La Bula

“Quo primum  tempore”

Pío Obispo

Siervo de los siervos de Dios

Para perpetua memoria

 

     I: Desde el primer instante en que fuimos elevados a la cima del Apostolado, aplicamos con gusto nuestro y nuestras fuerzas y todos nuestros pensamientos  hacia aquellas  cosas  que tendieran  a conservar  puro el culto de la  Iglesia y nos esforzamos por organizarlas y, con la ayuda de Dios mismo, por realizarlas con toda la dedicación debida.

 

II:  Y como, entre otras decisiones del Santo Concilio de Trento, nos incumbiera estatuir sobre la edición y reforma de los libros sagrados -el Catecismo, el Misal y el Breviario- después de haber ya, gracias a Dios, editado el Catecismo para instrucción del pueblo y corregido completamente el Breviario para que se rindan a Dios las debidas alabanzas, nos parecía necesario entonces pensar cuanto antes sobre lo que faltaba en este campo: editar un Misal que correspondiera al Breviario, como es congruente y adecuado (pues resulta de suma conveniencia que en la Iglesia de Dios haya un solo modo de salmodiar, un solo rito para celebrar la Misa).

 

III: En consecuencia, hemos estimado que tal carga debía ser confiada a sabios escogidos: son ellos, ciertamente, quienes han restaurado tal Misal a la prístina norma y rito de los Santos Padres.(1) Dicha tarea la llevaron a cabo después de coleccionar cuidadosamente todos los textos -los antiguos de nuestra Biblioteca Vaticana junto con otros buscados por todas partes, corregidos y sin alteraciones- y luego de consultar asimismo los escritos de los antiguos y de autores reconocidos que nos dejaron testimonios sobre la venerable institución de los ritos.

 

IV: Revisado ya y corregido el Misal, hemos ordenado tras madura reflexión que fuera impreso cuanto antes en Roma, y, una vez impreso, editado, para que todos recojan el fruto de esta institución y de la tarea emprendida. Y especialmente para que los sacerdotes sepan qué oraciones deben emplear en adelante, qué ritos o qué ceremonias han de mantener en la celebración de las Misas.

 

V: Pues bien: a fin de que todos abracen y observen en todas partes lo que los ha sido transmitido por la sacrosanta Iglesia Romana, madre y maestra de las demás Iglesias, en adelante y por la perpetuidad de los tiempos futuros prohibimos (2) que se cante o se recite otras fórmulas que aquellas conformes al Misal editado por Nos, y esto en todas las Iglesias Patriarcales, Catedrales, Colegiadas y Parroquiales de las Provincias del orbe cristiano, seculares y regulares de cualquier Orden o Monasterio -tanto de varones como de mujeres e incluso de milicias- y en las Iglesias o Capillas sin cargo de almas, donde se acostumbra o se debe celebrar la Misa Conventual, en voz alta con coro o en voz baja, según el rito de la Iglesia Romana(3). Aún si estas mismas Iglesias, por una dispensa cualquiera, hayan estado amparadas en un indulto de la Sede Apostólica, en una costumbre, en un privilegio (incluso juramentado), en una confirmación Apostólica o en cualquier tipo de permiso.

 

Salvo que (4) en tales Iglesias, a partir precisamente de una institución inicial aprobada por la Sede Apostólica o a raíz de una costumbre, esta última o la propia institución hayan sido observadas ininterrumpidamente en la celebración de Misas por más de doscientos años. A esas Iglesias, de ninguna manera les suprimimos la celebración instituida o acostumbrada. De todos modos, si les agradara más este Misal que ahora sale a la luz por Nuestro cuidado, les permitimos que puedan celebrar Misas según el mismo sin que obste ningún impedimento, si lo consintiera el Obispo, el Prelado o la totalidad del Capítulo.

 

VI: En cambio(5), al quitar a todas las demás Iglesias enumeradas antes(6) el uso de sus Misales propios, al desecharlos total y radicalmente, y al decretar que jamás se agregue, suprima o cambie nada a este Misal Nuestro recién editado, lo estatuimos y ordenamos mediante Nuestra Constitución presente, valedera a perpetuidad, y bajo pena de Nuestra indignación (7).

 

Así, en conjunto e individualmente a todos los Patriarcas de tales Iglesias, a sus Administradores y a las demás personas que se destacan por alguna dignidad eclesiástica -aún cuando sean Cardenales de la Santa Iglesia Romana o estén revestidos de cualquier grado o preeminencia- les mandamos y preceptuamos estrictamente, en virtud de la Santa obediencia: -que canten y lean la Misa según el rito, el modo y la norma que ahora transmitimos mediante este Misal, abandonando por entero en adelante y desechando de plano todos los demás procedimientos y ritos observados hasta hoy por costumbre y con origen en otros Misales de diversa antigüedad; -y que no se atrevan a agregar o recitar en la celebración de la Misa ceremonias distintas a las contenidas en el Misal presente.

 

VII: Además (8), por autoridad Apostólica (9) y a tenor de la presente, damos concesión e indulto(10), también a perpetuidad, de que en el futuro sigan por completo este Misal y de que puedan, con validez(12), usarlo libre y lícitamen­te en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en castigos, condenas, ni censuras de ninguna especie(13).

 

VIII: Del mismo modo, estatuimos y declaramos(14):-que no han de estar obligados a celebrar la Misa en forma distinta a la establecida por Nos ni Prelados, ni Administradores, ni Capellanes ni los demás Sacerdotes seculares de cualquier denominación o regulares de cualquier Orden; -que no pueden ser forzados ni compelidos por nadie a reemplazar este Misal;-y que la presente Carta jamás puede ser revocada  ni modificada en ningún tiempo, sino que se yergue siempre firme y válida en su vigor.

 

No obstante (15) los estatutos o costumbres contrarias precedentes de cualquier clase que fueran: constituciones y ordenanzas Apostólicas, constituciones y ordenanzas generales o especiales emanadas de Concilios Provinciales y Sinodales, ni tampoco el uso de las Iglesias enumeradas antes, cuando, a pesar de estar fortalecido por una prescripción muy antigua e inmemorial, no supera los doscientos años.

 

IX: En cambio, es voluntad Nuestra y decretamos (16) por idéntica autoridad que, luego de editarse esta constitución y el Misal, los sacerdotes presentes en la Curia Romana están obligados a cantar o recitar la Misa según el mismo al cabo de un mes; por su parte los que viven de este lado de los Alpes, al cabo de tres meses; y los que habitan más allá de esos montes, al cabo de seis meses o desde que lo hallen a la venta.

 

X: (17) Y para que en todos los lugares de la tierra  se conserve sin corrupción y purificado de defectos y errores, también por autoridad Apostólica y a tenor de la presente prohibimos que se tenga la audacia o el atrevimiento de imprimir, ofrecer o recibir en ninguna forma este Misal sin Nuestra licencia o la licencia especial de un Comisario Apostólico que Nos constituiremos al efecto en cada región: el deberá previamente, dar plena fe a cada impresor de que el ejemplar del Misal que servirá como modelo para los otros ha sido cotejado con el impreso en Roma según la edición original, y concuerda con éste y no discrepa absolutamente en nada.

 

(Nuestra prohibición se dirige) a todos los impresores que habitan en el dominio sometido directa o indirectamente a Nos y a la Santa Iglesia Romana, bajo pena de confiscación de los libros y de una multa de doscientos ducados de oro pagaderos ipso facto a la Cámara Apostólica; y a los demás establecidos en cualquier parte del orbe, bajo pena de excomunión latae sententiae (automática) y de otros castigos a juicio Nuestro.

 

XI: Por cierto, como sería difícil transmitir la presente Carta a todos los lugares del orbe Cristiano y ponerla desde un principio en conocimiento de todos, damos precepto: de que sean publicadas y fijadas, según la costumbre, en las puertas de la Basílica del Príncipe de los Apóstoles y de la Cancillería Apostólica y en el extremo del Campo de Flora; y de que a los ejemplares de esta Carta que se muestren o exhiban -incluso a los impresos, suscriptos de propia mano por algún tabelión público y asegurados además con el sello de una persona constituida en dignidad eclesiástica- se les otorgue en toda nación y lugar la misma fe perfectamente indubitable que se otorgaría a la presente.

