Febrero
Dichosa soledad del Sagrario... ¡Qué bien descansa el alma así,
entre las sombras del santuario, a los pies de Jesucristo, que es la luz!
Dejemos, siquiera por un momento, el mundo de vanidades y
falsías, y acerquémonos al Paraíso delicioso del Corazón Sagrado de Jesús... Él
está aquí y nos llama... Roguémosle confiadamente que cierre los ojos a todas
nuestras culpas y que nos abra, en esta Hora Santa, la llaga del Costado, en la que
salva a los pecadores, donde santifica a los buenos y en la que endulza las
amarguras de la vida y los horrores de la muerte...
(Pausa)
(Pedidle
que acepte esta Hora Santa, como
la plegaria de todos nuestros hogares).
(Lento)
¡El
cielo interrumpió su cántico de gloria, los ángeles se estremecieron de emoción
al ver llorar a Jesucristo por amor del hombre!... Ese llanto lo guardó María
en esta Hostia para nosotros los amigos, los fieles que ahora le adoramos...
¡Oh, si cada lágrima de Jesús hubiera sido vencedora de un alma... si cada
gemido suyo hubiera conquistado para siempre una familia! Pero todavía es
tiempo para darle la posesión de esta tierra ingrata, que Él vino a redimir...
La Hora Santa precipitará su
triunfo.
(Hagamos,
pues, violencia al Corazón abandonado del Maestro, para que apresure su reinado
en el vencimiento decisivo de su amor... Hablémosle sin más demora y con toda
el alma).
“Jesús
amado, atraídos hacia ti por tus clamores, compadecidos por tu soledad y
sedientos del advenimiento de tu reino, henos aquí, ¡oh, Divino agonizante de Getsemaní!,
tristes con tu mortal tristeza, olvidados de ese mundo que te olvida, aquí nos
tienes pobres de fe, enfermos de espíritu, inquietos de la vida, decepcionados
de la tierra, dolientes y caídos... aquí nos tienes reclamando nuestra parte de
agonía y de dolor en el dolor y la agonía de tu dulce Corazón!...”.
Ábrenos
en esta Hora Santa tu herida preciosísima, a fin de
confiarte en ella una esperanza y un consuelo que te alivien... ¡Ah! y mañana,
con tu gracia, te daremos una gloria inmensa, en el triunfo social de tu
Sagrado Corazón... ¡Apresúrate, Señor, y reina, en recuerdo de tu agonía
crudelísima del Huerto!...”.
(Meditemos
la soledad y las angustias de Getsemaní y del Sagrario).
Almas
piadosas, penetremos en espíritu en aquel jardín tan lleno de pérfidas sombras
para Jesucristo. ¡Ah!, qué convicción de fe tan consoladora nos alienta y nos
alumbra. Aquél que está en la Hostia, mudo, silencioso, pero siempre agonizante
y redentor, es el mismo Nazareno que desfalleció entre los olivos, al peso de angustias
infinitas... Sorprendámoslo, ¿queréis?, sorprendámoslo en su agonía
eucarística, pues tenemos más derecho que los ángeles.
Vedlo,
está moribundo, y ¡oh dolor!, está siempre solo...
Sus
enemigos fraguan un complot... Los indiferentes tienen preocupaciones de tierra
y dicen que no tienen ni amor, ni tiempo para el pobre Jesucristo... Los
amigos, los apóstoles de predilección, con excepción rarísima, están fatigados
del combate y muchos duermen, mientras el Maestro aguarda desamparado y triste,
la muerte y la traición. No así vosotros, creyentes, que estáis en esta hora
compartiendo la amargura de su soledad... Endulzadla con un cántico, cuya
suavidad le haga olvidar la ingratitud del hombre.
(Hagamos
una solemne acción de gracias, y, todos de rodillas, bendigamos al Señor por
las inagotables larguezas de su amor menospreciado).
(Lento y cortado)
Las almas.
Por habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la fe.
(Todos en voz alta)
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo que es el
término de los dolores de esta vida.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa, en los sacramentos del
Bautismo y de la santa Confesión.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
las ternuras que prodigas a las almas doloridas que, sufriendo te bendicen en
sus penas y en la Cruz.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
los ardides santos de tu caridad, en la conversión maravillosa de los más
empedernidos pecadores...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la
salud, de la fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los singulares beneficios a tantos ingratos, mal nacidos, que
abusan de situación, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el obsequio que nos hiciste al confiarnos el honor y la
custodia de tu Madre, el Corazón de María Inmaculada...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por tu Eucaristía sacrosanta, por ese cautiverio y por esa
compañía tuya deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Y en fin, por aquel inesperado Paraíso, que quisiste revelarnos
en la persona de tu sierva Margarita... por el don maravilloso, incomprensible,
de tu Sagrado Corazón...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
(Meditemos en la prisión de Jesucristo el Jueves Santo,
continuada en la Santa Eucaristía).
