San Pedro Tomás es una curiosa combinación de
vocación religiosa y vida diplomática. Nació en 1305, de
humilde linaje en la aldea de Salles, al sudoeste de
Francia. A temprana edad entró en contacto con los
carmelitas, quienes le recibieron gozosamente en el noviciado
de Condom. En 1342, Pedro fue hecho procurador general de
la orden. Este nombramiento le llevó a vivir en
Aviñón que era
entonces la residencia de los Papas, e indica que el
santo tenía todas las cualidades de un hombre de negocios,
no obstante sus elevados ideales de santidad. Su notable
elocuencia le dio pronto a conocer; se
encomendó a
él la oración fúnebre para Clemente VI. Se puede decir
que, partir de ese momento, aunque el santo conservó su sencillez de monje,
consagró la vida a las negociaciones, como representante de la Santa Sede. Seria
impoible describir aquí las complicadas circunstancias políticas que
solicitaron su intervención; baste con decir que fue legado papal en negociaciones con
Génova, Milán y Venecia. En 1354, fue consagrado obispo y representó al
al Papa en Milán, durante las ceremonias de la coronación del emperador Carlos IV
como rey de Italia. De ahí pasó a Serbia y, más tarde, se le confió la misión de
allanar las dificultades surgidas entre Venecia y Hungría. En un viaje a
Constantinopla recibió la orden de hacer un nuevo esfuerzo para obtener la
reconciliación entre la Iglesia bizantina y la occidental.
Lo más sorprendente, por lo menos en nuestra
época, es que Incencio VI y Urbano V parecen haber puesto a Pedro Tomás al mando de expediciones
de carácter claramente militar. En 1359, fue enviado a Constantinopla con un contingente de tropas y una buena cantidad de dinero, como "Legado a la Iglesia de Oriente"; en 1365, fue de nuevo puesto, prácticamente,
al mando de las fuerzas lanzadas al ataque de la infiel Alejandría. Esta expedición
terminó desastrosamente. El legado papal fue alcanzado por varias flechas en el
asalto. Tres meses después (6 de enero de 1366), murió en Chipre y como se
dijo que la muerte le sobrevino como consecuencia de las heridas, se le
honró como a un mártir.
Es probable que una de las razones por las que los Papas
confiaron a San Pedro Tomás tantas misiones diplomáticas, haya sido su sentido de la
economía ya que la tesorería papal atravesaba entonces momentos muy críticos y
el santo evitaba toda pompa y ostentación innecesarias. Por su parte hubiese
deseado viajar del modo más humilde, y no hurtaba el cuerpo a las grandes
austeridades que tales expediciones imponían, aun a los hombres más recios. Tampoco
hemos de olvidar que, si bien sus biógrafos escriben en el tono poco
crítico de un panegírico, todos están de acuerdo en proclamar su deseo de
evangelizar a los pobres, su espíritu de oración y la confianza que su santidad
inspiraba a todos. La biografía de Mézieres, que es nuestra fuente principal, no
ofrece muchos detalles de tipo más
íntimo; pero el mejor tributo a la impresión
que el santo obispo producía en sus contemporáneos, consiste precisamente en el que Felipe Mézieres, que era un devoto cristiano y un eminente
político, haya podido hablar de su amigo en términos tan elogiosos y
desprovistos de toda envidia. Un decreto de la Santa Sede, de 1608, concedió a los
carmelitas celebrar la fiesta de San Pedro Tomás, obispo y mártir; pero no
ha habido hasta ahora canonización formal.
Ver Acta
Sanctorum, 29 de enero; P. Daniel, Vita S.
Petri Thomae (1666); Parraud, Vie de St Fierre
Thomas (1859); B. J. Smet, en The Life... tomada
de la biografía del P. de Mézieres (1954).