CRITERIOS TEOLÓGICOS PARA CONDENAR LA JORNADA
MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA PAZ

(Revista "Roma", Nº 97, Diciembre/1986)

   El próximo 27 de octubre, por invitación de Juan Pablo II, concurrirán a Asís, además de los católicos, "los representantes de las demás religiones del mundo" para "un encuentro de oración por la paz" (1).

   Aquellos que Juan Pablo II ha llamado "representantes de las demás religiones" han sido siempre llamados por la Iglesia, con mayor propiedad, "infieles": "en un sentido más general son infieles todos aquellos que no tienen la verdadera fe; en sentido propio los infieles son los no bautizados y se distinguen en monoteístas (hebreos y mahometanos), politeístas (hindúes, budistas, etc,) y ateos" (2).

   Y aquéllas que Juan Pablo II ha llamado "demás religiones" han sido siempre llamadas por la Iglesia, con mayor propiedad, "falsas religiones": es falsa toda religión no cristiana "en cuanto no es la religión que Dios ha revelado y quiere que se practique. Más aún, es falsa también toda secta cristiana no católica, en cuanto que no acepta y no actúa fielmente todo el contenido de la Revelación" (3).

   Establecido esto, el "encuentro de oración" de Asís, a la luz de la fe católica, no puede considerarse sino como

1) una injuria a Dios;
2) una negación de la necesidad universal ,de la Redención;
3) una falta de justicia y de caridad hacia los infieles;
4) un peligro y un escándalo para los católicos;
5) una traición de la misión de la Iglesia y de Pedro.

Injuria a Dios

   La oración, incluso la de súplica o de petición, es un acto de culto (4), En cuanto tal, debe ser dirigida a Quien es debida y en el modo debido.

    A Quien es debida: al único verdadero Dios, Creador y Señor de todos los hombres, al cual Nuestro Señor Jesucristo los ha retornado (1 Jo. 5,20), consagrando el primer precepto de la Ley: "Yo soy el Señor Dios tuyo...No tendrás otros dioses más que a Mí ...no los adorarás ni les prestarás culto" (Ex. 20,2-5; cfr. Mt. 4, 3-12; Jo, 17,3; 1 Tim. 2,5) (5),

   En el modo debido: o sea, correspondiente a la plenitud de la Revelación divina, sin mezcla de errores: "Viene la hora, y es ésta, en la cual los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque tales son los adoradores que el Padre quiere" (Jo. 4,23)

   La oración dirigida a falsas divinidades, o animada por opiniones religiosas en contradicción total o parcial con la divina Revelación, no es un acto de culto, sino de superstición, no honra a Dios, sino que Lo ofende; objetivamente al menos, es un pecado contra el primer mandamiento (6).

   ¿A quién rezarán los asistentes a Asís y de qué modo? Invitados oficialmente como "representantes de las demás religiones", "rezarán cada uno en la manera y en el estilo que les es propio". Lo ha explicado el cardenal Willebrands, presidente del Secretariado para los no cristianos (7). Lo ha confirmado el 27 de junio último el cardenal Etchegaray en una conferencia de prensa publicada por "La Documentation Catholique" del 7-21 de septiembre de 1986, en la sección "Actas de la Santa Sede": "Se trata de respetar la oración de cada uno, de permitir que cada uno se exprese en la plenitud de su fe, de su creencia".

   Por consiguiente, el 27 de octubre en Asís la superstición será ampliamente practicada y en sus especies más graves: desde el "culto falso" de los hebreos, que en la era de la gracia pretenden honrar a Dios negando a Su Cristo (8), hasta la idolatría de los hinduistas y de los budistas, que rinden culto a la creatura en vez de al Creador (cfr. Act. 17,16).

   La aprobación, al menos externa, por parte de la jerarquía católica es sumamente injuriosa a Dios, al suponer y dejar suponer que Él pueda mirar con ojo igualmente benigno tanto un acto de culto como de superstición, tanto una manifestación de fe como de incredulidad (9), tanto la verdadera religión como las falsas; en una palabra: tanto la verdad como el error.

Negación de la universal necesidad
de la Redención

   Hay un único Mediador entre Dios y los hombres: Jesús, Nuestro Señor, Hijo de Dios y verdadero hombre (1 Tim. 2,5). Los hombres por naturaleza, son filii irae (hijos de ira: Ef. 2, 3); en cambio, por medio de Él son reconciliados con el Padre (Col. 1,20) y sólo por la fe en Él pueden tener la audacia de acercarse a Dios con toda confianza (Ef. 3,12).

   A Él le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt. 28 18) y ante su nombre debe doblar su rodilla todo ser en los cielos en la tierra y en los infiernos (Fil.2, 10-11).

