A LA BÚSQUEDA DE LOS ERRORES

FUNDAMENTALES DEL CONCILIO VATICANO II

Einsicht. año 34 , número 3, Munich, abril 2004, Páginas 72, 73 y 74

Traducción del Francés de Hugo E. Córdoba Aliaga

 

   Dr. jur. Ferdinand Ohnheiser, Ministerialrat a. D. (Consejero de gob. retirado)   27/07/03

 

   Estimado Señor Heller:

 

   En un comunicado de la redacción de fecha 25 de junio de 2003 Ud. ha enunciado a justo título, la cuestión de saber, cual es el principio de  unidad que se encuentra en la base de las desviaciones conciliares y de las falsificaciones dogmáticas, y cual es la verdad central de la fe que es negada por la Iglesia conciliar. Ignoro si existe un texto que lo pueda responder, pero bien quisiera yo desentrañar un principio de unidad a partir de los cambios que son introducidos día a día por el Vaticano II, las comunicaciones doctrinales y las afirmaciones de los obispos, de los curas y de los laicos católicos que están al servicio de la Iglesia conciliar y los numerosos activistas que son sus seguidores. Esto es, la creación de una superestructura en vista de una religión única. Esta superestructura reposa sobre la tesis de que Dios como autor de la creación y de la revelación es el mismo Dios de todas las religiones y de todas las ideologías, diferentemente interpretadas, que difunden las “partes de la verdad” procurando así la salvación a los hombres que buscan a Dios. Por esta razón la unidad en la diversidad es querida por Dios, sin embargo, hasta el presente, ello no está claramente reconocible en los evangelios. Este es  el Concilio Vaticano II. , que nos ha transmitido este conocimiento por el poder del Espíritu Santo que obra dentro de la Iglesia Católica como “complemento” de la Revelación cristiana.

 

   Tal principio de unidad no puede ser enunciado, sino al momento de caer en la cuenta de  que se ha tocado la verdad central de la fe al relativizarse las  palabras de Jesucristo “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es verdad que el Conc. Vaticano II. ha dicho en la declaración sobre la libertad religiosa (nº 1), que “la sola verdadera religión está realizada, ‘subsiste’, como nosotros lo creemos, en la Iglesia católica y apostólica y lo mandado por Nuestro Señor Jesucristo a propagar  entre los hombres. Pero esta afirmación, dentro de las declaraciones del Vaticano II con motivo de las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas “Nostra aetate” es explicada por medio del concepto de “partes de la verdad” (NA 3) que la verdad no existe “en tanto que un todo”, pero que sí  existe por grados “porque el  solo y único Dios es el creador que se puede conocer por la revelación. Es verdad que se enseña que la plenitud de la verdad se encuentra dentro de la Iglesia católica, pero esta “plenitud de verdad” consiste allí en reconocer las “partes de verdad” en las otras religiones. Si la verdad “jamás existe por entero”; en consecuencia, las palabras de Jesús “aquel que crea será salvado y aquel que no crea será condenado, deben entenderse de la manera siguiente: aquel que cree es el que busca a Dios con un corazón sincero, el será salvado. Es necesario contar entre ellos a aquellos que practican la idolatría, como por ejemplo, las religiones naturales que con toda lógica el “papa” actual tiene en gran estima. Los adeptos al concilio que bendicen a Dios misericordioso harían bien de pensar que, si Jesucristo hubiera proclamado tal doctrina, jamás hubiera sufrido la muerte sobre la cruz, y los apóstoles, reconociendo las “partes de la verdad” en las otras religiones, las habrían reconocido precisamente por causa de la parte de verdad que en ellas resplandece “las partes de la verdad” y habrían obrado de modo de evitar su muerte. Los teólogos conciliares responden a esta objeción, que es una visión anacrónica de las cosas, porque, según ellos, en la época de Cristo, Dios tuvo en cuenta las circunstancias históricas y culturales. No. Esta afirmación desconoce totalmente que en la época de Cristo, Roma toleraba las otras opiniones religiosas a menos, que ellas no pusieran seriamente en peligro al poder del imperio romano; ahora bien, Jesús jamás obró de tal suerte, ni por sus palabras ni por sus acciones. Por su parte, el Sanedrín judío, acierta únicamente a persuadir al gobernador Poncio Pilatos, que Jesús era un peligro para Roma porque, en Palestina, el desorden y las revueltas serían de temer.

