Enviado por un grupo de fieles católicos de la ciudad de Buenos Aires, en ocasión del Cónclave que se reunió a la muerte de Pablo VI. El original está en latín. Se omiten los nombres de los firmantes, por ignorar si actualmente sostienen las mismas opiniones. Al Decano del Sacro Colegio de Cardenales de la Santa Romana Iglesia: I.- Con el derecho sagrado dado a nosotros divinamente en el Bautismo, en el cual recibimos la única y verdadera Fe de Nuestro Señor Jesucristo DEMANDAMOS a todos los Cardenales de la Santa Madre Iglesia la ejecución del juramento antimodernista de San Pío X y la inmediata abjuración de todas las doctrinas heterodoxas que existen en los documentos del llamado Concilio Vaticano II, en el llamado "Novus Ordo Missae" promulgado por la llamada Constitución Apostólica "Missalis Romanum", y en la "Institutio Generalis Missalis Romani" de 1969 incluidas las reformas y el "proemio" de 1970. II.- DESCONOCEMOS la validez del llamado "Motu propio" "Ingravescentem aetatem". III.-
Obedeciendo categóricos mandatos dados por los Sumos Pontífices SAN PÍO V Y
PAULO IV, en el Motu propio "Inter multiplices y en la Bula "Cum ex
apostolatus officio", IMPUGNAMOS el Cónclave que se congregará en Roma a
partir del 25 de agosto del corriente año, en cuanto que ningún hereje
contaminado por el modernismo anatematizado por San Pío X en "Pascendi",
o por la "nueva teología" condenada por Pío XII en "Humani
Genis" jamás podrá ser válido elector del obispo de Roma, ni mucho menos
podrá nunca ser elegido por nadie Romano Pontífice válidamente. Y por tanto,
según las citadas letras apostólicas, esos cardenales entronizarán un
usurpador de la Sede Vacante del Vicario de Cristo, y habrán de incurrir,
además de las gravísimas penas y censuras eclesiásticas sancionadas en dichas
leyes pontificias, en la indignación de DIOS omnipotente y de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo.
Posteriormente, este telegrama volvió a enviarse en ocasión del Cónclave que se iba a reunir después de la muerte de Albino Luciani. Movieron a reiterarlo, las siguientes consideraciones: Menos de dos meses han transcurrido desde que enviáramos la carta de impugnación al Cónclave que iba a reunirse en Roma; en ese lapso tan pequeño se ha desplegado un mundo de acontecimientos. Por eso resulta muy atinado e interesante compartir ciertas reflexiones. En nuestra impugnación postulábamos, demandábamos de los cardenales la abjuración de las doctrinas heterodoxas contenidas en los documentos del Vaticano II y en el "Novus Ordo Missae", pues de otro modo el pretendido Cónclave incurriría en la invalidez que sanciona la Bula "Cum ex apostolatus officio" de Paulo IV, lo cual nos obligaba a impugnarlo. Para nosotros esa abjuración es ineludible porque el Vaticano II y el "Novus Ordo Missae", a nuestro modo de ver, configuran inequívocamente la nueva Iglesia conciliar, desvinculada en lo más profundo de la Tradición apostólica, y con la cual no podemos comulgar por razones de Fe. Ahora bien; lejos de cualquier abjuración, y peor todavía, sin la menor referencia siquiera indirecta a las cuestiones doctrinales que tanto nos preocupan por parte de ninguno de los cardenales, como si nada hubiera ocurrido, se reúnen, eligen rápidamente a Albino Luciani y se postran ante él. Dejemos por completo de lado el juicio que a cada uno nos merezca la persona del elegido, cuyas buenísimas intenciones no vamos a negar "a priori". También dejemos de lado, por ahora, la posible hipótesis de un crimen, cosa que sin duda es importante que se esclarezca cuanto antes y del modo más serio. Por cierto que el nombre adoptado -Juan Pablo I- constituyó un visible y confesado homenaje a sus antecesores, Roncalli y Montini. De éste último dijo en su primer mensaje que "la Iglesia le debe el esfuerzo gigantesco, infatigable, ininterrumpido en la realización del Concilio..." (mensaje del 27-8-1978, L'Osservatore Romano). Así considerado, pues, y sin dudar de la posibilidad que Albino Luciani tuviera intenciones conservadoras, semejante nombre -Juan Pablo I- constituye una afrenta a la ortodoxia católica, un "mal presagio", como dijo Mons. Lefebre, un ataque artero contra la Fe. Para colmo, en el mismo mensaje, a renglón seguido proclamó expresamente: "Nuestro programa constituirá el de Pablo VI, siguiendo las huellas marcadas ya con tanta aceptación por el gran corazón de Juan XXIII. Queremos continuar la aplicación del Concilio Vaticano II cuyas sabias normas han de seguir llevándose a la práctica". (L'Osservatore Romano). De acuerdo a estas palabras, y repito, sin juzgar sobre las buenas intenciones "conservadoras" que se le atribuyen y sin dudar de ellas "a priori", es obvio que su reinado, objetivamente, amenazaba convertirse en la más perfecta y definitiva consolidación de la nueva Iglesia del Vaticano II, dentro de la cual, mansamente, se iban a acomodar tarde o temprano casi toso los tradicionalistas... "Esos cardenales -decíamos en nuestra impugnación, citando la advertencia terrible de San Pío V y de Paulo IV- habrán de incurrir en la indignación de Dios omnipotente y de los santos apóstoles Pedro y Pablo". La Divina Providencia no permite que los acontecimientos claves de la historia se sucedan sin la manifestación de su presencia misteriosa. Esta vez fue algo impresionante: en la madrugada del 29 de septiembre, día de San Miguel Arcángel, apenas 33 días después de su elección, fue hallado sin vida el cuerpo de Albino Luciani... Días antes, Nicodim, funcionario bolchevique disfrazado de patriarca ortodoxo, también había caído fulminado por un sincope ante los ojos del propio Luciani. ¿Quién se atreverá a señalar cuales son los caminos de la Providencia? Nadie puede hacerlo, porque esos caminos son inescrutables. Pero es indudable que Dios está -¡Deus est!- Esta reflexión debe acompañarnos continuamente en los tiempos que se aproximan, cada vez más arduos. Ahora se prepara un nuevo Cónclave con los mismos o peores vicios que el anterior. Ahora, como antes, como siempre, sólo nos queda permanecer irreductibles en la Fe, intransigentes en los principios que hemos afirmado claramente a través de la impugnación del 15 de agosto, obedientes a la doctrina sentada por la Cátedra de Pedro en los Sumos Pontífices San Pío V y Paulo IV: NINGÚN HEREJE PUEDE VÁLIDAMENTE ELEGIR NI SER ELEGIDO ROMANO PONTÍFICE. Nuestra FIDELIDAD a la Santa Iglesia nos impide toda reconciliación, toda especulación, toda alternativa, mientras claramente no se abjure de las herejías que dimanan del Vaticano II y del "Novus Ordo Missae". Firmes en la FE, pidamos a María, Madre, Reina y Señora nuestra queridísima, quiera concedernos la gracia de conservar la Fe Católica, proclamarla, transmitirla, sin mácula, en medio de la descomunal confusión moderna. Sólo en esta Fe Católica está la salvación. ¡Nunca transemos en la Fe! Permanezcamos irreductibles, alentados por la dulce esperanza de la promesa dada por la Madre de Dios en Fátima: "POR FIN, MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ |