Amigos del Sagrado
Corazón
¡Alabado
sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud; a Él gloria y honor,
por los siglos de los siglos! Así sea.
Señor y Amigo, Jesús adorable: he aquí a tus hermanos, que te
buscan...; tus íntimos llaman esta tarde, con insistencia, a las puertas del
Sagrario, deseosos de hablarte sin testigos, lejos de la muchedumbre... Quieren
conversar contigo a solas...; tienen más de una confidencia que hacerte...
Te
ruegan, pues, que les permitas hablar contigo, con la dulce intimidad de Juan,
con el abandono y la confianza de Lázaro, de Marta y de María, con la
sinceridad de Nicodemo...
Ábrenos,
Jesús, ábrenos de par en par las puertas del cielo de tu Corazón...
Ábrenos...,
pues, bien sabes, Jesús, que es la sed ardiente de amarte y de hacerte amar,
que nos arrastra irresistible, hasta tus plantas... Y Tú que lo sabes todo,
sabes ya, que no venimos a pedirte que nos hagas disfrutar de los resplandores
ni de las delicias del Tabor... No venimos a pedirte que te presentes a
nosotros como a los tres apóstoles predestinados en la Transfiguración de una
majestad de gloria, ¡oh, no!... Otra ambición nos trae y es el que nos reveles,
en esta Hora Santa, las bellezas de inmolación y de
agonía, las profundidades del dolor de tu Corazón adorable en el patíbulo de la
Cruz y en el calabozo en que moras, ¡oh Dios Sacramentado!... Ansiamos, Jesús
amado, penetrar en los secretos de tu amor doliente y crucificado... Lo
anhelamos tus amigos, pues queremos abrasarnos en las llamas de una caridad más
fuerte que la muerte...
Ábrenos,
Jesús, ábrenos la herida del Costado... Mira que somos los hijos de María;
somos, pues, tus hermanos pequeñitos, los colmados de tus gracias. ¡Deseamos
tanto desahogarnos contigo, hablándote en el idioma que Tú mismo enseñaste a
tus amigos íntimos, cuando los llamaste a grandes voces, desde Belén y el
Calvario, y, siglos más tarde, desde el altar de Paray-le-Monial!...
No
tardes en abrirnos, Jesús, no nos dejes por más tiempo en los dinteles del
Sagrario de tu dulce Corazón... Mira que se hace tarde y que anochece... Mira
cómo las creaturas se afanan por disiparnos..., y con qué empeño los dolores
pretenden abatirnos..., y el infierno turbar nuestra paz y arrebatarnos de tus
brazos.
Acuérdate,
Jesús adorable, que Tú mismo nos invitaste a esta Hora Santa,
cuando la pediste a Margarita María... Recuerda, ¡oh Rey de amor!, que, según
tus propios designios, es ésta la hora de Gracia por excelencia, ya que en ella
ofreciste confiar tus secretos, en retorno de las confidencias de tus
consoladores y amigos...; confidencias recíprocas que labrarán la eterna
intimidad entre tu Corazón y los nuestros...
De
rodillas, pues, Señor, y sobrecogidos, no de temor, sino de felicidad y de
amor, te adoramos, con los Pastores y los Reyes...
¡Oh!,
mejor aún que ellos, te adoramos en unión con la Reina Inmaculada y en su
Corazón de Virgen-Madre... Y para suplir nuestra indigencia, nos acercamos al
Sagrario, con los divinos ardores de Magdalena, el día venturoso en que la
perdonaste..., con la fe de tus discípulos en el día de tu Ascensión gloriosa,
y con la caridad de tus apóstoles en la hora de Pentecostés... Con todos ellos
te adoramos, la frente en el polvo, ¡oh Rey Hermano, oh Salvador-Amigo, oh Dios
de misericordia!, en el Santo de los Santos del solitario Tabernáculo...
Y
ya que nuestros labios apenas saben balbucir una plegaria, y puesto que
nuestros corazones pobrecitos son tan incapaces de amar de veras y de expresar
su amor, encargamos con filial confianza a la Reina del Amor Hermoso que Ella
te hable por nosotros, sus hijos y tus amigos...
Pero
conociendo tu infinita bondad y tu condescendencia, te rogamos, Jesús, con
inmensa confianza y con profunda humildad, que hables sobre todo Tú en esta Hora
Santa... Mucho más que a hablarte nosotros, venimos a escucharte.
¡Sabiduría increada!... Jesús, Verbo Divino, Palabra eterna del Padre, vibra,
resuena una vez más en esta tierra de tinieblas... habla, pronunciando aquellas
palabras arrobadoras, que embriagan en la eternidad de eternidades a tus
Santos... Habla, Jesús, confiándonos aquellas palabras de vida que conservó en
su Corazón la Virgen-Madre y que recogieron tus apóstoles para la redención del
mundo...
Sí, háblanos, Maestro, ya que sólo Tú tienes palabras de vida
eterna... Jesús, Amor de amores, habla a los amigos que te escuchan de rodillas
anhelantes, conmovidos...
(Y ahora escuchémoslo con un gran recogimiento... Oigámoslo como
si lo viéramos con nuestros propios ojos, ahí en esta Hostia Divina...
Presentémosle el homenaje de una adoración ferviente, en un acto de fe ardorosa
en su Presencia real, y al adorarlo así, ofrezcámosle, sobre todo, un homenaje
del corazón, es decir, todo nuestro amor, en espíritu de solemne reparación).
(Pausa)
Breve consideración.
Ya que no nos es dado suprimir en la tierra la raza de los traidores y de los
verdugos, propongámonos el multiplicar, al menos, la raza bendita de los amigos
fieles del Señor crucificado, la falange esforzada de aquéllos que, afrontando todos
los peligros y todos los oprobios, le seguirán hasta el Calvario...