¿Habéis
pensado alguna vez en esta frase, insondable en el misterio de caridad que
entraña: “Jesús cautivo, Jesús encarcelado por amor en el Sagrario”? Miradle a
través de esa reja; tras de aquellos muros del tabernáculo, está Jesucristo
prisionero, vencido por su propio Corazón... Así, hace veinte siglos, el Jueves
Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del huerto de la agonía a la
prisión en que le arrojó el inicuo juez... Y esa noche afrentosa, horrenda en
la soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él
amaba, se prolonga en todos los Sagrarios de la tierra...
La
blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el
sacrilegio... todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de
ignominia, tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir
hasta su rostro y profanarlo como el beso del traidor... ¡Y Jesucristo no se
va!... ¡Es el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí,
envuelto en el ultraje humano...; está ahí, sentado en al banquillo de los
reos... tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!...
¡Vedlo, así le paga éste... con olvido y soledad!...
Las almas.
¡Oh, amabilísimo Cautivo!, encadena también estas almas, que quieren compartir
la soledad de tu prisión... te piden que su cautividad, como la tuya, sea eterna...
y te suplican para ello que les des por cárcel, en la vida y en la muerte, el
abismo insondable de tu Costado herido. ¡Sí, arrójanos en él a todos, como
rehenes por los grandes pecadores, por aquéllos que reniegan de tu altar y
blasfeman de tu Cruz!... Queremos que se salven para ti, y por la gloria de tu
nombre... ¡Redímelos, Jesús Sacramentado, cabalmente a ellos, los verdugos de
este Gólgota, en que vives perdonando sus ofensas!...
Divino
Salvador de las almas, cubierto de turbación me postro en tu presencia, y
dirigiendo mi vista al solitario tabernáculo, siento oprimido el corazón, al
ver el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos... Pero, ya que
con tanta condescendencia, permites que, en esta Hora Santa, una mis lágrimas a
las que vertió tu humilde Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que no ruegan,
te bendigo por aquellos que te maldicen y con todo el ardor de mi alma, te
alabo y adoro con esta gran plegaria, en todos los Sagrarios de la tierra.
Aceptad,
Señor, el grito de expiación que un sincero pesar arranca de nuestras almas
afligidas: ellas te piden piedad.
Por
mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos.
(Todos en voz alta)
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
las infidelidades y los sacrilegios.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
las blasfemias y profanaciones de los días santos...
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
el libertinaje y los escándalos públicos.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
los corruptores de la niñez y de la juventud.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
la desobediencia sistemática a la Santa Iglesia.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y los hijos.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
los atentados cometidos contra el Romano Pontífice.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
los trastornadores del orden público, social cristiano.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
el abuso de los Sacramentos y el ultraje a tu Santo Tabernáculo.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Por
la cobardía o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas
tenebrosas.
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
Y
por fin, Jesús, por los buenos que vacilan, por los pecadores que resisten a la
gracia...
Piedad,
¡oh, Divino Corazón!
(Pausa)
(Meditemos
en la condenación de Jesús, y en su ignominia al ser tratado como loco:
misterios de caridad y de dolor que se perpetúan en el Sacramento del Altar).
Hemos
callado un breve instante, y se ha hecho el silencio en el fondo de ese pobre
tabernáculo... ¡Ay! el mundo, sin embargo, ha seguido y seguirá condenando en
su clamor de culpa al Prisionero del Altar..., y si consiente en libertarle, es
sólo para exhibirle como loco, para llevarle después al desierto del olvido
humano... y de ahí a la muerte afrentosa de una Cruz... Pero oíd al mismo
Jesús, expuesto ahí donde le veis, como cuando le presentó Pilatos al pueblo
enfurecido: el Hombre-Dios quiere quejarse dulcemente a vosotros, sus amigos;
escuchadle, creyentes fervorosos, como le oyó San Juan, en los latidos
angustiosos de su Corazón despedazado.
“¡Háblanos
Tú, Maestro!”.
(Lento y cortado)
Jesús.
Alma tan querida, mira mi frente, marcada con la sentencia de muerte, fulminada
por una de mis propias creaturas... Mi amor es infinito..., el tuyo ha sido
pobre..., la sentencia me la diste también tú.