   Ninguno va al Padre sino por medio de Él (Jo. 14,6) y no hay ningún otro Nombre bajo el Cielo en el cual el hombre pueda salvarse (Act. 4, 12). Él es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jo. 1, 9) y quien no lo sigue camina en las tinieblas (Jo. 8,12). Quien no está con Él está contra Él (Mt. 13,30); y quien no lo honra ultraja también al Padre que Lo ha enviado (como hacen precisamente los hebreos) (Jo. 5.23). A Él el Padre le ha entregado el juicio de los hombres (Jo. 5,22); más aun, quien cree en Él no es juzgado, pero quien no cree ya ha sido juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios (Jo. 3,18). En Él y en el Padre que lo ha enviado (Jo. 17,3).

   Él además, es el Príncipe de la Paz (Is. 9,6; cfr. Ef. 2,14 y Miqueas 5,5), siendo las divisiones, los conflictos, las guerras un fruto amargo del pecado, del cual el hombre se libera no por virtud propia sino en virtud de la Sangre del Redentor.

   ¿Qué parte tendrá Nuestro Señor Jesucristo en Asís en la oración de los "representantes de las demás religiones" no cristianas? Ninguna, al continuar siendo para ellos o una incógnita o una piedra de tropiezo, signo de contradicción. Por consiguiente, la invitación que se les dirige para rezar por la paz del mundo supone e inevitablemente deja suponer que hay hombres -los cristianos- que deben acercarse a Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo y en Su Nombre, y otros -el resto del género humano- que pueden acercarse a Dios directamente y en nombre propio prescindiendo del Mediador; hombres que deben doblar la rodilla ante Nuestro Señor Jesucristo, y otros que están exentos de ello: hombres que deben buscar la paz en el reino de Nuestro Señor Jesucristo y otros que pueden obtener la paz fuera de Su reino e incluso oponiéndose a él. Esto es lo que. por otra parte se deduce también de las declaraciones de los cardenales supracitados: "Si  PARA NOSOTROS LOS CRISTIANOS Cristo es nuestra paz, para todos los creyentes la paz es un don de Dios" (10); "PARA LOS CRISTIANOS la oración pasa por Cristo" (11).

   Por consiguiente, "el encuentro de oración" de Asís es la negación pública de la necesidad universal de la Redención.

      Falta de justicia y de caridad hacia los infieles

   "Jesucristo no es facultativo" (cardenal Pie). No hay hombres que son justificados por la fe en Él y otros que son justificados prescindiendo de Él: todo hombre o se salva en Cristo o se pierde sin Cristo. No hay fines últimos naturales, por los cuales el hombre pueda optar como alternativa a su único fin sobrenatural: si, descarriado como está por el pecado, no encuentra en Cristo el Camino (Jo. 4,6) para conseguir el fin para el cual ha sido creado, no le queda sino la ruina eterna.

   Por consiguiente, la verdadera fe, no la "buena fe", es la condición subjetiva de salvación para todos, incluso para los paganos: al ser le necesaria con necesidad de medio, "por falta de ella (INCLUSO SI INCULPABLE), es absolutamente imposible conseguir la salvación eterna (Hebr. 11,6)" (12).

   La infidelidad voluntaria -explica Santo Tomás- es una culpa y la infidelidad involuntaria es castigo. Los infieles, en efecto, que no se pierden por el pecado de incredulidad, o sea por "el pecado de no haber creído en Cristo", de quien "nunca supieron nada", se pierden por los otros pecados, que no pueden ser perdonados a nadie sin la verdadera fe (13).

   Consiguientemente, nada es más importante para el hombre que la aceptación del Redentor y que la unión con el Mediador: es cuestión de vida o de muerte eterna. Esto es lo que los infieles tienen el derecho de escuchar que la Iglesia cató1ica, les anuncia conforme al mandamiento divino (Mc. 16.16; Mt. 28, 19-20) y esto es lo que siempre ha anunciado a los infieles la Iglesia católica, rezando no con ellos, sino por ellos.

   ¿Qué sucederá en Asís? No se rezará por los infieles, suponiéndolos así implícita y públicamente como ya no necesitados de la verdadera fe. Se rezará en cambio, junto con ellos, o, según la sutileza rabínica de la Radio Vaticana, se estará junto con ellos para rezar, suponiendo así implícita y públicamente que la oración inspirada por el error es igualmente aceptable a Dios como la oración "en espíritu y en verdad". "Se trata de respetar la oración de cada uno" ha explicado el cardenal Etchegaray en la declaración supracitada. Lo cual significa que los infieles que acudirán a Asís y que -obsérvese bien- no son aquellos "nutriti in silvis" (crecidos en la selva) que "nunca supieron nada de la fe", acerca de los cuales hacen hipótesis los teó1ogos cuando discuten el problema de la salvación de los infieles (14), serán "respetuosamente" dejados "en las tinieblas y en la sombra de la muerte" (Lc. 1,79).

   Autorizados a rezar en su calidad de "representantes de las demás religiones" y según sus erróneas creencias religiosas, se ven más bien alentados a perseverar en pecados, al menos materiales, contra la fe (infidelidad, herejía, etc.). Invitados a rezar por la paz en el mundo, definida como un "bien fundamental", "supremo" (15), son desviados de los bienes eternos hacia un bien temporal, hacia un fin secundario natural, como si no tuviesen un fin último sobrenatural, éste sí fundamental y supremo, por conseguir: "'Buscad el Reino de Dios y su justicia y el resto os será dado en añadidura" (Mt. 6,33).

   Por todo ello, el "encuentro de oración" de Asís es una falta, al menos externa, de justicia y de caridad hacia los infieles.

Peligro y escándalo para los católicos

   La verdadera fe es indispensable para la salvación. Los católicos, por lo tanto, tienen el deber de evitar todo peligro próximo para la fe. Entre los peligros externos está el trato, no justificado por una verdadera necesidad, con los infieles. Tal trato es ilícito por derecho natural y divino, aun antes que por derecho eclesiástico, y aun cuando el derecho eclesiástico no lo prohíbe (por ejemplo, en la vida civil): "Haereticum hominem devita" (Tito 3,10).

   La Iglesia, pues, con su materna solicitud, ha prohibido siempre todo lo que pudiese ser para los católicos no sólo un peligro para la fe, sino incluso un motivo de escándalo (16).

   En cuanto a las falsas religiones, la Iglesia siempre les ha negado el derecho al culto público; las ha tolerado, en caso necesario, pero la tolerancia "dice siempre relación a un mal que se permite por cualquier razón proporcionada"(17); en todo caso ha siempre evitado y prohibido todo lo que incluyese cualquier aprobación externa de los ritos acatólicos.

   ¿Qué cosa sucederá en Asís? Los católicos y los infieles allí "estarán juntos para rezar" (aunque "no para rezar juntos", según el indigno jueguito de palabras ya mencionado). Lo que simplemente quiere decir que rezarán juntos en Asís, pero desde ubicaciones separadas y siempre juntos, pero uno después de otro. En la ceremonia final en la Basílica Superior de San Francisco. Y esto no para custodiar la fe de los católicos o para evitarles al menos el escándalo. Sino más bien para que pueda rezar "cada uno en la manera y en el estilo que le es propio", para "respetar la oraci6n de cada uno" y "permitir que cada uno se exprese en la plenitud de su fe, de su creencia" (18).

   Lo cual implica la aprobación al menos externa:

   1) de esos falsos cultos, a los cuales la Iglesia católica les ha negado siempre todo derecho;
   2) de aquel SUBJETIVISMO RELIGIOSO, que Ella ha siempre condenado bajo el nombre de indiferentismo o latitudinarismo y que "trata de justificarse con las pretendidas exigencias de la libertad, DESCONOCIENDO LOS DERECHOS DE LA VERDAD OBJETIVA, QUE SE NOS MANIFIESTA YA SEA CON LA LUZ DE LA RAZÓN, YA SEA CON LA DE LA REVELACIÓN"
(19).

   Ahora bien, el indiferentismo religioso, que es "una de las herejías más deletéreas" (20) y que pone "en el mismo plano a todas las religiones" (21) lleva inevitablemente a considerar la verdad de la creencia religiosa como irrelevante para los fines de una vida buena y de la salvación eterna: "Se termina por considerar a la religión como un hecho totalmente individual, adaptándose a las disposiciones de los individuos que se forman su propia religión, y por concluir que todas las religiones son buenas, aunque contradictorias entre sí" (22).

   Pero con esto estamos fuera del acto de fe católica. Estamos en el luminístico "acto de fe del Vicario saboyano" de Rousseau, que es un acto de incredulidad en la Revelación divina. Ésta, en efecto es un hecho real, una verdad acreditada por Dios con signos ciertos, puesto que el error en tal campo tendría para el hombre consecuencias gravísimas (23).

   Ahora bien, "en presencia de un hecho real o de una verdad evidente no se puede ser tolerante hasta el punto de aprobar la actitud de quien los considera inexistentes o falsos. ESTO IMPLICARÍA O QUE REALMENTE NO CREEMOS O QUE NO ESTAMOS PLENAMENTE CONVENCIDOS DE LA VERDAD DE NUESTRA POSICIÓN O QUE ESTAMOS (juzgamos estar) EN PRESENCIA DE UNA MATERIA ABSOLUTAMENTE INDIFERENTE O BANAL, O QUE CONSIDERAMOS A LA VERDAD O AL ERROR COMO POSICIONES PURAMENTE RELATIVAS" (24).

