"Aggiornamento"
y Tradición
I
Confrontación entre los
conceptos de "aggiornamento" y de Tradición
EL 21 DE NOVIEMBRE del año pasado, en Circular dirigida a Nuestros
carísimos Sacerdotes, procuramos, una vez más, avivar en ellos y en los fieles
la vigilancia contra los peligros, a que un falso "aggiornamento"
expone la integridad de la Fe y la pureza de las costumbres cristianas. Ya en
Documentos anteriores Nos ocupamos de las tentaciones a que está expuesta vuestra
fe, amados hijos, y os exhortamos a la vigilancia y a la oración. En la
Circular del 21 de noviembre, nos referíamos, especialmente, a la reverencia debida
a los Santos Sacramentos, con que damos público testimonio de nuestra fe en los
misterios que adoramos. Señalábamos, entonces, la importancia de la advertencia,
a la vista de ser indispensable la fe para la salvación, pues, sin ella es imposible
agradar a Dios - "sine fide impossibile est placere Deo" (Heb. 11,
6).
El 8 de diciembre del mismo año pasado, en la ocurrencia del quinto aniversario
de la clausura del II Concilio del Vaticano, el Santo Padre, Pablo VI, en memorable
exhortación, encarecía a los Obispos católicos del mundo entero la obligación
de cuidar de la ortodoxia en la enseñanza de la doctrina católica.
Es así, pues, amados hijos, que no eran vanos Nuestros temores. Los
males de que recelamos en Nuestra diócesis, de hecho, amenazan a los fieles del
mundo todo. De otro modo, no tendría sentido la Exhortación pontificia,
dirigida a todos los Obispos católicos de la tierra.
Deber del Obispo: velar por la ortodoxia.
Dada la importancia capital de la materia - la pureza de la Fe - y la
obligación que Nos incumbe de apacentar bien a las ovejas de Cristo que Nos fueron
confiadas, juzgamos de Nuestro deber volver al asunto, comunicando a Nuestro rebaño
las aprehensiones y amonestaciones del Papa. A tanto Nos convida el mismo
Pontífice, pues recuerda que, a todos aquellos que recibieron 'por la
imposición de las manos; la responsabilidad de guardar puro e intacto el
depósito de la Fe y la misión de anunciar el Evangelio sin negligencia"
(A.A.S., 63, p. 99), se impone de dar testimonio de su fidelidad al Señor, en
la predicación, en la enseñanza, en el tenor de vida.
De otro lado, al derecho imprescriptible que tiene el fiel de recibir la
enseñanza sagrada, corresponde en los Obispos "el deber grave y urgente de
anunciar infatigablemente la Palabra de Dios, para que el pueblo crezca en la
fe y en la inteligencia del Mensaje cristiano" (p. 100). Profunda crisis de
la Fe en el seno de la Iglesia.
Semejante oficio del múnus episcopal es, hoy, más imperioso, porque trabaja
en el seno de la Iglesia una crisis generalizada y sin precedentes, como atestigua
la presente Exhortación Apostólica, crisis de autodemolición como la denomina el
Papa, porque, conducida por miembros de la Iglesia, avala profundamente la
conciencia de los fieles, pues los confunde en lo que ellos tienen de más esencial
en la Religión.
Afirma, en efecto, Pablo VI, en el Documento que vamos a presentar, que
hoy "muchos fieles se sienten perturbados en su fe por un acumular se de
ambigüedades, de falsedades y de dudas, que atañen esa misma fe en lo que tiene
de esencial. Están en este caso los dogmas trinitario y cristológico, o misterio
da Eucaristía y de la Presencia Real, la Iglesia como institución de salvación,
el ministerio sacerdotal en el seno del pueblo de Dios, el valor de la oración y
de los Sacramentos, las exigencias morales que dimanan, por ejemplo, de la
indisolubilidad del matrimonio o del respeto por la vida. Más: hasta la propia autoridad
divina de la Escritura llega a ser puesta en duda, en nombre de una "¡desmitización
radical!" (p. 99).
Como veis, amados hijos, la crisis en la Iglesia no podría ser más
profunda. Leyendo las palabras del Papa, nos preguntamos: ¿qué quedó intacto en
el Cristianismo? pues, si no hay certeza sobre el dogma trinitario, misterio
fundamental de la Revelación cristiana, se difunden ambigüedades sobre la Persona
adorable del Hombre Dios, Jesucristo, se titubea delante de la Santísima Eucaristía,
si no se entiende la Iglesia como institución de salvación, si no se sabe lo
que es el Sacerdote entre los fieles, ni hay seguridad de las obligaciones morales,
si la oración no tiene valor, ni la Sagrada Escritura ¿qué hay de Cristianismo,
de Revelación cristiana? Comprendemos que el Papa se sienta impelido a excitar el
celo de los Obispos guardianes de la Fe consagrados para ser auténticos
Pastores que apacienten con cariño, desvelo y firmeza las ovejas del Divino
Pastor de las almas.
II
Empeño por construir una nueva Iglesia
psicológica y sociológica.
