BREVE EXAMEN CRITICO
DEL NUEVO ORDO DE LA MISA

(Puntos Principales)

II

   Comencemos por la definición de la Misa que se presenta al § 7, es decir al principio del segundo capítulo del "Nuevo Ordo": "La Cena del Señor o Misa es la asamblea del pueblo de Dios reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor"...

   La definición de la Misa es pues limitada a la de "cena", lo que luego continuamente se repite (N° 8, 48, SSd, 56) Tal "cena" es, además, caracterizada por la Asamblea, presidida por el sacerdote, y por el cumplimiento del memorial del Señor, recordando lo que El hizo el Jueves Santo. Todo esto NO IMPLICA: NI LA PRESENCIA REAL, NI LA REALIDAD DEL SACRIFICIO, NI LA SACRAMENTALIDAD DEL SACERDOTE CONSAGRANTE, ni el valor intrínseco del Sacrificio eucarístico independientemente de la presencia de la asamblea. (Nota 3. el Concilio de Trento, en su sesión XXII, sanciona todas estas verdades de fe bajo pena de anatema).

   En una palabra, la definición de la nueva misa no implica NINGUNO de los valores dogmáticos esenciales de la Misa y que, por tanto, constituyen su verdadera definición. Aquí la omisión voluntaria equivale a su "superación"; y luego, al menos en la práctica, a su negación.

   En la segunda parte del mismo párrafo se afirma, agraviando el ya gravísimo equívoco, que vale "eminentemente" para esta asamblea la promesa de Cristo: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos". Tal promesa, que significa solo la presencia ESPIRITUAL de Cristo con su gracia, se pone sobre el mismo plano cualitativo, salvo la mayor intensidad, de aquel SUBSTANCIAL y FÍSICO de la presencia sacramental eucarística.

   Sigue inmediatamente (N" 8) una subdivisión de la misa en liturgia de la palabra y liturgia eucarística, con la afirmación que, en la misa se prepara la mesa de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, para que los fieles sean "instruidos y fortalecidos": asimilación paritaria totalmente ilegítima de las dos partes de la liturgia, como entre dos signos de igual valor simbólico, sobre los cuales volveremos más tarde.

   Hay innumerables denominaciones de la misa en el Nuevo Ordo: todas relativamente aceptables; todas, rechazables si se emplean, como se hace, separadamente y en sentido absoluto. Citamos algunas: "Acción de Cristo y del pueblo de Dios, almuerzo pascual, memorial dcl Señor"...

  Como es hasta demasiado evidente, el acento está puesto obsesivamente sobre la cena y el memorial, en lugar de sobre la RENOVACIÓN  INCRUENTA DEL SACRIFICIO DEL CALVARIO.

   También la fórmula "Memorial de la Pasión y Resurrección del Señor" es inexacta, siendo la Misa el Memorial del solo Sacrificio, que es redentor en sí mismo, mientras que la Resurrección es su fruto subsiguiente.

   Veremos más adelante con que coherencia tales equívocos se repiten y se remachan, en la misma formula cosagratoria, y, en general, en todo el nuevo Ordo.

III

   Y llegamos a la finalidad de la Misa.

   1º)  Finalidad última: Es el sacrificio de alabanza a la Santísima Trinidad, según la explícita declaración de Cristo en la intención primordial de su misma Encarnación (Hebr. 10-5).

   Esta finalidad HA DESAPARECIDO: del Ofertorio (Con la oración: Suscipe, Santa Trinitas); de la conclusión de la Misa (con el: placeat tibi...) y del Prefacio que, en el ciclo dominical, no será ya el de la Santísima Trinidad, reservado ahora para el día de su fiesta y que, por tanto, se pronunciará una sola vez al año.

   2º)  Finalidad ordinaria: Es el sacrificio propiciatorio. También esta ha sido desviada, pues, en lugar de Poner el acento sobre la REMISIÓN DE LOS PECADOS de los vivos y de los muertos, se pone sobre la nutrición y santificación de los presentes (N. 54).  Cierto, Cristo instituyó el Sacramento en la última Cena y se puso en estado de víctima para unirnos a su estado victimal: pero este precede la comida y tiene un valor redentor antecedente y pleno, aplicador de la redención  cruenta y esto es verdad a tal punto que el pueblo que asiste a la Misa no está obligado a la comunión sacramental.

   (Nota 6; Tal traslado de acento es verificable también en sorprendente eliminación, en los tres nuevos cánones, del Memento de los muertos y de la mención del sufrimiento de las almas del purgatorio, a las cuales el Sacrificio satisfactorio se aplicaba).