 

XII: Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición(18).

 

Mas si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.

 

Dado en Roma, en San Pedro en el año mil quinientos setenta de la Encarnación del Señor, la víspera de los Idus de Julio, en el quinto año de Nuestro Pontificado.

 

 

(1)    Tal era el principio y el fin propuesto por los eruditos encargados por San Pío V de hacer cumplir la voluntad del Concilio de Trento: hacer lo que se llamaría hoy una “edición crítica”; llevaron las variedades de los misales en uso a la unidad y a la pureza del original.

No se trata de ninguna manera de una reforma, sino de una restauración. No es una reconstitución arqueológica, es una restitución a su forma original. El título de nuestros misales en uso lo dice claramente: MISSALE RESTITUTUM, RECOGNITUM, es decir, restituido a su forma original y, con ese fin, simplemente revisado.

(2)    En Latín, la expresión de la prohibición es más concentrada que en castellano. Dirigida a la tercera persona, se hace con el adverbio “ne”   más subjuntivo presente, en oraciones independientes o principales y corresponde a lo que las gramáticas denominan “subjuntivo yusivo (=imperativo) negativo” o “modo sintáctico prohibitivo”.

Todos los subrayados son nuestros.

(3)    Se refiere al rito de la Iglesia Romana. Excluye, por lo tanto, a todas las Iglesias orientales y también a las occidentales que siguen un rito diferente al romano (Milán, Toledo).

(4)    Exceptúa dos casos: a) institución aprobada desde el principio; b) en virtud de una costumbre de más de 200 años.

(5)    Después de haber dado sus órdenes de modo positivo, el Pontífice las retoma en forma negativa agregando, cuando es necesario, reprobaciones expresas: esto posee un sentido preciso en Derecho Canónico: el precepto positivo obliga siempre pero no en todos y cada uno de los casos, el negativo sí.

(6)    Aquellas enumeradas en el párrafo V y que no entran en las exceptuadas.

(7)    Se trata ciertamente de una pena. pero inferior al rechazo de la comunión católica.

(8)    Aquí comienza un acto nuevo del Legislador: después del mandato, el permiso, la prohibición; ahora San PíoV va a conceder un favor, un indulto.

(9)    La intervención manifiesta del más alto grado del ejercicio de su autoridad quiere evidenciar al mismo tiempo la firmeza de su voluntad sobre este punto y la importancia de lo que va a decidir.

(10)  En latín: concedimus et indulgemus. Es más que un permiso, es un indulto, con todas las consecuencias del derecho que se siguen.

San Pío V admite, como hemos visto, excepciones al uso preceptuado de su Misal. Aquí, a la obligación que impone, otorga, para todos los casos y todos los tiempos, un indulto que la favorece.

(11)  En latín: omnino. El adverbio no se refiere a las partes del Misal sino a su uso, el cual es declarado sin límite.

(12)  Los dos verbos latinos: possint et valeant, distinguen claramente una simple facultad de un poder estable, adquirido definitivamente... un derecho.

(13)       Enumeración exhaustiva que toca sucesivamente el fuero interno (la conciencia) y el externo (los superiores).

(14)  Este párrafo contiene claramente los sellos de firmeza, solemnidad y estabilidad que distinguen una verdadera ley (estableciendo una obligación jurídica) de una simple voluntad del Superior.

(15) Hasta aquí se hace referencia al futuro. A partir de aquí es el pasado el que está en juego. Todos Los derechos anteriores, sean escritos, sean costumbres, quedan abrogados. Como la costumbre posee una fuerza particular, la Bula la menciona explícitamente y según la forma requerida, a saber, incluyendo la costumbre llamada inmemorial.

(16)  La determinación del tiempo de entrada en vigor de la ley es una condición esencial de la validez de su promulgación.

(17)  Este párrafo regula las modalidades de impresión y edición del Misal

(18)  Ni redundancia ni énfasis en esta enumeración; cada palabra tiene y debe guardar su valor. La voluntad del Legislador reviste en su Bula modalidades diversas que son detalladas en la larga recapitulación final y que fueron resaltadas en tipografía negrita en el texto.

¡San Pío V sabe lo que quiere y dice lo que sabe y desea!

 

 

INTRODUCCION

 

Lex  orandi, lex credendi. Este célebre aforismo tornado de una frase escrita en el siglo V y atribuida a San Celestino I fue retomado desde entonces por muchos Papas tales como Benedicto XIV, León XIII, Pío XI y Pío XII  (1) . Significa que la ley de la oración determina la ley de la fe: dicho de otro modo, al modificar la oración se puede también modificar la fe. Como veremos, cuando célebres herejes como Lutero y Cranmer modificaron la liturgia de la misa, arrastraron al protestantismo a naciones enteras  que siguieron creyéndose católicas.

 

       Hoy en día asistimos – y a escala mucho mayor – al mismo acontecimiento. En este opúsculo queremos demostrar cómo la Nueva Misa no tiene otro propósito que imponer una nueva religión. La revolución litúrgica no es sino una pieza maestra, en verdad, de todo un conjunto que conduce coherentemente al establecimiento de esta nueva religión.

 

Hace unos años el cardenal Journet decía: “La liturgia y la catequesis son los dos brazos de la tenaza con que se arranca la fe”(2) .

 

Para completar tendríamos, pues, que situar el problema de la Nueva Misa dentro de un conjunto que comprendiera también toda la catequesis actual. Asimismo tendríamos que entrar en otros terrenos: el ritual de los sacramentos, todas las oraciones y el oficio, las diversas formas de piedad y la disciplina eclesiástica.

 

Nos limitaremos, sin embargo, al examen (bastante completo aunque rápido) de la Nueva Misa, esforzándonos por esclarecer someramente el entorno histórico y hacer justicia a ciertas opiniones que nos precedieron.

 

 

 

HISTORIA DE LA MISA HASTA SAN PÍO V

 

 

Se sabe que la Revelación terminó con la muerte del último Apóstol. Por lo tanto, a partir de ese momento no puede agregársele ninguna verdad, ningún nuevo dogma. Pero, en realidad, hay dogmas contenidos implícitamente en la Revelación que pueden también ser esclarecidos y definidos en nuestros días: el ejemplo más reciente es la proclamación de la Asunción, en 1950. Una vez definidos, los dogmas son intangibles y nadie puede negarlos ni discutirlos, ni siquiera silenciarlos.

 

Es decir: todos los dogmas que definen la Misa ya estaban en la primera Misa celebrada por Nuestro Señor Jesucristo en la Cena.

 

Desde los siglos I y II las palabras de Cristo estuvieron rodeadas por una liturgia todavía no establecida, pero casi similar en Oriente y Occidente, como lo atestiguan la Didaché, la epístola de San Clemente, la de Bernabé, los escritos de San Ignacio, San Jusfino y San Ireneo (3).

 

Los ritos se consolidaron bastante rápido, y hacia el siglo IV encontramos cuatro tipos de misa: los ritos de Antioquía y de Alejandría, el rito romano y el rito galicano; pero todas las partes de la misa se hallaban en todos los ritos a partir del siglo II (4) .

 

Señalemos, a partir del siglo IV, la primera herejía antilitúrgica, la de Vigilance, que se oponía al triunfalismo y quería retornar a la sencillez primitiva (5).  Se trata de la primera aparición del arcaísmo y la desacralización; de hecho, la herejía antilitúrgica casi no varía a través de los siglos.

 

En la misma época, los arrianos, que negaban la divinidad de Cristo, comulgaban de pie y en la mano, disminuyendo por lo tanto los signos de respeto (6). Si bien sus escritos, como es frecuente entre los herejes, carecían de precisión, en la práctica cambiando la liturgia querían cambiar la fe: lex orandi, lex credendi.

