¿El Vaticano II “a la luz de la Tradición”?

Carta Pastoral de el Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI  

Fiesta de los Santos Pedro y Pablo
Junio 29, 1994

   Amados en Cristo,

   En estos últimos años, ha aumentado el número de publicaciones conservadoras que intentan excusar el caos y la confusión presentes en la iglesia moderna; argumentando erróneamente que no hay nada teológicamente defectuoso en los decretos del Segundo Concilio Vaticano, y que supuestamente la causa de los problemas son las malas interpretaciones de los sacerdotes, religiosos y laicos liberales. Estas publicaciones llegan hasta ennumerar los abusos cometidos en la iglesia conciliar y aún así insisten en la inocencia del Concilio. Los decretos del Vaticano II, reiteran ellos, deben ser interpretados “a la luz de la tradición”. Examinemos brevemente algunas de las muchas enseñanzas modernas emanadas del Vaticano Segundo y veamos si pueden ser interpretadas “a la luz de la tradición”.

   Primeramente, cuando se usa la frase “a la luz de la tradición”, se entiende que pueden encontrarse referencias en la tradición de la Iglesia para las doctrinas particulares en cuestión. Interpretar una doctrina “a la luz de la tradición” significa entonces que la misma ha sido enseñada por previos Papas y Concilios ecuménicos.

   Comencemos por un examen de la “Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con las Religiones no Cristianas”. Y, mientras citamos esta oficial Declaración Conciliar, meditemos en cómo puede ser interpretada “a la luz de la tradición”.

Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con las Religiones no Cristianas (Concilio Vaticano II; octubre 28 de 1965)

“Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana... Las religiones a tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado.

“Así, en el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.”

   Antes que continuemos con el texto, consideremos la abrumadora profundidad de error contenida en estas alabanzas al hinduismo, una relgión panteísta así como politeísta. En ella se aceptan a varios dioses del mundo creado y, aún más, el mundo y todo lo que contiene, incluyendo al hombre, es un dios. Entre las muchas divinidades hindús, hay tres de gran importancia —Brahma, el creador; Vishnú, el preservador; y Shiva, el destructor. Los hindús veneran a varios animales como dioses. Las vacas son las más sagradas, pero también adoran a los monos, a las víboras y otros más. El hombre supuestamente toma parte en una evolución sin fin de nacimientos y muertes llamada reencarnación.

   ¿Cómo puede entonces esta declaración, del Vaticano II, decir que los hindús buscan “refugio en Dios con amor y confianza”? — ¿A cuál dios se refiere? Ciertamente no al Dios verdadero.

   “Y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía”. — ¿Cómo puede uno expresar “el misterio divino” (el cual no está definido) a través de mitos e investigaciones filosóficas?

   ¿No escucharon alguna vez los autores de esta declaración el Primer Mandamiento de Dios:

“Yo soy el Señor vuestro Dios, no tendréis dioses ajeno a Mí”?

   Continuando con el texto de la declaración:

“En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino mediante el cual los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior”.

   El budismo, así como el hinduismo, es una religión panteísta que iguala el orden natural de la creación con Dios, y también cree en la reencarnación. ¿Cómo, entonces, puede el Segundo Concilio Vaticano declarar oficialmente las alabanzas de esta falsa religión? ¿Qué clase de doctrina es esa de proclamar que el budismo “enseña el camino mediante el cual los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior”? ¿Qué es esta ambigua “perfecta liberación” o “suprema iluminación”?

   ¡Aparte de su lenguaje ambiguo — en lo de “misterio divino” y “refugio en Dios con amor y confianza” de los hindús; y en lo de “estado de perfecta liberación” y la consecución de una “suprema iluminación” de los budistas — esta Declaración, es simple y sencillamente una demostración de indiferentismo religioso! El indiferentismo religioso es la falsa creencia, tantas veces condenada por la Iglesia Católica, que mantiene que todas las religiones son igualmente buenas, obteniéndo el hombre la salvación en la práctica de cualquiera de ellas. Esto es manifiestamente falso, pues Dios ha revelado la religión verdadera por la cual ha de adorársele, a través de Su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo. Cristo Jesús fue verdaderamente una persona histórica y obró los milagros más impresionantes para probar Su Misión divina. Sostener que todas las religiones son aceptables es insinuar que Jesucristo desperdició Su tiempo en la revelación de la Fe y en la fundación de la verdadera Iglesia. ¿Para qué tuvo que llevar a cabo esta obra si, al final de cuentas, las religiones humanas del mundo también serían aceptables?