¡Cuán pocas veces meditamos la misteriosa y cruel angustia de
Getsemaní, agonía más cruel por cierto que la de la Cruz... Ved por qué al lado
del patíbulo, tinto en sangre, de pie, está María, la Madre del Señor
ajusticiado. ¡Madre incomparable y única!... Y cerca de ella, la invencible, la
fidelísima Magdalena, bañada en llanto... A dos pasos está Juan, el apóstol
regalado, y con él unos cuantos, un rebaño reducido, de amigos leales...
¡Ah!... No así en Getsemaní... La soledad más angustiosa oprime ahí y despedaza
el Corazón del Divino Agonizante... Ha segregado con predilección a los tres
favorecidos del Tabor, para que le consuelen... pero éstos, vencidos por la
fatiga, más fuerte que su amor, duermen... ¡Oh, sí!, duermen, y entre tanto, a
unos cuantos pasos su Maestro, abandonado... solo, lucha en las convulsiones de
una horrenda agonía... Jesús solo y desamparado, sosteniendo el peso
abrumador, mortal, de la congoja que provoca la visión espantable de todos los
crímenes de la tierra... ¡Oh, dolor! Si los amigos del Señor duermen, porque
flacos en el amor, no así los enemigos, celosos y resueltos en su odio... Esta
vez la presa ansiada no escapará de sus manos sacrílegas, y para que esa misma
noche el Rey divino caiga prisionero en sus redes, velan animosos, capitaneados
y envalentonados por el único apóstol que no duerme... ¡Judas!
Por
esto la hora de guardia de esta Hora Santa debe ser una reparación de
inmenso amor de parte de los amigos fieles... Ofrezcámosle como un solemne
desagravio por tantos amigos desleales, tibios, apáticos..., por tantos que se
dicen amigos, que debieran serlo, pero que en vez de amar, viven de temor y de
transacciones de cobardía... Son tantos los mezquinos en el amor y que están
lejos, muy lejos de aquella medida de amor con que ellos fueron amados... No
nos engañemos; la culpa que más lastima el Corazón del Salvador, es la que
parte, como dardo de fuego, de un corazón amigo... ¡Cuán contados son los verdaderos
amigos del Señor, los que lo conocen de veras, los que de veras le aman, en
pago y en retorno del don gratuito, de la amistad divina que Él les brinda!...
A menudo son los hijos de su propia casa los que más le hieren... Cabalmente
por esto, en reparación de este gran pecado, agrupémonos en esta Hora Santa en compañía de la Reina
Dolorosa, de San Juan y de Margarita María, estrechémonos alrededor de Jesús
Agonizante para recoger con santa emoción, conmovidos en lo más hondo del alma,
sus quejas amorosas, sus blandos reproches y también sus peticiones y deseos...
Que aquel sitio quemante que brotó de sus labios moribundos, reclamando
nuestro amor, resuene en nuestras almas, las conmueva y nos resuelva a apagar
su sed ardiente con la nuestra devoradora, inmensa...
(Y ahora, para oír su voz divina, que todo calle, que todo
desaparezca, todo, menos Jesús... Bebed ansiosos sus palabras).
(Muy lento y con
unción)
Voz de Jesús.
Hace ya tanto tiempo, tanto, que vivo entre vosotros y todavía no me conocéis...
Sabed, amigos muy queridos, que una infinita tristeza agobia mi alma y que una
angustia de muerte oprime mi Divino Corazón... Os lo confío a vosotros, tan
fieles, oídme: La amargura de mis amarguras la provoca aquella constante
infidelidad, aquel desconocimiento tan corriente, aquella inconcebible
mezquindad de los que Yo elegí y amé como amigos de mi Sagrado Corazón...
¿dónde están?... ¿Qué se han hecho mis verdaderos e íntimos amigos?... Como en
Getsemaní, cuando se acerca la hora de las tinieblas y del combate, miro a mi
alrededor... llamo... tiendo la mano... y me encuentro casi siempre abandonado
y solo... ¡Ay... cuán contados son en todo tiempo aquéllos que se resuelven por
amor a velar conmigo en la hora de agonía!...
Cuando
mis amigos se encuentran en la cuesta del Calvario, Yo prevengo su clamor y sus
gemidos suplicantes. Yo mismo me adelanto y me ofrezco a ellos como el amable
| ... Pero cuando los traidores vociferan en contra mía, cuando me agobian
bajo la pesadumbre de la cruz, si llamo en mi socorro a los amigos... ¡ay!,
éstos no me oyen..., mis amigos duermen...
¿Será
verdad entonces, hijos míos que el odio de mis adversarios es más animoso y
fuerte que la caridad de mis amigos?... ¡Qué tristeza para mi corazón el ver
constantemente que mientras los míos descansan tranquilos, los sicarios
preparan afanosos los azotes, los clavos, la diadema de espinas... la Cruz!...
Tanto
celo de parte de éstos para incrementar a porfía el ejército, ya tan numeroso,
de los que me abandonan..., tanta abnegación y desprendimiento de su parte al
pagar con largueza las cobardías y traiciones, la gritería de blasfemia social
y el ultraje legal de la autoridad humana en contra mía...
¡Y
entre tanto, mis amigos dormitan... descansan, callan!
Podría
llamar en mi socorro legiones de ángeles, y el Padre me las enviaría; pero
no... en la hora de las agonías y tristezas quiero tener muy cerca, a mi lado,
amigos capaces de amar llorando..., corazones como el mío, corazones de
hermanos que compartan los dolores que por ellos sufro... En la hora de
Getsemaní os aguardo a vosotros los amigos... ¡Ay, no queráis abandonarme
entonces!... rodeadme con amor ardiente, fidelísimo... Ofrecedme el corazón
como un apoyo para mi corazón agonizante... Mi alma está triste, triste hasta
la muerte... Desfallezco y muero porque no me siento amado de los míos...
