Acuerdo no, entendimiento

Explicación de la Declaración de Mons. Licínio

A pesar de haber sido usada la palabra "Acuerdo" en las negociaciones con la Santa Sede en 1988, la consideramos menos apropiada en la presente circunstancia. Primero, porque en la realidad no se hace Acuerdo con un superior, mucho menos con el Papa: a él se debe acatamiento y obediencia en las normas de la Iglesia. Segundo, porque "Acuerdo" supone concesiones y ganancias, lo que realmente no hubo.

La palabra que mejor expresa lo que hubo es "entendimiento".

En verdad, éramos conocidos por nuestra parte negativa y caricaturesca: los "padres de Campos", "tradicionalistas", eran aquellos que absolutamente no aceptaban al Papa y no reconocían ni al Concilio Vaticano II ni la validez del Novus Ordo Misae, la Misa de Pablo VI. Por eso, fue necesario exponer nuestra verdadera posición, que, una vez "entendida" como ella es, permitió nuestra aprobación y reconocimiento como católicos, en perfecta comunión con la Santa Iglesia. Hubo, pues, un "entendimiento".

Y fue así que escribimos al Santo Padre, el Papa: "Santísimo Padre, aunque siempre nos hayamos considerado dentro de la Iglesia Católica, de la cual nunca jamás tuvimos la intención de separarnos, con todo, debido a la situación de la Iglesia y a problemas que afectaron a l os católicos de línea tradicional, que son del conocimiento de Vuestra Santidad, y, creemos, llenan su corazón y el nuestro de dolor y angustia, fuimos considerados, jurídicamente al margen de la Iglesia. Ese es nuestro pedido: que seamos aceptados y reconocidos como católicos".

A ese pedido, Su Santidad, bondadosamente respondió: "En vista de estas consideraciones y para la mayor gloria de Dios, el bien de la Santa Iglesia y aquella ley suprema que es la salus animarum (cf. can. 1752 CIC), acogiendo con afecto vuestro pedido de ser recibidos en la plena comunión de la Iglesia Católica, reconocemos canónicamente Vuestra pertenencia a ella".

En consecuencia, el Santo Padre retira todas las censuras eclesiásticas en que, por ventura, hayamos incurrido: "Es, por tanto, con profunda alegría que, para tornar efectiva la plena comunión, declaramos la remisión de la censura establecida por el can. 1382 CIC en aquello que te concierne, Venerable Hermano (se refiere al Obispo Mons. Licínio Rangel), como también la remisión de todas las censuras y la dispensa de todas las irregularidades en que hubieren incurrido los otros miembros de la Unión".

El reconocimiento del Papa

En nuestra declaración pública, dijimos: "Reconocemos al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, con todos sus poderes y prerrogativas, prometiéndole nuestra obediencia filial y ofreciendo nuestra oración por él".

Eso siempre lo reconocimos. En todas nuestras sacristías, como es costumbre establecida en todas las Iglesias, está expuesto el cuadro con los nombres del Papa Juan Pablo II y del obispo diocesano nombrado por él. En nuestras oraciones públicas siempre se rezó por el Papa Juan Pablo II y por el obispo diocesano. Nunca adoptamos la posición sedevacantista ni jamás quisimos hacer una diócesis paralela, contestando la unidad de régimen de la Iglesia.

Inclusive cuando, por necesidad, y de acuerdo con la Doctrina Católica, tuvimos que resistir, eso jamás significó de nuestra parte la contestación de la autoridad papal o su no reconocimiento. Además, siempre tuvimos plena consciencia de lo anormal, ocasional y excepcional de la resistencia, ansiando siempre una completa regularización y normalización.

Siempre tuvimos presente el dogma de Fe: "Declaramos, decimos y definimos ser totalmente necesario para la salvación que todos los hombres se sometan al Romano Pontífice" (Bonifácio VIII, Bula Unam Sanctam, Dz-Sh 875).

