Hace
cincuenta años, alrededor de las tres de la mañana del 9 de octubre
de 1958, Su Santidad, el Papa Pío XII, exhalaba su último suspiro en
Roma. En ese momento, la mayoría de los
católicos veíamos esto simplemente como la muerte de otro Papa, que,
aunque lamentable, iba a seguir pronto otro, y todo seguiría bien.
Los
últimos cincuenta años nos han probado fuera de toda duda que ese no
fue el caso. Primero, todo parecía ir según lo acostumbrado. El
fallecido Papa tuvo un solemne funeral, y el comienzo del cónclave
para elegir a su sucesor se fijó para el 25 de octubre.
FUNERALES DE PÍO
XII
En
este cónclave ocurrió algo inusual: al día siguiente de comenzar, a
las 6 de la tarde, se vio salir por la chimenea la famosa “fumata
blanca”. La Radio Vaticana anunció que no había ninguna duda de que
un nuevo Papa había sido elegido, ya que el humo blanco había sido
visible durante cinco minutos. No obstante, ningún Papa apareció en
el balcón, y el humo se tornó gris y luego negro.
A causa de esta
confusión, muchos piensan que la final elección de Roncalli,
conocido como Juan XXIII, fue precedida de una elección para el
Pontificado Supremo de otro cardenal, un hombre cuya legítima y
libre aceptación para ocupar la Silla de Pedro fue luego suprimida
inválidamente, lanzando a la Iglesia al “eclipse” anunciado por
Nuestra Señora de LaSalette, reemplazándola por una anti-iglesia que
todavía tiene el control del Vaticano.
Si este hubiera
sido cualquier otro cónclave, nadie hubiera tejido conjeturas, y
seguramente se hubiesa dado alguna explicación razonable para
justificar la primitiva aparición del humo blanco, pero para algunos
es mucha coincidencia que justamente haya pasado en este cónclave
que cambió tan dramáticamente todo, que no hay dudas de que a
partir de él se creó una “Nueva Iglesia”. El echo de que Roncalli
tomara el nombre de un Antipapa del siglo XV, ya indicaba lo que
estaba por venir. No obstante, en aquel momento no nos podíamos
imaginar la tragedia que nos iba a tocar vivir.