(Breve silencio)
Las almas.
Ese lamento nos parte el alma... ¡Escúchanos, Jesús!... Sabemos que lo que Tú
afirmas es siempre la verdad y toda la verdad... Pero ya que los que estamos
ante este altar somos los amigos íntimos que venimos a consolarte y a reparar,
háblanos, Señor, con absoluta libertad... Te pedimos, te rogamos que formules
por entero tu justa acusación... No temas, Jesús, el lastimarnos, dinos sin
reticencias cuáles son las faltas que más te hieren de parte de los tuyos...,
explícanos aquella amargura que llena tu adorable Corazón, pues queremos
compartirla y endulzarla...
¡Habla,
Jesús, habla abiertamente a tus amigos verdaderos!
Voz de Jesús.
¡Filioli! ¡Oh, sí, hijitos amadísimos! Quiero descubriros en toda
intimidad todo el secreto de mi infinita tristeza... Pero, prometedme que, al
escuchar mis quejas y reproches, lejos de alejaros con temor insensato de mi
lado, buscaréis, por el contrario, una intimidad mayor con vuestro Amigo del
Sagrario... Prometedme que en adelante acudiréis con más confianza a mi Corazón
en busca del único remedio para todas vuestras flaquezas.
Al
oírme, dulce y bueno, recordad que aquí, en este trono de gracia, soy el Juez
de verdad y mansedumbre, a fin de ser mañana, en los dinteles de vuestra
eternidad, un Salvador benigno y el Juez amigo... Oídme:
¿Queréis
saber qué faltas son aquéllas que más me hieren?...
Falta de
generosidad
y de gratitud
Ante
todo, la mezquindad en el amor de mis amigos, ¡la falta de generosidad!...
Tengo hambre... ¿No tenéis algo que darme de comer, hijitos míos?... No tenéis
por qué preocuparos de comprarme pan y víveres, como los apóstoles en Samaria,
¡oh, no!... El pan que anhelo es vuestro amor... Tengo hambre de vosotros...
Pero quiero y exijo que ese don de vosotros mismos sea total, sin
particiones... Daos a Mí, daos sin reservas... Tengo hambre, no de una mirada
vuestra, no de una sonrisa, ni de una palabra..., tengo hambre de vuestras
almas, quiero que éstas me pertenezcan como Yo os pertenezco... En canje de mi
Corazón Divino, quiero los vuestros y los quiero para Mí solo... Os he dado
tanto, ¡oh, tanto!..., y en retorno, ¿qué me habéis dado vosotros?... ¿Por qué
ese prurito de medirme siempre vuestro amor, ya tan limitado y pobre?... ¡Cuán
distante de mi suerte es la de las creaturas!... ¡Para ellas vuestras
preferencias..., para ellas todo!... De ahí que Yo vuestro Señor ocupe con
frecuencia en el banquete de vuestra vida el puesto del servidor, del pobre y
del mendigo...
¡Cuánto
tiempo hace, almas queridas, que aguardo el obsequio del don total de vosotros
mis amigos, don al cual tengo pleno derecho y sólo Yo!... Y después de esperar
largos meses, aun largos años, recibo con frecuencia, no ese don total sino...
la migaja pobrecita que cae de la mesa, lo que sobra de las creaturas, siempre
atendidas, agasajadas...
Los
ángeles se asombran al ver que acepto esa migaja, porque me habla de vosotros,
pero... al llevarla a mis labios, estalla de pena el corazón, lloran mis
ojos... ¡Cuánto tiempo hace que pido y aguardo que se me dé un lugar, y el
primero, en vuestras almas y en vuestros hogares!... ¡Ay!... Las criaturas más
afortunadas que vuestro Dios ocupan ya ese puesto de honor... y Yo debo
resignarme a un puesto secundario... ¡Si supierais cómo siento que mi Persona
divina molesta, estorba..., que se me tolera por temor, a Mí, un Dios de
amor!...
Las
creaturas llaman a vuestras puertas, y como se impacientan..., y como no os
resignaríais a que se fueran y os dejaran, ellas que son polvo, pasan en primer
lugar... Y a Mí me tenéis llamando y esperando un turno que tarde o nunca
llega... Pero porque sólo Yo os amo, con amor verdadero, me siento entonces en
el umbral de vuestras puertas, y con paciencia vuelvo a llamar a golpes
redoblados, y sigo aguardando con dulzura inalterable, porque soy Jesús, la
Misericordia infinita, inagotable... Y entre tanto que yo pueda darme a
vuestras almas, en el banquete que os tengo preparado de toda eternidad, vivo
de las migajas que me arrojan tantos que se llaman mis amigos...
¿No es, por ventura, una migaja de vuestra vida, por ejemplo, los
breves instantes, los contados momentos que distraéis de negocios y de
creaturas para dármelos a Mí?... ¡Y decir que, en canje de esos segundos, os
estoy preparando una eternidad de siglos, un sin fin de gloria!...
(Pausa)
¿Queríais una prueba manifiesta, consoladores míos, de esa falta
de amor generoso de parte de mis amigos?... Hela aquí: ¡su poca gratitud!...
No se paga, así, por cierto, con esa vil moneda a los bienhechores de la
tierra... Para éstos, por natural nobleza, por delicadeza de educación o de
sentimientos, para ellos, la efusión expresiva de vuestra acción de gracias...
En cuanto a Mí, el Bienhechor de vuestros bienhechores, no me cuento siempre en
esa categoría..., ¡y quedo eliminado!... ¡Cuántos leprosos del alma, sanos por
milagro, y que no agradecen, cuántos!...
