Pionio fue un presbítero de
Esmirna y un genuino heredero del espíritu de San Policarpo. Hombre elocuente e
ilustrado, convirtió a muchísimos a la verdadera fe. Durante la persecución
de Decio (¿o de Marco Aurelio?), fue aprehendido, junto con Sabina y Asclepíades,
al estar celebrando el aniversario de la fiesta del martirio
de San Policarpo. Pionio fue prevenido en un sueño de su inminente destino. En
la mañana, cuando los cristianos estaban tomando el "pan santo"
(probablemente la eulogia bendecida y distribuida en la misa) con
agua, fueron sorprendidos y apresados por Polemón,
el sacerdote principal del templo. Durante largos interrogatorios, resistieron
todas las solicitaciones para que ofrecieran sacrificios, y manifestaron que
estaban prestos a sufrir los peores tormentos y aun la muerte, antes que ceder;
declararon que adoraban a un solo Dios y que
pertenecían a la Iglesia Católica. Cuando le preguntaron a Asclepíades a cuál
Dios adoraba, respondió "a Jesucristo."
Polemón dijo: ¿"es ese otro Dios?" Asclepíades, respondió:
"No; es el mismo Dios a quien acaban de confesar,"
clara declaración en esta época primitiva de la consubstancialidad de Dios
Hijo. Sabina sonrió al oír las amenazas de que serían todos quemados
vivos. Los paganos dijeron: "¿sonríes? Entonces serás enviada a los
lupanares públicos." Ella contestó:
"Allí Dios me protegerá."
Fueron encarcelados y pidieron que los pusieran en el
calabozo menos accesible para poder orar con más
libertad. Por la fuerza fueron arrastrados al templo y se hubo que utilizar la
violencia para obligarlos a ofrecer sacrificios. Resistieron con todas
sus fuerzas, al grado de que, como las actas del martirio relatan "se
necesitaron seis hombres para subyugar a Pionio." Cuando
les colocaron guirnaldas en la cabeza, los mártires se las arrancaron; y el
sacerdote que tenía la obligación de llevarles el manjar sacrificial tuvo
miedo de acercárseles. Su constancia reparó
el escándalo causado por Eudemón, obispo de Esmirna, que había
apostatado y ofrecido sacrificios. Cuando el procónsul
Quintiliano llegó a Esmirna, hizo que pusieran a Pionio en el potro y
que su cuerpo fuera desgarrado con garfios, y luego
lo condenó a la muerte. La sentencia se leyó en latín: "Pionio
confiesa ser cristiano, y ordenamos que se le queme vivo."
Con ardorosa fe, Pionio fue el primero en apresurarse para ir
al estadio (campo público de carreras), y ahí se
despojó de sus vestiduras. Su cuerpo no mostraba
ninguna señal de la reciente tortura. Subió a la tarima de madera, dejó que
el soldado fijara los clavos, cuando estuvo bien sujeto, el oficial que
presidía dijo: "todavía puedes
reflexionar y arrepentirte y se te quitarán
los clavos." Pero él contestó que su
deseo era morir pronto para que más pronto pudiera resucitar de nuevo.
De pie y mirando hacia el oriente, mientras amontonaban
a su alrededor la leña, Pionio cerró los ojos, de modo que la gente creyó que
se había desmayado. Sin embargo, estaba rezando en silencio, y una vez que llegó
al fin de su oración, abrió los ojos y dijo "Amén," con el
rostro radiante, mientras las llamas se elevaban a su alrededor. Por fin
con las palabras-"Señor, recibe mi alma,"
entregó su espíritu, tranquilamente y sin dolor, al Padre que ha prometido
guardar a toda alma injustamente condenada. Todo lo anterior parece el relato de
un testigo ocular, quien añade que, cuando el fuego se apagó, "los que
estábamos allí cerca vimos su cuerpo como si fuera el de un robusto
atleta; ni los cabellos, ni las mejillas estaban chamuscados, y su rostro resplandecía
asombrosamente."
Eusebio cita las actas del martirio, que se suponen escritas
por un testigo de vistas y han sido
publicadas por Ruinart, quien las tomó del latín; pero también existe un
texto griego que probablemente es el original. Lightfoot dice de ellas,
"estas actas tienen todas las pruebas de la autenticidad,"
y Delehaye, que discute la cuestión
con bastante extensión en Les
Passions des Martyrs... (1921),
pp. 27-59, está de acuerdo en todo. El texto griego de las Actas puede consultarse en O. von Gebhardt, Acta martyrum
selecta pp. 96-114. La mayor parte puede encontrarse excelentemente
traducida al inglés en la obra de J. A. F. Gregg The
Decían Persecution, pp. 249-261. Para la cuestión
de la fecha, Cf. H. Grégoire en Analecta Bollandiana, vol.
LXIX (1951), pp. 1 y ss.
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