    3º) Finalidad Inmanente. Cualquiera que sea la naturaleza del sacrificio, es esencial que sea agradable a Dios y aceptable y aceptado por Él. En el estado de pecado original, ningún sacrificio tendría derecho de ser aceptable. El solo sacrificio que tiene derecho a ser aceptado es el de Cristo. En el Nuevo Ordo se desfigura la oferta en una especie de Intercambio de dones entre el hombre y Dios; el hombre trae el pan, y Dios lo cambia en "pan de vida"; el hombre trae el vino y Dios lo cambia en "bebida espiritual". 

   Es superfluo subrayar la indeterminación absoluta de las dos fórmulas "Pan de vida" y "bebida espiritual". que pueden significar cualquier cosa. Volvemos a encontrar aquí el idéntico y capital equívoco de la definición de la Misa; allá Cristo solo espiritualmente presente entre los suyos aquí, pan y vino "espiritual mente" (y no substancialmente) cambiados.

   En la preparación de la ofrenda, se hace un parecido juego de equívocos mediante la supresión de las dos estupendas plegarias. El "Deus quí humanae substanciae..." era un recuerdo de la antigua condición de inocencia del hombre y de su condición actual de redimido por la Sangre de Cristo: recapitulación discreta y rápida de toda la economía del sacrificio, desde Adán hasta el momento presente. La ofrenda final propiciatoria del cáliz, para que subiese "en olor de suavidad" a la faz de la majestad divina, cuya clemencia se imploraba, remachaba admirablemente esta economía. Suprimiendo la continua referencia a Dios en la plegaria eucarística, ya no hay distinción alguna entre sacrificio divino y humano.

   Suprimiendo el trompillón, hay que construir andamios; suprimiendo las finalidades reales, se han de inventar ficticias y siguen los gestos que deberían subrayar la unión entre sacerdote y fieles; la superposición que caerá inmediatamente en ridículo, de las ofrendas para los pobres y para la Iglesia a la  ofrenda de la Hostia para inmolar. La unicidad primordial de ésta se borrará completamente: la participación a la inmolación de la Víctima se convertirá en una reunión de filántropos y en un banquete de beneficencia.

IV

   Pasamos a la esencia de1 Sacrificio.

   El misterio de la Cruz ya no se expresa explícitamente, sino en modo oscuro, velado imperceptible para el puehlo -(nota 9: en neta contradicción Con lo que prescribe el Vaticano II)-  por los motivos siguientes:

   - 1º) El sentido dado en el Nuevo Ordo a la llamada "Prex eucarística" es que "toda la asamblea de los fieles se une con Cristo en la alabanza de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" (N° 54 final).

    ¿De qué sacrificio se trata? ¿Quién es el que ofrece? Ninguna respuesta a estos interrogantes... Se sustituyen, pues, los efectos a LAS CAUSAS, de las cuales no se dice una sola palabra. La mención explícita del final de la ofrenda, que estaba en el "Suscipie", no se Sustituye por nada.

   El cambio de la formulaci6n revela EL CAMBIO DE DOCTRINA.

   - 2º) La causa de esta no-explicación del Sacrificio es, ni más ni menos, la supresión del PAPEL CENTRAL DE LA PRESENCIA REAl, tan evidente antes de la liturgia eucarística. Hay una sola mención -única cita en forma de nota, del Concilio de Trento- , y es la que se refiere a la Presencia Real como alimento. A la Presencia Real y permanente de Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las especies transubstanciadas no se alude jamás. La misma palabra "transubstanciación" se ignora totalmente.

   La supresión de la invocación o la Tercera Persona de la Santísima Trinidad para que descienda sobre las oblatas como antaño descendió al seno de la Virgen para realizar el milagro de la Presencia divina, se inserta en este sistema de negaciones tácitas, de degradaciones en cadena de la Presencia Real.

   Además, la eliminación:

  • de las genuflexiones (solo quedan tres del sacerdote y una, con excepciones, del pueblo en la consagración).

  • de la purificación de los dedos del sacerdote en el cáliz;

  • de la preservación de los mismos dedos de todo contacto profano después de la consagración;

  • de la purificación de los  vasos, que puede ser no inmediata y no hacerse sobre el corporal;

  • de la palia que protege el cáliz;

  • del dorado interno de los vasos sagrados.