Decidme, hijos de mi Corazón, ¿es justo tratar así a un Dios que
os ha colmado con mil liberalidades y ternuras, que os ha prodigado a torrentes
luces divinas y consuelos inefables, que os ha perdonado, que quiere seguiros
perdonando? ¿Qué ha sido de aquellas solemnes promesas de eterna gratitud que
me hicisteis cada vez que implorábais con apremio nuevas gracias –¿qué digo?–
prodigios de misericordia?...
¡Ah, sí! Más de una vez os tornáis a Mí en demanda de milagros.
Sabedlo, quiero otorgarlos, pero los reservo para los amigos generosos, que me
lo dan todo... Los reservo para aquéllos que me lo arrebatan con la dulce
violencia de su inmensa gratitud...
Pero
quiero perdonar aun ese pecado vuestro..., he aquí la hora propicia del
verdadero arrepentimiento, de la reparación cumplida y de la gran
misericordia... Protestadme, pues, ahora mismo que, de aquí en adelante, me
amaréis todos como amigos verdaderos; esto es, con nobleza de gratitud y con
generosidad a toda prueba...
No
temáis a quien no os llama y os aguarda sino para perdonaros y además
enriqueceros... Tengo hambre de amor, hambre del pan de vuestros corazones...
Dádselo al Dios de caridad, que se goza con el título de Hermano y de Amigo
vuestro...
(Aquí
puede cantarse el “Magníficat” en acción de gracias al Sagrado Corazón, o
cualquier otro himno en su honor).
Las almas.
Maestro muy amado, si en el cáliz de tu Corazón hubiera todavía la amargura de
otra queja en contra nuestra, dánosla a beber ahora mismo, Jesús, que a eso
venimos... ¡Oh!, sí, esos reproches suavísimos desahogan tu alma, Jesús...; al
brotar como fuego de tus labios, queman también con divinos ardores y
fortifican nuestras almas frías y enfermas... Háblanos, pues, Señor, y cura
nuestras llagas, mostrándonos la tuya del Costado...
Falta de confianza
Voz de Jesús.
Rebañito de mis amores, subid más y acercaos a mi pecho herido para confiaros
en toda intimidad a vosotros, los predilectos, otra pena, pena muy honda; ¡la
falta de confianza de parte de mis amigos!... Éstos no me aman con el abandono
de sencillez y de paz que tanto anhelo... Se diría que desconfían, que recelan
de este Señor de Caridad...
No
creen lo bastante, ¡oh no!, en mi inmenso amor... Me temen, tiemblan y se
alejan... ¡Qué dolor el mío, al no sentirme realmente amado, habiendo sido para
esos hijos rebeldes un Dios de caridad y de perdón!...
¿Qué
más podría hacer todavía para curar ese mal de desconfianza, que hace
estragos horrorosos en la viña rica y elegida, en el campo de mis amigos
predilectos?... ¡Cómo me duele el ver que no se atreven a considerarme ni,
menos, a tratarme como amigo!... ¡Ay! ¿Por qué?... En vano les repito la
afirmación del Evangelio cuando dije a mis apóstoles:
“No
temáis, soy Yo... Vosotros sois de veras mis amigos...”. Todo en vano, pues,
dichas almas se empeñan en resistir a ese llamamiento de ternura, y con un
sentimiento de temor que Yo no acepto, no se atreven a tomar para sí ese título
que es gloria mía... no quieren, no se atreven a saborear el néctar delicioso
de una amistad que Yo mismo les ofrezco... ¿Falta algo, por ventura, a la obra
de mi amor para inspirar a dichas almas la confianza, que reclamo?...
Alma querida, pero desconfiada, óyeme:
He
dejado por ti, hace siglos, el manto de majestad que hubiera podido justamente
aterrarte..., y con todo sigues temblando y temiendo...
Pon
los ojos en mi cuna...; mírame en ella, pobre, manso y pequeñito, más pequeño
que tú mismo, para presentarme como Hermano tuyo y atraerte a mis brazos... Y
con todo sigues temblando y temiendo...
Ven,
penetra conmigo en la casita humilde de Nazaret: medita esa vida, sencilla como
la tuya, y mucho más todavía... Dime: ¿qué encuentras en esa vida de oscuridad,
de llaneza y de trabajo, que espanta?... ¿Qué?... Y con todo, sigues temblando
y temiendo...
¿Será,
tal vez, el esplendor de mi vida pública que te atemoriza?... ¿Por qué?
Mira,
por el contrario, cómo al hablar, al tender los brazos, al llamar, las turbas
me siguen... Mira cómo los pequeñitos y los enfermos, los mendigos y los
pecadores y todos los desdeñados, todos los leprosos morales, acuden, se
precipitan hacia Mí y se disputan el honor y la dicha de estar a mi lado... ¿Y
tú, alma querida?...
Bien
sabes que soy el mismo Jesús, ¡y con todo, sigues temblando y temiendo!...
Si
tomara en cuenta tu desconfianza, no me atrevería, por cierto, a invitarte con
Zaqueo, con Simón y Leví, y en unión con tantos otros publicanos y pecadores al
banquete de mi divina misericordia...; pues tal vez por temor me harías un
desaire, rechazando la amorosa invitación... ¿Olvidas entonces que he venido
para salvar todo lo que había perecido: los que yacían en el abismo..., los cadáveres
del espíritu..., el desecho de la sociedad..., los leprosos del corazón?; ¿lo
has olvidado?... ¿Crees tú ser uno de esos desventurados?... Debieras por ello
mismo acudir presurosa... ¡Y, con todo, sigues temblando y temiendo!...