   Y puesto que el "encuentro de oración" de Asís implica precisamente todo esto, es ocasión de escándalo para los católicos y un serio peligro para su fe. Por fuerza del ecumenismo se encontrarán finalmente unificados, sí, con los infieles, pero en la "ruina común" (25).

Traición de la misión de Pedro
y de la Iglesia

   Anunciar a todos los pueblos:

   1) Que hay un único Dios verdadero, que se ha revelado para todos los hombres en Nuestro Señor Jesucristo.
   2) Que hay una única religión verdadera, sólo en la cual Dios quiere ser honrado, porque El es la Verdad y le repugna todo lo que en las falsas religiones -doctrinas erróneas, preceptos inmorales, ritos inconvenientes- se opone a la verdad.
    3) Que hay un único Mediador entre Dios y los hombres, en el cual puede el hombre esperar salvarse, porque todos los hombres son pecadores y permanecen en sus pecados si están privados de la Sangre de Cristo.
   4) Que hay una única Iglesia verdadera, que de esta Sangre divina es "conservadora eterna" y que, por lo tanto, "es necesario creer que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Apostólica Romana, que ésta es la única arca de salvación, y que perecerá en el diluvio quien no entre en ella"
(26), al menos con votum (deseo), explícito o implícito con la disposición moral de cumplir toda la voluntad de Dios, "si la ignorancia es verdaderamente invencible" (27); anunciar esto, decíamos, es la misión propia de la Iglesia.

   "Id y enseñad a todos los pueblos; bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar TODO CUANTO YO OS HE MANDADO" (Mt. 28, 19-20); "id por todo el mundo, predicad el Evangelio A TODA CREATURA. El que creyere y fuere bautizado se salvará, MAS EL QUE NO CREYERE SE CONDENARA " (Mc. 16,16).

   Para que la Iglesia pudiese, pues, a lo largo de los siglos, cumplir con seguridad esta su misión, Nuestro Señor Jesucristo le confirió a Pedro, y a sus sucesores, la misión de representarlo visiblemente (Mt. 16, 17-19; Jo. 21, 15-17):

   "Este Vicario, por consiguiente, no tiene en realidad el encargo de establecer una nueva doctrina con nuevas revelaciones, o de crear un nuevo estado de cosas, o de instituir nuevos sacramentos: no es ésta su función. Él representa a Jesucristo a la cabeza de su Iglesia, cuya constitución es perfecta. Esta constitución esencial, o sea, la creación de la Iglesia, fue la obra propia de Jesucristo, que Él mismo debía llevar a término y de la cual dice al Padre: «He cumplido la obra que me diste para cumplir.» No hay nada más que agregarle, sino sólo es necesario mantener esta obra, asegurar la obra de la Iglesia y presidir al funcionamiento de sus órganos. Por ello, dos cosas son necesarias: GOBERNARLA Y PERPETUAR EN ELLA LA ENSEÑANZA DE LA VERDAD. El Concilio Vaticano [primero] reduce a estos dos objetivos la función suprema del Vicario de Jesucristo. Pedro representa a Jesucristo bajo estos dos aspectos ." (28)

   Por consiguiente, poder sin igual sobre la tierra el poder de Pedro, pero poder vicario y, como tal, de ningún modo absoluto, sino limitado por el derecho divino de Aquél a quien representa:
   "El Señor confió a Pedro las ovejas, no de Pedro, sino Suyas, para que las apacentase, no para sí mismo, sino para el Señor".
(29) 
   No está por consiguiente en el poder de Pedro el promover iniciativas en contradicción con la misión de la Iglesia y del Romano pontífice, como es evidentemente el caso del "encuentro de oración" de Asís. No puede invitar a "representantes" de las religiones falsas a rezar a sus dioses falsos, en lugares consagrados a la fe del Dios verdadero, el Vicario de Aquél que dijo:
   "Vete, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y sólo a El rendirás culto"
(Mt. 4, 3-12); no puede autorizar a prescindir de Nuestro Señor Jesucrito el Sucesor de aquél que tuvo el primado por su fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt. 16,16; cfr. Jo. 6, 69-70). No debe ser tropiezo para la fe de sus hermanos e hijos el Sucesor de aquél que recibió el mandato de confirmarlos en la fe (Lc., 22,32).
                                                                                                    MARCUS
("Si Si NO NO", Roma, año XII, Nº 17, 15-10-86, pp. 1-3).

NOTAS