¡QUE VERGÜENZA!

   El 8 de mayo en Mount Hagen "por primera vez en la historia una jovencita participó en una Misa papal como «ministro de la palabra»; leyó la primera lectura cubierta por un taparrabos de hojas y con el pecho desnudo" (cfr. «II Tempo» del 9 de mayo de 1984). "Se trata -explica el diario romano- de Susan Kenye, de 18 años de edad, estudiante del Holy Trinity College de Mount Hagen". Una nativa, quizás (aunque el nombre nos llevaría a dudarlo: de hecho, el a «Osservatore Romano» habla de "estudiante con vestimenta indigena"), pero, ciertamente, no de una salvaje, que no habría sabido leer; alumna, por otra parte, de un colegio religioso. Por lo tanto, una exhibición de nudismo voluntaria, concertada, indudablemente, entre los le misioneros verbitas de Mount Hagen y el séquito papal, que olvidaron el 3, 21 del Génesis: "[Después del pecado original] hízoles Yavé a Adán y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió."

   Algunos han hallado en esta increíble "novedad litúrgica", una conexión con el discurso sobre la "inculturación" que Juan Pablo dirigió la tarde de ese mismo día, al Episcopado de Papua-Nueva Guinea. Pero ningún acomodo a la cultura indígena, jamás ha significado ni jamás podrá significar aceptación de aquello que, en los usos y costumbres de los diversos pueblos, es resultado de la naturaleza humana caída y fuente segura, como el nudismo, de ulterior decadencia moral: sería traicionar la misión propia de la Iglesia Católica. Por tanto, queda la amarga consideración de que, después de la "novedad litúrgica" de la Misa papal de Mount Hagen, a los sacerdotes católicos les resultará más difícil enseñar el pudor, la decencia, la castidad.

   Durante la citada Misa, "en el Ofertorio se efectuó una procesión con baile acompañado con tambores, y cada tanto, el que iba a la cabeza de los bailarines, lanzaba al aire por la boca una nube de polvo alternativamente amarillo y rojo, «para ahuyentar de la asamblea, simbólicamente, los malos espíritus»".

   La inserción de un rito pagano supersticioso en el acto más sublime de la fe católica, constituye de por sí una profanación. Efectuado en presencia de Aquél que tiene por mandato confirmar en la fe, se transforma -al igual que la ya citada "novedad litúrgica- también en escándalo para la Iglesia universal.

  

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