¡Qué!
¿Has olvidado, por ventura, las maravillas de mi amor y mi ternura, realizadas
en la última Cena?... ¿No te acuerdas ya de mis postreras palabras de esperanza
y de perdón, en el Calvario, en las que legué a mi Madre, que es la tuya, el
supremo testamento de mi caridad?... Oh, sí. Tú conoces, alma querida, dicho
testamento. ¡Y con todo... sigues temblando y temiendo!...
Y,
en fin, aquí me tienes en la Hostia más aniquilado aún que en mi cuna; más
pobre que en Nazaret, más dulce, si es posible, más paciente, tierno y misericordioso
que en Samaria, Cafarnaum y Galilea... –¿lo creerás?...–, ¡más Salvador, si
cabe, que en la misma Cruz!... Aquí, en la Sagrada Eucaristía, soy más que
nunca un Dios-Amor; y con todo... ¡sigues temblando y temiendo!...
Dime,
pues, ¡oh!; dime, alma muy amada, ¿qué más debo hacer para disipar tus temores,
para provocar y alentar la confianza inmensa que exijo de aquéllos a
quienes llamo mis amigos?... ¡Esta debe ser la prueba por excelencia de tu
amor! Piensa que la virtud que salva es esta Caridad...
En
mi Divino Corazón esta virtud toma el nombre de misericordia, y en el corazón
de mis verdaderos amigos, se llama virtud de confianza y de abandono.
¡Ah!
Sin que tú me lo declares, porque Yo sé leer en las almas, leo en la tuya la
razón aparente de este temor; antes que me lo digas, te lo diré Yo mismo: ¡son
los pecados de tu vida pasada!...
Pobrecita,
palideces con sólo nombrarlos, y su recuerdo te tortura con exceso, en desmedro
de mi amor... ¿Tus pecados?... Confíalos a mi Corazón, y no dudes que ya estás
perdonada... Lo que necesitas, en vez de tanto temor, es creer, pero creer con
fe inmensa en mi amor y... amar...
Ven,
acércate, arrójate en el abismo de ternura de mi amante Corazón; no temas.
¡Qué!... ¿Arguyes todavía que eres miserable?... Yo lo sé mejor que tú, y por
eso dispones de mi paciencia, que no se cansa; de mi bondad, que no se agota...
¿Aludes
también a tu gran debilidad?... Bien sé cuán grande es ésta; pero ¿por qué te
olvidas que dispones de mi omnipotencia, de mi gracia, con la que lo puedes
todo?... ¿Quieres todavía –lo veo– justificar tus temores excesivos con el
principio de mi justicia?... ¡Ah! Pero no olvides nunca que ésta será terrible,
inexorable, sólo para aquéllos que, rechazando el amor y la misericordia, no se
confiaron en Mí...
Aprovecha,
alma querida; aprovecha con usura la gracia de la hora presente, hora bendita,
de luz, de fuerza y de piedad... Sábete que tus pecados que fueron, los he
arrojado en el abismo de un eterno olvido...; ya no son...; los he aniquilado...
¡Oh, hazme el honor y dame el inmenso placer de creer con fe sin límites que
soy Jesús...; esto es, Salvador!...
(Pausa)
Voz de las almas.
Estamos confundidos, Señor Jesús, al considerar la verdad tan amarga y triste
de esos reproches, por no haber correspondido al título incomparable de amigos
de tu Divino Corazón... ¡Cuántas y cuántas veces al tendernos Tú, Jesús, los
brazos, al brindarnos tu adorable Corazón, nosotros retiramos los nuestros,
cediendo a temores que te hieren, negándote aquella expansión de dulcísima
confianza a que sólo Tú tienes derecho soberano!... Perdona, Señor, una vez y
para siempre; perdona esa desconfianza, que no es sino falta de fe en tu amor y
el desconocimiento de la ley de tu misericordia...
Y
en testimonio tan sincero como elocuente de nuestro arrepentimiento, dígnate
escuchar una plegaria que regocijará el Corazón del Amigo incomparable que Tú
eres:
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestros pecados.
(Todos)
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras ingratitudes.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras debilidades.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras tinieblas.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras tentaciones.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestra pobreza moral.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa del abuso de tantas bondades.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de nuestras grandes cobardías.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Jesús
amado, no sólo a pesar, sino a causa de tantas recaídas.
Creemos
con fe inmensa en tu amor.
Sí,
Jesús misericordioso y dulcísimo, para probarte en adelante cuánto creemos en
tu amor, cuya medida sobrepasa infinitamente nuestra miseria, por grande que
ésta sea, te prometemos con toda el alma arrojarnos en tus brazos y acudir a tu
Corazón con confianza ilimitada...
Cada
vez que sintamos el aguijón de un remordimiento saludable..., iremos a Ti...
Volaremos a la herida del Costado, en vez de retraernos y alejarnos con una
distancia que desconoce y ofende tu Bondad... ¿Qué más anhelas?... ¿Qué más
reclamas, Señor, de tus amigos?... ¡Habla, Dios de amor!...
Falta de intimidad
Voz de Jesús.
Sí, amigos y hermanos; ¡oh!, sí, quiero más todavía..., no sólo un amor grande,
sino una amistad íntima y estrecha entre vosotros y Yo... No temáis, pues no
sois vosotros los que me elegís como el Amigo íntimo, sino Yo, Jesús... No sois
vosotros quienes, por pretensión inaceptable, pedís un título de gloria
inmerecida, no... Seréis mis íntimos por condescendencia mía... Soy Yo quien se
inclina hacia vosotros... Yo, quien os ruega que aceptéis la dulce intimidad de
mi Divino Corazón.