 

Del siglo V en adelante surgió la tendencia a la unificación occidental solamente sobre el modelo romano. Hasta nuestros días sobrevivirán: en Milán, el rito ambrosiano que tiene el canon romano; en Toledo, la liturgia mozárabe de origen oriental y la liturgia dominica muy similar al rito romano, salvo ciertos detalles provenientes de los misales franceses de la Edad Media.

 

La Misa que en la actualidad se denomina de San Pío V no es otra cosa que el rito romano tal como se lo halla más o menos, del siglo V en adelante. Las oraciones del Ofertorio, que pueden datar de los siglos VII u VIII, fueron adoptadas por Roma en el siglo XI (7).

 

Pero el conjunto del canon romano data por lo menos del siglo IV con algunos agregados del siglo V y ya se hallaban rastros de dicho canon a partir del siglo II.

 

Al canon de Hipólito se lo presenta como más antiguo que el canon romano porque se le atribuye a San Hipólito, antipapa y mártir del siglo III. Este canon es mucho menos rico que el canon romano; se trata de una anáfora oriental que no tuvo mucho éxito y que sólo la preocupación por el arcaísmo -del que ya hablaremos- ha querido desenterrar.

 

La segunda oración eucarística de la Nueva Misa pretende originarse en dicho canon, pero en realidad contiene sólo algunas reminiscencias (8).

 

Vemos, pues, que la Misa había quedado establecida ya desde la antigüedad y que transcurrió toda la Edad Media sin que sufriera cambios de importancia, salvo en los aportes enriquecedores del Ofertorio. Advertimos en diferentes iglesias, pequeñas variaciones en detalles debidas a costumbres locales, a veces muy antiguas.

 

Sobrevino Luego el Renacimiento y el surgimiento del naturalismo que atacaría las bases sobrenaturales de la religión católica. Ya en 1525, el papa Clemente VII, so pretexto de una adaptación al mundo, aceptó las nuevas oraciones en las que se evocaba a los dioses de la mitología, como Venus y Baco (9); por otra parte, el Breve de 1525 nunca fue anulado.

 

Mucho más grave fue la protesta que realizaron los iniciadores de la Reforma, la cual justificó la acción del Concilio de Trento y de San Pío V.

 

Detengámonos algunos instantes en el primer reformador, en Lutero, a quien la Iglesia conciliar considera hoy día como una especie de santo y cuyo retrato figura en los libros de catequesis entre los de Santa Catalina de Siena y San Ignacio de Loyola. Veamos lo que dice el padre Congar, uno de los especialistas del Concilio Vaticano II: “Lutero es uno de los más grandes genios religiosos de la historia. Me merece la misma consideración que San Agustín, Santo Tomás de Aquino o Pascal. En cierta manera, es todavía más grande” (10) .

 

Sea como fuere, Lutero, ese viejo monje, no era un santo. Veamos lo que decía de sí mismo: “Estoy aquí ocioso y borracho de la mañana a la noche” y también: “Me preguntas por qué bebo tanto, por qué habló con tanta insolencia y por qué como tanto. Es para fastidiar al Diablo, que se ha propuesto atormentarme”. O también: “Hay que beber, jugar, reír e inclusive cometer algún pecado a modo de desprecio y desafío hacia Satanás, tratar de desechar los pensamientos sugeridos por el Diablo con ayuda de otras ideas; por ejemplo, pensar en una hermosa muchacha, en la avaricia, en la embriaguez o también montar en terrible cólera”.

 

En 1525 escribía: “He tenido hasta tres esposas al mismo tiempo” (11). Dos meses mis tarde se casó finalmente con una cuarta esposa, una religiosa (12).

 

Advirtamos que, según su discípulo y seguidor Theodore de Bèze(13), la vida de Calvino tampoco fue más edificante: “Durante los quince años en que Calvino se dedicó a enseñar a los demás los caminos de la justicia, no pudo mantenerse en la templanza ni en las costumbres honestas ni en la verdad; vivió sumergido en el fango”. ¿Qué pensar de las reformas debidas a semejantes reformadores?

 

Pero sigamos con Lutero. Desde el principio de su acción atacó a la Misa y dijo: “Cuando la misa sea derribada, creo que derribaremos al papado. Porque sobre la misa, como sobre una roca, se apoya todo el papado con sus monasterios, sus obispados, sus colegios, sus altares, su ministerio y su doctrina... Todo ello se derrumbará cuando se derrumbe la misa sacrílega y abominable (14).

 

En realidad, Lutero adaptó la Misa a sus enseñanzas (15).

 

Ante todo, en opinión de Lutero, el sacerdocio no debía estar reservado a los clérigos, sino que debía ser compartido por todos los fieles. Decía: “¡Qué Locura, querer acapararlo para unos pocos!” Los clérigos se diferenciarían pues, no por el sacerdocio, sino sólo por la función de presidente: de allí la inutilidad del celibato y el hábito religiosos.

 

Luego agregaba: “La Misa es ofrecida por Dios al hombre y no por el hombre a Dios”. Para é1, por lo tanto, la Misa es la liturgia de la palabra, una comunión y un compartir; de ahí el recurso a la lengua vernácula y al altar de cara al pueblo.

 

En consecuencia, para Lutero, la Misa no era un sacrificio y sobre todo no era un sacrificio propiciatorio puesto que la fe (en el sentido de confianza) basta para salvarnos. He ahí el motivo de su encarnizamiento contra las bellas plegarias del Ofertorio, que expresan con tanta claridad el fin propiciatorio y de expiación del sacrificio. Decía Lutero: “Sigue esa abominación que se ha impuesto sobre todo lo precedente. Se denomina Ofertorio y en é1, todo está penetrado por la oblación”(16).

 

Lutero creía en una cierta Presencia Real, pero negaba la Transubstanciación. Si bien conservaba los textos esenciales del canon, los daba como simple relato de la Institución de la Cena y suprimía los signos de respeto en la Comunión. En resumen, he aquí lo que pensaba de la Misa: “Este abominable canon es como un depósito de agua fangosa; se ha hecho de la misa un sacrificio y se han agregado los ofertorios. La misa no es un sacrificio ni el acto de un sacrificador. Considerémosla como un sacramento o un testamento. Llamémosla bendición eucarística o Mesa del Señor, o Cena del Señor o Memoria del Señor” (17).

 

Lutero no quiso actuar con demasiada franqueza. Él decía: “Para conseguir nuestro fin con seguridad y facilidad deben conservarse algunas ceremonias de la misa antigua para los débiles que pudieran escandalizarse por los cambios demasiado bruscos” (18). Decía también: “el sacerdote puede obrar de tal modo que el hombre del pueblo ignore el cambio operado y pueda asistir a la Misa sin tener motivo de escándalo” (19)

 

La misa luterana se presentó con todas esas innovaciones en la Navidad de 1521(15):

 

Confiteor; Introito; Kyrie; Gloria; Epístola; Evangelio; predicación; sin Ofertorio; Sanctus; lectura en voz alta y en lengua vernácula de la Institución de la Cena; Comunión en la mano y del cáliz, bajo las dos especies sin confesión previa; Agnus Dei y Benedicamus Domino. El latín iba desapareciendo poco a poco. Los otros reformadores procedieron de manera similar. En Suiza, Zwinglio utilizó recipientes profanos en lugar de vasos sagrados e hizo distribuir la Comunión por los laicos (20).. En Inglaterra (21) la reina Isabel I recomendó a los teólogos no mencionar que suprimían el dogma de la Presencia Real sino dejar el tema sin definición, a elección de cada uno (22). El latín dejó paso al inglés; el altar fue reemplazado por una mesa ubicada de cara al pueblo; la Comunión se recibía de pie y en la mano; la confesión privada se reemplazó por ceremonias colectivas; la palabra Misa fue reemplazada por las de Eucaristía y Cena (20).

 

En resumen, los protestantes centraron sus esfuerzos  sobre tres puntos esenciales:

 

1. Negación del carácter sacrificial de la Misa, salvo en el sentido de un vago sacrificio de alabanza para ellos la Cena es una especie de comida comunitaria.

 

2. Negación de la Transubstanciación; para ellos la Presencia Real se limita, sea a una presencia temporaria en el interior de las especies, sea a una presencia espiritual.