  • de la consagración del altar móvil;

  • de la piedra sagrada y de las reliquias en el altar móvil  y debajo de la "mesa" cuando la celebración no tiene lugar en lugar sagrado (la distinción nos lleva derecho las "cenas" eucarísticas en casas privadas);

  • de los tres manteles reducidos a uno solo;

  • de la acción de gracias de rodillas (sustituida por una grotesca acción de gracias de sacerdote y fieles sentados, complemento aberrante de la comunión de pie);

  • de todas las antiguas prescripciones en el caso de caída de la Hostia consagrada, reducidas a un casi sarcástico: "sea tomada con reverencia"

¡TODO ESTO REMACHA EN MODO ULTRAJANTE EL REPUDIO IMPLÍCITO DE LA FE EN EL DOGMA DE LA PRESENCIA REAL!

   - 3º)  La función asignada al altar: el altar es designado casi constantemente como "mesa"... Se precisa que debe ser el centro de la congregación de los fieles, de modo que la atención se vuelva espontáneamente hacia él. Pero la confrontación entre los Nº 262 y 276 parece excluir netamente que el Santísimo Sacramento pueda conservarse sobre este altar. Esto señalará una dicotomía irreparable entre la presencia, en el celebrante, del Sumo y Eterno Sacerdote y aquélla misma Presencia realizada sacramentalmente. ¡Antes, éstas, eran una única presencia!

   Ahora se recomienda conservar e1 Santísimo en un lugar apartado, donde pueda desarrollarse la devoción privada de los fieles, como si se tratase de una reliquia cualquiera; así que entrando en la iglesia ya no será el Tabernáculo que atraerá inmediatamente las miradas, sino una mesa despojada y desnuda.

   En la recomendación insistente de distribuir en la comunión las Especies Consagradas en la misma Misa, o mejor, de consagrar un pan de grandes dimensiones a fin de que el sacerdote pueda compartirlo con, al menos, una parte de los fieles, se afirma la actitud de desprecio hacia toda piedad eucarística fuera de la Misa: otro desgarrón  violento de la fe en la Presencia Real mientras duren las Especies consagradas.

   - 4º) Las fórmulas consagratorias: (Nota del traductor: suprimimos 5 párrafos del "Breve Examen" para abreviar y porque estos interesan más a los sacerdotes que a los fieles, y llegamos a la conclusión del estudio de las nuevas fórmulas consagratorias).

   En resumen: la teoría propuesta para la epiclesis, la modificación de las palabras de la Consagración y de la anamnesis; tienen por efecto modificar el sentido de las palabras de la Consagración. Las fórmulas consagratorias el sacerdote las pronuncia ahora como constituyendo una narración histórica y ya no son anunciadas como expresando un juicio categórico y afirmativo proferido por Aquel en cuya persona él actúa: "Este es mi cuerpo" (y no: "Este es el Cuerpo de Cristo").

   Además, la aclamación, asignada al pueblo inmediatamente después de la Consagración, introduce, disfrazada de escatologismo, la enésima AMBIGÜEDAD sobre la Presencia Real. Se proclama, sin solución de continuidad, la espera de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos precisamente en el momento en que Él está sustancialmente presente sobre el altar ¡como si aquélla (y no esta) fuese la verdadera venida!..

   Llegamos ahora a la realización del Sacrificio. Los cuatro elementos de éste eran, por orden:

  • 1º) Cristo;

  • 2°) el sacerdote;

  • 3°) la Iglesia;

  • 4°) los fieles.

    -1°) En el Nuevo Ordo, la posición atribuida a los fieles es autónoma (absoluta) y, por consiguiente, totalmente falsa... Luego, verdadera presencia de Cristo, pero solo espiritual; y misterio de la Iglesia, pero como pura asamblea que manifiesta y solicita tal presencia.

   Esto se repite en todas partes: el carácter comunitario de la Misa obsesivamente remachado; la distinción inaudita entre "Misa con pueblo" y "Misa sin pueblo"; la definición de la oración universal de los fieles (N° 45) donde se subraya aun otra vez el "oficio sacerdotal" del pueblo presentado en modo equívoco porque se calla su subordinación al sacerdote.

   En la "Prex eucarística III", se dice abiertamente al Señor: "No cesas de reunirte un pueblo para que, de la salida del sol a su ocaso, una oblación pura te sea ofrecida": donde el "para que" hace pensar que el elemento indispensable a la celebración es el pueblo antes que el sacerdote; y porque no se precisa siquiera quien es el que ofrece, el pueblo mismo parece investido de poderes sacerdotales autónomos. A este paso no extrañaría la autorización al pueblo, dentro de algún tiempo, de unirse al sacerdote al pronunciar las fórmulas conagratorias (lo que además parece que ya sucede en algunas partes).

   - 2°) La posición del sacerdote queda minimizada, alterada, falseada. Primero en función del pueblo del cual es caracterizado a lo más como mero presidente o hermano, en lugar de como ministro consagrado que celebra en la persona de Cristo. Después en función de la Iglesia, como un "alguien de pueblo"...

