Ciro era
un médico de Alejandría a quien el ejercicio de su
profesión había dado múltiples ocasiones de atraer a
los paganos a la fe de Jesucristo. Juan, que era árabe,
al saber que una dama llamada Anastasia y sus tres hijas
eran torturadas en Canopo de Egipto, por el nombre de
Cristo, fue a dicha ciudad para animarlas a sufrir,
acompañado de Ciro. Ambos fueron aprehendidos y
cruelmente golpeados; los verdugos les quemaron los
costados con antorchas encendidas y echaron sal sobre
sus heridas, en presencia de Anastasia y sus hijas,
quienes fueron también torturadas. Finalmente, las
cuatro mujeres fueron decapitadas, mientras que a Ciro y
Juan se les cortó la cabeza, algunos días más tarde,
el 31 de enero. Las Iglesias siria, egipcia, griega y
latina veneran la memoria de los mártires.
Sobre
estos santos que, al igual que Cosme y Damián, fueron
venerados en Grecia como médicos que no cobraban
honorarios, existe abun dante literatura. Entre ella,
sobresalen tres breves discursos de San Cirilo de
Alejandría y un panegírico de San Sofronio, patriarca
de Jerusalén (638). En dicho panegírico, se encuentran
algunos datos sobre una práctica semejante a la
incubación, tan común en los templos de Esculapio. La
autoridad de los escritos de San Sofronio, que había
sido curado en el santuario de los mártires Ciro y
Juan, descansa en parte sobre las citas que se hallan en
los documentos del segundo Concilio de Nicea, en 787.
San Cirilo narra un hecho interesante: para acabar con
los ritos supersticiosos de Isis que sobrevivían todavía
en Me nuthi de Egipto a principios del siglo V, el mejor
medio que encontró San Cirilo fue trasladar a dicha
ciudad las reliquias de los santos Ciro y Juan. El gran
santuario que fue construido en Menuthi se convirtió en
un famoso sitio de peregrinación. El nombre actual de
la ciudad es Abukir, célebre por la victoria del
almirante Nelson en 1798 y por el desembarco de Sir
Ralph Abercrombie en 1801. Abukir es un nombre derivado
de Ciro, el primero de nuestros mártires. Por extraño
que parezca, en los alrededores de Roma existe la pequeña
iglesia de Santa Passera, nombre que también proviene
de una transformación del de San Ciro: Abbáciro, Pácero,
Passera.
Ver
P. Sinthem, en Romische Quartalschrilt, vol. XXII
(1908), pp. 196-239; H. Delehaye, en Analecta
Bollandiana, vol. XXX (1911), pp. 448-450, y Legendes
of the Saints (1907), pp. 152 ss.; P. Peeters, en Analecta
Bollandiana, vol. XXV (1906), pp. 233.240; y BHG.,
pp. 33-34. Los discursos de San Cirilo se hallan en
Migne, PG., vol. LXXVII, c. 1110; ahí mismo se
encuentra también el relato de San Sofronio, cc. 33-79.
|