LA NACIÓN, 26/7/1999
El primado y el diálogo con los anglicanos
Por José Ignacio López

   Desde aquel histórico encuentro en Roma, en marzo de 1966, entre Pablo VI y el entonces arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey, católicos y anglicanos iniciaron una nueva etapa de relaciones y desplegaron sinceros esfuerzos para restablecer la unidad.

   La Comisión Internacional Anglicano-Católica (Arcic) fue la expresión de esa afanosa búsqueda en pos de la unidad, condición pedida por Jesús en su oración póstuma para que "los demás crean".

   Ese diálogo institucional incluyó desde sus orígenes tres temas importantes: la Doctrina de la Eucaristía, el Sacerdocio y la Autoridad en la Iglesia.

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   Era obvio que esta última cuestión requeriría una atención considerable. La autoridad, y particularmente la autoridad del Obispo de Roma, es decir, el Papa para los católicos, fue un elemento clave en la división. Por cuatro siglos la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica desarrollaron sus estructuras separadamente y los anglicanos vivieron sin el ministerio del Obispo de Roma.

   Así, no extrañará que, pese a que el diálogo logró significativos progresos, la Comisión Internacional haya producido recientemente otra declaración de acuerdo sobre "El don de la autoridad", fruto de cinco años de tarea en tan difícil asunto ecuménico. El texto es ahora motivo de estudio y discusión en ambas comunidades, como lo han pedido los firmantes de la significativa declaración, el obispo de Birmingham, Mark Santer (anglicano), y el obispo católico de Arundel y Brighton, Cormac Murphy-O'Connor. Es convicción compartida que no hay vuelta atrás en el camino ya recorrido hacia la comunión eclesial plena. Pero ese empeño no impide admitir que han surgido serias dificultades. Los debates y las decisiones sobre la ordenación de mujeres han conducido a replantear cuestiones relativas precisamente a la fuente de la autoridad.

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   Con todo, si el acuerdo sobre la naturaleza de la autoridad y sobre la forma de ejercerla es finalmente aprobado por ambas comunidades, la cuestión dejará de ser causa de permanente ruptura de la comunión. Lo cierto es que el trabajo de la Comisión Internacional ha tenido como resultado un acuerdo suficiente sobre la "primacía universal" como don que tiene que ser compartido. Ha de recordarse que el Papa, en su última encíclica ecuménica, invitó a otros cristianos a un diálogo fraterno sobre cómo debería ejercerse el ministerio de unidad del Obispo de Roma en una situación nueva.

   Católicos y anglicanos contemplan ahora que ese ministerio debería ser ejercido en colegialidad; una primacía que ejercerá el liderazgo en el mundo y también en ambas comuniones, dirigiéndolas en un modo profético. Una primacía de ese estilo protegerá la investigación teológica y otras formas de búsqueda de la verdad y podría reunir a las iglesias en diferentes formas para consulta y discusión: no hay vuelta atrás en el recorrido hacia la comunidad eclesial plena.

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