¿Fueron las Cruzadas fruto de un simple interés
material?
Durante décadas distintos historiadores, especialmente de orientación marxista,
han insistido en presentar las Cruzadas como un fruto de factores materiales
exclusivamente.
Sólo la codicia y el deseo de obtener tierras habrían movido a los cruzados a
abandonar Europa occidental para dirigirse a Tierra Santa pero, a pesar de lo
arraigado de esta idea, ¿fueron las Cruzadas fruto de un simple interés
material? La historiografía marxista y aquella que sin serlo está muy influida
en sus planteamientos por ésta ha insistido durante décadas en el carácter
meramente material de las Cruzadas. De acuerdo, por ejemplo, a la Historia de
las Cruzadas, de Mijaíl Zaborov, los cruzados sólo se desplazaron a Oriente
Próximo movidos por el deseo de obtener beneficios económicos que,
fundamentalmente, se tradujeran en la posesión de tierras y en el aumento de
bienestar material. En otras palabras, la cruzada no pasaba de ser una
emigración violenta movida por causas meramente crematísticas. El elemento
espiritual simplemente proporcionaba la cobertura, bastante ridícula por otra
parte, para semejante aventura de saqueo y pillaje.
El punto de vista de Zaborov tan repetido posteriormente resultaba
especialmente sugestivo en la medida en que permitía desacreditar una empresa
de carácter confesadamente espiritual y, a la vez, dar un ejemplo de cómo ese
tipo de fenómenos podía explicarse recurriendo únicamente a argumentos
economicistas. Sin embargo, como tantas explicaciones de este tipo, a pesar de
lo socorrido e instrumental de su formulación, no resiste un análisis
mínimamente sólido de la documentación con que contamos. En primer lugar, lo
que se desprende de las fuentes de la época es que marchar a la cruzada no
implicaba un aliciente económico sino más bien un enorme sacrificio monetario
que sólo se podía emprender convencido de que la recompensa sería más sólida
que un pedazo de terreno o una bolsa de monedas. Al respecto los documentos no
pueden ser más claros. Un caballero alemán que era convocado a servir al
emperador en aquellos años en lugar tan cercano como Alemania gastaba tan sólo
en el viaje y atuendo el equivalente a dos años de sus ingresos. Para un
francés viajar a Tierra Santa implicaba unos gastos que llegaban a quintuplicar
sus rentas anuales. Por lo tanto, como primera medida, necesitaban endeudarse
fuertemente para acudir a la cruzada. En no pocos casos incluso perdieron todo
lo que tenían para sumarse a la empresa.
No deja de ser curioso que Enrique IV de Alemania en una carta se refiriera a
Godofredo de Bouillon y Balduino de Bolonia, ambos caudillos de la primera
cruzada, como personas que "atrapadas por la esperanza de una herencia
eterna y por el amor, se prepararon para ir a luchar por Dios a Jerusalén y
vendieron y dejaron todas sus posesiones". Su caso, desde luego, no fue
excepcional. De hecho, el Papa y los obispos reunidos en el concilio de
Clermont redactaron una legislación que imponía la pena de excomunión a aquellos
que se aprovecharan de estas circunstancias para despojar a los caballeros
cruzados de sus propiedades valiéndose de intereses usurarios o de hipotecas
elevadas. El listado de caballeros que se endeudaron extraordinariamente para
ir, por ejemplo, a la primera cruzada es enorme y demuestra que ésa era la
tendencia general.
Tampoco faltaron los apoyos eclesiales en términos económicos. Por ejemplo, el
obispo de Lieja obtuvo fondos para ayudar al arruinado Godofredo de Bouillon
despojando los relicarios de su catedral y arrancando las joyas de las iglesias
de su diócesis. Quizá se podría interpretar todo esto como una inversión
arriesgada ¡y tanto! que se compensaría con las tierras que los cruzados
conquistaran en Oriente. Sin embargo, ese análisis tampoco resiste la
confrontación con los documentos. Es cierto que durante la primera cruzada un
número notablemente exiguo de caballeros optó por permanecer en las tierras
arrebatadas a los musulmanes. No obstante, salvo estas excepciones, la
aplastante mayoría de los cruzados regresaron a Europa. Tras producirse, en el
curso de la primera cruzada, la toma de Jerusalén y la victoria sobre un
ejército egipcio (el 12 de agosto de 1099) la práctica totalidad retornó a sus
hogares sin bienes y con deudas pero, al parecer, con un profundo sentimiento
de orgullo por la hazaña que habían llevado a cabo. De hecho, para defender los
Santos Lugares resultó necesario articular la existencia de órdenes militares
como los caballeros hospitalarios, primero, y los templarios después. No fue
mejor la situación económica en las siguientes cruzadas.
Nuevamente el factor espiritual resultó decisivo y, precisamente, para costear
los enormes gastos de una empresa que recaía sobre los peregrinos así se
consideraban sus participantes ya que el término cruzados es posterior los
monarcas recurrieron a impuestos especiales o a préstamos concedidos a la
corona. Vez tras vez, la posibilidad de quedarse en Tierra Santa si es que
alguien la contemplaba se reveló imposible pero eso no desanimó a los
siguientes participantes a lo largo de nada menos que dos siglos. Ciertamente,
no podemos tener una imagen excesivamente idealizada de las Cruzadas y tampoco
podemos negar que su modelo de espiritualidad en muchas ocasiones causa más
escalofrío a nuestra sensibilidad contemporánea que entusiasmo. A pesar de
todo, existe un dato que no puede negarse siquiera porque aparece corroborado
en millares de documentos.
Prescindiendo de la mayor o menor categoría humana y espiritual de los
participantes, su impulso era fundamentalmente espiritual. Movidos por el deseo
de garantizar el libre acceso de los peregrinos a los Santos Lugares y de ganar
el cielo, abandonaron todo lo que tenían y se lanzaron a una aventura en la que
no pocos no sólo se arruinaron sino que incluso encontraron la muerte, un
ejemplo, dicho sea de paso, que no disuadió a otros de seguirlo a lo largo de
dos siglos. No se trató, por lo tanto, de un movimiento material disfrazado de
espiritualidad sino de un colosal impulso de raíces espirituales que no tuvo
inconveniente, pese a sus enormes defectos, en afrontar considerables riesgos y
pérdidas materiales.
César Vidal.
Revista Digital
14.IV.2002