LOS NUEVOS NOMBRES DE LAS VIEJAS COSAS
Querido Lector: Comencemos estas líneas con una fantasía. Imaginemos los pulcros pasillos de una moderna farmacia, todo en ellos es orden y luz; en cada estante de cada anaquel ocupan su puesto los innúmeros remedios que la bioquímica ensaya para curar, posponer o retrasar los lejanos efectos de aquel pecado original que siglo tras siglo y vida tras vida paga la deuda de aquella culpa primera que privó a los hombres de la inmortalidad y, por lo mismo, de la perfecta salud y continua lozanía. Siempre dentro de nuestra pródiga fantasía. ¿Qué sucedería si algún sujeto perverso pudiera, como por arte de magia, cambiar las etiquetas de todos aquellos medicamentos sin cambiar su contenido? Bastaría con correr un lugar las etiquetas, que la primera fuera la del segundo remedio y así sucesivamente para hacer un desastre, quizás para provocar una inmensa mortandad. La fantasía consistió hasta aquí en imaginar aquél ambiente farmacéutico y la prodigiosa malicia de cambiar las etiquetas en un instante sin que nadie lo advirtiera. Volvamos a la realidad en donde las cosas son lo que son. ¿Si son lo que son? ¿No dice la gente que las cosas cambian, que ya todo no es igual, que hoy se piensa distinto? La gente dice muchas cosas y cuando uno dice mucho, oye mucho y piensa poco no suele decir gran cosa; es más, suele decir muchas tonterías y repetir muchas falsedades. Basta con tener cerca alguien capaz de enseñarlas para que muchos se pongan a repetirlas. ¿Le parece que nó? Baste un ejemplo: Hace algunos meses en un programa televisivo supuestamente humorístico en el que se hacía la sátira de un colegio de jóvenes de familias acaudaladas o prestigiosas, los actores principales decían a cada momento y como muletilla repetida constantemente -"¿Todo bien?" Esta pregunta no era entre nosotros la expresión habitual de la cortesía o la amistad, pero si prestamos atención muchísima gente la usa hoy. -"¿Todo bien?" Y contestará el interlocutor -"Sí, todo bien". Cuando en realidad y sin ser pesimista, todo mal y cada vez peor. Baste este ejemplo para darnos cuenta cómo la gente, a veces todos, es capaz de repetir falsedades o verdades a medias sin siquiera percibirlo. Valga lo mismo para las cosas. Las cosas son lo que son, las haya hecho Dios o el hombre, y a ellas les pasa lo mismo que a los medicamentos de nuestra fantasía: Un cambio de nombre no cambia la cosa. Las cosas no pueden cambiarse. No me refiero a las circunstancias que sí son factores más o menos variables, sinó a las naturalezas, a las entidades, a lo que las cosas son en sí mismas. Una nave en medio de una tormenta, en la calma o en el puerto es siempre la misma nave. Un hombre vestido de payaso no deja de ser hombre y un actor de teatro no se ha transformado en un Hamlet real por tener en sus manos una calavera y pronunciar lacónicas palabras. Han cambiado las circunstancias, nó las cosas. Lo que sí cambian, bien o mal, justa o injustamente, son los nombres; cuando lo hacen mal o injustamente es donde se corren las etiquetas. Esto es lo que hace ya algunos años viene sucediendo en el mundo: Las cosas no han cambiado pero sí sus nombres causando, lógicamente, confusión de conceptos en el pensamiento, inversión de valores en la moral, y un desorden total y completo en la conducta práctica. Le parecerá a Usted que yo exagero. Veamos si es así. Antes llamábamos periodistas a los que buscaban noticias y las transmitían de acuerdo a lo acontecido, pronto y cabalmente. A aquél que decía las noticias desde una radio y desde su micrófono no le decíamos periodista sinó "locutor del noticiero". Ahora todos son, no ya periodistas, sinó "comunicadores sociales", tanto el locutor como el redactor, como el dueño del medio de prensa que halló que vender noticias es buen negocio, sea por fidedignas, sea por bien pagas. Ya ve Usted que los gobiernos tienen a veces órganos oficiosos que transmiten nó la realidad del quehacer nacional sinó el parecer de quien regentea dicho quehacer y la oposición también tiene sus periodistas favorables y todos gozan del mismo título de "comunicadores sociales" aunque unos los sean de la verdad y otros de la mentira, o ambos sólo de la opinión y nó de la realidad pura y simple. Nó cambiaron las cosas pero sí los nombres. Esto causa, dijimos:
Las tres cosas citadas suceden a diario, es el ambiente en que vivimos y hasta es el aire que se respira en unas sociedades saturadas de esos cambios irreales y ficticios pero efectivos y convincentes, que bien mirados a algo apuntan y lógicamente alguien los dirige. Confusión de conceptos en el pensamiento: El lenguaje es de seres inteligentes, los animales perciben sensaciones y sentimientos y transmiten ambos. El perro festeja a su dueño o le acata temeroso ante una orden firme. Basta como indicio de su falta de inteligencia racional el no valerse de sus dientes para ejercer un poder despótico sobre su dueño. El lenguaje, entonces, si es de seres inteligentes sirve para transmitir el pensamiento ya que, sensaciones y sentimientos podríamos demostrar como los animales, pero ideas, principios, teorías, postulados o ideales, sólo con el lenguaje. Si cambiamos el lenguaje alteramos la expresión del pensamiento y aquél que lo escucha e interpreta, entiende otra cosa porque no puede leer mis ideas y pensamientos (como Dios sí podría hacerlo) sino que oye lo que digo y lee lo que escribo. Veamos cómo sucede. Pasa en lo cotidiano, en lo político, en lo filosófico, en lo religioso. ¿Qué más cotidiano que el que los hombres se casen? Pero muchos no se casan sinó que "viven en pareja", ¿No cambiaron la etiqueta? ¿No era eso el concubinato? Cotidiano también es el nacer pero muchos no nacen. Antes le decíamos abortos y era y es un crimen horrendo, ahora le dirán "evitar un embarazo no deseado". ¿Cómo que no deseado? Si alguien acciona una bomba para que explote quiere su efecto que es la explosión. Si se hace lo que naturalmente conllevará un nacimiento, se quiere el mismo. Antes cuidaban los hombres a sus seres queridos moribundos acompañándolos y brindándoles los consuelos de la religión; ahora, si sufre mucho (y siempre han sufrido igual los hombres) el "piadoso doctor" le "acelera la anestesia" para que no sufra, dicho bien y pronto lo asesina de una sobredosis de anestesia. ¿No cambiaron la etiqueta? Pasa en lo político: Antes un guerrillero era comunista violento, con el tiempo se hizo político sin cambiar sus ideas ni su prédica pero ahora resulta que su comunismo se llama "social-democracia" ¿No se corrió la etiqueta? Cuando un gobernante era firme y defendía la justicia, la verdad y la religión lo más que se atrevían a decirle era "gobierno autoritario o dictatorial", hoy a aquellos dictadores la prensa les llama tiranos y déspotas, mientras que Trotsky era un "idealista arrebatado", Lenin un "encendido orador", Luther King "un defensor de los hombres de color", obviando, claro está, sus causas judiciales por problemas con menores. ¿Sigue la etiqueta en su lugar? Pasa en lo filosófico: Aquí va siendo peor. ¿Por qué? Porque filosofar es pensar, es la ciencia del pensamiento y el pensamiento se alimenta de verdades. Nadie quiere gustoso el error, al menos nó para si; tampoco que le mientan aunque se permita hacerlo con los otros. Cuando alguien quiere saber algo busca la verdad y razonar alrededor de ella y a partir de ella, eso es filosofar. Fue la pasión de Sócrates, el móvil de Aristóteles y el servicio más piadoso rendido a Dios por el gran Santo Tomás. Ahora bien ¿Qué pasa si no pienso lo verídico? ¿Qué sucede si razono a partir de datos inciertos o, lo que sería peor, de datos falsos? Sucedería