   En el "Confiteor" convertido en colectivo, ya no es juez, testigo e intercesor cerca de Dios; es pues lógico que ya no le sea dado impartir la abso1ución que en efecto ¡ha sido suprimida! El sacerdote ha sido "integrado" a los hermanos. Hasta el monaguillo lo llama así en el Confiteor de la misa "sin el pueblo".

    Ya ni una sola palabra sobre su poder de sacrificador, sobre su acto consagratorio, sobre la realización por su mediación de la Presencia Real. ¡Parece solamente un ministro protestante!

    -3) En fin, la posición de la Iglesia frente a Cristo. En un solo caso, el de la Misa "sin pueblo", se dignan admitir que la misa es "acción de Cristo y de la Iglesia" mientras que en el caso de la Misa con pueblo solo se alude a la finalidad de "hacer memoria de Cristo" y santificar a los presentes...

   Se insertan en este contexto, la gravísima omisión de las cláusulas: "Por N. S. Jesucristo..." garantía de ser escuchada, dada a la Iglesia de todos los tiempos (Jo. 14-13-14); el "pascualismo" obsesivo: como si la comunicación de la gracia no presentase otros aspectos de igual importancia; el escatolojismo dudoso y maníaco en el cual la comunicación de una realidad, gracia, que es permanente, se reduce a la dimensión del tiempo: pueblo en marcha, Iglesia peregrinante, - ya no MILITANTE, fíjense bien, contra el demonio.- hacia un futuro que ya no está vinculado a lo eterno, sino a un verdadero y propio porvenir temporal...

   En el memento de los muertos, éstos ya no han traspasado "con el signo de la fe y duermen el sueño de la paz", sino simplemente "han muerto en la paz de Cristo": a esto se une, con nuevo y patente perjuicio del concepto de unidad y visibilidad, la turba de "todos 1os difuntos cuya fe tú solo has conocido".

   En ninguna de las tres nuevas preces hay, desde luego, la más mínima a alusión, como ya hemos dicho, al estado de sufrimiento de los difuntos; en ninguna la posibilidad de un Memento particular lo que, otra vez, debilita la fe en la naturaleza propiciatoria y redentora del Sacrificio.

     Omisiones desacralizantes envilecen doquiera el Misterio de la Iglesia. Este se desconoce ante todo como jerarquía sagrada: Ángeles y santos quedan reducidos al anonimato en la segunda parte del "Confiteor" colectivo: han desaparecido como testigos jueces, en la persona San Miguel, de la primera parte. Desaparecidas también las diversas Jerarquías Angélicas (y esto es sin precedentes) del nuevo prefacio de la "Prex II".

   Suprimida en el "Comunicantes" la memoria de los Pontífices y de los santos Mártires sobre los que la Iglesia se ha fundado; que han sido, sin duda, los transmisores de las tradiciones apostólicas y las completaron en lo que se convirtió, por San Gregorio, en la Misa Romana.

   Suprimida, en el "Libera Nos", la mención de la beata Virgen, de los Apóstoles y de todos los santos: su intercesión, por consiguiente, no se pide ya ni siquiera en el momento del peligro.

   La unidad de la Iglesia queda comprometida hasta intolerable omisión en todo el Ordo, comprendidas las tres nuevas "Preces" (y con la sola excepción del "Comunicantes" Canon romano) de los nombres de los Apóstoles Pedro y Pablo; fundadores de la Iglesia de Roma, así como de los nombres de los demás Apóstoles, fundamento y signo de la Iglesia única y universal.

   Claro atentado al dogma de la Comunión de los Santos, la supresión, cuando el sacerdote celebra sin ministrante, de todas las salutationes y de la bendición final...

   El doble "Confiteor" mostraba como el sacerdote, en su calidad de ministro de Cristo y con profunda inclinación, reconociéndose indigno de la alta misión que iba a celebrar, y directamente antes de entrar en el Santo de los Santos, invocaba la intercesión de los méritos de los mártires cuyas reliquias encerraba el altar. Ambas plegarias han sido suprimidas. Vale aquí lo que ya dijimos para el doble "Confiteor" y la doble comunión.

   La desacralización se perfecciona gracias a las nuevas, grotescas modalidades de la ofrenda; la alusión al pan en lugar del ázimo; la facultad, dada incluso a los monaguillos, de tocar  los vasos sagrados; la atmósfera inverosímil que se creará en la iglesia, donde alternan sin tregua sacerdote, diácono, subdiácono, salmista, comentarista... lectores (hombres y mujeres), cleros y seglares que acogen a los fieles a la puerta y los acompañan a sus puestos... y en medio de tanto delirio escriturístico, la presencia antiveterotestamentaria, antipaulina, de la "mujer idónea" que, por primera vez en la historia de la Iglesia, quedará autorizada a leer las lecciones y a cumplir también otros ministerios. 