Tanto más, cuanto la Exhortación del Santo Padre deja entrever que hay
una verdadera conspiración para demoler la Iglesia. Es lo que se deduce del
trecho siguiente arriba citado, en el cual el Pontífice observa que las dudas,
ambigüedades y falsedades en la exposición positiva del dogma, se suman al
silencio "sobre ciertos misterios fundamentales del Cristianismo" y
la "tendencia a construir un nuevo cristianismo a partir de datos
psicológicos y sociológicos" en el cual "la vida cristiana sea
despojada de elementos religiosos" (p. 99).
Hay, pues, entre los fieles, un movimiento de acción doble convergente
para la formación de una nueva Iglesia, que solo puede ser una nueva falsa
religión: de un lado, se crean falsedades sobre los misterios revelados; de
otro, se estructura una la vida cristiana al sabor del espíritu del siglo
Ocasión y causas de la actual crisis religiosa
¿Cómo fue posible llegar a ese estado de cosas?
Pablo VI hace, a este propósito, dos consideraciones:
La primera, sobre la finalidad especial que el Papa Juan XXIII propuso
al II Concilio del Vaticano, como aparece claramente en la Alocución con que
abrió la primera Sesión del gran Sínodo: "Se impone que, correspondiendo
al vivo anhelo de aquellos que se encuentran en actitud de sincera adhesión a
todo lo que es cristiano, católico y apostólico, esta doctrina (cristiana) sea
más amplia y profundamente conocida y que las almas sean por ella impregnadas y
transformadas. Es necesario que esta doctrina, cierta e inmutable y que tendría
que ser respetada fielmente, sea profundizada y presentada de manera a satisfacer
las exigencias da nuestra época". Y explicitando mejor su pensamiento,
prosigue el Papa Roncalli: "una cosa es, efectivamente, el depósito de la
Fe en sí mismo, quiere decir, o conjunto de las verdades contenidas en nuestra venerable
doctrina, otra cosa es el modo como tales verdades son enunciadas, conservando siempre
el mismo sentido y el mismo alcance" (p. 101 ).
El Concilio debería, y, en consecuencia, el Magisterio Eclesiástico, con
el concurso de los teólogos, procurar aliar dos cosas, transmitir, sin engaño o
disminución, la doctrina revelada; y hacer un esfuerzo por presentarla de modo
a ser recibida íntegra y pura por los hombres de nuestro tiempo. Entiende-se por
los hombres de espíritu recto, "aquellos que se hayan en actitud de sincera adhesión
a todo lo que es cristiano, católico y apostólico", como dice Juan XXIII.
Por tanto por los hombres realmente deseosos de llegar a la verdad; pues, a los
que prefieren las máximas de este mundo, y, por eso rechazan la cruz de Cristo,
se les aplican las palabras de San Pablo: es imposible una unión entre la luz y
las tinieblas, entre la justicia y la iniquidad, entre Cristo y Belial (cf. 2
Cor. 6, 14 s.).
He aquí en lo que consistía el "aggiornamento" del Papa
Roncalli, en su mejor interpretación: una adaptación, en la manera de exponer
la doctrina católica, de manera que pueda atraer al hombre moderno de espíritu recto.
Tal empeño, nota Pablo VI, y es su segunda observación, no es fácil. Dice:
"El Magisterio episcopal estaba relativamente facilitado, en una época en
que la Iglesia vivía en estrecha simbiosis con la sociedad de su tiempo, inspiraba
su cultura y adoptaba sus modos de expresarse; hoy, al contrario, nos es exigido
un esfuerzo serio para que la doctrina de la Fe conserve la plenitud de su
sentido y de su alcance, al expresarse bajo una forma capaz de alcanzar al espíritu
y el corazón de los hombres a los cuales ella se dirige" (pp. 101 -102).
Característica de la nueva Iglesia: la religión del
hombre.
O por la dificultad del emprendimiento, o por una concesión al espíritu
del tiempo, el hecho es que, en la ejecución del plan trazado por el Concilio,
en amplios medios eclesiásticos, el esfuerzo en la adaptación fue más allá de
la simple expresión más ajustada a la mentalidad contemporánea. Tocó la propia sustancia
de la Revelación. No se cuida de una exposición de la verdad revelada, en términos
en que los hombres fácilmente la entiendan; se procura, por medio de un lenguaje
ambiguo y rebuscado, más propiamente, proponer una nueva Iglesia, al sabor del
hombre formado según las máximas del mundo de hoy. Con eso, se difunde, más o
menos por toda parte, la idea de en que la Iglesia debe pasar por un cambio
radical, en su Moral, en su Liturgia, e inclusive en su Doctrina. En los
escritos, como en el procedimiento, aparecidos en medios católicos después del
Concilio, se inculca la tesis de en que la Iglesia tradicional, como existiera
ates del Vaticano II, ya no está a la altura de los tiempos modernos. De manera
que debe transformarse totalmente.
