Santa Teresa de Lisieux y su Misión
Oración profunda y sencilla, que abarca todo y a todos, de Santa Teresita del Niño Jesús, con la cual hacía una completa acción de gracias después de la Comunión y que se encierra en una sola palabra:
¡¡¡¡Atráeme!!!!
(Texto del libro, con el mismo titulo, de ANDRÉ COMBES) parte del Cap. IV "La ley de la atracción ESPIRITUAL"
La ley suprema de la acción humana es la primacía, por no decir -en un sentido completamente exacto y profundo- el privilegio exclusivo de la contemplación. La actividad que depende propiamente, en su acción misma, de la iniciativa y de la espontaneidad del hombre es, pues, la intensificación de su contemplación. Esta ley tiene que encontrarse puesta en obra al "máximum" y como al estado puro en una cierta forma de acción que pertenece al cristiano como tal y especialmente al apóstol: la oración por el prójimo.
Que la oración sea una acción y hasta que constituya su actividad más esencial no hay ningún cristiano que no esté convencido de ello. Sólo los filósofos acostumbrados a oponer "praxis" y "theoria" podrían declarar como ilegítima una tal asimilación. El grado y la fuerza de la persuasión opuesta a su escrúpulo se miden con el grado y la fuerza de nuestra fidelidad al Evangelio y al espíritu teresiano.
Jesús mismo ha enseñado a sus discípulos que tienen obligación de rezar siempre -"opoetet semper orare"- (San Lucas, XVIII, 1) lo que implica necesariamente una cierta identidad entre acción y oración. Es Teresa de Lisieux quien, al declarar un día a Celina que el apostolado de la oración es más elevado que el de la palabra (Carta 114), mantiene con una singular decisión la maravillosa tesis de que la actividad de la oración posee un valor apostólico superior al que va claramente ligado al ejercicio normal del apostolado exterior. Es completamente normal, por otra parte, que se produzca una tal espiritualización del concepto de acción desde el momento en que se pasa del mundo de los filósofos al mundo de los cristianos. Mientras se muestre extraño a la revelación cristiana, el filósofo no puede especular más que acerca de naturalezas cuyo destino consiste en ser lo que son. Desde el momento en que el velo se corre para mostrarnos el mundo misterioso de la acción libre y gratuita de un Dios que se identifica con su amor y de quien lo propio es abajarse, sobreviene una innovación radical. El destino de cada ser humano consiste en cesar de hallarse reducido a los límites entre los cuales le había encerrado el pecado para llegar a ser lo que Dios quiere que sea: un hijo que participa del ser mismo de su Padre y de su felicidad.
En un mundo constituido así, la realidad difiere tan radicalmente de la que el mundo sensible ofrece a las investigaciones de los sabios, a las especulaciones de los filósofos, que todas sus relaciones más esenciales se hallan modificadas e invertidas. Ya no se trata, en adelante, de que cada ser humano sea lo más perfectamente fiel posible a su naturaleza, sino de que lo sea a un destino personal que Dios tiene cifrado sobre él. Es por esto por lo que la actividad primordial de un ser introducido en un mundo así tiene que consistir en ponerse lo más directamente y lo más estrechamente posible en relación con este Dios que lleva consigo personalmente en su pensamiento y en su amor y hacer todo lo que esté en su mano para atraer a cada uno de sus hermanos los hombres al conocimiento de esta realidad suprema y a la misma unión con Dios mismo.
Esta actividad primordial que emparenta con el movimiento esencial del mundo sobrenatural es la oración.
Por su puesto que no hay un solo cristiano que lo ignore. Pero una cosa es dejarse llevar más o menos conscientemente por el ritmo del mundo y otra es descubrir la ley que rige el movimiento de las esferas y desprender su fórmula. Los astros no han aguardado a Newton para obedecer al plan del Creador. Los historiadores menos sospechosos de tendencia a la valoración excesiva se quedan maravillados ante el genio que ha sabido descubrir la ley de la gravitación universal.
