¿PASTORES O LOBOS?
EL CARDENAL LAHMANN, UN OBISPO CONCILIAR
La pregunta es grave pero peor es la respuesta, aunque muy a nuestro pesar. Los católicos esperamos de nuestros sacerdotes y Obispos lo mejor, queremos decir que esperamos la buena doctrina, la vida íntegra y el ejemplo innegable que suele ser el mejor argumento contra los que denigran a la religión católica, o contra los que creen que otras morales o "éticas",como le dicen hoy, pueden hacer a los hombres mejores que como lo consiguió Nuestro Señor Jesucristo. ¿Por qué nuestra pregunta? ¿Es mucho pedir hombres de gran virtud? Seguramente nó, pero concedamos a la humana fragilidad o al poco uso de los medios eficaces de pasado la ausencia notoria de santos, de héroes o al menos de abnegados sacerdotes y Obispos. Lo que no podemos conceder es, cuanto menos, la ausencia de buena doctrina. ¿Le cuesta ser muy bueno? ¿Es difícil ser ejemplar? Dios que ve las conciencias verá qué gracias necesita o cuales no usa. Pero la doctrina, la verdad nítida del Evangelio, la innegable verdad enseñada desde siempre por los Papas y los Concilios de la Iglesia Católica, ¿Esa tampoco? Los datos adjuntos nos fueron presentados por testigos presenciales. El sábado 21 de agosto a las 19.00 hs. en la Parroquia Ntra. Sra. de las Nieves del barrio Melipal, el Padre Eduardo De Paola quien desde el altar decía la Misa como hoy suele decirse en las parroquias, afirmó durante el sermón, en plena cátedra sagrada, delante de los fieles y familias con sus hijos, quienes lo escuchaban azorados, que "él dudaba del infierno y de la gravedad de sus penas como solía enseñarlo antes la Iglesia" Agunos fieles, espantados, decidieron ya no ir más a Misa. ¿Qué Misa podía decir un hombre que no cree en el a b c de la vida cristiana?¿Para qué murió Jesucristo en la Cruz?¿Para qué enseñó los Mandamientos, la virtud, el matrimonio indisoluble a la samaritana, la conversión a la pecadora, la confesión sacramental a sus Apóstoles? "Vete y no quieras pecar más" (Evangelio de San Juan 5,14 y 8,11). ¿Pecar? ¿Qué sería pecar si no hay infierno? El infierno no es simplemente para los que pecan, sino para los impenitentes, para los que no se arrepienten, para los que prefieren pecar. El pecado no es una "situación de pecado" como dicen hoy. Las situaciones no van a confesarse. Pecados son los de las personas que causan dichas situaciones. Son los pecados graves de los que uno no se arrepiente los que merecen el infierno, ¿Lo decimos nosotros? No señor, sí lo repetimos. Sólo en el Nuevo Testamento, por no adentrarnos en el Antiguo, hay veintiseis citaciones hablando del infierno; hay al menos diecisiete definiciones dogmáticas de Papas y Concilios que afirman su existencia, sus penas y su justificación según la Divina Sabiduría. Lo enseña solemnemente la Iglesia y negarlo es herejía (Concilio Vaticano I, Dz.1792). No quisiéramos ahondar más en un tema tan penoso, en preguntarnos qué enseñanza recibió ese sacerdote, qué orientación recibe de su Obispo, cuánta preocupación despierta el pan de la doctrina que se brinda en los que cargan con esa responsabilidad ante Dios. "Pedid y se os dará, golpead y se os abrirá" (Evangelio de San Mateo 7, 7; San Marcos 11,24 y San Lucas 11,9). Padres, Obispos, ¿Nos daréis el pan de la verdad o el veneno del error?¿Nos transmitiréis la angustia profunda de unos hombres que ya no creen lo que enseñan y que por eso dejan de enseñarlo y quizás de vivirlo, o aquello que pidió Nuestro Señor? ¿Qué ayuda nos daréis ante el juicio de Dios, ante la amenaza certera del infierno, ante la mirada inevitable del Cordero de Dios que dirá a los hombres malos:"Apartaos de Mí malditos, id al fuego eterno que está preparado para el diablo y para sus ángeles" (Evangelio de San Mateo cap, 25,vers.41). Por nuestra parte ¿Qué diremos? Diremos lo que San Pedro y San Juan delante del sanhedrín que les prohibía predicar "Juzgad vosotros en presencia de Dios si es justo escucharos más a vosotros que a Dios, nosotros no podemos no decirlo que hemos visto y escuchado". (Hechos de los Apóstoles,4,20) Quiera Dios bendecir a su Iglesia con sacerdotes y Obispos dignos.
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