Y una observación rápida, sobre lo que pasa en medios católicos, leva a
la persuasión de que, realmente, después del Concilio, existe una nueva Iglesia,
esencialmente distinta de aquella conocida, antes do gran Sínodo como única Iglesia
de Cristo. En efecto, se exalta como principio absoluto, intangible, la dignidad
humana a cuyos derechos se someten la Verdad y el Bien. Semejante concepción
inaugura la religión del hombre. Hace olvidar la austeridad cristiana y la
bienaventuranza del Cielo. En las costumbres el mismo principio olvida la ascética
cristiana, y tiene toda la indulgencia para el placer inclusive sensual, una
vez que, en la tierra, es que el hombre ha de buscar su plenitud. En la vida conyugal
y familiar, la religión del hombre enaltece el amor y sobrepone el placer al
deber justificando, a ese título, los métodos anticonceptivos, diminuyendo la
oposición al divorcio, y siendo favorable a la homosexualidad y a la coeducación,
sin temer la secuela de desordenes morales, y a ella inherentes, como consecuencia
del pecado original. En la vida pública, la religión del hombre no comprende la
jerarquía, y propugna el igualitarismo propio de la ideología marxista y contrario
a la enseñanza natural y revelada, que atesta la existencia de un orden social
exigido por la propia naturaza. En la vida religiosa, el mismo principio
preconiza un ecumenismo que, en beneficio del hombre, congracié todas las religiones,
preconiza una Iglesia sociedad de asistencia social y vuelve ininteligible lo
sagrado, solo comprensible en una sociedad jerárquica. De ahí, la preocupación excesiva
con la promoción social, como si la Iglesia fuese un mero y más vasto organismo
de asistencia social. De ahí, igualmente la secularización del Clero, cuyo
celibato se considera algo de absurdo; bien como el tenor de vida sacerdotal
singular, íntimamente ligado a su carácter de persona consagrada,
exclusivamente al servicio del Altar. En liturgia se rebaja al Sacerdote a
simple representante del pueblo, y las mudanzas son tantas y tales que ella deja
de representar adecuadamente, a los ojos del fiel, la imagen de la Esposa del
Cordero, una, santa, inmaculada. Es evidente que el relajamiento moral y la disolución
litúrgica no podrían coexistir con la inmutabilidad del dogma. De otro modo,
aquellas transformaciones ya indicaban mudanzas en los conceptos de las
verdades reveladas. Una lectura de los nuevos teólogos, tenidos como portavoces
del Concilio evidencia como, de hecho, en ciertos medios canónicos las palabras,
con que se enuncian los misterios de la Fe envuelven conceptos totalmente
diversos de los que constan de la teología tradicional.
Importancia de la filosofía escolástica
La Exhortación de Pablo VI habla de la dificultad de obtener la renovación
del ropaje, en que se transmitiesen a los hombres de hoy los misterios de Dios.
Y reconoce que fueron las nuevas expresiones para las verdades de Fe que trajeron
la angustia de las inseguridades, ambigüedades y dudas. Como fueron los nuevos términos
que facultaron, a los fautores de una nueva Iglesia, la difusión de una concepción
nueva y extraña de la religión cristiana.
Es de San Pío X la afirmación de que el abandono de la escolástica,
especialmente del tomismo, fue una de las causas de la apostasía de los
modernistas (Encíclica "Pascendi"). Después del Concilio Vaticano II,
retorna a los medios católicos el mismo error, la misma ojeriza contra la
filosofía que León XIII llamó "singular presidio y honra de la Iglesia"
(Encíclica "Aeterni Patris").
De hecho, uno de los sofismas de los teólogos del nuevo cristianismo es
acusar de aristotelismo la formulación dogmática tradicional, cuando la Iglesia
no debe estar enfeudada a ningún sistema filosófico. Acrecientan que semejante
formulación fue útil y válida en su tiempo, o sea, dentro del ambiente cultural
de la Edad Medía. Hoy, sin embargo, en un medio cultural totalmente diferente, ya
no tiene valor. Antes es nociva. Impide el progreso de los fieles, y es responsable
por la descristianización del mundo actual. La Iglesia, si quisiere revivir, si
quisiere conservar su perennidad, debe abandonar las fórmulas antiguas y adoptar
otras, de acuerdo con la filosofía de hoy, el pensamiento y la mentalidad contemporáneos.
Solo así realizará el ideal propuesto por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.
Y, para no ser tenidos como negligentes en su papel de teólogos, pasan a la
aplicación del principio que por ellos vimos establecido, y a las verdades
reveladas van dando formulaciones, dentro de la concepción da filosofía contemporánea.
La falacia no es nueva. En la Antigüedad, no hicieron otra cosa los
gnósticos que alteraron la Revelación para encuadrarla dentro de la filosofía neoplatónica;
en el siglo pasado, fue el hegelianismo que desvarió a ciertos teólogos
católicos. Los de la nueva Iglesia desean servir al marxismo, existencialismo y
a las demás filosofías antropocéntricas, que pululan en la angustia
intelectual, característica de nuestra época.
El vigor del tomismo
El engaño, amados hijos, de los mentores del nuevo cristianismo está no olvido
en que dejan una verdad de sentido común, sin a cual es inexplicable el
conocimiento, imposible la ciencia y la propia vida humana. Semejante verdad de
sentido común está en la base de toda filosofía, que no sea mera construcción
arbitraria del espíritu. Consiste en la persuasión de que el conocimiento es
determinado por el objeto externo. El es verdadero, cuando aprehende la cosa
como ella es; y es falso, cuando desentona de la realidad. Pueden variar los
sistemas filosóficos. Ellos serán más o menos verdaderos, en la medida en que
sus conclusiones atiendan al principio de sentido común arriba enunciado.