a la inteligencia que filosofa lo mismo que al estómago que asimila, si le da alimentos buenos nutre al individuo; si se los da casi fermentados lo descompone y si le da veneno lo mata. Pongamos un ejemplo tomado de la afirmación de un político de aquellos que antes medraban en las sombras y luego lucían en la política. En la Argentina hubo un Ministro de Relaciones Exteriores, del Gobierno de aquél Raúl Alfonsín (a quien debemos la ley del divorcio), llamado Dante Caputo. Terminado su mandato de Ministro fue nombrado Secretario de las Naciones Unidas, aquellas que dicen defender los derechos de las Naciones. Dicho Secretario, Dante Caputo fue interrogado un día en un medio televisivo (se hablaba de los problemas limítrofes) y el locutor le hizo esta pregunta -"¿Qué es soberanía?" ¿Qué contestaría Usted? ¿Qué esperaría de un hombre ocupando puestos tan importantes y de tantas consecuencias? ¿Habrá dicho "soberanía es el derecho de afirmar, reivindicar y defender el propio territorio"? Nó Señor, Caputo dijo así: "Soberanía es lo que uno puede defender". Es mentira, eso no es siquiera error, no es posible un error tan craso en alguien que ocupe ese puesto. Si soberanía es lo que puedo defender entonces si no puedo defenderlo no tengo soberanía. El Mar Continental, la Patagonia o el Aconcagua son de la Nación aunque no los vigilen los soldados ¿Acaso la casa de uno deja de ser de uno porque no la puede defender del ladrón? ¿Valdrían menos los derechos de la Nación, que son derechos de todos juntos, que los derechos individuales? Ve Usted con claridad, querido lector la trascendencia grave y gigantesca que puede tener un error, una afirmación falsa o una mentira para el pensamiento. Pasa en lo religioso: Aquí el trastoque de las etiquetas es grave, gravísimo, pésimo y fatal. ¿Por qué? Porque la religión es para salvarse y si no me salvo todo ha sido en vano. Por eso ha dicho Nuestro Señor en el Evangelio "Quien creyere y se bautizare se salvará, quien no creyere ni se bautizare se condenará" (San Marcos XVI, 16). Está clarísimo. Por eso la Santa Iglesia concluye al unísono con Nuestro Señor "Fuera de la Iglesia no hay salvación". ¿Parece exagerado? ¿No dice Nuestro Señor en el Evangelio "Quien no recoge conmigo desparrama" (San Lucas XI, 23). ¿No dice el Pontifical Romano "Todo lo que no es de la Fe es herético y cismático"? Hasta aquí las etiquetas respondían al contenido. ¿Qué sucede hoy, qué desde la muerte del augusto pontífice Pío XII? Siendo Cardenal aún Joseph Ratzinger afirmó "la espera judía del Mesías no es vana" (La Voz del Interior, jueves 17 de enero del 2002). Si no es vana significa que está bien que lo esperen aunque ya haya venido y ya se hayan cumplido las Escrituras. La etiqueta dice lo que dice. Pero ¿Es correcto lo que dice? ¿Nos miente a nosotros o les miente a ellos? ¿No dice Nuestro Señor en el Evangelio a los judíos que le acusaban de endemoniado "Yo no tengo un demonio"? (San Juan VIII, 49). ¿Pensaron del Mesías igual que nosotros? Más ejemplos todavía. Apartarse de la Santa Iglesia culpablemente por el cisma o la herejía constituye un grave pecado. Si cisma y herejía son pecados no confieren la Gracia sinó que la quitan y destruyen; por eso el incurrir en tales faltas y adherir a tales errores es hacer oposición a Dios que instituyó a la Santa Iglesia. Es claro y evidente entonces que cisma y herejía no tienen ni producen la Gracia ya que sinó Dios mismo se haría oposición bendiciendo lo que condena su Iglesia. Aún así y sin embargo el 10 de julio del 2007 (VIS) se hizo público un documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe firmado por su Prefecto el Cardenal William Levada y su Secretario el Arzobispo Angelo Amato en donde se lee: "Se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica que la Iglesia de Cristo está