LA NACIÓN, LUNES 23 DE NOVIEMBRE DE 1998

 Actividad  religiosa
Oración común y la vuelta del Papa

Por José Ignacio López

   Esta vez, las palabras y los gestos parecieron cobrar aún mayor dimensión. El encuentro mismo de judíos y católicos en una parroquia de Buenos Aires para hacer memoria, sobrecogerse y orar juntos en recordación de la Noche de los Cristales Rotos tiene antecedentes, pero por primera vez se realiza después del pedido de perdón exteriorizado en el documento de la Iglesia Católica sobre el Holocausto.

   "Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah", sirvió de nuevo marco al acto que desde hace unos años realizan B'nai B'rith Argentina y la arquidiócesis de Buenos Aires, que esta vez tuvo como imponente escenario la iglesia de Guadalupe, en Palermo. El padre Ignacio Pérez del Viso S.J. y el rabino Mario Rojzman dirigieron la lectura de ese ya célebre texto religioso preparado por el teólogo católico Eugene Fischer y el rabino León Klenicki, circunstancialmente hasta hoy de visita en Buenos Aires. El Coro del Colegio Nacional de Buenos Aires intercaló canciones alusivas, después del significativo silencio con el que se inicia la ceremonia como símbolo de reconocimiento de muchos silencios anteriores que aceptaron persecuciones y fueron indiferentes a la degradación y al crimen.

   No fue el único encuentro judeo-católico de estos días en Buenos Aires. En la Sinagoga Mayor de la Argentina y en la Catedral Metropolitana, cristianos y judíos se congregaron para honrar a Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que salvó la vida de cien mil personas durante la ocupación nazi de Hungría. El presbítero Horacio F. Moreno, presidente de la Casa Argentina en Jerusalén -en cuyo marco se creó el comité internacional de homenaje-, presidió el oficio religioso, a cuyo término se oró también frente al mural que recuerda a las víctimas del Holocausto y a los asesinados en los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA, único recordatorio de su tipo instalado dentro de un templo católico en el mundo. El mural se encuentra en la nave lateral izquierda de la Catedral, allí trasladado por voluntad del extinto cardenal Antonio Quarracino, para que estuviera junto a su tumba.