En el acatamiento a semejante principio, encuentra el tomismo todo su
vigor. Lo remarca León XIII, cuando dice que el tomismo es una filosofía
"solidamente firmada en los principios de las cosas" (Encíclica
"Aeterni Patris"). O sea, no es sistema arbitrario, fruto de la
imaginación o creación subjetiva del filósofo. Muy al contrario, la filosofía
tomista, se inclina sobre la realidad, para aprehenderla como ella es.
Cuando enuncia sus dogmas, sirviéndose de los termos usuales en la
escolástica, la Iglesia no lo hace porque tales expresiones sean de un sistema
filosófico particular, sino porque pertenecen a la filosofía de todos los tiempos.
Relativismo religioso y modernismo en los teólogos de
la nueva Iglesia
Ya no proceden del mismo modo los teólogos de la nueva Iglesia. No están
ellos atentos a la realidad, cuya expresión puede variar desde que, por tanto, la
presente como ella es. Lo que ellos desean es satisfacer la mentalidad moderna.
Para ellos, la actualización de la Iglesia está en la adaptación de su doctrina
a esa mentalidad. Y como el hombre moderno formó su pensamiento en un ambiente
cultural todo volcado a las apariencias, a los fenómenos, y, más allá de eso, a
eso a la metafísica, a Iglesia para no zozobrar, dicen los nuevos teólogos,
precisa acomodar su doctrina a semejante manera de pensar. No se percibe como
tal actitud pueda huir al error modernista, según el cual, el dogma evoluciona de
un a otro sentido, de acuerdo con las necesidades culturales de la época en que
es enunciado.
Inmutabilidad y desarrollo de la verdad revelada
Recordemos que la verdad revelada se comunica al mundo en lenguaje humano.
Tal lenguaje, aunque inadecuado, no es mero simbolismo; debe decir,
objetivamente, lo que es el misterio de Dios, aún que no manifieste su riqueza
inagotable.
Esta es la razón por la que las fórmulas dogmáticas no pueden evolucionar
cambiando de significado. La fe, una vez transmitida, dice San Judas Tadeo, lo es
"una vez por todas" (vers. 3). Ella es inmutable e invariable. No
padece adiciones, substracciones, o alteraciones. Puede esclarecerse, no puede
transformarse. Es como un ser vivo que se desenvuelve y se perfecciona, sin
embargo, en la misma naturaleza, que hace que el individuo sea siempre el mismo.
Importancia de las fórmulas dogmáticas tradicionales
Por eso, es de suma importancia mantener las fórmulas que, constituidas en
la Iglesia, bajo la asistencia del Espíritu Santo, la Tradición, y los Concilios
fijaron, para expresar con exactitud el concepto revelado. Semejante lenguaje
dogmático puede sufrir alteraciones accidentales, no puede ser modificado del
todo en todo.
Ahora bien, a lo que, bajo el signo del "aggiornamento", asistimos
después del Concilio, en varios medios católicos, es el menosprecio tanto de las
costumbres como de las fórmulas tradicionales. Demos otro ejemplo.
El Concilio de Nicea, después de años de luchas contra los arrianos, fijó,
en la Palabra Consubstancial, el concepto de la unidad de esencia de las Tres Personas
Divinas. Hoy, en ciertos medios católicos, aquel término es conscientemente
abandonado. De ahí, la incertidumbre, la duda que el Papa lamenta sobre los
dogmas da Santísima Trinidad y del Divino Salvador. El Concilio de Trento,
contra el simbolismo protestante, consagró el vocablo transubstanciación, para
indicar el cambio total de la sustancia del pan y de la sustancia do vino en el
Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo. Semejante palabra nos da la idea de lo que
ocurre, objetivamente, sobre el altar, no momento da consagración de la Santa Misa,
y nos asegura la presencia real y substancial de Jesucristo en el Santísimo
Sacramento, inclusive después de terminado el Santo Sacrificio. Como término
aristotélico, que no condice con las corrientes filosóficas actuales, la
Palabra transubstanciación es rechazada por los teólogos de la nueva Iglesia. La
substituyen por otra - "transignificación'; "transfinalización"
- dando razón a la afirmación del Papa de que se pone en duda el "misterio
de la Santísima Eucaristía y de la Presencia Real" (p. 99). En el orden
práctico, se eliminan las señales de adoración, de respeto al Santísimo
Sacramento, como la Comunión de rodillas, con velo, la bendición del Santísimo,
la visita al Sagrario etc.