presente y operante en las iglesias y en las comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia Católica..." "El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la audiencia concedida al Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha aprobado y confirmado estas respuestas". Los tres pusieron su firma. ¿No es esto un gravísimo cambio de etiqueta, no es veneno por remedio? ¿De quién es la culpa? ¿Cuánta es la culpa? ¿Qué nombre debemos darle? ¿Cuál es su etiqueta? Eso es "matar" las almas, es atacar la Verdad misma de Dios y de su Iglesia, es destruir la Verdad de la Fe Católica en las inteligencias de los católicos. ¿Alcanza con llamar "liberal" a quien tiene semejante conducta? ¿No están corridas las etiquetas? Antes la gente común llamaba "liberal" al de un pensamiento de avanzada, al de un lenguaje un poco más picaresco, a la mujer de conductas más sueltas o de ropas más apretadas, en definitiva, al no tan respetuoso de los Mandamientos o las Leyes. Su Santidad San Pío X no llama a los Modernistas "liberales" sinó así: "Tales hombres podrán extrañar verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia; pero no habrá fundamento para tal extrañeza en ninguno de aquellos que, prescindiendo de intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozcan sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijera que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, nó desde fuera, sinó desde dentro: en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia... Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, Nos podríamos tal vez disimular, pero se trata de la Religión Católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad." (Pascendi, no. 2). Inversión de Valores y desorden total y completo en la conducta práctica: Va de suyo. La Moral que es católica y la ética que no lo es o es simplemente laica siempre sigue al pensamiento. Hasta el más torpe de los hombres y el de conducta más innoble hace lo que piensa. ¿Sabe que está mal y obra igual? ¿No lo sabe? En ambos casos obra siguiendo a su pensamiento acertado o erróneo, inculpable o malicioso. Obra bien porque sigue un pensamiento justo, obra porque piensa bueno lo malo u obra mal sabiendo que está mal, pero siempre el pensar precede a la acción moral, sea buena, sea errónea, sea mala. Por eso es trascendente el pensar bien para salvar en lo posible la bondad de la acción. Pero ¿Qué sucede si alguien ignora las pautas o los motivos del bien, o se halla rodeado de un ambiente saturado de errores o de falsedades o de malos ejemplos? Sucede lo que sucede hoy. Se vive en un mundo parecido a aquella farmacia imaginaria en el que la maldad, la culpa y el desinterés de los hombres entró como vendaval cambiando todas las etiquetas. Claro está que el desinterés deja hacer mientras que la culpa y la maldad aprovechan el paso libre. ¿Le parece a Usted mucho decir? Usemos aún los ejemplos así como Nuestro Señor Jesucristo se valía de parábolas para enseñar. Antes un maricón era un sujeto despreciable. Dirá alguien horrorizado de mis palabras que ellas son duras. Baste para juzgar el ejemplo del Capítulo XIX del Génesis en que se narran tanto el castigo como el pecado de Sodoma. ¿Es poco aún? ¿Qué dice el gran San Pablo?: "No queráis errar: Ni los fornicarios, ni los que sirven a los ídolos, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los hombres que pecan con hombres... Poseerán el Reino de los Cielos". (I Cor. VI, 10; I Tim. I, 10). ¿Qué dice ahora la prensa o la televisión? Ya no es un sujeto despreciable y peligroso porque puede inducir a otros a lo mismo sinó que es alguien "de sexualidad diferente". ¿No es un gigantesco cambio de etiqueta? ¿No lo repite la gente? ¿No es dar paso a cualquier cosa decir a los demás "es su vida, cada quien haga como le parezca, cada uno vea por su vida