Aparecen otras omisiones, por las cuales se degrada y
desacraliza a cada paso el Misterio de la Iglesia. De ahí que ya desde el
comienzo de la Misa se silencie a la Sagrada Jerarquía Apostólica, al suprimir
la mención a San Pedro y San Pablo; los Ángeles y santos ya no son más
recordados sino de un modo genérico y por lo tanto anónimo en la segunda parte
del "Confiteor" colectivo, mientras que en la primera parte los
mismos, que serán testigos y jueces en la persona de San Miguel, no aparecen
ya más de ningún modo (21). Incluso la misma Unidad de la Iglesia que da
oscurecida, en cuanto que en todo el Novus Ordo, incluidas las tres
nuevas "Plegarias" (con la excepción del "Communicantes" :
de sólo el Canon Romano) se omiten en forma lamentable los nombres de los Apóstoles
Pedro y Pablo, fundadores de la Iglesia Romana, así como también los nombres
de los demás Apóstoles, que son el signo de la única y universal Iglesia, más
aún, sus columnas y fundamento. Además, se ataca evidentemente al dogma de la Comunión de
los Santos cuando al sacerdote que celebra solo sin ayudante se le manda
omitir todos los saludos y la Bendición final. Más aún, se
prescribe omitir el anuncio, "Ite, missa est" (22),
incluso en la Misa que se celebra con ayudante (nº 231). Además, son profanadas las condiciones que, como signos
de una cosa sagrada, se establecían para el Sacrificio: por ejemplo, en el caso
de celebración fuera de un lugar sagrado, según el Novus Ordo, el altar puede
ser sustituido por una simple "mesa", sin piedra consagrada, sin
reliquias de Santos y cubierta por un solo mantel (nº 260, 265). Aquí vale lo
que se dijo sobre la Presencia Real: en efecto, de este modo el rito pelado del
"banquete" y del Sacrificio se disocia de la misma "Presencia
Real" del adorable Cuerpo y Sangre de Cristo, y de los signos de esa fe. VI Hasta aquí hemos hecho un examen sumario del Novus Ordo, denunciando sus innovaciones más graves, en discordancia con la teología católica de la Misa. Las observaciones hasta aquí hechas sólo atañen a las de carácter típico; un juicio, empero, sobre las insidias del documento, sus peligros y sus elementos que son espiritual y psicológicamente destructivos, y que se encuentran sea en los textos, sea en las rúbricas e instrucciones, exigiría un trabajo más considerable de investigación. En efecto, no hemos tratado detenidamente sobre los nuevos Cánones, puesto que ya han sido pesados en la balanza por otros autores, y con argumentos no carentes de peso, tanto en cuanto a la sustancia como en cuanto a la forma. En particular, el segundo Canon (24) escandalizó de inmediato a los fieles por su excesiva y pelada brevedad. De este Canon se ha escrito, entre otras cosas, que un sacerdote sin fe en la transubstanciación y en la naturaleza sacrificial de la Misa puede usarlo con tranquilidad de espíritu para celebrar su Misa; que, por lo tanto, tal Misa también puede ser dicha sin ninguna dificultad por un ministro protestante. El Nuevo Misal fue presentado públicamente en Roma como una "amplia compilación para uso del ministerio pastoral", como un "texto más pastoral que jurídico", que, por lo tanto, puede ser retocado por las Conferencias episcopales de acuerdo a las circunstancias y al carácter de los diversos pueblos. Además, también la misma primera sección de la nueva "Congregación para el Culto Di vino" tendrá la misión de vigilar "la edición y constante revisión" de los libros litúrgicos. En el último "Boletín de los Institutos litúrgicos de Alemania, Suiza y Austria"(25), leemos: "Los textos latinos de ahora en adelante deben ser traducidos a las diversas lenguas de los pueblos; el estilo "romano" debe ser adaptados a las Iglesias de cada lugar; lo que fue concebido como fuera del tiempo deberá ser traspuesto a las condiciones mutables de las realidades y circunstancias, atento al flujo constante de la Iglesia y de sus innumerables comunidades". Pero también por parte de la misma "Constitución Apostólica " recibió una herida mortal la lengua universal de la Iglesia (contra la voluntad solemnemente expresada en el Concilio Vaticano II). En ella, en efecto, se afirma sin ningún equívoco: "que, en tanta variedad de lenguas, una sola e idéntica oración de todos. .ascienda más fragante que cualquier incienso". De este modo, ya se decretó la muerte del idioma latino en la Liturgia. La muerte del canto gregoriano, que el mismo Concilio Vaticano II había reconocido como "propio de la Liturgia Romana" (Sacros. Conc., nº 116), mandando además que el mismo canto mantuviera "el lugar principal" (ibid.), se seguirá lógicamente en razón de la facultad concedida de elegir variados textos, sea para el "Introito", sea para el "Gradual". Así pues, ya desde el comienzo se supone al nuevo rito, al que denominan pluralístico y experimental, como expuesto a la continua variación de tiempos y lugares. Desgarrada así para todos los tiempos la unidad del culto, ¿qué será ya de aquélla unidad de la Fe, que nacía de ella, y que hasta ahora siempre se dice ser una cosa síntesis de todo, y que debe ser defendida sin equívocos? De lo dicho es evidente que el Novus Ordo ya no quiere seguir expresando la Fe de Trento. A esta