las ropas de quienes apedreaban al mártir, Saulo le había apedreado por manos de todos los demás. Podemos atribuir la conversión de Saulo a las oraciones del mártir por sus enemigos: "Si Esteban no hubiera orado —dice San Agustín—, la Iglesia no habría tenido a San Pablo."

   Como los jefes de los judíos habían visto siempre en Jesucristo a un enemigo de la ley, no tiene nada de extraño que el fariseo Saulo estuviese convencido de que "debía hacer la guerra al nombre de Jesús de Nazaret" y que se hubiese convertido en el terror de los cristianos, ya que se entregó en cuerpo y alma a exterminarles. Lo apasionado de su persecución lo llevó a ofrecerse al sumo sacerdote para ir a Damasco, para arrestar a todos los judíos que confesaran a Jesucristo y traerles encadenados a Jerusalén. Pero Dios había decidido mostrar su paciencia y misericordia con Saulo. Se hallaba ya éste cerca de Damasco, cuando una gran luz del cielo brilló sobre él y sus acompañantes. Todos cayeron aturdidos por el suelo, [El relámpago no derribó, sino a Saulo. N. del E.] y Saulo oyó una voz que le decía clara y distintamente: "Saulo, Sualo, ¿por qué me persigues?" Y él respondió: "¿Quién eres, Señor?" Cristo le dijo: "Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Es difícil dar coces contra el aguijón." (Esto último equivalía a decirle: Persiguiendo a mi Iglesia no consigues más que hacerte daño a ti mismo). Temblando de asombro, Saulo preguntó: "Señor, ¿qué quieres que haga?" Cristo le ordenó que prosiguiera su camino hacia Damasco, donde le mostraría su voluntad.

   Al levantarse, Saulo cayó en la cuenta de que si bien tenía los ojos abiertos, no podía ver. Entró a Damasco llevado por la mano de un niño, y se alojó en la casa de un judío llamado Judas, donde permaneció tres días, ciego y sin comer ni beber.

   Había en Damasco un cristiano muy respetado por su vida y virtudes, llamado Ananías. Cristo se le apareció y le mandó ir al encuentro de Saulo, quien estaba en oración en casa de Judas. Al oír el nombre de Saulo, Ananías se echó a temblar, pues no desconocía los estragos que había causado en Jerusalén, ni el motivo que le había llevado a Damasco. Pero el Salvador le tranquilizó y le repitió la orden de ir al encuentro de Saulo, diciéndole: "Ve a buscarle, porque es un vaso de elección llamado a predicar mi nombre entre los gentiles, y los reyes, y los hijos de Israel, y yo voy a mostrarle cuánto tiene que sufrir por mi nombre."

   Entre tanto, Saulo había tenido la visión de un hombre que le imponía las manos y le devolvía la vista.

   Ananías obedeció y fue en busca de Saulo. Poniendo las manos sobre él le dijo: "Saulo, hermano; el Señor Jesús, que se te apareció en tu viaje, me ha enviado a ti para curarte y para que seas lleno del Espíritu Santo." Al punto cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Ananías prosiguió: "El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad y veas al Justo y oigas su palabra, y para que des testimonio ante todos los hombres de cuanto has visto y oído. ¿Qué esperas? Levántate, recibe el bautismo que te lavará de tus pecados e invoca el nombre del Señor." Saulo se levantó recibió el bautismo y comió. Permaneció algunos días con los cristianos de Damasco, e inmediatamente después, empezó a predicar en las sinagogas al Hijo de Dios, con gran asombro de sus oyentes, que decían: "¿No es éste el que perseguía en Jerusalén a todos los que invocan el nombre de Jesús, y el que vino a Damasco para hacerles prisioneros?" Así, el antiguo perseguidor blasfemo se convirtió en apóstol y fue elegido por Dios, como uno de sus principales instrumentos para la conversión del mundo.

   San Pablo no podía recordar su conversión, sin sentirse lleno de agradecimiento y sin alabar la misericordia divina. Al agradecer a Dios este milagro de su gracia y al proponer a los arrepentidos este modelo de perfecta conversión, la Iglesia celebra una fiesta que durante algún tiempo fue de obligación en casi todo el occidente.

   Es difícil determinar por qué la conversión de San Pablo se celebra en este día. El texto primitivo del Hieronymianum menciona el 25 de febrero como el día, no de la conversión, sino de la translación de San Pablo. Difícilmente podría tratarse de otra translación que la de sus reliquias a su basílica, después de casi un siglo de haber estado en el sepulcro "ad Catacumbas." Pero esta conmemoración de San Pablo, el 25 de enero no parece haber sido una fiesta en Roma. Los sacraméntanos gelasiano y gregoriano no la mencionan en lo absoluto. En cambio, existe una misa propia en el Missale Gothicum, y los martirologios de Gellone y Rheinau hacen referencia a esta festividad. Algunos textos, como el Hieronymianum de Berna, conservan huellas del cambio de "translación" por "conversión." El calendario inglés de San Wilibrordo, anterior al año 717, dice textualmente: "Conversio Pauli in Damasco"; y los martirologios de Oengus y Tallaght (ambos de principios del siglo IX) hablan de su bautismo y conversión.

   Ver Hechos de los Apóstoles, cc. IX, XXII, y XXVI. Sobre la traslación de los restos de San Pablo, ver De Waal, en Romische Quartalschrift, (1901), pp. 224 ss., y Styger, Il monumento apostólico della Via Appia (1917). Por lo que toca a la fiesta, ver Christian Worship (1919), p. 281, donde Mons. Duchesne hace notar que la misa del domingo de sexagésima es en honor de San Pablo. Cf CMH., pp. 61-62, y Analecta Bollandiana, vol. XLV (1927), pp. 306-307.   

  • * Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.

SANTORAL DE ENERO

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