 

3. Negación del sacerdocio del clérigo, reemplazado por el sacerdocio colectivo de la asamblea de fieles, bajo la presidencia de un clérigo o de un pastor.

 

Volvemos a hallar estos tres puntos en la Nueva Misa, ya en forma de omisiones o bien en forma de atenuaciones y de afirmaciones equivocas, que en el caso de muchos comentaristas llegan a ser categóricas e inequívocas.

 

El Concilio de Trento opuso al protestantismo la muralla de la doctrina católica, la que formuló de manera precisa y con las formas requeridas para asegurarle la infalibilidad. No es posible entonces, a riesgo de abandonar la Iglesia Católica, revisar las definiciones del Concilio de Trento, definiciones que están en conformidad con lo que la Iglesia ha enseñado siempre (23).

 

Para el Concilio de Trento la Misa es un verdadero sacrificio ofrecido por el oficiante en virtud de su sacerdocio, “in persona Christi”, es decir, en lugar de Cristo, que es a la vez el sacerdote y la víctima, tanto en la Misa como en la Cruz.

 

En efecto, la Misa es el mismo sacrificio de la Cruz, pero incruento. Ese sacrificio tiene cuatro finalidades: es un sacrificio de alabanza; un sacrificio eucarístico, es decir una acción de gracias; un sacrificio propiciatorio, es decir, para que Dios se nos muestre favorable; un sacrificio impetratorio, es decir, dirigido a elevar un pedido. Lo que los protestantes han rechazado, sobre todo, es el carácter propiciatorio, que cuesta mucho trabajo encontrar en la Nueva Misa. Ese carácter propiciatorio se afirmó solemnemente, so pena de anatema, en las dos sesiones del Concilio de Trento (24).

 

La víctima del sacrificio de la Misa es Nuestro Señor Jesucristo, presente real y substancialmente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad bajo las especies de pan y vino. El cambio total de la substancia del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo se define con claridad y sin equívocos únicamente par la palabra Transubstanciación, como proclamó el Concilio de Trento solemnemente, so pena de anatema (25).

 

Por último, ante la anarquía litúrgica generadora de herejías, el Concilio de Trento decidió: “Que el sacrificio sea realizado según el mismo rito por todos y en todo lugar, para que la Iglesia de Dios no tenga más que un solo lenguaje... que los misales sean restaurados según el uso y la antigua costumbre de la Santa Iglesia Romana” (26)

 

Suele decirse que Paulo VI, al promulgar su misa, no hizo más que seguir el ejemplo de San Pío V. Esto constituye un craso error, por cuanto Paulo VI estableció un nuevo rito que, según veremos, no le había sido exigido por el Concilio Vaticano II; mientras que San Pío V se limitó, por pedido expreso del Concilio de Trento, a restaurar la misa romana en su forma más pura.

 

La misa restaurada fue promulgada el 19 de julio de 1570 por San Pío V mediante la bula Quo Primum, redactada de manera particularmente solemne (27).

 

La bula expresa con precisión que no se trata de un nuevo rito sino de un “misal revisado ya y corregido”, que eruditos, instruidos en escritos de los Antiguos y de otras autoridades que nos legaron monumentos de antiguas liturgias, han restituido “a la prístina norma y rito de los Santos Padres”.

 

¿Qué decretaba la bula respecto de las otras misas existentes en 1570? Exactamente lo contrario de la política seguida por los defensores de la Nueva Misa. Mientras que actualmente todas las variaciones y fantasías son autorizadas y toleradas, y sólo la misa restaurada por la bula Quo Primum es perseguida con el encarnizamiento ya conocido, San Pío V suprimió los ritos recientes y desviados, que eran consecuencia de herejías o que las generaban, pero en cambio mantuvo todas las misas que “se hubieren usado ininterrumpidamente durante más de doscientos años”. En la práctica., el misal revisado suplantó, poco a poco y sin violencias, a la mayoría de esas misas antiguas que eran muy semejantes a dicho misal, al punto que la diócesis de París lo adoptó en 1615, casi medio siglo más tarde (28).

 

Una importante disposición de la bula otorgaba privilegio a perpetuidad para que nunca nadie pudiera impedir a un sacerdote celebrar la misa que se conoció en la actualidad como de San Pío V: “Además, por autoridad Apostólica y a tenor de la presente, damos concesión e indulto, también a perpetuidad, de que en el futuro sigan por completo este Misal y de que puedan, con validez, usarlo libre y lícitamente en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en castigos, condenas, ni censuras de ninguna especie.

 

“Del mismo modo estatuimos y declaramos: “-que no han de estar obligados a celebrar la Misa en forma distinta a la establecida por Nos ni Prelados, ni Administradores, ni Capellanes ni los demás Sacerdotes seculares de cualquier denominación o regulares de cualquier Orden; “-que no pueden ser forzados ni compelidos por nadie a reemplazar este Misal;...” Todo lo cual significa claramente que, en el caso de nuevas misas, todo sacerdote tiene derecho a celebrar según el rito de 1570.

 

El privilegio y la propia bula se hallan protegidos, con particular firmeza, contra cualquier alteración: “-y que la presente Carta jamás puede ser revocada ni modificada en ningún tiempo, sino que se yergue siempre firme y válida en su vigor”. Y también al final de la bula: “Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición.

 

Mas si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstolos Pedro y Pablo”.

 

A veces se oyó afirmar que la promulgación de la Nueva Misa abrogó automáticamente la bula y también la Misa tradicional, lo cual es absolutamente falso. Para ello se habría necesitado un acta pontificia que anulara explícitamente la bula. Inclusive si la Misa llamada de San Pío V no hubiera tenido el respaldo de la bula habría sido necesaria una ley explícita, según los términos del canon 30 del Código de Derecho Canónico, que dice (29) “la ley no revoca las costumbres centenarias o inmemoriales, ni la ley general las costumbres particulares”. Asimismo el canon 23 dice: “En caso de duda no se presume la revocación de la ley precedente”

 

Ningún acto de Paulo VI ni de sus sucesores menciona ninguna abrogación, ni de la bula ni de la misa. Podríamos preguntar por qué Paulo VI, que quiso ciertamente favorecer la Nueva Misa. no se esmero en abrogar la bula. La respuesta es que, si hubiera podido hacerlo válidamente. esta anulación indudablemente no habría sido, por lo tanto, lícita. Para que una eventual abrogación sea lícita es menester que existan motivos muy graves, en cuyo caso hasta el mismo Pío V lo habría hecho; en caso contrario dicha anulación habría afectado la esencia de la autoridad suprema. Porque no hay que olvidar que la bula posee clara y vigorosamente todas las condiciones de perpetuidad; por otra parte, se trata en el fondo, de la simple restauración del misal romano primitivo.

 

En resumen, la Misa llamada de Paulo VI no pudo ser impuesta a nadie en lugar de la Misa de San Pío V. Agreguemos que cierto numero de parroquias han conservado la Misa tradicional y que, si bien sus párrocos han sido perseguidos bajo diferentes pretextos, nunca se les ha aplicado ninguna sanción por causa de la Misa. Esta bien -se dirá  ¿pero la obediencia al Papa no debe moverlos a renunciar de por si a la Misa tradicional, ya que resulta evidente que Paulo VI quiso reemplazarla?

 

Permítasenos dos palabras sobre la obediencia en la Iglesia (30)Hay que distinguir el magisterio declarativo del magisterio canónico. El magisterio declarativo versa solo sobre la conservación, declaración y definición del depósito de la revelación divina; ejercido en las condiciones definidas por el Concilio Vaticano I, es infalible y exige obediencia absoluta. El magisterio canónico versa sobre la organización de la vida cristiana; no es infalible y, por el contrario, no se le debe obediencia si se equivoca. Veremos que los textos del Vaticano II surgen del magisterio canónico y no del magisterio infalible.

 

      En lo que concierne a la supuesta prohibición de la misa tradicional y a la pretendida obligatoriedad de la Nueva Misa, se puede inclusive dudar de que tenga magisterio canónico, dado que no hubo ningún acto pontificio preciso sobre ese punto.