Mira
mis manos atadas por aquellos que piden vergonzosa libertad... ¿No has tenido tú, a las veces, tus
horas de licencia y de pecado? Mis cadenas las forjaste también tú...
Mírame,
cubierto con manto blanco de insensato; he amado tanto, que el mundo me condena
como loco... lo fui de amor en mi Calvario; lo soy en la Hostia del altar...
¿no te has avergonzado nunca de la locura redentora de Jesús? ¿No me has herido
con respeto humano también tú?
Mírame
afrentado, porque quise dar la paz al mundo... Mírame desamparado... Soy
vergüenza de los sabios, soy desecho de los grandes, soy risa de los pueblos...
soy el reo de los gobernantes..., ¡pero, para todos, cuando lloran su pecado,
para todos soy Jesús!...
Dime:
y tú ¿no has sido infiel, o no me has herido nunca?... ¿No me has abandonado en
mi Pasión?... Respóndeme yo quiero darte, en esta Hora Santa, el
ósculo de paz, y de perdón... ¡Respóndeme!
(Breve pausa)
Las almas.
¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino prisionero!, que Tú no me hayas dado?
¿Qué
sé yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué
merezco yo, si a ti no estoy unido?
¡Perdóname
los yerros que contra ti he cometido!
Pues
me creaste sin que lo mereciera;
Y
me redimiste sin que te lo pidiera;
Mucho
me hiciste en crearme;
Mucho
en redimirme;
Y
no serás menos poderoso en perdonarme...
Pues
la mucha sangre que derramaste,
Y
la acerba muerte que padeciste,
No
fue por los ángeles que te alaban,
Sino
por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si
te he negado, déjame reconocerte;
Si
te he injuriado, déjame alabarte;
Si
te he ofendido, déjame servirte;
Porque
es más muerte que vida,
La
que no está empleada en tu santo servicio...
(Pausa)
(Consideremos
la soledad del Viernes Santo, prolongada en todos los Sagrarios).
¡Qué
sombrío debió ser en el Calvario y también en el Sepulcro, el anochecer del
Viernes Santo! Allá, en la montaña, en el Gólgota, las manchas de una sangre
divina pisoteada con furor... Más abajo, en la cueva de la tumba, la inercia,
el silencio y el frío de la roca y de la muerte... ¡Ahí tenéis en ese altar el
Gólgota; ahí tenéis la tumba en el Sagrario! Contemplad, y decid si no es
verdad que Jesucristo sigue siendo la víctima del hombre.
Allá
fuera, ruge la tempestad de la negación y la blasfemia. Estamos ahora reparando
ese ultraje, en un momento de oración...; pero dentro de un instante, terminada
la Hora Santa, cerradas las puertas de este templo, quedará Jesús
solo con sus ángeles, en aquel sepulcro y esperando que la alborada le traiga
el eco de un clamor humano...
¡Ah,
y si supiéramos la vida de recuerdo, de plegaria permanente por nosotros, la
vida de perpetua inmolación del Corazón de Jesucristo en esa Hostia!... Que Él
mismo nos lo diga:
(Cortado)
Jesús.
“Hijos míos: estoy angustiado... estoy herido, vengo llorando una inmensa
desventura... de lejos llego con el Corazón atravesado, ¡aquí me tenéis
despedido del lecho de agonía de un desgraciado moribundo!... Me ha rechazado
porque dice que es justo y que no me necesita... ha dicho que muere tranquilo,
sin dejar que Yo le abrace y le perdone...; ha expirado sin mirar mi Cruz, sin
bendecir mis llagas...; ya murió sin aceptarme... ¡Y le había amado tanto!...
Le había redimido con mi sangre... ¡y no ha tenido para mí, ni el último
latido, ni su última mirada!
¡Vosotros,
que me amáis, consoladme de esa herida... endulzadla, orando con fervor por los
pobres moribundos!... (Pedid por los agonizantes).
Acercaos...
Dejadme sentir el calor de afecto de vuestras almas fidelísimas, porque “la mía
está bañada en el rocío de la noche”... He aguardado, en vano, que un hogar me
brinde el hospedaje que se da al último y al más pobre peregrino... He
llamado... le ofrecí mi paz... ¡la necesitaba tanto!... Y aquí me tenéis...;
regreso con la amargura del rechazo..., mientras tanto, ¡cuánto sufre esa
familia desgraciada!... no hay dicha en ella..., no hay consuelo, ni
resignación... ni amor.