Subversión doctrinaria
Se la Palabra muda, y no es sinónima, naturalmente también el concepto
se modifica. Están en este caso los nuevos termos de los teólogos
"aggiornati", cuya consecuencia es un terremoto para la propia Fe. Es
lo que la nueva terminología, de hecho, introduce una nueva religión. No
estamos más en el Cristianismo auténtico. Además, las innovaciones no quedan
apenas en cambio de palabras. Van más lejos. En la realidad, excitan una subversión
total en la Iglesia. Como la filosofía moderna sobrestima al hombre, a quien hace
juez de todas las cosas, la nueva Iglesia establece, como decimos, la religión del
hombre. Elimina todo cuanto pueda significar una imposición a la libertad o una
represión a la espontaneidad humanas. Desconoce, así, la caída original y extenúa
la noción de pecado. No comprende "el sentido de la renuncia evangélica"
(p. 105), y propugna una religión natural con base en las experiencias
"psicológicas y sociológicas" (p. 99).
III
Remedios para el mal: fidelidad
a la Tradición
a. INDICACIÓN DE PABLO VI
Como causa del aturdimiento que sufren los fieles angustiados porque ya no
tienen más certeza sobre lo que deben creer y sobre como han de actuar, Pablo
VI apunta el abandono de la Tradición. De donde, el antídoto a tan profunda crisis
de lenguaje, pensamientos acción, solo lo encontramos en la fidelidad a la Tradición.
El Documento de Pablo VI insiste sobre este punto. Las actuales circunstancias,
dice el Papa, exigen de nosotros mayor esfuerzo, para que "la Palabra de
Dios llegue a nuestros contemporáneos, en su PLENITUD, y para que las obras
realizadas por Dios les sean presentadas SIN ADULTERACIÓN, y con la intensidad
del amor a la verdad que los salve" (p. 98 - mayúsculas nuestras). Tan
noble incumbencia solo es exequible mediante la fidelidad a la "Tradición
ininterrumpida que une (nuestro cristianismo) a la Fe de los Apóstoles"
(p. 99). Debe pues, cada Obispo, en su Diócesis, estar atento por que los nuevos
métodos "no lleguen a traicionar nunca la verdad y la CONTINUIDAD de la
doctrina de la Fe" (p. 101 - señalado nuestro). Por lo demás, todo el trabajo
de los teólogos debe ser en el sentido de la "fidelidad a la gran corriente
de la Tradición cristiana" (p. 102). Por cuanto "la verdadera Teología
se apoya sobre la Palabra de Dios inseparable de la Sagrada Tradición como
sobre un fundamento perenne" (p. 103).
En resumen, Pablo VI sintetiza (p. 18) la norma del Magisterio
Eclesiástico en la Palabra de San Pablo: "aún que alguno - nosotros o un Ángel bajado del Cielo - vos
anunciase un evangelio diferente del que hemos anunciado, que sea anatema (Gal.
1, 8), y prosigue el Papa: "No somos nosotros, en efecto, que juzgamos la
Palabra de Dios: es ella que nos juzga y que pone en evidencia nuestros
conformismos mundanos. La flaqueza de los cristianos, inclusive la de aquellos
que tienen la función de predicar, no será jamás, en la Iglesia, motivo de endulzar
el carácter absoluto de la Palabra. Nunca será lícito quitar el filo de su
espada (cf. Heb. 4, 12; Apoc. 1, 16; 2, 16). A la Iglesia nunca le será
permitido hablar de modo diverso del de Cristo, de la santidad, de la virginidad,
de la pobreza y la obediencia" (p. 101).
b. EJEMPLO HISTÓRICO: NESTÓRIO Y LA
SANTA MADRE DE DIOS
Las palabras del Papa no podrían
ser más claras, ni más incisivas, como taxativas son las palabras del Apóstol citadas
por él. Por lo demás, no pasan de ser un
eco de la manera de actuar de la Iglesia, bajo el impulso vivificante del
Espíritu Santo. Es hecho largamente comentado en toda formación religiosa, lo ocurrido
con Nestório, Patriarca de Constantinopla. Lo transcribimos, aquí, según lo
narra D. Prosper Gueranger, en su conocida obra "L'Année Liturgique",
al comentar la fiesta de San Cirilo de Alejandría, el 9 de febrero: "En el
propio año de su elección al trono episcopal, en el día de Navidad de 428,
aprovechando la gran multitud que se aglomeraba en la Basílica Catedral, desde lo
alto del pulpito, Nestório pronunció esta blasfemia: Maria no dio a luz a Dios;
su hijo no era sino un hombre, instrumento de la Divinidad. Un estremecimiento
de horror recorrió la multitud, y un lego, Eusebio, se levanto del medio del
pueblo y protestó contra la impiedad. Toda la Historia, ates hoy, se regocija con
esa actitud. Ela salvó la fe de Bizancio".
c. NORMA GERAL
D. Gueranger da, entonces, el principio general: "Cuando el Pastor se
muda en lobo, pertenece en primer lugar, al rebaño defenderse. Normalmente, sin
duda, la doctrina desciende de los Obispos al pueblo fiel, y los súbditos, en las
cosas de la Fe, no deben juzgar a sus Jefes. Hay, sin embargo, en el tesoro de
la Revelación, puntos esenciales, cuyo conocimiento necesario y guarda vigilante
todo cristiano debe poseer, en virtud de su título de cristiano. El principio no
muda, ya se trate de creencia o procedimiento, de moral o de dogma. Traiciones
como la de Nestório son raras en la Iglesia; no así el silencio de ciertos
Pastores que por una u otra causa, no osan hablar, cuando la religión está
comprometida. Los verdaderos fieles son los hombres que extraen de su Bautismo,
en tales circunstancias, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes
que, bajo el pretexto especioso de sumisión a los poderes establecidos, esperan,
para ahuyentar al enemigo, o para oponerse a sus empresas, un programa que no es
necesario, que no les deber ser dado”.