Por eso, en nuestra carta al Papa, escribimos: "En las augustas manos de Vuestra Santidad, deponemos nuestra Profesión de Fe Católica, profesando perfecta comunión con la Cátedra de Pedro, de quien Vuestra Santidad es legítimo sucesor, reconociendo su Primado y gobierno sobre la Iglesia universal, pastores y fieles, y declarando que, por nada de este mundo, queremos disociarnos de la Piedra, sobre a cual Jesucristo fundó su Iglesia". El mismo texto de nuestra profesión de Fe católica de 1982, redactado bajo la dirección de Mons. Antonio de Castro Mayer.

Reconocimiento y aceptación del Concilio Vaticano II

En nuestra declaración, así nos expresamos: "Reconocemos el Concilio Vaticano II como uno de los Concilios Ecuménicos de la Iglesia Católica, aceptándolo a la luz de la Sagrada Tradición".

Reconocemos que el Concilio Vaticano II fue legítimamente convocado y presidido por el Papa Beato Juan XXIII y continuado por el Papa Pablo VI, con la participación de obispos de todo el mundo, inclusive de Mons. Antonio de Castro Mayer y Mons. Marcel Lefebvre, que firmaron sus actas. Mons. Antonio de Castro Mayer escribió varias cartas pastorales sobre el Concilio, especialmente una, en 1966, sobre la aplicación de los Documentos promulgados por el Concilio.

Surgió, sin embargo, el "pernicioso espíritu del Concilio", que, según el Cardenal Ratzinger, " es el antiespíritu, según el cual se debería comenzar la historia de la Iglesia a partir del Vaticano II, visto como una especie de punto cero" (Card. Ratzinger, Rapporto sulla fede, cap. II). Por eso, decimos en nuestra declaración: "Reconocemos el Concilio Vaticano II como uno de los Concilios Ecuménicos de la Iglesia Católica". La Iglesia no pode desligarse de su pasado ni contradecirlo.

Mas en cuanto a las enseñanzas del Concilio, debido a su carácter eminentemente pastoral, por él mismo proclamado, de adaptación de la doctrina inmutable a nuestros tiempos, es preciso que sean aceptados en consonancia con todo el conjunto del Magisterio de la Iglesia, o sea, a la luz de la Sagrada Tradición.

Decimos eso porque muchos, aprovechándose del Concilio, intentaron y aún intentan introducir doctrinas heréticas en el seno de la Iglesia, doctrinas ya condenadas por el Magisterio perenne, que constituye la Tradición. El Papa Pablo VI hablaba del "humo de Satanás" penetrando en el Templo de Dios (Alocución de 29/6/1972) y S. S. el Papa Juan Pablo II lamentaba: "fueron esparcidas a manos llenas ideas contrarias a la verdad revelada y siempre enseñada: se propagaron verdaderas herejías en los campos dogmático y moral... también la Liturgia fue violada" (Discurso al Congreso de las Misiones, 6/2/1981).

Por eso, usamos, como criterio de interpretación, la luz de la Sagrada Tradición.

Y aceptar el Concilio a la luz de la Tradición es lo que todos deben hacer, pues ese fue el criterio de interpretación indicado por los Papas que lo convocaron y presidieron. En la alocución de 11 de octubre de 1962, en la apertura del Concilio, así se expresó el Papa Juan XXIII: "El objeto esencial de este Concilio no es la discusión sobre este o aquel artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia... Presentemente, lo necesario es que toda la doctrina de la Iglesia, sin mutilación, transmitida con aquella exactitud que aparece espléndidamente sobre todo en los conceptos y en la exposición con que la redactaron los Concilios de Trento y del Vaticano I, sea, en nuestros tiempos, por todos aceptada con adhesión nueva, calma y serena...; es necesario que esta doctrina, cierta e inmutable a la cual se debe obsequiosa obediencia, sea investigada y expuesta del modo que nuestros tiempos exigen. Porque una cosa es el propio depositum fidei, esto es, la verdad contenida en nuestra veneranda doctrina, y otra es el modo con el cual ellas son enunciadas, pero siempre conservando el mismo sentido y el mismo alcance (eodem tamen sensu eademque sententia)" (AAS, 1962, pág. 791-793).