"No hay en la historia de los hombres (mejor sería de los sabios) un nombre más grande que el de Newton y no hay obra humana que llegue a la altura de su libro sobre los "principios". Que esta obra maestra haya permitido por primera vez el penetrar en lo más profundo de la naturaleza, que haya proyectado una luz deslumbradora sobre el mecanismo que pone en movimiento a los astros es lo que explica que su autor haya sido considerado como alguien que ha sobrepasado el género humano".
He aquí lo que se atreve a decir M. Pierre Rouseau (1). Yo espero ser comprendido si me atrevo a declarar a mi vez: cuando el universo espiritual sobrepasa al universo material, otro tanto la pequeña carmelita de Lisieux sobrepasa al genio de Newton.
* * *.
Cosa extraña. A sus catorce años, esta niña, sobre la cual el R. P. Rouquette ha creído hace poco una obligación el señalar la ausencia de cultura (2), se sentía capaz de amonestar a los sabios de este mundo. He aquí, en efecto, lo que ella no ha tenido reparo en escribir:
"¡Ah!, si los sabios después de haber dedicado su vida al estudio, vinieran a hacerme preguntas, sin duda se extrañarían, al ver a una niñita de catorce años comprender los secretos de la perfección, secretos que todavía su ciencia no loe permite descubrir ya que para poseerlos hace falta ser pobre de espíritu".
Se ha tenido buen cuidado, cae de su peso, en no imprimir un texto tan pletórico de sentido. ¿No habría conseguido que se tachara a Teresa de ser asombrosamente presuntuosa? No se lee, pues tal texto en la "Historia de un alma", sino solamente en el autógrafo. se encuentra, en compensación, en la "Historia de un alma" el que en el autógrafo, le precede inmediatamente. Hay que citarlo también porque ambos se iluminan mutuamente.
"Cuando un jardinero rodea de cuidados un fruto que quiere que se madure antes de la estación, no es nunca para dejarlo colgado en el árbol, sino con el fin de presentarlo en una mesa brillantemente servida. Con una intención parecida Jesús prodigaba sus gracias a la florecilla... El, que en los días de su vida mortal, en un transporte de alegría, exclamaba: "Padre mío, yo os bendigo porque habéis ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y las habéis revelado a los más pequeños", quería hacer resplandecer en mí su misericordia. Porque yo era pequeña y débil. El se abajaba hacia mí, me enseñaba en secreto las cosas de su amor" (1).
Teresa, pues, no se da menos cuenta de las causas reales de su desenvolvimiento precoz que la riqueza espiritual que la coloca de una vez por encima de los sabios de la tierra. Si, a los catorce años, ella ha conocido los secretos de la perfección no es solamente porque es pobre de espíritu. Es porque, siendo Dios lo que es, su amor y su misericordia se abajan hacia los débiles y los pequeños. Pero estos débiles y estos pequeños no poseen, en su pobreza de espíritu, que les libra de ser miserablemente autónomos, los secretos de la perfección sino porque son instruidos por Jesús mismo que les revela las cosas relativas a su amor.
* * *
Entre esta "cosas" que el amor de Jesús lleva a cabo y en done resplandece este amor no hay ninguna que sea más importante que aquellas que conciernen a las relaciones, al movimiento vital, a la ley de cooperación redentora de todas estas almas a quienes Dios ha dado el ser y a quienes no cesa de atraer hacia sí.
Porque Teresa de Lisieux ha descubierto y ha formulado con más sencillez, con más claridad, con más profundidad y fecunda densidad que nadie esta ley suprema de la gravitación universal del mundo de los espíritus, es por lo que yo no puedo remediar el tener que compararla con Newton. ¿Se me objetará que, al hacer esta misma comparación, yo dejo de hacer obra de historiador ya que Teresa, al menos en los escritos que nosotros conocemos de ella, no ha hecho tal comparación? Yo responderé: es verdad, pero solamente hasta cierto punto.
Porque si no podemos afirmar que haya pensado en Newton, estamos completamente seguros de que ha pensado en Arquímedes. Esto ya no es algo insignificante. Esta evocación inesperada no revela, sin embargo, todo su valor psicológico y espiritual si no se observa lo siguiente: Teresa ha pensado en Arquímedes como un sabio se refiere a otro, a quien él estima mucho pero a quien tiene conciencia de aventajar. En tal caso ¿qué sucede? El segundo señala con toda lealtad el descubrimiento del primero, indica el punto débil o la laguna que han limitado su fecundidad o han impedido totalmente su utilización; después corrige el error o cubre el "deficit" con su aportación personal. Es exactamente de esta manera como procede Teresa con respecto a Arquímedes (1).
