El 10 de agosto de 1805, las
reliquias de la santa fueron llevadas a Mugnano, una ciudad de la colina cerca
de Nápoles y al hogar de Canon de Lucia. Milagros continuos de todo tipo
acompañaron este traslado. El día antes de su llegada, con las oraciones de
los habitantes, una lluvia abundante restableció los campos y los prados de
Mugnano después de una larga sequía.
El señor Miguel Ulpicella,
abogado, que no había podido dejar su habitación durante seis semanas, tuvo
las reliquias y luego volvió completamente sano a su hogar. Una señora de
posición tenía una úlcera cancerosa y su mano requería de una operación.
Le llevaron la reliquia de la Santa, y por la tarde se la puso en la herida. A
la mañana siguiente que debía ir a cirugía para ser operada, se encontró
con que la herida había desaparecido.
El relicario de Santa Filomena en
Mugnano se convirtió en la escena de los prodigios más maravillosos. Entre éstos
estaba la curación de Pauline Jaricot, conocido como el «gran milagro de
Mugnano», que el Papa Gregorio XVI declaró milagro de primera clase y luego
de una larga y madura deliberación, la Iglesia aprobó formalmente del
culto a Santa Filomena. En su decreto, el Papa llamó a la Santa «la
milagrosa (obradora de maravillas) del siglo XIX». Este título, como millares
atestiguan, no son menos en nuestros días, porque sus milagros son tan
numerosos y tan brillantes como siempre.
EL GRAN MILAGRO DE MUGNANO
Pauline
Jaricot era la hija favorita de unos aristocráticos franceses. Era muy
bella y tenía una atractiva personalidad. No obstante todos los atractivos
placeres y sus halagadores admiradores, el corazón de Pauline
se movía más hacia las cosas del espíritu que las cosas del mundo, aunque la
lucha entre las cosas de Dios y las del mundo era fiera. La gracia triunfó y Pauline
va a ser recordada por siempre como la fundadora de la Sociedad para la
Propagación de la Fe y el Rosario Viviente.
Aunque Pauline
había sufrido anteriormente de la enfermedad que fue la causa de su cura, fue
en marzo de 1835, que la enfermedad enseñó signos de gravedad. Esta
enfermedad afectaba su corazón, en la proporción en que incrementaba, las
palpitaciones se volvían tan violentas que se podían oír a cierta distancia.
Un pequeño movimiento o cambio de posición era suficiente para que la sangre
corriera violentamente a su corazón, que casi se sofocaba. Su respiración
parecía parar y su pulso se volvía imperceptible. Drásticos remedios se le
tenían que aplicar para restaurarla.
Durante varios años de tortura, solo tenía
pequeños intervalos de alivio. Uno de ellos ocurrió después de hacer una
novena a Santa Filomena después de saber de su gran poder con Dios. Tan solo
de mencionar el nombre de la santa, ella experimentaba un gozo y un deseo de
visitarla en su Santuario. Pero eso parecía un imposible ya que este quedaba a
una gran distancia de Francia.
Actuando bajo una inspiración, y después de
saber de su doctor la información de su estado, el cual era tan grave que nada
importaba de una forma o otra, ella intentó un viaje al Santuario del Corazón
de Jesús en Paray le Monial. Sobrevivió la jornada y se dijo a si misma:
"Si no me mató este viaje, iré a Roma a obtener la bendición del Santo
Padre", lo cual era la ambición de su vida.
Ir a Roma significaba viajar a través de los
Alpes, a través de caminos abandonados; largo y peligroso viaje, aun para las
personas en buen estado de salud. Pero Pauline se puso en camino. El dolor que
soportó era intolerable. En Cambery, su valor se acababa y casi se resigna a
morir lejos de su casa y del Vicario de Cristo. Estuvo inconsciente por dos días.
Los alumnos de la escuela del convento de su pueblo hicieron una novena a Santa
Filomena por su recuperación, al final de la misma pudo seguir su viaje.
Pauline sufrió una recaída en Loreto, Italia.
Después de unos días continuó su viaje. Llegó a Roma casi inconsciente. Las
Hermanas del Sagrado Corazón la recibieron con gran amabilidad, su estado era
tal que le era imposible dejar el Convento. Parecía que después de tanta
dificultad no iba a poder ver al Santo Padre.
Pero la Santa Madre de Dios y Santa Filomena no
la abandonaron. Su llegada a Roma fue informada al Santo Padre, el Papa
Gregorio XVI, que al saber de su estado decidió ir en persona a ver a esta
joven mujer que tanto había hecho por la Santa Iglesia. Esto era un honor y
una consolación para Pauline.
El Santo Padre fue amable y le agradeció repetidamente su trabajo a favor de
la Iglesia Católica, y la bendijo una y otra vez. Le pidió que orara por él
cuando llegara al cielo y esta se lo prometió. Entonces ella le preguntó: ¿Santo
Padre, si yo vuelvo bien de mi visita a Mugnano, y voy a pie al Vaticano, usted
su Santidad se dignaría en proceder sin demoras con la investigación final en
la Causa de Santa Filomena?
Si mi hija, replicó el Papa, porque eso sería
un milagro de primera clase. Nadie pensaba que ella volvería, debido al estado
tan precario de salud.
Era en Agosto y el clima estaba extremadamente
caliente. Viajaban de noche para evitar el gran calor del día. Llegaron a
Mugnano un día antes de la fiesta de Santa Filomena. Inmensas multitudes se
habían reunido para celebrar la fiesta.
La mañana siguiente, Pauline
recibió la Santa Comunión, cerca de las reliquias. Sufría unos dolores
inmensos en todo su cuerpo y su corazón latía tan violentamente que se desmayó.
Las personas pensaron que se había muerto. Los que estaban con ella trataron
de sacarla de la iglesia, pero recobró el conocimiento e hizo una señal de
que la dejaran cerca de las reliquias. De repente un torrente de lágrimas
vinieron a sus ojos, el color volvió a sus mejillas, un brillo saludable
sobrevino a sus entumecidos miembros. Su alma estaba llena de un gozo
celestial, y pensó que dejaba este mundo para irse al cielo. Pero no era la
muerte. Santa Filomena la había sanado. Todavía iba a vivir muchos años para
Dios y su Iglesia.
Pauline
cuando estuvo segura de su curación, permaneció en silencio por un tiempo.
Pero la Superiora del Convento al ver lo que estaba pasando, ordenó que
sonaran las campanas para anunciar el milagro. El pueblo lleno de gozo gritaba
"Viva Santa Filomena"
En acción de gracias, Pauline
se quedó unos días más. Cuando se fue, llevaba consigo una reliquia grande
de Santa Filomena, cubierta en una estatua de la Santa.
Pauline
no le había informado al Santo Padre de su curación. Todos en el Vaticano al
oír la historia, estaban sorprendidos, sobretodo el Papa cuando la vio ante él
en perfecta salud. Su Santidad no lo hubiera creído de no haberlo visto con
sus propios ojos. A la petición de Pauline,
él le concedió el privilegio de construir una Capilla en honor de Santa
Filomena.
Para poder investigar el milagro, el Papa ordenó
a Pauline
que se quedara un año entero en Roma. Durante ese tiempo Pauline
obtuvo del Santo Padre muchos privilegios para el "Rosario Viviente".
Al final del año regresó a Francia.
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