Y en la reapertura del Concilio el Papa Pablo VI confirmó: "Es necesario que la doctrina de la Fe, cierta e inmutable, declarada y definida por el supremo Magisterio de la Iglesia y por los Concilios anteriores, sobretodo por el de Trento y por el Vaticano I, al cual se debe obsequiosa obediencia, sea expuesta de manera adaptada a nuestros tiempos..." (AAS 55, pág. 742).

Y ese fue precisamente el criterio usado por el Papa Juan Pablo II cuando habló de la "doctrina integral del Concilio", quiere decir, él explicó, "doctrina comprendida a la luz de la Santa Tradición y referida al Magisterio constante de la propia Iglesia" (Juan Pablo II, discurso a la reunión del Sacro Colegio, 5 de Noviembre de 1979).

Y no podría ser de otra manera, pues así enseñó el Concilio Ecuménico Vaticano I: "El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que estos, bajo la revelación del mismo, predicaran una nueva doctrina; sino para que, bajo su asistencia conservasen santamente y expusiesen fielmente el depósito de la Fe..." (sess. IV, c. 4, Dz-Sch 3070).

Además, decía el propio Mons. Marcel Lefebvre: "acepto el Concilio, interpretado según la Tradición". Y Mons. Bernard Fellay, sucesor de Mons. Lefebvre, declaró: "Aceptar el Concilio no es problema para nosotros. Hay un criterio de discernimiento. Y este criterio es lo que fue siempre enseñado y creído: la Tradición" (entrevista al diario suizo La Liberté, 11/5/2001).

Sobre como aplicar al Concilio ese criterio de interpretación, a la luz de la Sagrada Tradición, explicó bien el famoso escritor católico francés Jean Madiran (Itinéraires, Noviembre de 1966, pág. 13): "Recibimos las decisiones del Concilio en conformidad con las decisiones de los Concilios anteriores. Si tales o tales textos aparecen, como puede suceder con toda palabra humana, susceptibles de varias interpretaciones, pensamos que la interpretación justa está fijada precisamente por las enseñanzas de los Concilios precedentes y en conformidad con ellos y con el conjunto de la enseñanza del Magisterio... Si fuese necesario - como algunos lo osan sugerir - interpretar las decisiones del Concilio en un sentido contrario a las enseñanzas anteriores de la Iglesia, no tendríamos entonces ningún motivo de recibir esas decisiones y nadie tendría el poder de imponérnoslas. Por definición, la enseñanza de un Concilio se coloca en el contexto y en la continuidad viva de todos los Concilios. Aquellos que quisiesen presentarnos las enseñanzas del Concilio fuera de ese contexto y en ruptura con esa continuidad, estarían presentándonos una pura invención de su espíritu, sin ninguna autoridad".

Es así, con ese criterio, que Reconocemos y aceptamos el Concilio Vaticano II.

Sobre la Santa Misa

Conservaremos, en nuestra Administración Apostólica Personal San Juan María Vianney, conforme nos da derecho el Santo Padre el Papa Juan Pablo II, la Santa Misa tradicional, codificada por el Papa San Pío V. La Misa y toda la disciplina litúrgica tradicional, conforme dice el Santo Padre.

Y la conservamos porque es una auténtica riqueza de la Santa Iglesia Católica, una Liturgia que santificó muchas almas, Misa a la que los Santos asistieron, Misa que, por expresar de modo nítido y sin ambigüedades los dogmas eucarísticos, se constituye en una auténtica profesión de Fe, símbolo de nuestra identidad católica, un verdadero patrimonio teológico y espiritual de la Iglesia que es necesario ser conservado.