 

 

HISTORIA DE LA MISA HASTA EL VATICANO II

 

La liturgia romana restaurada por el Papa San Pío V sufrió alteraciones desde fines del siglo XVII, especialmente en Francia, por influencia del galicanismo, del protestantismo y del jansenismo(31). A grandes rasgos consignamos dichas alteraciones: disminución del espíritu de oración; reducción del culto a la Santísima Virgen y los santos; aumento del número de lecturas tomadas de las Sagradas Escrituras; reemplazo, en algunos lugares, del altar por una mesa; adopción del francés. Sin embargo, nadie se atrevió a tocar el canon, que siguió rezándose en latín, pero en voz alta. En resumen, tendencia a la desacralización y a la profanación y consiguiente disolución y anarquía ya que, a fines del siglo XVIII, muchas diócesis francesas empleaban liturgias particulares.

 

Esas tendencias enojosas llegaron a Alemania y, sobre todo, a Italia donde, en 1786 el famoso sínodo de Pistoya recomendó medidas similares; un solo altar en cada iglesia con el agregado de la concelebración; adopción de la lengua vulgar para la litur­gia, etc. El sínodo de Pistoya fue condenado en 1794.

 

Por último la misa fue restaurada a su pureza durante el siglo XIX, principalmente en 1830 por Dom Guéranger, fundador de Solesmes(32). La restauración del canto litúrgi­co, emprendida asimismo por Dom Guéranger, fue completada por San Pío X.

 

Lamentablemente, después de la muerte de San Pío X, el movimiento litúrgico no tardó en desviarse hacia una modificación de la misa, en la que el aspecto pastoral prevaleció sobre el aspecto cultual y la educación del espíritu cristiano se impuso sobre el culto debido a Dios(33). Una vez más se trató de reemplazar la dimensión vertical por la horizontal imponiendo la misa ofrecida a los hombres por Dios en lugar de la misa ofrecida a Dios por los hombres (según palabras de Lutero).

 

En el año 1920 Dom Beaudouin proyectó aprovechar la liturgia para el movimiento ecuméni­co, adaptándola ante la urgencia de la unión de las iglesias. Algunos de los monjes aprovecharon la circunstancia para pasarse a la Iglesia Ortodoxa. Béaudouin mismo fue condenado, pero continuó colaborando con los dominicos de “avanzada”, como los padres Chenu, Congar y Roguet.

 

A fines de 1947, Pío XII trató en vano de poner fin a la subversión litúrgica, publicando la encíclica Mediator Dei  donde se lee, por ejemplo (34): “Hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionalmente nuevas costum­bres litúrgicas o hacen renacer ritos ya desusados”. Más adelante: “Se sale del recto camino quien desea dar al altar su antigua forma de mesa, quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro, quien quiere eliminar de los templos las imágenes y las estatuas sagradas”.

 

Pío XII habló de “excesiva y malsana pasión por las cosas antiguas”. Dijo el Papa: “No es prudente ni loable retroceder en todo a la antigüedad en todas las formas”. Condenó el arcaísmo que, so capa de volver a las fuentes, equivalía a un procedimiento revolucionario de ruptura con la Tradición. En nuestros días lo vemos aplicado por los novadores, al pretender retroceder más allá del Concilio de Trento e inclusive de la época del emperador Constantino. Así han procedido todos los iniciadores de herejías.

 

Ya Pascal hab1aba (35) del “arte de protestar, trastornar los Estados y quebrantar las costumbres establecidas, profundizando hasta sus fuentes para destacar defectos de la justicia y de la autoridad. Dicen que es necesario recurrir a leyes fundamentales y primitivas del Estado que costumbres injustas han abolido. Es un juego en que todos pierden, con seguridad”.

 

Vemos que a esta altura del presente trabajo aparece la noción de la subversión en la Iglesia. Ha llegado el momento de preguntarnos qué influencias provocaron la crisis de la Iglesia en ocasión del Concilio Vaticano II. A decir verdad, esas influencias han sido y son múltiples.

 

En principio, debemos destacar la penetración e infiltración de las sociedades secretas dentro de la Iglesia (36) y que en gran parte constituyen el origen de las ideas del liberalismo (37), modernismo, del falso ecumenismo. Desde mediados del siglo XIX la Alta Venta de los Carbonarios se preocupó de infiltrar los seminarios para formar un clero adicto a las ideas liberales, a la espera de “un papa como el que necesitamos” para realizar “una revolución de tiara y capa que marche con la cruz y la bandera (38).

 

El ex-canónigo Roca, miembro de sociedades secretas, escribía a fines del siglo XIX: “Creo que el culto divino... experimentará, en un concilio ecuménico próximo, una transformación que lo devolverá a la verdadera sencillez de la edad de oro apostólica, lo armonizará con el nuevo estado de conciencia y la civilización moderna (39) .

 

Citemos ahora las opiniones de francmasones: (40) St. Ives d’Alveydre, contemporáneo de Roca, dijo, dirigiéndose a los católicos liberales: “No temáis ser, si podéis, el alma de la libertad moral, de la tolerancia universal, confundiéndoos con las naciones, con pérdida momentánea de vuestro cuerpo de doctrina y disciplina, eso que llamáis Iglesia Católica” (41). Decía Breyer, en 1959: “La liquidación de Roma, Dios sea loado, se completará por el esfuerzo de un clero joven que no tendrá nada en común con el oscurantismo clerical (42). Ives Marsaudon decía en 1964: “No hay ningún problema que resolver con las iglesias protestantes, como tampoco lo hay con la masonería y la sinagoga; las dificultades existen sólo con la Iglesia romana”. Y agregaba: “Entre la fórmula francmasónica del Arquitecto del Universo y el punto Omega de Theilhard de Chardin no distinguimos lo que pudiera impedir que los hombres pensantes se entiendan. En la hora actual, Theilhard es, ciertamente, el autor más leído tanto en las logias como en los seminarios (43).

 

Sabemos que una cantidad de prelados, algunos en muy altos niveles, han sido o son sospechosos o acusados de pertenecer a la francmasonería. La prueba de esa pertenencia la proporcionó uno de esos personajes al que se lo alejó del Vaticano para enviarlo a Irán. Resulta interesante destacar que se trataba de Mons. Bugnini, principal autor y numen de la Nueva Misa(44)

 

Otra influencia que actúa en la Iglesia es la del marxismo, particularmente a nivel de la Acción obrera y la J. 0. C., pero también perceptible en el seno de diferentes episcopados (45). Por otra parte, es bien sabido que después del Papa Pío XII hubo servicios soviéticos que se infiltraron en los seminarios por medio de agentes formados con ese fin (46). Algunos fueron desenmascarados, como el famoso Alighiero Tondi, secretario de Mons. Montini y agente de Ia KGB (47). Pero ¿cuántos quedaron ignorados y pudieron acceder a la dignidad episcopal? Bernanos dijo: “Seré fusilado por sacerdotes bolcheviques que tendrán el Contrato Social en el bolsillo y la cruz en el pecho (48).

 

     Finalmente, el propio clero, impulsado en pequeña o gran medida por tales influencias, ha sufrido crisis profundas (49). A principios de siglo una parte del clero adhería a dos errores: el americanismo o búsqueda de la eficacia y rechazo de las vir­tudes pasivas en favor de las virtudes activas; y el modernismo o búsqueda de la adaptación de la Iglesia y los dogmas a la mentalidad moderna. León XIII y San Pío X condenaron los dos errores; todo volvió al orden y el clero regresó a una vida altamente espiritual. Se dio primacía a la contemplación; la actividad se subordinó a la oración y a la penitencia.

 

En 1943 el celebérrimo libro de los padres Godin y Daniel, Francia, país de misión, preanunció el abrupto regreso del americanismo y del modernismo. Los sacerdotes soñaron con conversiones en masa y querían ver los resultados de su apostolado. Se atribuyó la descristianización a una falta de eficacia debida a métodos perimidos. Se consideró indignos a los practicantes, que por haber encerrado a los sacerdotes en un ghetto, los habían aislado de las masas generosas pero descristianizadas. Había que convertir a la masa haciéndose parecidos a ella y descartando a los practicantes. Se buscó la eficacia a través de experiencias.