   El Segundo Concilio Vaticano continúa con alabanzas a los musulmanes:

“La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes... Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios”.

   Aquí se encuentra una sútil contradicción. Si Jesucristo es reconocido al menos como un profeta por los musulmanes, y los profetas están verdaderamente inspirados por Dios, ¿cómo le niegan los musulmanes la divinidad, si él solemne y explícitamente se proclamó Dios — igual al Padre? ¿Alguna vez la Iglesia Católica miró con estima la religión del Islam? ¿Cómo puede esto interpretarse “a la luz de la tradición”?

   Luego viene la afirmación más absurda de toda la declaración:

“La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero”.

   ¿Qué puede ser “santo y verdadero” en la adoración de dioses falsos, y en la práctica de religiones falsas?

   Enseguida de esta cita hay una nota al pie de página, la más concluyente de todas las declaraciones:

“A través de los siglos, sin embargo, los misioneros concluían frecuentemente que las religiones no cristianas eran simplemente la obra de Satanás, y que su tarea era convertirlos del error al conocimiento de la verdad. Esta Declaración marca un cambio autoritario en cuanto a enfoque”.

   Desde el Concilio Vaticano II, ya no es función de los misioneros convertir a la gente de estas religiones al Catolicismo; su nuevo rol es meramente ¡promover lo “bueno” (¿?) en ellas! Esta doctrina está directamente opuesta a la misión de la Iglesia Católica.

   Cristo fundó Su Iglesia para que enseñase a todas las naciones todo cuanto él mandó. Este fue el solemne mandamiento que dio a Sus Apóstoles y sus sucesores:

“Id, por tanto, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles observar todo lo que os he mandado; y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mat. 28:19).

“Id a todo el mundo y predicad el evangelio a toda creatura. Aquél que creyere y fuere bautizado será salvo, mas el que no creyere será condenado” (Marcos 16:16).

   ¿Dónde estaría la Iglesia Católica si los Apóstoles y sus sucesores no hubieran intentado convertir a la verdadera Fe a los seguidores de las falsas religiones? ¿Dónde estaría la Iglesia Católica si los Apóstoles y sus sucesores hubieran meramente intentado promover lo “bueno” en ellas?

   Continuando con el texto de la declaración:

“(La Iglesia) por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen”.

   ¿Cómo puede uno, “en testimonio de la fe Cristiana, reconocer, guardar y promover los bienes espirituales y morales” de las falsas religiones? ¡¿Es el Cristianismo, el Catolicismo, compatible y reconciliable con la adoración de dioses falsos?! ¿Cuáles son los “bienes espirituales y morales” que se encuentran en la falsa adoración? ¿Por qué no hay referencia alguna a la tarea de conversión de la gente de estas religiones?

   ¿Será sorpresa que muchos católicos, desde el Vaticano II, se han involucrado en las prácticas de las religiones orientales del hinduismo, el budismo y el islam?

   ¿Será sorpresa que, desde el Vaticano II, Juan Pablo II y su clero modernista se hayan reunido públicamente para adorar en común con los líderes de estas, y una multitud de otras, religiones, incluyendo el animismo, el vuduismo, el shintoísmo, etc.?

   Entonces, ¿qué debemos pensar del argumento de que los decretos del Vaticano II deben ser interpetados “a la luz de la tradición”? En ninguna parte de la tradición encontraremos tales doctrinas absurdas. Y en lo que respecta a la interpretación, solamente necesitamos ver el evento ecuménico de Asís, donde 150 religiones del mundo se asemblaron, a la invitación de Juan Pablo II, para orar juntos. Como tan adecuadamente definió el Papa Pío XI, el falso ecumenismo “equivale a abandonar la religión revelada por Dios” (Mortalium Animos).

In Christo Jesu et Maria Immaculata,
Rvdmo. Mark A. Pivarunas, CMRI

 

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