UNA CARTA DESGARRADORA

EL PADRE J. DE BAILLIENCOURT RECHAZA VALIENTEMENTE LA NUEVA RELIGIÓN

   Despedida, de un párroco a los feligreses de su Parroquia. Es un grito doloroso de un santo y digno sacerdote, que intimado por la presión de su Prelado, no duda en sacrificar todo por Cristo, por su Iglesia y por las almas. Rechaza las reformas, que han ido transformando nuestra fe, en una nueva mentalidad, que es un cambio completo de nuestro credo católico, apostólico y romano. Es una carta que hace llorar. He aquí viviente la tragedia de tantos sacerdotes, que se negaron a seguir el camino de la subversión, de la herejía y de la apostasía.

   Hermanos muy queridos:

   Un ultimatum me fue impuesto, el viernes pasado 17 de septiembre de 1971, por Monseñor el Obispo: "Usted debe aceptar o rechazar la Nueva Religión". Al fin me vi obligado a tomar una decisión. Por lo tanto, 

   Viéndome forzado, acorralado, estoy obligado y constreñido, contra toda mi voluntad, a retirarme y renunciar a mis deberes sacerdotales en esta Iglesia.

   Tal vez, no podáis vosotros comprender ahora, de una manera perfecta y completa las razones gravísimas que tuve para tomar esta decisión; pero algún día, estoy seguro, comprenderéis de pronto todo... pero, entonces será ya muy tarde. Un día Jesús lloró sobre Jerusalén y dijo estas palabras memorables: ¡Ah si en este día conocieras también tú lo que sería para tu paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, y tus enemigos te circunvalarán con vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán de todas partes, te derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada. (Luc. XIX, 42-44).

   Durante los cuatro últimos años, las cosas marchaban bien entre vosotros y yo, en esta Iglesia. Hemos conocido la verdadera felicidad, que sólo Dios puede darnos. Sin embargo, ha llegado la hora terrible; yo sabía hace ya unos tres años, que tenía que llegar. Lo preveía y lo esperaba con sobresalto. Recordad, cuando yo, citando a San Lucas os decía: "pero, antes de que estas cosas sucedan, echarán sobre vosotros sus manos y os perseguirán, y os echarán de los templos, y os encarcelarán, y seréis conducidos ante los reyes y los presidentes, por mi causa. Y todo esto os sucederá para que deis testimonio de Mí". (Luc. XXI, 12ss.)

   Y para dar testimonio a Dios, para ser "testigo de la fe", tengo el deber de sacrificar todo, al separarme de mis deberes sagrados de pastor de vuestras almas. Esta es la causa por la cual tengo que permanecer fiel y me veo, obligado a abandonar esta querida parroquia de St. Cyr-du-Ronceroy.

   No os hagáis ilusiones, hermanos queridísimos; mañana tendréis también vosotros que dar este testimonio; tendréis que escoger entre la religión de siempre, la de veinte siglos, la de vuestro bautismo... ; tendréis que escoger entre la fe eternamente verdadera y la así llamada Iglesia y religión de 1971. Esta será la elección que tendréis que hacer mañana o al día siguiente; y vuestra elección significará el futuro eterno de vuestras almas, porque esa elección está indefectiblemente unida a Dios o a la apostasía.

   Por todos lados me han sugerido y me han urgido a que me comprometiese; ¡ah, esa gente no sabe lo que me pedía! No hay compromiso posible cuando se trata de la fe.

   Una pequeña concesión nos lleva a otra, y este es el camino por donde el alma es seducida a perder la gracia.

   No es un conflicto de deberes, en el que se puede hacer una elección, sino que se trata de tomar una decisión, extremadamente grave, que nace de una obligación sagrada que nos impone el "NO" de nuestra lealtad a Dios sobre todas las cosas.

   Esta resistencia cristiana es reverencial, pero firme; está mandada por la fidelidad completa a la Eterna Iglesia Católica y Romana y por el rechazo y la negación a todo lo que es equívoco, que tiene o puede tener un doble sentido y que pueda llevarnos a la herejía... así como hay tantas cosas en la nueva religión de hoy.