Ella sin embargo, no reclama para sí sola el titulo de Arquímedes del mundo espiritual. Ella se lo atribuye a todos aquellos que, por medio de la oración, llevan a la práctica lo que el sabio griego no pudo más que concebir. Pero ella es incontestablemente el Newton del mundo de las almas; o más bien ella lo sería si el más alto grado que pudiera alcanzar un ser humano consistiera en el conocimiento científico de la realidad.
Pero, piensen lo que quieran todavía algunos racionalistas trasnochados, la cosa no es esta. Por encima del punto sobre el que se ha elevado el genio de Newton, queda una cima por conquistar. Más allá del conocimiento más perfecto que podamos tener del universo y de sus leyes, está, en efecto, el universo mismo en su ser y en su movimiento. Si Newton, después de haber descifrado en el misterio de los espacios infinitos y de los astros que en ellos se mueven la ley, según la cual, el Creador ha realizado maravillosamente el equilibrio de sus masas y la armonía de sus movimientos, hubiera participado de repente de la Omnipotencia creadora de las esferas celestes y de la realización ontológica de esta ley, entonces habría realmente sobrepujado al hombre para llegar a sr una especie de demiurgo que coopera a la estabilidad de los cielos.
...(pag. 118)
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El 30 de mayo de 1896 concebía su fraternidad espiritual como el don de sus propios méritos; la multiplicación de sus hermanos espirituales, como la obligación de multiplicar estos méritos; la obediencia, como el medio con el que poder hacer frente a esta obligación. Aquí nos encontramos en presencia de una religiosa que ya no tiene conciencia ni de estar sujeta por una tal obligación, ni de tener que asegurar un reparto justo ni de contar con su obediencia para realizar lo imposible. Algo ha debido pasar en ella que ha sustituido estas ideas tan humanas y un poco materiales, estas disposiciones nobles y generosa pero que no sobrepujaban el alcance de la Madre María de Gonzaga, por unas disposiciones más elevadas.
Tres convicciones constituyen este nuevo estado de alma. La primera, después de lo que acabamos de leer es la más sorprendente. Teresa ya no duda más en pensar que, lejos de verse obligada a ofrecer a cada uno de sus hermanos espirituales la parte que le está reservada, es la totalidad de su riqueza espiritual lo que ella puede a cada uno sin que el otro salga perjudicado en lo más mínimo. Ya no se trata, pues, más de un doblar los méritos sino de una posibilidad insospechada de poder responder a todos los requerimientos que vengan del exterior. Es que Teresa ya no tiene que resolver esta clase de problemas por la valorización y el crecimiento limitado de sus propios recursos. Ella dispone de las propias riquezas divinas. Ahí están las otras dos convicciones que la animan. Si no hay reparticiones que hacer, es porque Dios es demasiado bueno, demasiado generoso para aceptar este sistema. Si Teresa puede dar todo a todo aquel que le pida es porque Dios responde siempre a su demanda dándole todo sin medida.
Un tal contraste entre los dos estados de alma sería incomprensible, al menos que se admitiera un verdadero milagro psicológico, si estos textos contiguos describieran la misma situación. Pero no hace falta un esfuerzo extraordinario de atención para darse uno cuenta de que se trata de eso. En este último párrafo Teresa ya no se refiere a la escena del 30 de mayo de 1896 y el 30 de junio de 1897, !qué de gracias divinizadoras han cambiado su alma! Ella ha descubierto con la plenitud de su vocación su lugar en el corazón de la Iglesia. Ella ha profundizado en el segundo mandamiento hasta el punto de llegar a amar a sus hermanas como el mismo Jesús las ama. ¿Es el fruto de estas gracias lo que nos presenta este texto imprevisto?
