Este
sagrado juramento fue dado por 1300 años.
Juan XXIII (1958), Pablo
VI y Juan Pablo I
fueron los primeros en quebrarlo.
Juan
Pablo
II fue el primero en ni siquiera darlo.
¿Por qué?
JURAMENTO DE CORONACIÓN PAPAL*
(Traducido por Patricio Shaw)
Este sagrado juramento, según
consta en los anales de la Iglesia, fue dado por cada Soberano Pontífice
de la Iglesia Católica desde el Papa San Agatón el 27 de junio de 678.
Muchos creen que inclusive fue dado por muchos predecesores de San
Agatón. No se sabe el autor. Lo que sí se sabe es que por lo menos 185
Sumos Pontífices dieron este juramento solemne durante 1300 años del
pasado. En él, el Vicario de Cristo juro no contradecir nunca el Depósito
de la Fe, ni cambiar ni innovar nada que le haya sido transmitido.
«Juro no cambiar nada de la Tradición recibida, y en nada
de ella —tal como la he hallado guardada antes que yo por mis
predecesores gratos a Dios— inmiscuirme, ni alterarla, ni permitirle
innovación alguna. Juro, al contrario, con afecto ardiente, como su
estudiante y sucesor fiel de verdad, salvaguardar reverentemente el bien
transmitido, con toda mi fuerza y máximo esfuerzo. Juro expurgar todo
lo que está en contradicción con el orden canónico, si apareciere
tal, guardar los Sagrados Cánones y Decretos de nuestros Papas como si
fueran la ordenanza divina del Cielo, porque estoy consciente de Ti,
cuyo lugar tomo por la Gracia de Dios, cuyo Vicariazgo poseo con Tu sostén,
sujeto a severísima rendición de cuentas ante Tu Divino Tribunal
acerca de todo lo que confesare. Juro a Dios Todopoderoso y Jesucristo
Salvador que mantendré todo lo que ha sido revelado por Cristo y Sus
Sucesores y todo lo que los primeros concilios y mis predecesores han
definido y declarado. Mantendré, sin sacrificio de la misma, la
disciplina y el rito de la Iglesia. Pondré fuera de la Iglesia a
quienquiera que osare ir contra este juramento, ya sea algún otro, o
yo. Si yo emprendiere actuar en cosa alguna de sentido contrario, o
permitiere que así se ejecutare, Tú no serás misericordioso conmigo
en el terrible Día de la Justicia Divina. En consecuencia, sin exclusión,
sometemos a severísima excomunión a quienquiera —ya sea Nos, u
otro— que osare emprender novedad alguna en contradicción con la
constituida Tradición evangélica y la pureza de la Fe Ortodoxa y
Religión Cristiana, o procurare cambiar cosa alguna con esfuerzos
opuestos, o conviniere con aquellos que emprendieren tal blasfema
aventura.»
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