 

Se abandonó la espiritualidad, se rebajó el concepto dcl sacerdocio aunque las experiencias fra­casaron. Cuanto más evidentes se hacían los fracasos, más se insistía en la laxitud y las experiencias. Las innovaciones posconciliares, hechas en ese mismo sentido, vinieron a consumar el desastre.

 

La desgracia de la Iglesia fue que, en momentos de estas innovaciones postconciliares, la silla de San Pedro fue ocupada por Paulo VI, un Papa profundamente impregnado de la filosofía subjetiva y naturalista del liberalismo, en las antípodas de la doctrina católica. No nos corresponde juzgar a este Papa, pero leemos algunas frases por é1 pronunciadas y en ellas no encontraremos la miseria del hombre frente a la majestad y la clemencia de Dios. En 1965, en el discurso de clausura del Concilio: “Toda la riqueza doctrinal del Concilio no tiene en cuenta más que una cosa: servir al hombre”; y también: “Nosotros más que nadie tenemos el culto del hombre”. Cuando el hombre descendió en la Luna “Honor al hombre, rey de la Tierra y hoy príncipe del Cielo”. 1970: “La Iglesia cree con firmeza que la promoción de los derechos del hombre es una exigencia del Evangelio y que debe ocupar un lugar central en su predicación”. 1971: “Una paz que no sea resultado del verdadero culto del hombre no es en sí una verdadera paz(50). Vemos que Paulo VI no estaba bien preparado para mantener el Concilio y al pos-concilio en la senda dc la ortodoxia.

 

La idea de reunir un Concilio databa prácticamente desde 1870. Ese año el Concilio Vaticano I se vio interrumpido por la guerra franco-prusiana y desde entonces se estimó que faltaba terminarlo. Los Papas Pío XI y Pío XII reunieron comisiones y emprendieron sucesivamente trabajos preparatorios de la reunión del Vaticano II. Pero muy pronto advirtieron que se corría el riesgo de que fuerzas subversivas se apoderasen del Concilio (ya se sabe que las grandes asambleas son difíciles de manejar y fáciles de desviar); por consiguiente, tanto uno como el otro renunciaron entonces a reunir el Concilio.

 

Juan XXIII demostró menos prudencia. Creyó haber tomado en cuenta todas las precauciones necesarias: estaban formadas todas las comisiones, los textos estaban redactados; una corta y rápida sesión debería ratificar todo (51).

 

No contaba con las maniobras de un grupo dc cardenales de Europa Central y Occidental y sus asesores, de ideas muy avanzadas; entre los últimos citemos a los padres Rainier, Congar, Schillebeeck y Hans Kung. Hubo una verdadera conjura que permitió que desde el primer día se eliminaran las comisiones y los textos preparados por el Papa. Los testigos relatan cómo la masa de obispos, desprevenidos, se dejó imponer elementos progresistas en todos los puestos claves. Votaciones apresuradas, ardides y maniobras salpicaron toda la historia del Concilio. No faltaron tampoco presiones exteriores: sólo así se explica que un Concilio destinado a discutir los problemas de nuestro tiempo no hiciera mención alguna del comunismo. Más aún, una moción firmada por cuatrocientos cincuenta obispos que exigía la condena del comunismo desapareció sin dejar ras­tros. En cambio, a instancias judías internacionales, se votó en 1964 una declaración que, para librar a los judíos de toda responsabilidad por la muerte dc Jesucristo, llegó a contradecir y censurar ciertos pasajes del Evangelio. Ante la enormidad del hecho, al año siguiente, se votó otra  declaración más moderada con la misma casi total unanimidad (52).

 

No resulta sorprendente que en estas condiciones la mayor parte de los textos conciliares, sin ser en verdad condenables (porque en ese caso no hubieran podido ser aprobados) contengan equívocos, frases de sentido vago y ambiguo que permitieron ulteriores interpretaciones progresistas.

 

Resulta importante destacar que ninguno de estos textos tiene carácter de infalible. Juan XXIII y  Paulo VI señalaron varias veces que el Concilio no tenía carácter doctrinal, sino sólo pastoral. Por su parte, la Comisión doctrinal del Concilio había puntualizado: “Teniendo en cuenta los usos de los Concilios y el objetivo pastoral del presente, éste declara que únicamente serán considerados por la Iglesia como materia de fe y costumbres los puntos que el Concilio defina claramente como de tal carácter”. Ningún punto fue declarado como tal (53).

 

La constitución sobre la liturgia fue redactada como las otras, de forma vaga y ambigua (54) Sin embargo, contiene varias disposiciones interesantes en las que nada hace prever la supresión de la Misa Tradicional. Por el contrario, el artículo 40 estipula: “Obedeciendo fielmente a la Tradición el Concilio declara que la Santa Madre Iglesia considera con iguales derechos a todos los ritos legítimamente reconocidos y que en lo futuro quiere conservarlos y favorecerlos de todas maneras”.

 

Señalemos también que el artículo 22 condena aquello que desde entonces se denominó creatividad en la liturgia. Los artículos 36 y 54 ordenan conservar el latín. El artículo 116 prescribe dar preeminencia al canto gregoriano.

 

El Concilio no previó en ningún lugar la creación de la Nueva Misa y durante su transcurso los Padres Conciliares celebraron únicamente la Misa Tradicional.

 

La Nueva Misa es el fruto de un postconcilio y antes de ser promulgada, ya en 1967 y 1968, los partidarios del Concilio la habían juzgado enérgicamente con severidad (55). Decía Etienne Gilson: “Divagación entre las ruinas”. El Padre Bouyer: “A menos que nos tapemos los ojos, hay que decir con franqueza que lo que vemos parece más una descomposición acelerada del catolicismo que una regeneración anticipada”. En palabras del padre de Lubac: “Bajo el nombre de Iglesia nueva, de Iglesia postconciliar se suelen hacer intentos por construir una Iglesia diferente de la de Cristo, una sociedad antropocéntrica, sociedad amenazada por una apostasía inminente, que se deja arrastrar a un movimiento de laxitud general so pretexto de rejuvenecimiento, de ecumenismo y de readaptación”.

 

Mientras se omitían esos juicios una comisión reunida bajo la dirección de Mons.Bugnini, cuya pertenencia a la francmasonería ya hemos mencionado daba los últimos toques a la Nueva Misa.

 

     Realmente fue una extraña comisión, en la que figuraban seis observadores protestantes que aparecen junto a Paulo VI en una célebre fotografía (56). ¿Qué papel tuvieron los protestantes en esa comisión católica? Oigamos el testimonio de un católico, el de Mons. Baum (57) que en 1967 escribió: “No están aquí como simples observadores sino como especialistas y participan plenamente en las discusiones sobre la renovación litúrgica”. Uno de los seis protestantes, el canónigo anglicano Jasper declaraba por su parte en 1977: “Estábamos autorizados para comentar, criticar y dar sugerencias” (57) En rigor podríamos sorprendernos al ver que protestantes participaban en la elaboración de una misa católica, ya que esa misa descansa precisamente sobre dogmas que los protestantes rechazan. Señalemos, de paso, que no se invitó a ningún sacerdote ortodoxo, siendo que la fe ortodoxa sobre la misa es la misa que la fe católica.

 

 

EL FALSO ECUMENISMO Y LA NUEVA MISA

 

A pesar de la extensión del presente trabajo, limitado empero a puntos esenciales, nos es preciso insertar aquí un paréntesis sobre el ecumenismo, puesto que un deseo de ecumenismo, mejor dicho de falso ecumenismo, justifica la creación de la Nueva Misa.