Desde
esta Hora Santa las distancias
que podrían separarnos, quedan, pues suprimidas por voluntad mía... Pero ¿a qué
asombraros, hijitos míos, como de una novedad, con este lenguaje?... Meditad lo
que mi Eucaristía os ha predicado siempre... Considerad con qué abandono y con
qué perfecta intimidad, suprimidas todas las distancias, me entrego en la
Hostia Santa a vosotros... Penetrad en el misterio augusto del altar...; ved
cómo mi Sabiduría, en perfecto acuerdo con mi infinita misericordia, ha salvado
para siempre y ha colmado el abismo insondable que nos separaba...
Si
pues Yo mismo he colmado dicho abismo, conociendo a fondo vuestra ruindad y
miseria...; si, no obstante vuestra indignidad y vuestros pecados, mantengo mi
derecho de llamaros mis amigos íntimos y os hago una obligación de descansar
confiados en la paz y amistad de mi adorable Corazón... ¿con qué derecho
rehusaríais este título que es mi gloria y volveríais a abrir en nosotros un
abismo de distancia?... ¿Pretenderíais acaso darme a Mí, vuestro
Hermano-Salvador, vuestro Dios y Maestro, una lección de justicia austera o de
sabiduría?... ¿Por qué no ha de obtener mi Corazón amantísimo la dulce
intimidad con que tratáis todos a una madre, a una hermana, a un amigo
íntimo?... ¿Ellos tendrán, por ventura, ese privilegio, y no Yo, vuestro
Jesús?... ¿Habéis olvidado que soy un Amo celoso de mis derechos?... ¡Cómo!...
¿les daríais a ellos vuestra intimidad y la rehusaríais al Amigo divino de los
pobres, de los débiles, de los pequeños y los pecadores?... ¿No sabéis, acaso,
que todos éstos fueron siempre los primeros invitados al banquete de mi
intimidad y de mis ternuras?... No terminéis esta Hora Santa sin
hacerme esta gran promesa... ¡Si supierais con qué ansias del Corazón la
aguarda este Dios que no quiere esclavos entre vosotros, sino amigos que le
sirvan con amor y que se den a Él en las expansiones de la confianza..., en la
intimidad del abandono!... ¡Prometédmelo, hijitos míos!...
(Sí,
prometámoselo en un momento de plegaria y de silencio... Digámosle con el
corazón en los labios que, en realidad, seremos sus amigos, sus íntimos, ya que
Él así lo pide... Prometámosle una amistad que le abandone el corazón sin
reservas, que se lo dé con una confianza ilimitada, con un perfecto
abandono...).
(Y
ahora como manifestación solemne de esta promesa íntima, digamos cinco veces,
en honor de las cinco llagas del Señor Crucificado, tres jaculatorias
sencillas, pero hermosísimas, en su significado... Al oírlas palpitará de
júbilo el Corazón del Rey Prisionero del Sagrario).
(Todos en voz alta)
(Cinco veces)
¡Te
amamos, Jesús, porque eres Jesús!
¡Corazón
de Jesús, en Ti confiamos!
¡Creemos,
Jesús en tu amor!
Falta de sacrificio
Voz de Jesús.
Acudid amigos, venid vosotros los preferidos, los colmados con mercedes
singulares, venid y ved si hay un dolor semejante a mi dolor... ¡Hace siglos
que subo por amor vuestro la cuesta del Calvario... ¡ay!, y cuán rara vez
encuentro en ese camino de amargura al Cireneo-amigo que me aligere la
pesadumbre de la Cruz!... ¿Dónde están?... ¿Qué se han hecho en la hora de la
tribulación los que me protestaban de su amor? Cuando multiplico milagrosamente
los panes es inmensa la muchedumbre que me sigue...
En
la apoteosis del Domingo de Ramos se dan cita todos, ¡oh, sí!, todos mis
discípulos...
Cuando
rasgo el velo y muestro el esplendor de mi divinidad en el Tabor..., ¡ah!... no
duermen entonces mis amigos... ¡Éstos me son fieles, se muestran animosos en la
Cena!...
Pero ¿dónde están... por qué enmudecen, en Getsemaní?... ¿dónde
están... por qué han desaparecido en el Pretorio y en el camino del
Calvario?... Se me pide un puesto de honor, el derecho a sentarse a un lado y
otro de mi trono en el Reino de los cielos, se quisiera una virtud fácil y una
piedad acomodaticia... ¡Ah!... Todo ello me prueba que no se ama con un amor
hondo y verdadero, con amor de cruz y sacrificio...
¡Cuántas y cuántas veces recibo protestas y promesas que no son
sino entusiasmos artificiales, fruto de un amor de veleidad caprichosa,
antojadiza, y no de aquel amor fuerte como la muerte que espero con derecho de
los míos!... ¡Ah, cuántas veces éstos, los mejores del rebaño, temen con pavor
la Cruz y recelan de Mí, el Dios Crucificado!...
¡Cuántas veces, al presentarme a ellos como el Hombre-Dios de los
dolores, tal como me presentó Pilatos..., cuántas veces, al proponer con
dulzura a mis amigos la gloria de cubrirlos con la púrpura divina de mi sangre
y mis dolores... ¡ay!, me encuentro abandonado de ellos!... ¡Y quedaría solo,
enteramente solo, si no fuese por la compañía fidelísima de mi Madre, de Juan y
Magdalena!... Decidme, consoladores míos, ¿no querríais uniros vosotros con
amor de sacrificio a ese rebaño pequeñito, pero esforzado y resuelto, que me
siguió hasta la cima del Calvario? ¿Tendríais también vosotros el valor de
abandonarme en la vía Dolorosa?... Dadme el consuelo de comprender vosotros,
los íntimos, que Yo nunca soy más dulce y tierno, nunca más amante ni más Jesús
que, cuando confiando en vosotros, os hago entrega del tesoro de mi Cruz y de
mis lágrimas, tesoro vuestro y mío... Y ahora, contestadme: ¿Os sentís con
valor de comer de mi pan y beber de mi cáliz?... Aguardo la respuesta.