 

   En la antigüedad y en la filosofía accidental, el principio de la verdad ha sido formulado de diferentes maneras por los filósofos y los teólogos. A mi modo de ver,  es un poco como dejar de lado todo ello, sabiendo que la Iglesia conciliar adopta, por ejemplo, el concepto de verdad de Kierckegaard, cuando considera que la verdad de la fe es una verdad personal subjetiva, en consecuencia con los filósofos que consideran a la verdad como un proceso inacabado (Hegel, Gadamer). Así pues la verdad, que es Cristo, no es tomada como medida suprema de objetividad, sino, como iniciación de un proceso progresivo que complementa a la revelación, y que es vivido personalmente por todos los hombres de manera diferente, independientemente de sus convicciones religiosas. En este sentido, es lógico que la Iglesia conciliar afirme que “la verdad no existe en su totalidad o que no existe del todo” Si la verdad no existe en su totalidad, entonces Cristo no es la verdad total, aún cuando ella está en plenitud en su divinidad. En consecuencia, la Iglesia conciliar niega la divinidad de Jesucristo por que interpreta sus palabras “yo soy la verdad” como un conocimiento humano subjetivo, que es el resultado de un proceso de reflexión, que se abre a la búsqueda permanente de la verdad. En mi opinión, no puede caber duda para los católicos fieles que  Jesucristo no ha enviado las “partes de la verdad” a los otros, porque ello sería contradictorio con su verdad divina y absoluta. La tesis de los llamados “semina verbi” anterior al concilio, que no ha sido fijada dogmáticamente, no se opone allí. En efecto, para esta tesis uno se limita a expresar una esperanza de beneficiarse de la misericordia de Dios; sin embargo Nuestro Señor no ha enseñado jamás  eso.

 

   Las desviaciones que se desarrollan después del Vaticano II se basan exclusivamente sobre una hermenéutica nueva, y el cambio de paradigma que de ello resulta, reposa sobre la simple subjetividad y proclaman de paso el relativismo y el indiferentismo de origen  puramente humano.

 

   La iglesia conciliar no se ha contentado con negar la verdad objetiva absoluta en Jesucristo, sino que ha comenzado a interpretar a Dios de una manera nueva. Así el actual cardenal Kasper se permite escribir, sin inquietarse, en 1967 ya - los papas posteriores al concilio lo han tolerado - : “Un Dios que reine como un ser inmutable sobre el mundo y la historia, es una provocación para el hombre de hoy. Es necesario negarlo a causa del hombre, porque él reclama por sí la dignidad y el honor que vuelven en sí al hombre. Ahora bien, es necesario defenderse contra un tal Dios, no solamente por amor a los hombres, sino sobretodo por amor a Dios….pues un Dios que se encuentra simplemente cerca de la historia, y por encima de ella, responde a la visión de un mundo rígido enemigo de las novedades. (conf. Colección “Got heute” (Dios hoy) cita según el P. Schmidberger, “Comunicado de la hermandad sacerdotal San Pío X.; julio 2003).

 

   En y después del concilio Vaticano II, se ha fraguado una nueva inteligencia de la verdad  sobre Dios y de la salvación eterna. Es un hecho innegable que ello es imposible de ocultar para la semántica tradicional, el culto de los santos y las costumbres populares. La nueva fe, que sustituye a una tradición más que bimilenaria,  no puede ser introducida súbitamente, mas sí a pequeños pasos. Esto a  veces se hace sirviéndose de las “reincidencias” en contra de la tradición, como por ejemplo la carta de Juan Pablo II  a propósito del problema de la admisión de los protestantes a la Eucaristía. La más de las veces J. P. II. da la impresión a los católicos y a los otros, en particular a los tachados de liberalismo, de ser un papa demasiado “conservador”. Tengo la certeza de que pronto este bastión de la fe será vencido también, porque el principio de la unidad lo requiere imperativamente. Así por ejemplo, si los representantes de la Iglesia católica recomiendan a los fieles a entrar en las mezquitas, en el futuro recomendarán a los creyentes de otras religiones a participar de los oficios católicos y no se les impedirá recibir la comunión, a condición de que busquen sinceramente a Dios. El principio de la unidad produce igualmente sus efectos en los políticos cristianos por ejemplo M.  Stoiber, presidente de la CSU, ministro-presidente de Baviera, decía en ocasión de su conferencia realizada en la Academia Evangélica el 5 de julio de 2003: “Los cristianos, los judíos y los musulmanes son descendientes de Abraham, porque ellos creen en el mismo Dios”, aún cuando esto sea contrario a lo escrito en las Sagradas Escrituras. Porque Dios dijo: “Mi alianza, la estableceré con Isaac” (Gen. 17,21) porque es de Isaac que nacerá la posteridad que llevará tu nombre (Gen. 21,12)” eso nos dice que la descendencia de Ismael (i. e. los musulmanes) no son “hijos de Abraham”. Ahora bien, este es un político cristiano que niega que haya una nueva alianza para relacionarse con los judíos. La nueva teología ha dado sus “frutos” y ha avanzado considerablemente sobre el occidente cristiano hacia la religión única, en conformidad con la escala de valores mundanos occidentales; es decir, que la religión cristiana, sirve para elevar espiritualmente las reglas de la “declaración de los derechos del hombre”.