 

Existe un ecumenismo católico que consiste en convertir, en hacer volver a la Iglesia católica a todos los que estaban alejados. En el siglo III, San Cipriano escribió su famoso: “Fuera de la Iglesia no hay salvaci6n” (58) En el siglo IV, San Agustín declaró: “Aquel que se separa de la Iglesia católica no tendrá vida” (59). Pío IX condenó la proposición que expresa “el protestantismo no es sino una de las diversas formas de la propia y verdadera religión cristiana en el cual es posible agradar a Dios tal como en la Iglesia católica (60)

 

En 1928, en la encíclica Mortalium Animos, Pío XI condenó el falso ecumenismo y afirmó: “Porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo de la cual un día desdichadamente eo alejaron”. Al hablar de los falsos ecumenistas agregaba: “Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer  aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos; las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles”.

 

En 1949, el Santo Oficio publicó una advertencia contra el Movimiento Ecuménico(61)~ declarando: “La doctrina católica debe ser propuesta y expuesta en forma total o integral; no se puede silenciar y velar con términos ambiguos lo que la verdad católica enseña”.

 

Resulta evidente que el ecumenismo posconciliar ha hecho todo lo contrario de esas instrucciones y ha provocado la protestantización de la Iglesia católica (62). Por cierto que tenemos en común con los protestantes lo que ellos conservan del catolicismo y la caridad con respecto a ellos es devolverles lo que perdieron, y no fortalecerlos en su cisma y adoptar sus errores. Las señales de esa protestantización son muchas: adopción de errores doctrinales, polémicas incesantes, democratización de la Iglesia, laicización del clero, por lo menos en lo exterior. Hablaremos oportunamente en la Nueva Misa los gérmenes de la protestantización.

 

¿Por qué esta protestantización en vez de una ortodoxización, por ejemplo? Sencillamente porque el protestantismo es la vía de lo fácil: el protestantismo es más cómodo, menos exigente, más conforme con el respeto humano que el catolicismo. También está más cerca de las ideas democráticas que predominan hoy en día y que en gran parte son el resultado de la Reforma, con la particular intervención de las Logias masónicas.

 

Los ortodoxos no tuvieron participación en el asunto. Un ortodoxo quo vivía en Rusia escribió: “Debo deciros honestamente que los cristianos ortodoxos estamos escandalizados por lo que ocurre en la Iglesia católica. A partir del Concilio Vaticano II se ha profundizado cada vez más la ruptura entre los cristianos ortodoxos y los católicos romanos... Estáis perdiendo el sentido de lo sagrado... Olvidáis la prioridad absoluta de la oración y la penitencia... No sé si conseguiréis a los protestantes pero tengo la certeza de que habéis desilusionado a los cristianos ortodoxos” (63).

 

Mientras tanto, veamos lo que pensaban algunos protestantes. Leíamos en un artículo de la Documentation Chretienne (64): “La Iglesia oficial de hoy en día que quiere ser ecuménica acepta todas las religiones, todas las sectas en nombre de la libertad de conciencia, de pensamiento y de culto, como lo hace la francmasonería. Pero igual que ella, margina de esta inclusión, de por sí herética, a los tradicionalistas, lo cual prueba que ellos son la verdadera Iglesia”. De la misma fuente protestante: “Los católicos tradicionalistas, en el momento actual, son los verdaderos defensores de la fe cristiana en la Iglesia romana”.

 

El pastor Rigal, de Estrasburgo, escribió (65) “Monseñor Lefebvre denuncia con energía al ecumenismo en lo que tiene de equivoco y mentiroso y creador de nuevas divisiones. ¿Y qué decir de la confusión creada por los matrimonios ecuménicos y por las concelebraciones en el mismo altar y de manera simultánea... del caso de la Misa y de la Santa cena en que un sacerdote y un pastor consagran las especies respectivamente? Monseñor Lefebvre... es lógico y consecuente con la doctrina de su Iglesia, con su tradición, con su condenación y su rechazo”.

 

Los protestantes Francois Bluche y Pierre Chaunu (66) tuvieron la misma opinión y subrayaron muy especialmente las modificaciones realizadas en los seminarios: “En diez años la cantidad de ingresantes ha bajado de 10 a 1. En los programas se ha reemplazado a Santo Tomás de Aquino por Marx y Feuerbach”. Para dos “el triunfo de Ecône subrayó el fracaso de los nuevos seminarios y el logro del mantenimiento del Ordo de San Pío V”, etc. De ahí-según los protestantes- la encarnizada persecución del episcopado francés a Ecône.

 

Veamos lo que decía en 1981 el pastor René Barjavel: “La Iglesia católica ha quebrado su liturgia, lesionado su rito, escamoteado sus misterios, rebajado el ardor de su alegría; se hace protestante a toda velocidad” (67).

 

Para ser del todo “ecuménicos” citamos al gran rabino Kaplan(68): “Si fuera católico romano sería integrista... Nuestra diferencia con los católicos, la única pero la más importante, es que ellos se esfuerzan por adaptar la religión al hombre, mientras que nosotros trabajamos en la adaptación del hombre a la religión”.

 

El protestante Cullman hizo la misma reflexión(69): “La gran culpa no es del mundo secularizado sino del falso comportamiento de los cristianos con respecto al mundo... Se cree que para cumplir con su tarea de apóstol el cristiano debe seguir todas las modas. La crisis de la Iglesia se manifiesta por su capitulación ante el mundo”. El autor destaca que San Pablo no se amoldó a la moda y que en ello residió el triunfo de su predicación.

 

Hay que señalar que esos diferentes observadores no-católicos veían en el pseudoecumenismo una tentativa de destrucción del catolicismo en favor de una amalgama de religiosidad inter-confesional bastante similar a las concepciones deístas de la francmasonería.

 

La Nueva Misa aparece como arma predilecta, aunque no la única, de la empresa de protestantización o, mejor dicho, de reducción del catolicismo a un humanismo deísta. ¿Logrará su objeto? Preguntémosle a otros testigos.

 

En primer lugar, de parte del luteranismo, el hermano Thurian de Taizé, declaraba en l969 (70): “Las comunidades no-católicas podrán celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia católica. Teológicamente, es posible”. Se advierte que esa posibilidad no existe con la misa tradicional, porque ella es el reflejo de la teología católica. Que no nos digan entonces que la Nueva Misa difiere de la misa tradicional sólo por detalles secundarios, porque para los protestantes esas diferencias resultan esenciales. Por otra parte, hay un detalle muy aleccionador: el texto del oficio de Taizé, tal como existía en 1959, es bastante similar a la Nueva Misa de l969 (71). El hermano Thurian fue uno de los seis protestantes de la comisión de Mons. Bugnini.

 

También otro luterano, M. Siegwelt, profesor de dogma en la universidad protestante de Estrasburgo, escribió en 1969: “Nada de la misa ahora renovada puede en verdad molestar al cristiano evangélico (72)

 

Roger Mehl, otro protestante, escribió en 1970: “Ya no existe razón para que las iglesias de la Reforma impidan a sus fieles participar en la eucaristía romana...” Más adelante: “La transubstanciación ... es el objeto de tantas polémicas entre los teólogos y los clérigos que no podemos más considerarla como un obstáculo decisivo” (73).

 

El Consistorio de la Confesión de Aubsburgo y Lorena declaró en 1973: “Hoy en día debería resultarle posible a un protestante reconocer en la celebración eucarística católica a la Cena instituida por el Señor. Nos agrada el uso de las nuevas oraciones eucarísticas en las cuales volvemos a encontrarnos” (74)

 

Por parte de los anglicanos, citemos al archidiácono Pawley: “La liturgia romana renovada... se asemeja ahora muy estrechamente a la liturgia anglicana”. Más adelante: “La nueva liturgia, en muchos lugares, ha superado a la liturgia de Cranmer en modernidad, a pesar del atraso de 400 años” (75)

 

La misma opinión expresó el conocido escritor Julien Greene, anglicano convertido al catolicismo. Después de ver una Nueva Misa por televisión escribí: “Esto que reconozco, y también Ana (su hermana), era una imitación bastante grosera del servicio anglicano que nos era familiar en nuestra infancia. El viejo protestante que dormía en mi fe católica se despertó de golpe ante la absurda y evidente impostura que nos ofrecía la pantalla y esa extraña ceremonia; una vez terminada, le pregunté simplemente a mi hermana <<¿por qué nos convertimos?>> Y más adelante: <<aprecié de golpe la habilidad con que se había hecho pasar a la Iglesia de una forma de creencia a otra. No fue una manipulación de la fe, sino algo mucho más sutil>>(79). Lex orandi, lex credendi.