(Sin vacilación, y poniendo en vuestra voz las vibraciones de un
corazón leal y a prueba de sacrificios, contestémosle que sí, que puede contar
con estos amigos como con otros tantos Cireneos... Prometámosle seguirle hasta
el Gólgota con la fidelidad con que le seguiremos un día al Tabor eterno que su
Corazón nos reserva).
Las almas.
Sí, Jesús: con tu gracia podremos y deseamos beber de tu cáliz... Y por esto,
Señor Crucificado, te adoramos con adoración la más rendida y amorosa en la
transfiguración sangrienta de tu Cruz... por esto cantamos ahora la gloriosa
ignominia y la gloria dolorosa de reproducir en nosotros los estigmas de tu
Pasión sacrosanta... Bien sabemos que ello es indispensable, Jesús, para
seguirte de cerca... y por esto, pensando desde ahora en nuestros pesares y
cuitas de familia..., en los posibles reveses de fortuna..., en las crueles y
constantes decepciones de la vida, te decimos todos, Señor, poniendo el corazón
en los labios:
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos crucifiquen la
enfermedad y los dolores del cuerpo; te amaremos más todavía, Señor...
(Todos)
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al
Rey del Calvario!
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos torturen las
angustias, los tedios y las grandes tristezas; te amaremos más todavía,
Señor...
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al
Rey del Calvario!
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos asedien penas y muy
hondas, penas secretas, y que entonces nos sintamos abandonados y solos; te
amaremos más todavía, Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al
Rey del Calvario!
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos laceren el alma penas
de hogar y aquellas espinas que redimen a los mismos que nos las hacen sufrir;
te amaremos más todavía, Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al
Rey del Calvario!
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que la tormenta rompa lazos
muy fuertes o que nos desengañen los mejores amigos; te amaremos más todavía, Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al
Rey del Calvario!
Cuando Tú permitas o mandes, Jesús, que nos fustigue y purifique
el rigor de la justicia, siempre buena y misericordiosa; te amaremos más
todavía, Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!
Cuando
Tú permitas o mandes, Jesús, que el vendaval eche por tierra nuestros proyectos
y cuando nos hagas beber el cáliz amargo de la injusticia humana; te amaremos
más todavía, Señor.
Te amaremos más todavía, Señor, ¡Hosanna al Rey del Calvario!
(Pausa)
Nos
acercamos ya al final de la Hora Santa.
¡Oh! Aprovechemos los instantes que todavía nos quedan, acerquémonos a Jesús
sin temor, nuestro puesto es el de Juan en la última Cena... No perdamos ni una
gota del cáliz de su Corazón, que nos ofrece fuego divino y luz del cielo.
Falta de celo
Voz
de Jesús. “Sitio”, me abraso, amigos
queridos, ¡oh!, me abraso en una sed ardiente, devoradora, que podríais apagar
vosotros con un celo ardiente e inmenso por mi gloria...
Recordad
y ponderad los tesoros inapreciables que os he confiado con largueza
inagotable... Y ¿dónde están, amigos míos, los intereses de ese capital
sagrado?... ¿Dónde los intereses sacrosantos de mi gloria?... ¿Queríais
saldar la cuenta y cancelar la deuda de amor que me debéis?... Pues entonces a
la obra todos... ¡Oh, dadme almas, muchas, muchas almas!... ¡Sitio!...
¿Queréis,
con voluntad generosa, reparar los crímenes de tantos desdichados y, al mismo
tiempo, reparar vuestros propios pecados?... Pues entonces, a la brecha todos,
sí, todos, y con denuedo de caridad, trabajad en extender y afianzar el reinado
de mi amor... ¡Sitio!...
¿Tenéis
verdadero interés de amor, en que mi Corazón sea más vuestro todavía...
querríais estrechar el lazo de nuestra amistad, obligándome así a enriqueceros
con una nueva y mayor efusión de gracia y de misericordia?... Pues convertíos
todos sin demora en los apóstoles de fuego de mi Sagrado Corazón... ¡Sitio!...
Dadme
almas, infinitas almas en retorno del amor inmenso y gratuito que predestinó
las vuestras... No penetráis, no meditáis bastante, los deseos vehementes que
tiene mi Corazón de servirse de vosotros los amigos para distribuir sus
tesoros... Prometedme en esta Hora Santa que seréis en adelante los
dóciles instrumentos de que Yo me valga para atraer, con fuerza irresistible,
las almas, las familias y la sociedad entera a mi Divino Corazón...
Que
si alegarais vuestra incapacidad para desempeñar una misión de tanta gloria,
volved los ojos al campo de los enemigos y confundíos... Tomad ejemplo del celo
que el odio les inspira... ¡Ah, ellos jamás alegan su incapacidad, jamás!...
¡Cómo!... ¿Se encontrarían ellos capaces y dispuestos para prepararme un
Calvario, y vosotros no lo estaríais para convertir ese Calvario en un Tabor?...
¡Si supierais tan sólo el océano insondable de favores que reservo a los
apóstoles celosos de mi Sagrado Corazón! Sabedlo: todos sus tesoros infinitos
de omnipotencia y de ternura, os pertenecen, todos... Venid, pues, acudid
presurosos, hacedlos vuestros y distribuidlos entre los pobres y los
hambrientos, dadlos con largueza a los ignorantes, a los ciegos, a tantos
infelices que nunca recibieron lo que recibisteis vosotros, que jamás supieron,
que jamás oyeron lo que estáis aprendiendo ahora de mi boca... ¡No saben ellos
cuán bueno soy, porque soy Jesús!... Id a decírselo... Recordad que esos
mala-venturados son hijos míos; son, pues, hermanos vuestros... ¡Oh! Tenedme
piedad en la persona de esos vuestros hermanos que están a punto de perecer...
