HERIRÉ AL PASTOR Y SE

DISPERSARÁN LAS OVEJAS

+ Mons. Andrés Morello

 

   “Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas” (S. Mateo 26,31; S. Marcos 14, 27). 

         Vive la Iglesia Católica una  situación casi indefinible inmersa en un mundo ajeno a Dios, carente de paz, incapaz de tenerla por ser ajeno a Dios quien es principio supremo de la paz de los Ángeles, de los hombres y de la misma creación. Vive el mundo así, sin paz, un desorden moral supremo, una desaparición de los valores trascendentes, un desenfreno irracional por lo cotidiano y pasajero, por lo sensible y lo sensual; se es, se vive y se muere sin saber por qué ni para qué. Los hombres de hoy ya no podrían decir, por incapaces, aquella frase grandiosa de Don Ramiro de Maeztu delante de sus verdugos comunistas prontos a ajusticiarlo: “Yo se por qué muero, pero vosotros, vosotros no sabéis por qué me matáis”.  

         El olvido voluntario de Dios ha hecho a los hombres ignorantes de si. Es lógico, ignorado lo principal se confunde lo accesorio. Ese olvido de Dios de los hombres contemporáneos es grave y muchas veces culpable. Tiene sus causas individuales y colectivas,  parte es del diablo, parte del mundo enemigo de Dios, parte de los que secundan al diablo. Pero parte también, y parte determinante en los hombres de la Iglesia oficial y, muchas veces, en aquellos mismos que luchan por defenderla y mantenerla. 

         Responsabilidad gravísima es la de los hombres de la Iglesia oficial que maridados con el mundo y cautivados por sus máximas y sus costumbres en vez de arrimar a los hombres a Dios, los apartan, los debilitan, y los pervierten con una religión y una moral que a nadie ayuda ni a nadie duele. ¿Cuál es hoy el Pastor temido por los lobos? El que no se esconde como mercenario, aúlla también él como chacal. 

         Pero también están en la lid los Pastores, los Sacerdotes y los cristianos que defienden a la única y verdadera Iglesia, la de siempre. Dios y sus derechos, la Fe y su doctrina sacrosanta, la Moral y sus principios, capaces de dar paz y virtud, no pueden defenderse sólo en la discusión doctrinal. 

         La doctrina católica es la Verdad revelada por Dios, es la noción misma de las cosas como Dios las quiere. Esa Verdad suprema es Dios mismo quien pensó nuestro ser aquí en la tierra y nuestra trascendencia al querer para nosotros un destino eterno. Ese Cielo no se alcanza sólo defendiendo la Verdad. Bien podemos decir que esa Verdad es Alguien, es Dios mismo. Defender a Dios supone verdad en las ideas y verdad en la conducta que es lo que llamamos integridad. La Verdad quiere la Gracia y la Gracia exige naturalmente la Doctrina. Por eso no hay Gracia allí donde hay error pertinaz y herejía; pero no alcanza con la pura Verdad y la ortodoxia doctrinal para ser bueno. Por eso la Doctrina quiere la Virtud. 

         Si de virtudes se trata la mayor es, al decir de San Pablo, la Caridad (I Cor. 13,13).                 

         A esto queríamos llegar: Por respeto a Dios, Verdad suprema, es esencial defender la Doctrina que es la expresión acabada de la Fe católica; por respeto a Dios, Caridad infinita, es esencial que nos rija la Caridad sobrenatural, la Gracia, en la forma de vivir y en la defensa de la Fe.  

                     Fe sin Caridad no salva; Caridad sin Doctrina es un absurdo. Fe sin Caridad es fe protestante, no católica. Caridad sin Doctrina es modernismo. 

                   Sea católico el pensar, católico el vivir, propios de la Gracia los modos, las palabras, los procederes, la vida toda.

                   No seremos juzgados ante Dios sólo por la Doctrina íntegra o por la liturgia perfecta. Seremos juzgados además de eso, y sobre todo, por la abundancia de la Gracia o por su ausencia, por lo que hayamos hecho y dicho, por lo pensado y lo querido. No por nada dijo San Juan de la Cruz: “En la tarde de la vida seremos juzgados en el amor”.                                            

                                                    ¡Santas Pascuas! 

                                                                        + Mons. Andrés Morello

                                                                           Jueves Santo, 2008                                                          

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