d. LA IMPORTANCIA DE LA TRADICIÓN
Quisimos ilustrar el criterio recordado
por Pablo VI, debido a la importancia especial que asume en los días que corren,
como es notorio a quien observa lo que se pasa en ciertos medios católicos. Por
lo demás, es tal el valor de la Tradición, que inclusive las Encíclicas y otros
Documentos del Magisterio ordinario del Sumo Pontífice, solo son infalibles en
las enseñanzas corroboradas por la Tradición, o sea, por una enseñanza continua,
a través de varios Papas y por largo espacio de tiempo. De manera que el acto del
Magisterio ordinario de una Papa que choca con la enseñanza caucionado por la Tradición
magisterial de varios Papas y por espacio notable de tiempo, no debería ser aceptado.
Entre los ejemplos que la Historia apunta de hechos semejantes,
sobresale el de Honorio I. Mismo vivo, a este Papa no se le debía dar atención.
Entre los que lamentaron el acto de Honorio I están el VI Concilio Ecuménico,
que fue el tercero reunido en Constantinopla, y San León II, Papa, al confirmar
aquel Concilio. Entre los que continuaron a enseñar las dos voluntades en Jesucristo,
está el gran San Máximo, llamado el Confesor porque selló con el martirio su fidelidad
a la doctrina católica tradicional.
e. NORMA DE ENJUICIAMIENTO PARA LAS
NOVIDADES
Guardemos, pues, con el máximo respeto Y atención al criterio de
evaluación para las novedades que surgen en la Iglesia
- ¿Se ajustan a la Tradición? - Son de buena ley.
- ¿No se ajustan, se oponen a la Tradición, o la diluyen? - No deben ser
aceptadas.
Tradición, es seguro, no es inmovilismo. Es crecimiento, sin embargo en
la misma línea, en la misma dirección, en el mismo sentido, crecimiento de los
seres vivos que se conservan siempre los mismos. Por eso mismo, no se pueden
considerar tradicionales formas y costumbres en que la Iglesia no incorporó en
la exposición de su doctrina, o en su disciplina. La tendencia, en ese sentido,
fue llamada por Pío XII "reprobable arqueologismo" (Encíclica
"Medíator Dei"). Esto puesto, tomemos como norma el siguiente principio:
cuando es visible que la novedad se aparta de la doctrina tradicional, es cierto
que no debe ser admitida.
Varios modos de corromper la Tradición
Se puede concurrir para destruir la Tradición de varios modos. Hay, mismo,
entre ellos una escala que va de la oposición abierta al desvío casi imperceptible.
Tenemos ejemplo de oposición clara en las varias actitudes tomadas por
teólogos, y hasta por Autoridades Eclesiásticas rechazando la decisión de la
Encíclica "Humanae Vitae". De hecho, el acto de Pablo VI, deparando
ilícito el uso de los anticonceptivos se insiere en una Tradición ininterrumpida
del Magisterio Eclesiástico. No aceptarlo, enseñando lo opuesto de lo que prescribe,
o aconsejando prácticas condenadas por él, constituye ejemplo típico de negación
de una enseñanza tradicional.
Más sinuosa es la falacia cuando se hiere la Tradición a través de
elucidaciones dogmáticas que, sin negar los términos tradicionales, de hecho, son
incompatibles con los datos revelados; por ejemplo, continuar a hacer profesión
de fe en el misterio de la Santísima Trinidad, pero sustituir sistemáticamente el
término consubstancial por otro que no tiene el mismo significado, como la palabra
naturaleza.
Hay igualmente contrabandos para la herejía, en las deducciones que amplían
el contenido de las premisas. Así, declarar que, en virtud de la colegialidad, el
Papa no puede resolver sin oír al Colegio Episcopal, es incidir en el
conciliarismo que subvierte la Iglesia de Cristo.
Más sutiles, son los nuevos usos, especialmente en liturgia, que subrogan
a los antiguos, y que no solo no están dotados de la misma riqueza, sino que insinúan
otros conceptos religiosos. En Nuestra Pastoral de 19 de marzo de 1966, subrayamos
la importancia que tienen los usos y costumbres, tanto en la enfervorización de
la Fe, como, en sentido contrario, en el solapamiento de ésta misma fe, siempre
que el procedimiento presupone, y por tanto, difunde conceptos erróneos sobre las
verdades reveladas.
Evidentemente, la responsabilidad personal que hay en esas varias
maneras de contestar a Tradición no es la misma. Entre tanto, en las circunstancias
actuales, todas ofrecen peligro a la fe, y talvez más aquellas que menos aparecen
como opuestas a la Iglesia tradicional. Se sigue que se pide de nosotros
cuidadosa vigilancia, no vengamos a asimilar el veneno medio inconscientemente.