Qué...
¿Querríais acaso que, no encontrando encendido vuestro celo, acuda a otros que
comprendan mejor los secretos y los intereses de mi gloria?... ¡Sitio!
El tiempo apremia, pues ha sonado ya la hora solemne de mi gran
misericordia..., la hora prometida del triunfo y del Reinado Social de mi
Divino Corazón en la omnipotencia de su amor... Sí, lo prometí yo mismo y sabré
hacer honor cumplido a mi palabra... El mundo, con sus afirmaciones fatuas, con
sus palabras huecas, pasará, pero mis palabras y promesas no pasarán jamás...
Yo soy la fidelidad misma. Yo soy el Rey de amor...
¡Sitio!...
Tengo sed de ser amado... Tomad, pues, del horno encendido de mi pecho, las
centellas de apostolado, e id todos, id resueltos a conquistar el mundo,
incendiándolo en mi caridad... Sembrad, ¡oh!, sembrad la doctrina tan poco
comprendida de mi amor..., sembrad ese fuego...
¡Sitio!...
Tengo sed de ser amado; amadme vosotros, mis amigos, con amor apasionado,
amadme con amor inmenso y conseguid que muchos otros me amen también como Yo los
he amado. Oídme, amigos, reparadores y apóstoles; os confío mi Corazón, os lo
doy con sus tesoros y su gloria; sabed que quiero reinar por la omnipotencia de
mi amor... “¡Sitio!”...
(Respondamos
a tan hermosa e irresistible invitación con una última plegaria, dicha con el
fuego que Jesús acaba de prender en el corazón de sus amigos, los que desde hoy
serán apóstoles celosos de su Sagrado Corazón).
Oración Final.
Rey de amor y de misericordia, Jesús amado, apoyándonos en las promesas que Tú
mismo hiciste a Margarita María, en favor de las almas consagradas a tu Sagrado
Corazón, te suplicamos en esta hora decisiva que afiances el Reinado de tu
Corazón adorable... Dígnate, Señor, interesar más y más en esta causa de tu
gloria a los ministros de tu altar y a todos tus apóstoles... ¿Cómo podríamos,
Jesús, llamarnos tus amigos y desentendernos de tu gloria?... Te pedimos, pues,
Señor, en especial una bendición de privilegio para la Cruzada que te entroniza
en los hogares, que pregona tu Realeza social e íntima, obra que, con la
bendición de tu Iglesia, ha conquistado ya tantas almas, devolviéndola a tu
amante Corazón... Haz que esta obra sea en todas partes el grano de mostaza,
convertido pronto en árbol gigante y frondoso, a cuya sombra bienhechora se cobijen,
en todas las latitudes de la tierra, millares de familias que en penas y
alegrías entonen al Corazón del Rey-Amigo un himno de perenne amor...
Bendice,
Jesús, con especial ternura esta empresa, a fin de que ella realice plenamente
las peticiones que Tú mismo hiciste en Paray-le-Monial; bendícela con tanta
largueza, Jesús, que ella te fuerce dichosamente a cumplir con nosotros, tus
apóstoles, aquellas palabras tuyas tan consoladoras: “¡Yo quiero reinar por mi
Sagrado Corazón, y reinaré!”.
Bendice
este apostolado con gracias de fecundidad, Jesús amado, y haz que los
depositarios de la autoridad en la Iglesia bendigan y alienten esta Cruzada, ya
que por ella bendecirás especialmente las almas consagradas que promuevan el
Reinado de tu amor.
¡Señor,
tu gloria es nuestra sola gloria; tus intereses, nuestros únicos intereses: tu
amor, nuestro amor supremo, porque según tu gran misericordia, tu Corazón es
centro, corazón y vida nuestra!
Y
para reforzar nuestra humilde petición, te suplicamos por la Virgen Inmaculada,
Reina de los hogares consagrados; por Margarita María, tu confidente y
discípula tan amada; por las plegarias, sacrificios y el celo ardiente de tus
apóstoles, que te dignes realizar, Señor, en nosotros y por nosotros las
incomparables promesas de tu Sagrado Corazón... Reconocemos que somos
pobrecitos, pero así y todo, dígnate aceptarnos como instrumentos de buena
voluntad en el cumplimiento de los designios de tu amor misericordioso.
Te
prometemos en cambio nosotros, Maestro adorable, ser, por cuantos medios están
a nuestro alcance y en toda ocasión y lugar, los apóstoles de la Cruzada que
predica como una Redención, en esta hora sombría, tu Realeza social: ¡oh,
Jesús, la Realeza de tu Divino Corazón, que pide reinar por el amor!
¡Gracias,
Señor Jesús! ¡Oh, gracias por la vocación de gloria inmerecida al
constituirnos, a pesar de nuestra pobreza, los dispensadores del amor y de la
gloria de tu Corazón misericordioso!...
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en
hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
(Aclamaciones)
(Dos veces y en voz alta)
Creemos,
Jesús, en el triunfo de la Cruz.
Creemos,
Jesús, en el triunfo de tu Eucaristía.
Creemos,
Jesús, en el triunfo de tu Iglesia.
Creemos,
Jesús, en el triunfo de tu Sagrado Corazón.
Reina,
Señor, a pesar de Satán.
(Cinco veces)
¡Corazón
de Jesús: venga a nos tu reino!
(Cántese
al final un himno al Corazón de Cristo-Rey).