* * *
No. Es una transformación de otro orden lo que él evoca. Por poco que se siga hasta sus últimas líneas, uno se halla metido dentro de este suceso espiritual que constituye precisamente lo que se podría llamar la invención newtoniana de Santa Teresa de Lisieux:
"No creáis, Madre mía, que yo me pierdo en largas enumeraciones. Desde que tengo solamente dos hermanos y mis hermanitas las novicias, si quisiera pedir para cada alma lo que ella necesita, detallándolo bien, los días serían demasiado cortos y temería mucho haberme olvidado de alguna cosa importante".
El problema cuya solución presuponen estas líneas ya no es exactamente el que se planteó a Teresa el 30 de mayo de 1896. Ya no se trata aquí de la legitimidad o de la posibilidad de una repartición espiritual, sino precisamente de la actividad espiritual por la cual Teresa debe cumplir su promesa rogando por las almas que le están encomendadas. Es, pues, el aspecto práctico del problema el que se encuentra en primer plano. Nada, por consiguiente, más importante para todos que la manera como Teresa se plantea y resuelve el problema.
Ella lo plantea, se puede decir, en estado teresiano puro. En lugar de decir a su Madre Priora que ella se afanará por cumplir su promesa lo mejor que pueda, ella no duda en declarar que no puede cumplirla en absoluto. Para todo el que ya tenga la experiencia del descubrimiento del "ascensor" y de la "infancia espiritual" no dudará nada respecto a lo que ha de seguir. De seguro que una intervención divina va a librar a Teresa de esta debilidad natural tan humildemente reconocida y confesada. Héla aquí:
"Las almas sencillas no tienen necesidad de medios complicados. Como yo me encuentro en este número, una mañana, durante mi acción de gracias, Jesús me dio un medio sencillo de cumplir mi misión. Me hizo comprender este texto de los cantares: "Atráeme, nosotros correremos al olor de tus perfumes" (1).
(1) Historia de un alma", C. X, pp. 199-200. Aquí los maticen entre autógrafo y texto impreso no son importantes. Teresita misma ha subrayado "me" y "nosotros", en este acercamiento mismo radica la esencia de su descubrimiento.
Este es el texto que, a mi modo de ver, ocupa en la historia de la espiritualidad un lugar análogo al que ocupa el gran descubrimiento de Newton en la historia de las ciencias. Ciertamente se presenta de la manera más modesta. Nada hay aquí que nos recuerde la sabia arquitectura de los edificios matemáticos y filosóficos. Es que nos encontramos en el orden espiritual puro en el que la sencillez, cuando es auténtica, es un reflejo inmediato de la sencillez de Dios.
Yo sé bien que en el curso secular de su trabajo los teólogos también se han visto obligados a levantar grandiosos edificios intelectuales, cuyo valor ninguno debe desestimar. Pero si sucediera que dieran más valor a estos gigantescos conjuntos de conceptos que a la sencillez de una intuición divina, dejarían inmediatamente de ser teólogos. Tomando por trigo puro lo que, en resumidas cuentas, no es más que paja, dejarían de tener por maestro al Doctor Angélico. Confundiendo la complejidad raciocinadora con la plenitud inagotable de la suprema sencillez, ¿cómo podrían vanagloriarse de ser un puro eco del Evangelio? Yo creo que por esta frase sencilla de una niña, Santo Tomás habría dado toda su "Summa". Aquí, en efecto, no falta nada de lo que su genio y su santidad han buscado siempre.
Pero antes de justificar mi manera de sentir por medio del análisis de este texto, prosigamos nuestra lectura. Teresa misma nos va a ofrecer aclaraciones tan notables que nos evitarán sin duda el tener que añadir toda exégesis complementaria:
"¡Oh Jesús! No es, pues, necesario decir: atrayéndome a mí, atraed las almas que yo amo. Esta simple palabra "¡ Atráeme!" basta. Señor, yo lo comprendo; cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no sabría correr sola, todas las almas que ella ama son arrastradas tras ella. Eso se lleva a cabo sin violencia, sin esfuerzo; es una consecuencia natural de una atracción hacia Vos" (1).