   El obispo, entre otras cosas me ha pedido el que renuncie a la Misa Católica, la Misa de San Pío V, la Santa Misa de tradición inmemorial, confiada por el Concilio de Trento, en cuya fe la sucesión apostólica me formó y me ordenó. La así llamada "nueva misa", que pretende destruir la Misa Católica, se aparta y desvía de una manera clara e impresionante de la doctrina del Concilio de Trento, como lo advirtieron los Cardenales Ottaviani y Bacci. ¿Por qué los protestantes están ahora tan dispuestos a aceptar esta nueva misa?

   Una simple honradez, mi honor sacerdotal me imponen el deber y la obligación de permanecer fiel, especialmente en materias de sagrada gravedad. Por consiguiente: no puedo tener la desvergüenza de "traficar" o de entrar en componendas en esta materia de esta Misa Católica, la que yo he celebrado desde el día de mi ordenación, al recibir este poder divino. No puedo ya callar, cuando la conciencia me exige hablar. Estoy obligado a preservar intacto, hasta el momento de mi muerte, este Depósito infinitamente precioso, que es la Misa Católica, verdadera, sin ambigüedades o equívocos. Esta es la prueba suprema de mi fidelidad y de mi amor, que debo dar a Dios y a los hombres, a vosotros, especialmente; y es en esto especialmente en lo que seré juzgado en el Último Día, como lo serán los otros sacerdotes, a quienes se les confió el mismo Depósito Sagrado.

   No; no me comprometeré ni evadiré las consecuencias; Para salvar mi fe, para defenderla, rechazo cualquier hipoteca o compromiso, cualquier equívoco, cualquier concesión, porque entre la autoridad de Dios y la de los hombres resueltamente quiero hacer la voluntad santísima de Dios, en materias de esta "nueva religión". Porque esta "nueva religión", esta "nueva misa" no se conforma ya objetivamente a la fe de veinte siglos, a la fe todos los Papas y de todos los Concilios que han sido infalibles. Antepongo a Dios, antes que a los hombres. Por esto debo adherirme a la pureza de la fe, sobre todas y ante todas las cosas, a los ojos de s Dios.

   Esos cuatro años, que he pasado entre vosotros han sido para mí como un pequeño paraíso. Vosotros me habéis dado muchas alegrías, de muchas maneras y en muchas ocasiones. Hice lo que mejor pude; procuré estar siempre a vuestro servicio, porque quise participar en todas vuestras tristezas y en todas vuestras alegrías. Quise estar cerca de vosotros para ayudaros y para sosteneros.

    Es, por esto, que, con un corazón despedazado, me veo hoy obligado, contra mi voluntad, a tomar esta decisión, que he tomado sólo por el deber supremo hacia Dios de mi conciencia. Así que ya sabéis: no os abandono con un corazón despreocupado. Ya sabéis que el buen pastor debe dar la vida por sus ovejas.

    Sí, me alejo de vosotros, pero no os abandonaré. Os guardaré a todos en mi leal afecto. Vendré a visitaros cuantas veces pueda. En muchos aspectos seguiré siendo vuestro padre y sentiré en mi conciencia las obligaciones de un padre hacia vosotros. Continuaré sosteniéndoos, de más cerca o de más lejos, en medio del desorden, que pronto os va a conturbar, en medio de las persecuciones, que ahora empezarán a venir sobre vosotros, por vuestra fe leal. Y, mientras tanto, yo espero volver un día a vosotros, para ser de nuevo vuestro pastor, luego que haya pasado la tormenta.

   Por último, deseo pediros perdón a todos y cada uno de vosotros, por mis frecuentes deficiencias, por mis incomprensiones, por mis favoritismos. Pido perdón a los que sin intención, haya tal vez guiado mal o a quienes inconscientemente haya herido de algún modo. El sacerdote, como humano, no siempre puede controlar la humana flaqueza de su propio carácter. Que Dios os bendiga a todos para siempre.
                                                                         Vuestro Pastor 

                                                                                   Abbé J. de Bailliencourt