Antonio Manzi, o Manzoni, nació
en Padua, de una familia distinguida. Su padre murió cuando él todavía era
muy joven y le dejó considerables riquezas. El heredero las distribuyó
inmediatamente entre los pobres. Y su actitud fue severamente censurada por sus
parientes y amigos, quienes le acusaron de haber dilapidado un dinero que
pertenecía, por derecho, a sus dos hermanas. Por esta causa, Antonio tuvo que
sufrir ser insultado y denigrado a voz en cuello, por las calles. Pero él.
decidido a abrazar la pobreza, vistió el traje de peregrino y dejó Padua,
caminando sin rumbo hasta llegar a Bazano, cerca de Bolonia, donde encontró a
un anciano sacerdote enfermo a quien atendió durante tres años, por amor a
Dios. Los dos vivían de las limosnas que Antonio solicitaba, de las que sólo
tomaban lo indispensable para su sustento y daban todo el resto a otros pobres.
Antonio ayunó durante toda su vida; se sometía a severas
disciplinas: usaba cilicio y dormía siempre en el suelo, con una piedra por
almohada. Después de su permanencia en Bazano, anduvo errante. Hizo
peregrinaciones a Roma, a Loreto, a Compostela, a Colonia y a Jerusalén.
Finalmente regresó a su ciudad natal, donde fue mal recibido hasta por sus
hermanas, que eran monjas. Despreciado por todos, Antonio se construyó una
vivienda en la columnata de una iglesia, fuera de las murallas de Padua, y, poco
tiempo después, murió en su pobre casa. Cuando en su tumba comenzaron a
obrarse milagros, los paduanos pidieron su canonización; pero el Papa respondió
que bastaba a la ciudad de Padua con tener "un San Antonio". Sin
embargo, parece que el culto a Antonio el Peregrino persistió y su fiesta se
celebra en Padua.
El
relato más digno de confianza del Beato Antonio y sus milagros es el publicado
en la Analecta Bollandiana, vol. XIII (1894), pp. 417425. G/., también
ib., vol. XIV, pp. 108 ss., y el Acta Sanctorum, febrero, vol., l.
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