Si hay gente de buena fe que, por ignorancia o ingenuidad, en las novedades que
va aceptando, tiene la intención apenas de obtener una nueva expresión de la verdadera
Iglesia: hay también y sobretodo la astucia del demonio que se sirve de esas mismas
intenciones para desgarrar los fieles de la ortodoxia católica.
Los falsos profetas y los nuevos Catecismos
En la Exhortación Apostólica, que sugiere estas consideraciones, insiste
el Papa, sobre la acción de los falsos doctores, que, viviendo en medio del
pueblo de Dios, corrompen la Fe y la religión. Así, dice que es "para nosotros,
Obispos'; aquella advertencia que se encuentra en San Pablo: "vendrá tiempo
en que los hombres ya no soportarán la sana doctrina de la salvación. Llevados
por las propias pasiones y por el prurito de escuchar novedades, juntaran maestros
para sí. Apartarán los oídos de la verdad y los convertirán a las fábulas"
(2 Tim. 4, 3-4), y más adelante, torna Pablo VI al mismo toque de alerta, aún
con palabras del Apóstol: "del medio de nosotros mismos, como ya sucedía en
los tiempos de San Pablo, surgirán hombres a enseñar cosas perversas para arrebatar
discípulos atrás de sí (Actos 20, 30)" (p. 105).
Cuando los enemigos están dentro de casa, como denuncia aquí el Papa, es
sumamente necio quien no redobla la vigilancia. En la actual crisis de la
Iglesia, podemos decir que nuestra salvación está condicionada al empleo de
todos los medios que preserven la integridad de nuestra Fe. Por tanto, es necesaria,
hoy, mayor atención para evitar las celadas armadas contra la autenticidad de nuestro
Cristianismo.
En Nuestra Instrucción Pastoral sobre la Iglesia, del 2 de marzo de
1965, fundamentamos semejante advertencia mostrando como el espíritu
modernista, infiltrado en los medios católicos, introduce entre los fieles, el
relativismo y el naturalismo religiosos, subvirtiendo el dogma y la moral
revelados. De la difusión de semejante espíritu se encargan, actualmente, los nuevos
Catecismos. He aquí, que nos toca el deber de llamar vuestra atención, amados hijos,
sobre esas nuevas obras de enseñanza y formación religiosa que, a título de fe
para adultos o para el hombre moderno, destruyen la doctrina tradicional, ora por
el silencio, ora por omisiones, ora de manera positiva, por concepciones contrarias
a la verdad siempre enseñada por la Iglesia. Son los nuevos Catecismos el medio
de inocular en la mente de los fieles la nueva religión, en consonancia con las
corrientes evolucionista y racionalista del pensamiento moderno.
No levantamos ningún juicio sobre las intenciones de los autores de los nuevos
Catecismos. No nos olvidamos, entre tanto, de que el "hombre enemigo'; o sea,
el demonio, que hace todo para perder las almas, se aprovecha de las perturbaciones
causadas en la Iglesia por los pruritos de novedad, y en ellas mismas insinúa los
sofismas con que corrompe la Fe y pervierte las costumbres. Siendo, como son, los
nuevos Catecismos instrumentos para formar, en la Religión, a las nuevas generaciones,
sería ingenuo pensar que el ángel de las tinieblas no procurase servirse de
ellos, para a realización de su obra siniestra. De hecho, pues, objetivamente, los
nuevos Catecismos deben ser colocados, entre los fautores de la autodemolición de
la Iglesia, de que habla el Papa.
Nunca es demás señalar la importancia del Catecismo. Y, en consecuencia,
nunca será excesivo alertar a los fieles contra los textos de Catecismo que
subvierten la religión de Nuestro Señor Jesucristo.
IV
La profesión de fe en las prácticas
litúrgicas y religiosas
En su Exhortación Apostólica, Pablo VI carga la conciencia de los
Obispos a que cuiden la doctrina sea transmitida pura no sólo en la enseñanza
como en el ejemplo que ha de vivificar las palabras.
El Papa se refiere a los auxiliares de los Obispos en la difusión de su doctrina,
su afirmación, entre tanto, comporta interpretación más amplia, una vez que, en
los actos piadosos, hacemos viva profesión de nuestra fe. En otras palabras: lo
que creemos con la inteligencia, eso realizamos en nuestra vida católica,
especialmente en las prácticas religiosas. En sentido inverso, es por los actos
cotidianos que, o alimentamos a nuestra fe, o la entibiamos, según que nuestro procedimiento
se conforme con lo que creemos, o de ello se aparte.
Y ahí tenéis, amados hijos, toda la importancia de las prácticas piadosas
tradicionales. Con ellas se nutrió la fe de las generaciones pasadas, que, con su
ejemplo, nos transmitieron el amor a Jesucristo, a su doctrina y a sus preceptos.