Fe, sin embargo, están vinculadas para siempre las conciencias de los católicos. Por consiguiente, después de promulgado el Novus Ordo, el verdadero católico, de cualquier condición u orden, se encuentra en la trágica necesidad de optar entre cosas opuestas entre sí. VII La Constitución Apostólica alude explícita mente a que en el Novus Ordo se encuentra una abundante piedad y doctrina, extraídas de las Iglesias Orientales. Pero, en realidad, cualquier fiel perteneciente al Rito Oriental e erizará, tanto el espíritu del Novus Ordo presenta no ya conforme, sino opuesto al Rito de los Orientales. ¿A qué se reducen en definitiva las innovaciones introducidas con espíritu ecuménico? principalmente, a la multiplicidad de las anáforas (no, por cierto, a su nobleza ni a su complejidad), ala presencia del diácono y a la Comunión "bajo ambas especies". Pero, por el contrario, los autores del Novus Ordo parece que han querido más bien deliberadamente omitir todos los elementos que en la Liturgia Romana ya eran realmente más cercanos a la Liturgia Oriental (26), mientras que habiendo repudiado de la antigua Misa su peculiar e inmemorable carácter Romano, despiden a los elementos más propios de éste y espiritualmente preciosos. En su lugar, se han introducido elementos por los cuales se rebaja el Rito Romano, acercándose al nivel de ciertos ritos de los Reformadores (y ni siquiera de aquellos que más se aproximan a la Fe católica). Mientras tanto los Orientales, como ocurrió luego de las más recientes innovaciones, serán alejados más y más de él. Pero el nuevo rito complacerá, por el contrario, en sumo grado a todos aquellos grupos que, ya próximos a la apostasía, devastan a la Iglesia, ya sea manchando su cuerpo, ya sea corroyendo la unidad de su doctrina, de su moral, de su liturgia y de su disciplina. Peligro más terrible que éste nunca existió en la Iglesia. VIII San Pío V mandó que se publicara el Misal Romano con la finalidad de que fuese un instrumento de unidad (tal como la misma "Constitución Apostólica" de Pablo VI lo recuerda). Por medio de él, efectivamente, como lo había prescrito el Concilio de Trento, debía alejarse de los ritos cualquier peligro de error contra la Fe, atacada en aquel tiempo por los Reformados. Tan graves eran las razones que impulsaban a aquel santísimo Pontífice, que nunca aparece tan legítima y casi profética, como en el presente caso, aquélla sagrada fórmula con la que se concluye la Bula de promulgación de la Misa: "Si alguien empero presumiere atentar contra esto, sepa que habrá de incurrir en la indignación del Dios Omnipotente y de sus Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo" ("Quo primum tempore", 13 de julio de 1570) (27). Sin embargo, de hecho algunos se han atrevido a afirmar oficialmente -al presentarse el Novus Ordo en Roma, en el Vaticano, en la sala de prensa- que las razones aducidas por el Sínodo Tridentino habían cesado. Por el contrario, no sólo subsisten y perduran aquellas razones, sino -y esto lo afirmamos sin ninguna duda- hoy irrumpen otras inmensamente más graves. En efecto, para rechazar las insidias amenazadoras que a través de los siglos luchan contra la pureza del depósito recibido de la Fe ("Guarda el depósito, evitando las profanas novedades de las palabras": I Tim 6, 20), debió la Iglesia protegerla y defenderla mediante definiciones y pronunciamientos dogmáticos de su doctrina. Gracias a cuyo influjo, de inmediato se consolidó tanto el mismo culto, que llegó a ser el monumento* más completo de la misma Fe. Quienes hoy se empeñan en rebajar nueva mente a sus antiguas formas, de cualquier modo, al Rito Romano del culto católico .(por el afán de aquel "insano arqueologismo" que ya Pío XII lúcidamente reprobó con suma oportunidad (28) -volviendo a repetir "in vitro"t; lo que tuvo su primigenia hermosura en antigüedad- no llevan a cabo, como ya antes dijimos, sino la ruina de todas las defensas teológicas del mismo culto, a la vez que destruyen todas las bellezas acumuladas a través de los siglos (29), y esto incluso en un grave momento, más aún, quizás en el más gravísimo de todos los momentos críticos de que se tenga memoria en la historia de la Iglesia. Hoy, en efecto, la misma autoridad suprema de la Iglesia reconoce escisiones y cismas, ya no fuera, sino dentro de la comunidad misma de loscatólicos (30). La unidad de la Iglesia no sólo peligra, sino que ya se la juzga de antemano trágicamente (31); los errores contra la Fe no sólo se insinúan, sino que por medio de los abusos y aberraciones litúrgicos -aunque públicamente señalados y reprobados- se imponen no obstante por los mismos hechos (32). Por lo tanto, el apartarse de la tradición litúrgica, que fue por cuatro siglos signo y garantía de la unidad del culto, para sustituirla por otra nueva -que no puede no ser un signo de cisma, por las innumerables facultades implícitamente concedidas, y la cual pulula ella misma con gravísimas ambigüedades, por no decir errores manifiestos contra la pureza de la Fe Católica- nos parece, para expresar nuestra opinión más benigna, el error más monstruoso. En la festividad de Corpus Christi, 1969 |
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