He aquí escrita la palabra técnica -"atracción"- y desprendida la ley fundamental que regula el movimiento de las almas en el terreno de redención y en el acto mismo de la contemplación. Centrada así, sobre la persona misma del Salvador e incorporada por el deseo de ser atraída por El, Teresa piensa que el ser apostólica pertenece a la esencia de la contemplación (2). Al suprimir de su texto la precisión "eso se lleva a cabo sin violencia, sin esfuerzo", la edición de la "Historia de un alma" ha querido evitar, sin duda, toda acusación de quietismo. Pero un escrúpulo de esta clase no sería legitimo a no ser que estas líneas originales significaran lo contrario de lo que significan. En el fondo mismo de la contemplación cristocéntrica entra en juego con la facilidad que pertenece coesencialmente a toda "ley natural" esta atracción universal que hace que todas las almas que ella ama tomen parte en esta carrera secreta del alma atraída por Jesús.
Pero sigamos todavía en la lectura. El texto se engalana poco a poco con fascinadores resplandores:
"De la misma manera que un torrente, al arrojarse con ímpetu en el Océano, arrastra consigo todo lo que ha encontrado a su paso, de la misma, ¡oh Jesús mío!, el alma que se sumerge en el Océano sin orillas de vuestro Amor, atrae consigo todos sus tesoros. Señor, Vos lo sabéis, yo no tengo otros tesoros que las almas que os ha complacido unir a la mía; estos tesoros sois Vos quien me los habéis dado..."
Llevada por el fervor que la inunda, Teresa se pone entonces a rezar. Volveremos sobre esta oración. Acabemos primeramente de leer lo que concierne al descubrimiento que nos interesa directamente. Teresa vuelve a él un poco más adelante en estos términos:
"Madre mía, yo creo que es necesario que os dé aún algunas explicaciones sobre el texto del Cantar de los Cantares: "¡Atráeme, correremos!", porque lo que yo he querido decir acerca de él me parece poco comprensible. "Nadie, ha dicho Jesús, puede venir a mi si mi Padre no lo atrae" (Sn. Juan VI, 44). Después, por medio de sublimes parábolas, y hasta muchas veces sin hacer uso de este medio tan familiar al pueblo, El nos enseña que basta "llamar para que se nos abra, buscar para encontrar y tender humildemente la mano para recibir lo que pedimos..." Hasta dice que "cuanto pidamos a su Padre en su nombre se nos concederá". Es por esto sin duda por lo que el Espíritu Santo, antes del nacimiento de Jesús, dicta esta plegaria profética: "¡Atráeme, correremos!" ("Historia de un alma", C. X, pp. 202-2O3, citando a San Mateo, VII, 7-10, San Juan, XVI, 23.)
Así, la pequeña Carmelita de Lisieux se transforma en nuestra presencia en todo un profesor de exégesis. Gracias a esta confidencia, el noviciado se abre ante nuestra vista. Vernos cómo Teresa ilumina a las almas que tiene bajo su tutela para formar:
"¿Qué significa pedir ser "atraída", sino unirse de una manera íntima con el objeto que cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro poseyeran el don de la razón y este último dijera al primero: "¡Atráeme!", ¿no probaría con esto que era su deseo el identificarse con el fuego de manera que lo penetrara y lo embebiera con su ardiente sustancia y que pareciera no hacer más que uno con él? Madre querida, he aquí mi oración: yo pido a Jesús que me atraiga con las llamas de su amor y que me una tan estrechamente con El que viva y obre en mí. Yo siento que cuanto más el fuego del amor abrase mi corazón, más diré: "¡Atráeme!" (pobre limadura de hierro inútil si me alejaba de la brasa divina) y más estas almas "correrán velozmente tras el olor de los perfumes de su Bien-Amado" porque un alma abrasada de amor no puede permanecer inactiva... Sin duda, como Santa Magdalena, ella permanece a los pies de Jesús, ella escucha su palabra dulce e inflamada. Mientras parece que no da nada, ella da mucho más que Marta que se afana por muchas cosas y quisiera que su hermana la imitara. Sin embargo, no son los trabajos de Marta los que Jesús condena; a estos trabajos ha estado sometida humildemente durante toda su vida su divina Madre, porque tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Es solamente la inquietud de su ardorosa huésped lo que El quería corregir. Todos los Santos lo han comprendido, y tal vez más particularmente aquellos que llenaron el mundo con la luz de la doctrina evangélica. ¿ No es de la oración de donde los grandes Santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros ilustres amigos de Dios han extraído esta ciencia divina que arrebata a los más grandes genios? Un sabio ha dicho: "Dadme una palanca y un punto de apoyo y yo levantaré el mundo". Lo que Arquímedes no pudo obtener porque su petición no se dirigía a Dios y porque no estaba hecha más que bajo el punto de vista material, los Santos lo han conseguido en toda su plenitud. El Todopoderoso les ha dado un punto de apoyo: ¡El mismo y "El solo"! Por palanca la oración que abrasa con un fuego de amor; y es así como ellos han levantado el mundo y hasta el fin de los tiempos los Santos que vengan lo levantarán también" .