 

   Soy consciente de que mi análisis crítico podrá ser visto como un sedicente fundamentalismo, porque se opone a los “dogmas” dominantes de la fraternidad universal según las reglas  de la declaración de los derechos del hombre. Pero, si se sigue la verdad absoluta de Cristo, no habrá lugar para reconocer y estimar a las otras religiones. Eso no quiere decir que no se tolerarían las otras opiniones religiosas, y que en obediencia a la misión enviada por Cristo se despreciarían la dignidad del hombre y su libertad de decisión. Es verdad, que antiguamente, esta suerte de tolerancia no era siempre practicada.

 

   Hasta el presente, se ha persuadido a las gentes, no sin resultados, que las religiones son la causa de que la paz no pueda ser obtenida sobre la tierra. No se piensa que es por causa de la naturaleza pecadora del hombre que se ponga en práctica las intenciones malas de violar la paz. Aquel que sigue las enseñanzas de la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (NA, nº 2,12) que afirma que en muchas de esas religiones hay una parte de la verdad que ilumina a todo hombre y que la Iglesia católica no niega que dentro de esas religiones hay verdad y santidad, niega, en mi opinión, la verdad absoluta de Cristo. Esto que no necesita de nuestra aclaración, es el hecho de que los papas conciliares no son advenedizos al establecer concretamente que hay “verdad” en las otras religiones. A mi modo de ver eso no es más necesario porque la erosión de la verdad de la fe católica no ha progresado mucho.

 

   Se puede constatar que el occidente cristiano y la potencia mundial americana de  los EE.

UU. no dan ninguna prioridad a la verdad de Jesucristo ni al cristianismo, cuando se puede leer la afirmación  del primer ministro británico Tony Blair hizo  el 17 de julio de 2003 ante el congreso americano: “nosotros no luchamos por el cristianismo sino por la libertad”; mas él se olvidó de  las palabras de Cristo: “La verdad os hará libres”. Actualmente la libertad no es definida como  libertad de un cristiano creyente, sino que es la resultante de la ideología anticristiana, que de hecho contradice la verdad de Jesucristo. Esta “libertad” implica una fe que relativiza o directamente niega la verdad de Nuestro Señor Jesucristo. El hecho de malversar la verdad absoluta, que es Jesucristo, acarrea como consecuencia que las afirmaciones de la fe no valgan para los miembros de la Iglesia conciliar; aquellos que se encuentran fuera de la Iglesia la verdad absoluta no puede ser impuesta por incompatibilidad  y que el sedicente fundamentalismo deberá ser reprobado porque es, según ellos, un obstáculo a la coexistencia de todas las religiones y culturas, incluso si la proclamación de la verdad absoluta fuera hecha sin apremio ni violencia.

 

   A mi parecer, todos los católicos fieles a la Tradición, que no siguen a esto que se ha dado en llamar la tradición viviente, tendrán que decidirse en cuanto a la cuestión de la verdad absoluta que es Jesucristo, independientemente del hecho de que sean los sedicentes sedevacantistas o que sean los adeptos a comunidades sumisas a los papas conciliares sucesivos, rehusándoles, mientras tanto, obediencia sobre ciertos puntos o si sí o no reconocen a los “papas conciliares” como sucesores fieles y legítimos de San Pedro.

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