Como bien dice el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero: "El rito antiguo de la Misa sirve precisamente a muchas personas para mantener vivo este sentido del misterio. El rito sagrado, con el sentido del misterio, nos ayuda a penetrar con nuestros sentidos en el recinto del misterio de Dios. La nobleza de un rito que acompaña a la Iglesia durante tantos años justifica bien el hecho de que un grupo escogido de fieles mantenga el aprecio de este rito, y la Iglesia, por la voz del Soberano Pontífice, lo comprendió así, cuando ella pide que haya puertas abiertas a su celebración... Nosotros celebramos un rito bello, rito que fue el de muchos santos, una bella misa, que llenó las naves de muchas catedrales y que hace resonar sus acentos de misterio en las pequeñas capillas del mundo entero..." (trechos de la homilía durante la Misa de San Pío V celebrada por él en Chartres, el 4 de junio de 2001).

Lo mismo dice, al respecto de la Misa tradicional, el Papa Juan Pablo II, proponiéndola como modelo de reverencia y humildad para todos los celebrantes del mundo: "El Pueblo de Dios tiene necesidad de ver en los sacerdotes y en los diáconos un comportamiento lleno de reverencia y de dignidad, capaz de ayudarlo a penetrar las cosas invisibles, aunque sea con pocas palabras y explicaciones. En el Misal Romano, llamado de San Pío V, ... encontramos bellísimas oraciones con las cuales el sacerdote expresa el más profundo sentido de humildad y de reverencia delante de los santos misterios: ellas revelan la substancia misma de toda la Liturgia" (Juan Pablo II, mensaje a la Asamblea Plenaria de la S. Congregación para el Culto Divino y a Disciplina de los Sacramentos, sobre el tema "Profundizar la vida litúrgica entre el Pueblo de Dios", 21/9/2001).

Pero Reconocemos, como decimos en nuestra declaración, la validez del Novus Ordo Misae, promulgado por el Papa Pablo VI, siempre que sea celebrado correctamente y con la intención de ofrecer el verdadero Sacrificio de la Santa Misa.

Además esa era la enseñanza de Mons. Antonio de Castro Mayer y también de Mons. Marcel Lefebvre, que, en su declaración doctrinal del Acuerdo, por él revisada y firmada, declaró: "Declaramos, además de eso, reconocer la validez del Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos celebrados con la intención de hacer lo que hace la Iglesia y según los ritos indicados en las ediciones típicas del Misal Romano y de los Rituales de los Sacramentos promulgados por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II" (Fideliter, le dossier complet).

¿Por qué hicimos la reserva "siempre que sea celebrado correctamente y con la intención de ofrecer el verdadero Sacrificio da Santa Misa"?

Porque, si el sacerdote celebra la Misa con la intención de hacer apenas una refección comunitaria o una simple reunión con la narración de la Cena del Señor, sin la intención de ofrecer el verdadero Sacrificio da Misa, es claro que la validez de esa Misa quedará afectada.

Y, además de eso, son de lamentar las Misas, mismo válidas, en las cuales "la Liturgia fue violada", como dice el Papa Juan Pablo II (discurso en el Congreso de las Misiones, 6/2/1981), o en las cuales la "Liturgia ha degenerado en ‘show’, donde se ha intentado mostrar una religión atractiva con la ayuda de tonterías a la moda... con éxitos momentáneos en el grupo de los fabricantes litúrgicos", como critica el Cardenal Ratzinger (Introducción al libro La Réforme Liturgique, de Mons. Klaus Gamber, pág. 6).

Nuestro pedido de perdón

Tener humildad y pedir perdón de los posibles errores u ofensas son actitudes eminentemente cristianas. Sólo los orgullosos y porfiados, que piensan siempre tener razón, no admiten siquiera la posibilidad de sus errores.

San Pío X comentaba que, en el calor da batalla, es difícil medir la precisión y el alcance de los golpes. De ahí se cometen faltas o excesos, disculpables y comprensibles, pero incorrectos.

Por eso, en nuestra carta al Papa, escribimos: "Y si, por acaso, en el calor de la batalla, en defensa de la verdad católica, cometimos algún error o causamos algún disgusto a Vuestra Santidad, aunque nuestra intención haya sido siempre la de servir a la Santa Iglesia, humildemente suplicamos su paternal perdón".