¿Cuántas veces la mano trémula que se crispa por llegar hasta el final ha tenido que interrumpirse a lo largo de este párrafo? Todavía va a trazar veinte líneas apenas y después tendrá que pararse para siempre... En esta avenida de los castaños, a la que, dentro de una semana, no podrá ni siquiera venir más a buscar la caricia del sol, la débil tuberculosa desgarrada por la tos no se mantiene unida más que por un hilo a la "telade este dulce encuentro" que pronto va a quebrar su muerte de amor. Tres meses y Teresita habrá terminado...
Y es entonces, en el mismo momento en que parece aplastarla la inexorable fatalidad que pesa sobre este mundo, cuando ella se da perfecta cuenta de la fuerza sobrehumana que le permite llevar a cabo lo que los más grandes genios no han podido más que soñar. ¡Qué contraste y qué lección si los hombres se dignaran prestar atención a las manifestaciones divinas!
* * *
En estas últimas semanas de vida terrena la pequeña Teresita de Lisieux recibe del cielo sus dimensiones reales. ¿Cómo llamarlas de otro modo que gigantescas? En esta alma tan perfectamente fiel, los dones de la munificencia divina afluyen entonces con una tal superabundancia que la elevan muy por encima de la cumbre que ella se proponía escalar. He aquí una última gracia. También una gracia eucarística. Viene a coronar esta profusión transformante dándole, no solamente su plena eficacia apostólica, sino también la inteligibilidad perfecta que permite a Teresa comprender lo que pasa en ella, de ejercer plenamente su vocación hasta iluminar a sus discípulos sobre el orden fundamental que reina en el mundo de las almas rescatadas por Jesucristo. Mística, evangelio, teología, historia, ciencias, todo concurre, converge, se concentra y se ilumina en este resplandor decisivo que levanta Teresa, la descubridora de la ley suprema del Apostolado.
En este mundo espiritual en el que se pone en juego el drama de los destinos eternos, todo está sometido a una atracción que viene del Padre y que pasa por su Hijo encarnado, Jesucristo. El orden que hay que restablecer consiste en respetar esta gravitación espiritual ligando todas las almas al Padre por y en Jesucristo.
Por consiguiente, la oración del apóstol no tiene ni siquiera que encaminarse hacia las almas que están a su cuidado y que ya el Padre atrae hacia su Hijo por medio de su Espíritu. Se tiene que dirigir hacia el Centro atractivo, hacia ese nudo ontológico de lo creado y de lo increado, hacia su Hijo único en quien el Padre recapitula el mundo y el único que puede sostener y poner en su sitio cada una de las almas que El sólo puede salvar.
"¡Atráeme!". Este es el
único movimiento del alma que se requiere para que el ser que así
tiende entero hacia Jesús sea colocado sobre la línea de
fuerza que subtiende el mundo espiritual y haciéndose partícipe
de la corriente de vida divina que difunde el Verbo encarnado, se torne
a su vez punto de atracción y colabore, por el mismo hecho en la
redención.