(Breve pausa)
Dadme vuestro amor, prestadme el fervor de vuestras oraciones,
ofrecedme el holocausto de vuestros sacrificios, para vencer a tantos obstinados,
que luchan contra la ternura de mi Corazón, que los persigue sin descanso.
Contad las espinas de mi corona; ellas podrán deciros los
consuelos y las flores de cariño, rechazados por las almas queridas de vuestro
propio hogar..., por tantos seres, muy amados de vuestros corazones y del mío..
¡Oremos juntos porque venza en ellas la paciencia y la
misericordia de mi Corazón, que los espera aquí, en la Santa Eucaristía! Tengo
sed de verme rodeado en esta Hostia de los pródigos vencidos, de las ovejas
recobradas, de los hijos convertidos por la dulzura del reproche, por mis
lágrimas, por las gracias especiales concedidas los primeros viernes y aquí, en
la Hora Santa.
¿Qué aguardáis? Pedid, ¡oh sí, pedid con fe! Pues este vuestro
Dios quiere vengar su cautiverio, haciendo la felicidad del mundo... Llamad a
la herida de mi pecho, y se abrirá de par en par mi Corazón... Pedid, pues.
¡Quiero ser Jesús!... cumpliendo con vosotros mis promesas!
(Pausa)
Las almas.
¡Oh, buen Jesús, absorto en tus dolores..., confundido por tu soledad y tus
tristezas, he olvidado mis pedidos y las necesidades de mi alma pobrecita!...
Adivina Tú las flaquezas de tu siervo, y cura sus heridas más secretas... Mi
hogar también espera en esta Hora Santa
la bendición de tu Corazón, agonizante; no suprimas en él, si así es tu
voluntad, no agotes el manantial de lágrimas de mi familia atribulada: ¡pero
acércate a los míos y enséñales a padecer amando, puestos los ojos en tus ojos
celestiales, y cobijadas sus almas combatidas en tu alma divinamente
acongojada!
¡Que mi casa sea Nazaret y la Betania de tu Corazón, Señor Jesús!
Y mira, amabilísimo Maestro; bendice también desde esa Hostia los
tesoros del hogar, que nos robó la muerte; bendice a nuestros muertos, y dales
pronto el descanso eterno de tu cielo... Hemos padecido con esas ausencias
desgarradoras, pero, al verte agonizar también a Ti por nuestro amor, hemos
dicho, resignados: “¡Hágase tu voluntad!”. No te olvides de ellos, ¡oh!, y
acuérdate también, hermoso Nazareno, de aquellos que en el mundo viven
enteramente huérfanos de cariño... de los olvidados por los hombres en el
banquete de la vida..., de tantos que la tierra menosprecia en su soberbia, y
que padecen hambre de amor y de justicia. Tú sabes cómo hiere aquel desdén de
los hermanos... ¡Te ruego, pues, que te apiades de ellos, en tu gran
misericordia!
(Pausa)
Tendría que pedirte mucho más en mi indigencia, pero todo ello lo
remediarás Tú, que velas por las flores y las avecitas del Santuario... Quiero
que los últimos momentos de esta Hora Santa expiren en el olvido de mí
mismo, y te lleven sólo mis ansias incontenibles, mi aspiración apasionada por
tu triunfo en el reinado de tu amante Corazón. Sí, para todos estos que te
amamos, tus intereses son los nuestros..., queremos, todos, tu reinado...
¡Pedimos, pues, Señor, que cumplas con nosotros las promesas que hiciste a tu
confidente Margarita María, en beneficio de las almas que te adoran en la
hermosura indecible, en la ternura inefable, en el amor incomprensible de tu
Sagrado Corazón!... ¡Por eso te gemimos con tu Santa Iglesia, te suplicamos por
la Virgen Madre, te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que
establezcas ya, que apresures el reinado de tu amante Corazón!
(Todos)
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo
te arrebaten las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la
vida.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
2ª.
Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz
inalterable, prometida a las familias que te han recibido con hosannas.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón...
3ª.
No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen aflicciones y
amarguras, que Tú sólo prometiste remediar.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón...
4ª.
Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la
muerte.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón...
5ª.
Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos, sólo Tú la inspiración y
recompensa en todas las empresas...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón...
6ª.
Y tus predilectos, quiero decir los pecadores, no olvides que para ellos, sobre
todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón...
7ª.
¡Ah, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes debes
inflamar con esta admirable devoción!
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
8ª. Aquí está la vida, nos dijiste,
mostrándonos tu pecho atravesado... permite, pues, que ahí bebamos el fervor,
la santidad a que aspiramos.
Venga a nos el reinado de tu amante
Corazón...