privada"? Nó Señor, nadie es maricón solo, desde el momento en que otro tiene que ver ya no se trata de lo privado porque uno corrompe al otro e induce a que lo mismo se siga haciendo. ¿Pueden dos hombres o dos mujeres de esa catadura ser maestros, educar, adoptar, criar hijos? ¿Qué pautas de conductas les darán? ¿No será eso un criadero de perversiones? Así como pasa con esta aberración sucede igual con todas las inmoralidades en la práctica y con todos los errores en el pensamiento. Las etiquetas están cambiadas, los que saben callan, los que sufren callan y los malos gritan y obran sin obstáculos en su camino. Así, los amos del mundo han destruido la manera cristiana de pensar y obrar y los de esta iglesia nueva, novedosa y distinta, van etiquetando la Fe con un contenido distinto de lo que dicen o, peor, llamando Fe a lo que es herejía. "Pues así proceden a sabiendas, tanto porque creen que la autoridad debe ser empujada y no echada por tierra, como porque les es necesario morar en el recinto de la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva" (San Pío X, Encíclica Pascendi, no. 6, de la Táctica Modernista). ¿Qué busca todo esto? ¿Cuál es el fin de toda esta maldad? Pervertir y perder. Tanto mal no puede no ser diabólico, aunque lo diabólico no disminuye en nada la maldad de los hombres que contribuyen al mal, sinó todos los pecados fueran del diablo y ninguno de los hombres, contradiciendo aquello de Nuestro Señor Jesucristo: "Todo aquél que hace pecado, siervo es del pecado" (San Juan VIII, 34). ¿Cuál es el fin de esa maldad? Perder, que es apartar de Dios y para siempre. Borrar de las mentes la idea de Dios y de las conductas la Ley de Dios. Lo que pasa a nivel general pasa sobre todo a nivel religioso. ¿Por qué sobre todo? Porque si lo esencial es salvarse y todo pierde sentido sin la salvación entonces quien ataque la religión, hecha para salvarse, atacará el corazón de la vida terrena y del destino eterno. Por eso aquellas palabras de su Santidad San Pío X: "Ciertamente, el error de los protestantes fue el primero que puso los pies en este camino, al cual sigue el error de los modernistas, y después de él vendrá inmediatamente el ateísmo". (Pascendi, no. 11, Los Resultados del Modernismo). ¿Qué queda por hacer? Todo. "No queráis creer que vine a la tierra a traer la paz: Nó la paz sinó la espada" (San Mateo X, 34). La Iglesia Católica es por definición militante. Ante el esfuerzo gigantesco que supone oponerse hoy a las fuerzas del mal dentro y fuera de la Santa Iglesia no es difícil caer, en la tentación digo yo, de comportarse como miembros de la Iglesia Purgante. Puede ser que debamos sufrir pero eso no autoriza a dejar el combate ni tampoco a esperar el combate definitivo del Apocalipsis olvidando la ruda pelea que diariamente deberíamos brindar no sólo al enemigo diabólico sinó a todos aquellos que odian a Dios. Por algo habrá dicho Nuestro Señor: "Quien tenga una túnica que la venda y compre una espada" (San Lucas XXII, 36). Quien pueda hablar que lo haga, quien sepa escribir sirva a Dios con su pluma, quien sepa formar a otros no esquive el esfuerzo. "Amemos la Verdad, digamos la Verdad, no transijamos jamás con las medias tintas y las medias verdades". ¿Por qué? Porque la Verdad Suprema es Alguien, es Jesucristo y Jesucristo es Dios quien dijera "Yo soy la Verdad". (San Juan XIV, 6). Terminemos citando a San Ignacio de Loyola: "No se puede hacer cosa digna de Dios sin que se conmueva el mundo y se desencadene el infierno. Guárdese de ser demasiado prudente quien desea trabajar mucho por Dios. Si los Apóstoles hubieran consultado la prudencia humana, jamás hubieran acometido la conversión del mundo. Jamás emprenderá nada grande por Dios quien teme demasiado a los hombres". Quiera Dios bendecirles. +Mons. Andrés Morello. Junio 28 de 2008 |