    En fin, la manía concelebratoria que acabará por destruir la piedad eucarística del sacerdote y por ofuscar la figura central de Cristo, único Sacerdote y Víctima, y disolverla en la presencia colectiva de los concelebrantes.

VI

   Nos hemos limitado a un examen sumario del Nuevo Ordo, en sus desviaciones más graves de la teología de la Misa católica. Las observaciones hechas son solo aquellas que tienen un carácter típico. Una valuación completa de las insidias, de los peligros, de los elementos espiritualmente y psicológicamente destructivas que el documento contiene, tanto en los textos como en las rúbricas y en las instrucciones, reclamaría mucho más trabajo.  

    Porque han sido criticados repetida y autorizadamente, en su forma y sustancia, hemos pasado por alto los nuevos cánones de los cuales el segundo ha escandalizado inmediatamente a los fieles a causa de su brevedad. De este se ha podido escribir entre muchas otras cosas que puede celebrarse con completa tranquila de conciencia por un sacerdote que ya no crea ni en la transustanciación, ni en la naturaleza sacrificial de la misa, y que por lo tanto, se prestaría muy bien a la celebración de parte de un ministro protestante...

   La "Constitución Apostólica" misma da el golpe de gracia a la lengua universal, el latín (contrastando con la voluntad expresada en el Concilio Vaticano II). La muerte del latín se da pues por descontada; sin embargo, el Concilio la reconoció como "la lengua propia de la liturgia romana"; la muerte del canto gregoriano se deduce lógicamente ...

   El nuevo rito se considera, pues, desde un principio, como pluralista y experimental, ligado al tiempo y al lugar. Rota de este modo la unidad de culto: ¿en que consistirá de ahora en adelante aquélla unidad de fe que originaba y de la cual siempre se habla como de la sustancia que se debe defender sin compromisos?

   Es evidente que el Nuevo Ordo no quiere representar la  fe de Trento. No obstante, a esta fe queda vinculada la fe católica in eterno. El verdadero católico se encuentra, pues, desde la promulgación del Nuevo Ordo, en una trágica necesidad de opción... 

VIII

   San PÍO V hizo la edición del Misal Romano para que (como la misma Constitución recuerda) fuese un instrumento de unidad entre los católicos. Conforme a las prescripciones del Concilio de Trento, este debía excluir todo peligro, en el culto, de errores contra la fe, insidiada entonces por la Reforma Protestante. Tan graves eran los motivos del Santo Pontífice que nunca como en este caso parece justificada, casi profética, la sagrada fórmula que clausura la Bula de promulgación del Misal: "Si alguien se atreviera a tocar esta obra, que sepa incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo"

   Se ha tenido la audacia de afirmar, presentando oficialmente el Nuevo Ordo en la sala de Prensa del Vaticano, que las razones del Concilio de Trento no subsistían ya. No solo estas siguen subsistiendo, sino que hoy existen, no vacilamos en decirlo, Infinitamente más graves... 

   Querer a toda costa llevar, de nuevo, este culto al antiguo, rehaciendo fríamente, en vitro, aquello que, antiguamente tuvo la gracia de la espontaneidad primitiva, -según aquél "insano arqueologismo" tan oportuna y lúcidamente condenado por Pío XII (Mediador Dei, 1,5)- significa, -como desgraciadamente se ha visto-  privarlo de todas sus defensas teológicas y además de todas las bellezas acumuladas durante siglos; y precisamente en uno de los momentos más críticos, quizás el más crítico que la historia de la Iglesia recuerde.

   Hoy, ya, no al exterior, sino en el interior mismo de la catolicidad se reconoce oficialmente la existencia de divisiones y cismas; la unidad de la Iglesia ya no es solamente amenazada, sino trágicamente comprometida y los errores contra la fe se imponen, mas que insinuarse, a través de abusos y aberraciones litúrgicas igualmente reconocidas.

    El abandono de una tradición litúrgica, que fue, durante cuatro siglos, signo y prenda de unidad de culto, para sustituirla con otra, -que no podrá dejar de ser signo de división a causa de las licencias innumerables que implícitamente autoriza- y que pulula ella misma de insinuaciones o de errores manifiestos contra la fe católica, parece queriendo definirlo de la manera más suave, un error incalculable.

                                                       En la festividad de Corpus Christi, 1969

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