Después
de haber pasado muchos años en una ermita, San Apolo,
que tenía entonces cerca de ochenta años, fundó y
gobernó una comunidad de monjes en las cercanías de
Hermópolis.Su hábito era blanco, de tela áspera;
comulgaban diariamente, y el venerable abad les hacía
también a diario una exhortación para su provecho
espiritual. En tales exhortaciones, insistía
frecuentemente en los males de la tristeza y la melancolía,
diciendo que la alegría del corazón debía mezclarse a
las lágrimas de penitencia, por ser un fruto de la
caridad y un requisito necesario para mantener el espíritu
de fervor. Los extraños reconocían al abad por la
alegría que se reflejaba en su rostro. San Apolo rogaba
constantemente a Dios para que no permitiera que fuese
presa de los sutiles engaños del orgullo. Se cuenta que
en una ocasión en que había liberado a un poseso, el
demonio gritó que no podía resistir a la humildad del
santo. Se cuentan muchos milagros de San Apolo. Tal vez
el más notable fue una multiplicación continua de
panes, con los que alimentó, durante cuatro meses de
carestía, no sólo a sus propios monjes, sino a toda la
población. En sus últimos días, cuando tenía ya más
de noventa años, San Apolo recibió la visita de San
Petronio, quien fue nombrado posteriormente, en 393,
obispo de Bolonia.
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