9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido
entronizada en muchas casas; en nombre de ellas te pedimos sigas siendo en
todas el Soberano y el Amigo muy amado.
Venga a nos el reinado de tu amante
Corazón...
10ª. Pon palabras de fuego, persuasión
irresistible, vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican
como Juan, tu apóstol regalado.
Venga a nos el reinado de tu amante
Corazón...
11ª. Y a cuantos enseñan esta devoción
sublime, a cuantos publiquen sus inefables maravillas, resérvales, Jesús, una
fibra vecina a aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
Venga a nos el reinado de tu amante
Corazón...
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo
de tu Corazón a cuantos hemos compartido tu agonía en la Hora
Santa; por esta hora de consuelo y por la Comunión de los primeros Viernes,
cumple con nosotros tu promesa infalible... te lo pedimos en el trance decisivo
de la muerte.
Venga a nos el reinado de tu amante
Corazón...
(Pausa)
Debemos
separarnos, Jesús, pues va a terminar la hora mil veces dulce y santa de tu
inefable compañía... ¡Oh, vente oculto en mi alma, al nido del hogar, donde
serás Esposo, Padre, Hermano, Amigo, el Rey de la familia... ven! Y al
despedirnos, dejo aquí ante tu Corazón Sacramentado, el mío todo entero, en el
clamor de una última plegaria; ¡escúchala, Jesús benigno!
(Cortado)
Cuando
los ángeles de tu Santuario te bendigan en la Hostia sacrosanta... y yo me
encuentre en la agonía... sus alabanzas son las mías, acuérdate del pobre
siervo de tu Divino Corazón.
Cuando
las almas justas de la tierra te aclamen encendidas en amor... y yo me
encuentre en la agonía... sus loores y sus lágrimas son las mías... acuérdate
del pródigo vencido por tu Divino Corazón.
Cuando
los sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles, te aclamen soberano,
te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos..., y yo me encuentre
en la agonía... su celo y sus ardores son los míos, acuérdate del apóstol de tu
Divino Corazón.
Cuando
tu Iglesia ore y gima ante el altar, para rescatar contigo al mundo, y yo me
encuentre en la agonía... su sacrificio y su plegaria son los míos...,
acuérdate del fiel amigo de tu Divino Corazón.
Cuando
en la Hora Santa, tus almas
regaladas, amando, sufriendo y reparando, te hagan olvidar perfidias y
traiciones... y yo me encuentre en la agonía..., sus coloquios contigo y sus
consuelos son los míos, acuérdate de este altar y de esta víctima de tu Divino
Corazón.
Cuanto
tu divina Madre te adore en la Sagrada Eucaristía y repare allí los crímenes
sin cuento de la tierra... y yo me encuentre en la agonía..., sus adoraciones
son las mías..., acuérdate del hijo de tu Divino Corazón.
Mas,
no ¡Señor!, olvídame si quieres, con tal que, en mi muerte, me dejes olvidado
para siempre, en la llaga venturosa de tu amable Corazón.
(Pausa)
¿Qué
tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?... ¡Despójame de todo, de tus
propios dones, pero abrásame en la hoguera de tu ardiente Corazón!
¿Qué
sé yo, que tú no me hayas enseñado?... Olvide yo la ciencia de la tierra y de
la vida, pero conózcate mejor a ti, ¡oh Divino Corazón! ¿Qué valgo yo, si no
estoy a tu lado? ¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?... Úneme, pues, a ti
con vínculo que sea eterno... ¡renuncio a todas las delicias de tu amor, con
tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu tierno Corazón!
Y
en él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he cometido... y castiga y
véngate de todos ellos, hiriendo con dardo de encendida caridad, al que tanto
te ha ofendido.
Y
si te he negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...
Si
te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno... porque
es más muerte que vida la que no se consume en amar y hacer amar tu olvidado,
tu amante, tu Divino Corazón.
¡Venga
a nos tu reino!
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización
del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
Jesús
dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente delante
de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin de estar más firmemente
unidos a Ti, he aquí que hoy día cada uno de nosotros se consagra
espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos,
Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar tus
mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros y atráelos a todos
a tu santo Corazón. Sé Rey, ¡oh, Señor!, no sólo de los fieles que jamás se
separaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz que
vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de hambre.
Sé
Rey para aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas, y desunió la
discordia, tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que
luego no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.
Sé
Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira,
finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que en otro
tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como bautismo de
redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí. Concede, Señor, a tu
Iglesia incolumnidad y libertad segura; otorga, a todos los pueblos la
tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta
sola aclamación: