Enrique Morse nació en 1595, en
la región de Anglia Oriental, y fue educado en la fe protestante de sus padres,
que pertenecían a la estricta nobleza rural. Cuando estudiaba derecho en
Londres, decidió convertirse al catolicismo y, a la edad de veintitrés años,
huyó de Inglaterra para refugiarse en Francia, donde recibió el bautismo en la
Iglesia de Douay. Ahí mismo inició sus estudios, decidido a abrazar el
sacerdocio, y los concluyó en el Venerabile de Roma, donde recibió la ordenación.
En 1624, regresó a Inglaterra y, poco después de haber
desembarcado en Newcastle, fue arrestado y encarcelado en el castillo de York,
antes de salir de Roma, había obtenido el consentimiento del Padre General de
la Compañía de Jesús para gestionar su admisión en la orden de los jesuitas
en Inglaterra, y, como por un designio de la Providencia, en la prisión de York
se encontró como compañero de celda al sacerdote jesuita, John Robinson, de
manera que, durante los tres años que estuvo encarcelado, Enrique Morse hizo su
noviciado. Gracias a la solicitud del P. Robinson, ahí mismo, en la celda,
pronunció los votos simples. Poco después, Enrique fue puesto en libertad y
desterrado a Flades, donde actuó como capellán y misionero, entre los soldados
ingleses que servían allá al rey de España.
A fines de 1633, el P. Morse regresó clandestinamente a Inglaterra
y, con el nombre falso de Cuthbert Claxton, ejerció su ministerio en Londres.
Muy pronto tuvo ocasión de desplegar una benéfica actividad, durante la
epidemia: de peste que azotó a la ciudad entre 1636 y 1637. El P. Morse tenía
una lista, de cuatrocientas familias católicas y protestantes, afectadas por el
mal, a quienes visitaba regularmente, llevándoles ayuda material y
espiritual. Su abnegada
caridad produjo una impresión tan profunda que, en menos de un año, cien de
aquellas familias anglicanas se reconciliaron con la Iglesia Católica.
Ponía tanto entusiasmo nuestro beato en el
desempeño de su misericordiosa
tarea, que por tres veces contrajo la peste y otras tantas se recuperó para
volver a la brega, hasta que sus superiores le amonestaron, indicándole que
debería moderar su celo. Fue por entonces, precisamente, cuando las autoridades
descubrieron la identidad del P. Morse y lo aprehendieron de nuevo, acusándolo
de ser sacerdote y de haber "pervertido a unos quinientos súbditos
protestantes de Su Majestad, dentro y fuera de la parroquia de San Gil de los
Campos, en Londres". El acusado se declaró culpable del primer cargo, pero
no así del segundo y, por fortuna, antes de que se pronunciara la sentencia,
intervino en su favor la reina Enriqueta María, y el P. Morse fue puesto en
libertad bajo fianza de 10,000 florines. Poco después, al emitirse la proclama
real que imponía un plazo con límite hasta el 7 de abril de 1641, para que
todos los sacerdotes católicos abandonaran el país, Enrique Morse se sintió
obligado a partir para no comprometer a sus fiadores y así, de nueva cuenta,
emprendió su labor misionera entre las tropas inglesas en Flandes.
Dos años más tarde, en 1643, partió de Gante hacia
Inglaterra y, durante
(dieciocho meses consiguió burlar la vigilancia y desempeñar su
ministerio en el norte del país, hasta que fue aprehendido por sospechas,
mientras visitaba a un enfermo en los límites de Cumberland. De ahí fue
conducido a Durham, pero en el camino, cuando pernoctaban en la casa de uno de
sus captores, la esposa de éste, que era católica, ayudó a escapar al P.
Morse. Poco le duró la libertad, porque seis semanas después volvieron a
arrestarle, y luego de permanecer algún tiempo en la carcel de Durham, fue
trasladado, con escolta, a la de Newcastle, en Londres. Allí debió comparecer
ante el Tribunal Mayor para ser juzgado como criminal reincidente, fue condenado
a muerte sin apelación en vista de que había vuelto a cometer el delito por el
que se le había juzgado nueve años antes.
El día señalado para la ejecución, el P. Morse celebró en la
celda la misa votiva de la Santísima Trinidad, antes de que le condujeran en la
fatídica carreta al cadalso de la plaza de Tyburn. Ahí, mezclados a la
acostumbrada muchedumbre de curiosos, se hallaban los embajadores de países católicos,
como Francia, España y Portugal, con sus séquitos correspondientes, para
rendir homenaje al mártir. Este, colocado ya bajo la horca y con la cuerda al
cuello, habló a los presentes con voz serena, afirmando que moría por su
religión y tan sólo por haber trabajado siempre por el bienestar de sus
conciudadanos, negando rotundamente que hubiera organizado o participado en
conspiración alguna contra el rey, como aseguraban sus acusadores. Después oró
en voz alta por la salvación de su alma, por la de sus perseguidores y por el
Reino de Inglaterra; en seguida, hizo la indicación de que estaba listo. Rápidamente
fue retirada la carreta y el P. Enrique Morse, S. J., quedó pendiente de la
cuerda. Murió ahorcado el 1º de febrero de 1645.
Entre las diversas reliquias de mártires ingleses que reunió el
embajador de España, conde de Egmont, para sacarlas al extranjero, donde habrían
de ser debidamente veneradas, figuraban especialmente las del Beato Enrique
Morse.
El mismo año en que el P. Morse
fue ejecutado, se publicó en Amberes un volumen titulado Certamen Triplex, con
un relato de su vida y de su muerte, junto a las biografías del Beato Thomas
Holland y el Beato Ralph Corby. El autor del Íibro era el P. Ambrosio Corby,
hermano del beato citado en último término. El escrito fue reimpreso en Munich
al año siguiente y, una traducción al inglés, titulada The Threefold
Conflict, apareció en Londres en 1858. De este relato se vale Challoner en
MMP. Véase también REPSJ., vol. l. La lista de las reliquias obtenidas por
Egmont, figura en la obra de Camm titulada Forgotten Shrines (1910).
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