Aunque estuviésemos convencidos de que nuestra causa era legítima y santa, pueden haber ocurrido errores y excesos en el modo de hablar o escribir, cierto espíritu de crítica o faltas a la caridad fraterna y a la veneración y respeto debidos a los superiores, cierto modo de hablar o actuar en discordancia con los principios que defendemos.

Es de eso que pedimos perdón, por nosotros y por todos los fieles asistidos por nosotros.

Es claro que no precisamos pedir perdón por nuestra posición católica doctrinaria y litúrgica, que vino a ser reconocida por el Santo Padre, el Papa.

Nuestro empeño por la defensa de la Iglesia Continúa

La concesión del Santo Padre el Papa, dándonos la Administración Apostólica Personal, no significa que la crisis de la Iglesia haya acabado y que nuestro empeño en defensa de los valores tradicionales se va a enfriar.

Fue así que escribimos al Papa: "Y en nombre de esa nuestra Fe católica apostólica romana nos hemos esforzado por guardar la Sagrada Tradición doctrinaria y litúrgica que la Santa Iglesia nos legó y, en la medida de nuestras débiles fuerzas y amparados por la gracia de Dios, resistir a lo que su predecesor de egregia memoria, el Papa Pablo VI, llamó de ‘autodemolición de la Iglesia’, esperando de ese modo estar prestando el mejor servicio a Vuestra Santidad y a la Santa Iglesia".

Y ahora, siendo canónicamente reconocidos, nos ofrecemos al Papa para, oficialmente colaborar con él en el combate a los errores y herejías, que infelizmente existen hasta en el seno de la Iglesia.

Fue lo que dijimos al Papa en la misma carta: "Queremos, oficialmente, colaborar con Vuestra Santidad en la propagación de la Fe y de la Doctrina Católica, en el celo por la honra de la Santa Iglesia - ‘Signum levatum in nationes’ - y en el combate a los errores y herejías que intentan destruir la Barca de Pedro, inútilmente porque ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella’ ".

Y el Santo Padre, bondadosamente, acogió nuestra oferta: "Tomamos nota, con vivo regocijo pastoral, de vuestro propósito de colaborar con la Sede de Pedro en la propagación da Fe y de la Doctrina Católica, en el celo por la honra de la Santa Iglesia - que se yergue como ‘Signum in nationes’ (Is 11,12) - y en el combate a los que intentan destruir la Barca de Pedro, inútilmente porque ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella’ (Mt 16,18)".

Por eso, finalizamos nuestra declaración, diciendo: "Nos empeñamos en profundizar todas las cuestiones aún abiertas, teniendo en consideración el canon 212 del Código de Derecho Canónico".

Ese canon reconoce el derecho e inclusive a veces el deber de expresar la opinión, hasta de manera pública dentro de la Iglesia. La citación de ese canon significa que no nos comprometemos a ningún silencio cómplice delante de los errores.

Por esa razón, deseando ser fieles al Magisterio de la Iglesia, con la gracia de Dios, continuaremos combatiendo los errores que la Santa Iglesia siempre condeno y combatió.

Pero nuestro combate será siempre según las normas del respeto, de la humildad y de la caridad, conforme decimos al final de nuestra declaración: "con un sincero espíritu de humildad y de caridad fraterna para con todos. In principiis unitas, in dubiis libertas, in omnibus charitas - En los principios unidad, en las cosas libres libertad, en todo la caridad (San Agustín).

¡A los que se alegran con nosotros, nuestros agradecimientos!

¡A los que no concuerdan con nosotros, nuestra comprensión!

¡A los que nos atacan, nuestro perdón!

¡A todos, nuestro pedido de oración por nuestra perseverancia!

¡Santa Iglesia Romana Católica,

Una, excelsa, divina, inmortal,

Que conservas la Fe apostólica

Y las promesas de la vida eternal,

Nosotros te amamos, nosotros somos tus hijos,

En tu seno queremos vivir

Y a la luz, que nos das, entre los brillos

En tus brazos maternos morir!

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