Ellas fortificaran, hoy también, nuestra fe y nos darán las energías para seguir
el ejemplo de nuestros hermanos que nos precedieron en el Santo temor de Dios. En
este mismo orden de ideas, debemos precaver Nuestros amados hijos, contra las prácticas
religiosas, en las cuales o se encarna el espíritu de la nueva Iglesia, o se
agota la adhesión a los misterios revelados. Tratándose de cuestión capital,
que interesa a la salvación eterna, recomendamos vivamente a Nuestros carísimos
hijos, que se mantengan fieles a los ejercicios ascéticos encarecidos por la Iglesia:
meditación, examen de conciencia, actos de mortificación, visitas al Santísimo,
confesión y Comunión frecuente, oración continua, y de modo especial, el rezo cotidiano
del tercio de Nuestra Señora.
El culto a la Santísima Eucaristía
De modo particular, nuevamente recordamos a Nuestros amados hijos la
reverencia que tradicionalmente, se debe a la Santísima Eucaristía reverencia con
que hacemos profesión de fe en la presencia real y substancial del Dios
humanado en el Sacramento del Altar. De acuerdo con la costumbre tradicional
que según la Sagrada Congregación del culto Divino, donde existe debe ser
conservada, reciban los fieles, la Sagrada Comunión siempre de rodillas, y las Señoras
y jóvenes con la cabeza cubierta, y jamás se aproximen de los Santos
Sacramentos en vestidos que desdicen del respeto y reverencia para con las cosas
sagradas.
Desacralización Tengamos siempre todo respeto por el lugar sagrado. Una
de las características de la Iglesia nueva es la desacralización. Ella condena los
edificios propios para el culto, y desea que la religión se disuelva en la vida
común del individuo. Bajo la alegación de que todo es sagrado, en la realidad, todo
se reduce a lo profano. Jesucristo atendía mucho a la distinción entre lo
sagrado y lo profano. Comentando el trecho de San Juan en que el Divino Maestro
expulsó a los vendedores, declara San Agustín que el mal no consistía en que se
vendían animales, por cuanto ilícitamente se vende lo que lícitamente se ofrece
en el Templo. El mal estaba en que la venta se hacía, por mero interés, en un
lugar sagrado, de sí destinado a la oración y al culto Divino (cf. in Jn. tr.
X).
Protección y mediación de Maria Santísima
Señalamos, amados hijos, algunas prácticas, a través de las cuales, se procura
instaurar en la Iglesia un cristianismo nuevo, distinto de aquel que Jesucristo
vino a traer a la tierra. En Nuestra Pastoral de 19 de marzo de 1966, sobre la
aplicación de los Documentos conciliares,
señalamos el gran peligro que de tales prácticas se origina para la fe,
intoxicadas, como están, por la herejía difusa que encuentra connivencia en la
mentalidad relativista del mundo moderno. La situación es tan grave, el mal tan
profundo, que hoy, más que en tiempos pasados, es necesario el apelo a los
medios sobrenaturales de la gracia. Entregados a nosotros mismos, somos incapaces
de resistir a la onda elevada por los falsos profetas, y menos aún de hacerla
amainar, de modo que puedan las almas continuar serenamente en las vías de la
imitación del Divino Salvador.
Recurramos, pues a la oración, y especialmente a la devoción a María Santísima,
Señora nuestra. La Tradición es unánime en presentarla como Medianera de todas las
gracias, como Madre tiernísima de los cristianos, empeñada en la salvación de sus
hijos, como interesada en la integridad de la obra de su Divino Hijo. En las situaciones
difíciles, en que se ha encontrado, la Iglesia nos habituó a suplicar el
valioso y eficaz auxilio de la Santa Madre de Dios sea para destruir herejías, sea
para impedir que el yugo de los infieles pesase sobre los cristianos. Podemos
decir en que la Iglesia jamás se encontró en crisis tan grave y tan radical,
como la que hoy abate sus fundamentos desde los sus primeros fundamentos. Es señal
de que la protección de Maria Santísima se hace más necesaria. A nosotros nos
compete hacerla real mediante nuestras súplicas a la Santa Madre de Dios. En ese
sentido renovamos la exhortación que hicimos al rezo cotidiano del tercio del
Santo Rosario, cuya valía aumentaremos con la imitación de las virtudes de que la
Virgen Madre nos da particular ejemplo: la modestia, el recato, la pureza, la
humildad, el espíritu de mortificación en la renuncia de nosotros mismos, y la
caridad con que, por el buen ejemplo, como discípulos de Cristo
"impregnamos de su espíritu la mentalidad, las costumbres, y la vida de la
ciudad terrena" (p. 105). Confiamos que la protección de la Santa Madre de
Dios nos conservará la fidelidad a la Tradición en nuestra profesión de fe y en
nuestras prácticas religiosas, como en los hábitos de nuestra vida católica.
Seguro de que tan excelsa protección jamás nos faltará, enviamos a Nuestros
celosos Cooperadores y amados hijos, Nuestra cordial bendición pastoral, en nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Dada y pasada en Nuestra Episcopal Ciudad de Campos, bajo Nuestra señal y
sello de Nuestras armas, a los once días del mes de abril del año de mil novecientos
setenta y uno, en la Santa Pascua del Señor.
(a) Antonio, Obispo
de Campos