Así, al llegar al término de su vida terrena, Teresa de Lisieux encuentra en su incorporación radical a Jesús la última palabra de su doctrina y el principio de un influjo ilimitado. Participando de tan cerca de la soberana atracción que reina en el mundo de las almas, ya no tiene porque preocuparse ni de sus limitaciones ni de sus exigencias materiales de una justicia distributiva. Simplificada en Dios y por Dios mismo, ella puede ser, como El, en El y por El, toda para cada uno y toda para todos.
Pero sufriría un grave engaño quien confundiera esta nueva
disposición con un empobrecimiento o un marchitamiento del corazón.
Teresa se ha vuelto más rica, más humana, más bondadosa,
más tierna que nunca, al perderse en su Bien-Amado porque, en El,
ella ha encontrado no solamente sus sufrimientos y su fortaleza, sino su
amor y hasta su oración. Esta es en efecto, la suprema paradoja
y la inimaginable grandeza de esta joven que se está marchitando
y a quien una horrorosa agonía va a arrojar dentro de poco a la
tumba:
"Señor,
Vos lo sabéis, yo no tengo otros tesoros que las almas que os ha
complacido unir a la mía; estos tesoros sois Vos quien me los habéis
confiado; hasta me atrevo a tomar las palabras que Vos dirigisteis al Padre
Celestial la última noche que vivisteis sobre nuestra tierra, como
viajero y mortal. Jesús, mi Bien-Amado, yo no sé cuando terminará
mi destierro. Seguramente que más de una noche me tiene que ver
todavía cantar en el destierro vuestras misericordias, pero, en
fin, también para mi llegará la última noche; entonces
yo quisiera poder deciros, Dios mío: yo os he glorificado sobre
la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendasteis; yo he hecho conocer
vuestro nombre a aquellos que me habéis dado; eran vuestros y Vos
me los disteis. Ahora saben que todo cuanto me disteis viene de Vos porque
yo les he comunicado las palabras que Vos me habíais comunicado;
ellos las han recibido y ellos han creído que Vos me habéis
enviado. Yo ruego por aquellos que Vos me habéis dado porque ellos
son vuestros. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos están
en él y yo me vuelvo a Vos.
Padre santo, conserva, por vuestro nombre, a aquellos que me habéis
dado. Yo voy ahora a Vos; y yo digo esto mientras estoy en el mundo, para
que la alegría que viene de Vos sea perfecta en ellos... Yo no os
pido que los saquéis del mundo, sino que los preservéis del
mal. Ellos no son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo.
No es solamente por ellos por quienes yo os pido, sino también por
aquellos que creerán en Vos a causa de las cosas que oirán
decir. Padre mío, yo deseo que allí donde yo estaré
estén también ellos con migo, los que Vos me habéis
dado; y que el mundo sepa que Vos los habéis amado como me habéis
amado a mí mismo" (Sn. Juan, XVII.).
La oración sacerdotal de Jesús después de la Cena se ha convertido en la verdadera oración de esta monja abrasada por la fiebre. Ella la sabe de memoria. La ha escrito de un tirón. Encuentra en ella la expresión adecuada de su alma y de su destino...
Pero, ¿dónde está la Teresita de cabellos de oro que brincaba sobre el césped de los Buissonnets? Aquí está, cambiada en esposa de Cristo e identificada de tal manera con su Esposo que reza con su misma oración y respira con el mismo soplo de amor.
* * *
El que una evolución tal sea posible en nuestro mundo pecador es una experiencia que debería bastar para convertirlo. ¡Ay! La carga de pecado es demasiado pesada para que una sola Santa, por muy grande que ella sea, logre acercar todas las almas a la atracción divina que las salvaría. Al menos que puedan aprender de ella, todos los que quieran recoger fielmente su mensaje, a respetar la ley suprema de la atracción espiritual. Que se olviden de sí mismos. Que verdaderamente hagan de Cristo el centro de su vida. Que pidan sin cesar que los atraiga hacia Sí.
Entonces, nos dirá Teresa, en virtud de una consecuencia natural, ayudarán de un modo efectivo a salvar el mundo. Caminarán en dirección de la última noche musitando su oración y cuando cierren los ojos a los horizontes de este mundo, será para abrirlos a los resplandores de la Patria en donde les será dado el cooperar con mayor fuerza que nunca en la circulación universal del Amor.