 

Otra escritora convertida, Marie Carré, dedicó un bello libro a esta cuestión y su editor lo presentó así: “Marie Carré no abandonó el calvinismo para que su párroco la llevase de fuerza a su antigua fe” (77)

 

Concluyamos esta parte de nuestro trabajo con unos testimonios procedentes de países del Este. El ruso ortodoxo que ya hemos citado, dijo: “Puedo aseguraros que los ateos de nuestro país se regocijan con lo que estáis haciendo, principalmente por el bautismo por etapas y dicen: <<mirad a los católicos franceses que hacen lo que vosotros os negáis a hacer>>(78).

 

Un testimonio de Lituania de 1978: Últimamente las autoridades soviéticas presionan cada vez más sobre los Obispos para que apliquen la reforma litúrgica del Concilio” (79). Por último una carta de 1980 del Secretario de la Asamblea Episcopal de Polonia: “Sabed que aquí se nos impone la nueva liturgia para hacer perder la fe a nuestros pueblos” (80). ¿Será necesario algún otro comentario?

 

 

LA NUEVA MISA

 

EL nuevo misal fue publicado el 3 de abril de 1969. Lo acompañaba un largo texto de presentación, la Institutio Generalis, cuya lectura heló de estupor a los teólogos católicos. Un Breve Examen Crítico de la Nueva Misa le fue presentado a Paulo VI con la aprobación de una veintena de cardenales, por los cardenales Ottaviani y Bacci, quienes señalaban en el prefacio: “El nuevo Ordo Missae se aleja de forma impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa” (81).

 

En efecto, no encontramos expresadas en ninguna parte de la Institutio Generalis las finalidades de la misa que antes hemos citado. La palabra “sacrificio” aparece diez veces pero nunca en el sentido católico de sacrificio propiciatorio; sólo queda un impreciso significado admitido por los protestantes(82). Todo flota en el equivoco: la plegaria eucarística es definida como una plegaria presidencial en el art.10(83) y como una acción de gracias y de santificación en el art. 54.

 

Dos de los principales fundamentos de la misa católica quedaron borrados:

 

En primer lugar, la Presencia Real de Cristo bajo las especies de pan y vino. Las palabras “Presencia Real” no figuran sino una vez en nota y en sentido restricto(84) en la nota 63 del art. 241. La propia palabra “transubstanciación” no se emplea ni una sola vez. Recordemos que la proposición 29 del Sínodo de Pistoya fue condenada en 1794 por el simple motivo de que daba una definición exacta de la transubstanciación, pero sin citar su nombre, lo que “favorecía a los herejes” (85).

 

El segundo fundamento de la misa católica particularmente socavado: el sacerdocio del clérigo. Este se convierte en el presidente, el hermano. No se encuentra ninguna alusión a su poder de ministro del sacrificio, ni al acto de consagración que le corresponde como propio, ni a la realización -por su intermedio- de la presencia eucarística.

 

Muy por el contrario, se insiste en el “papel sacerdotal del pueblo” (art. 45) sin mencionar su subordinación al clérigo. En ninguna parte se indica el valor intrínseco que tiene el sacrificio eucarístico por sí mismo, sin tener en cuenta la asamblea. Por el contrario, el carácter comunitario de Ia Misa se repite como una obsesión, particularmente desde el art. 74 hasta el 152, como si la eucaristía fuese obra de la asamblea.

 

En resumen, la Institutio Generális no contiene ningún dato dogmático, sino que está impregnada sobremanera de ideas protestantes.

 

Más extraordinario aún: el art. 7º. da de la misa una definición francamente luterana, por tanto, netamente herética. Hela aquí: “La Cena del Señor o Misa es la sinaxis sagrada o la reunión del pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor. Por esa razón la promesa de Cristo vale eminentemente para la asamblea local de la Santa Iglesia: <<Allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré en medio de ellos>>. Según el art. 72, la Cena (denominación protestante) o Misa es únicamente la reunión del pueblo de Dios; el sacerdote no es más que el presidente; la Cena, obra de la comunidad, no es sino la celebración del memorial del Señor; según la segunda frase, la presencia puramente espiritual de Cristo es obra de la asamblea. Lutero no decía otra cosa.

 

El escándalo fue demasiado grande para ser silenciado. A partir de 1970 se hizo preceder a la Institutio Generalis de un proemio o preámbulo más ortodoxo, aunque tampoco desprovisto de ambigüedad(86), una especie de explicación de la explicación.

 

El proemio explicaba en especial (arts. 6 al 9) que, en tiempos de San Pío V. la fe católica estuvo amenazada en lo que respecta al sacerdocio, a la Presencia Real y al carácter sacrificial de la Misa. Según el proemio, esto ya no ocurre en la actualidad y por tal razón se puede atenuar en la Misa la mención de estos dogmas. Ello equivale a negar la evidencia ya que se sabe que Paulo VI en su encíclica Mysterium Fidei (1965) declaró todo lo contrario. Nos resulta penoso volver a comprobar en este caso, el eterno procedimiento de todos los herejes: errores deslizados en medio de declaraciones ortodoxas; cuando se levantan protestas entonces se multiplican las declaraciones ortodoxas, pero los errores se con­servan en forma atenuada(87)

 

El preámbulo de 1970 aparece como un enmascaramiento en el cual se agregaron modificaciones mínimas a la Institutio Generalis y en particular el art. 7 donde es preciso destacar varios puntos:

 

Primera observación, que llamará la atención de los juristas. El texto revisado se publicó de incógnito con la fecha del primer texto. En efecto, hubo tres ediciones diferentes con la misma fecha, porque se había omitido la fecha de entrada en vigor de la Nueva Misa. Otro detalle igualmente jurídico: el texto en latín no contenía ninguna fórmula obligatoria; la traducción francesa lo modificó con una artimaña(87). Luego veremos otras.

 

Segunda observación. El episcopado francés se quedó con el texto herético del art. 7 de 1969, ya que es ese texto el que encontramos en el folleto oficial que se publicó en preparación del Congreso Eucarístico de Lourdes, en 1981, sin tener en cuenta la rectificación de 1970.

 

Tercera observación. El nuevo texto, sin llegar a ser formalmente herético, resulta muy ambiguo. Para no prolongar nuestro trabajo, nos remitimos a su análisis en nota(89) y nos contentamos con citar al respecto, la opinión de Lengeling, uno de los autores católicos de la Nueva Misa(90): “En la presentación general (Institutio Generalis) del misal de 1969 es preciso señalar la teología sacramental de la celebración de la misa; dicha teología es portadora de ecumenismo... A pesar de la nueva redacción de 1970, lograda finalmente por los esfuerzos reaccionarios, pero que, gracias a la habilidad de sus redactores, evita lo peor, esa teología sacramental permite evadirse de los atolladeros postridentinos del sacrificio”.

 

Cuarta observación. Aunque la Institutio Generalis se vio ligeramente mejorada, la Misa que allí se definió y explicó no fue modificada y quedó ligada a la primera versión.

 

El examen del nuevo misal muestra una evolución muy apreciable en el rumbo fijado par Lutero y los otros reformadores. Veremos más adelante que la traducción -o la que se pretende como tal- de la Nueva Misa en francés, acentúa sensiblemente esa tendencia.

 

Por el momento, quedémonos en la versión latina del nuevo misal, en el cual destacaremos: atenuación de todas las formas de piedad y de las afirmaciones dogmáticas, eliminación el sacerdocio del clérigo, desaparición del carácter de sacrificio propiciatorio de la misa, ataques indirectos o directos al dogma de la Presencia Real. En resumen: ambigüedades o equívocos en toda la línea. También notamos la disminución del carácter sagrado. Señalemos en particular que la ante-misa, a la que se le llama liturgia de la palabra, se ha prolongada mientras que la duración de la Misa propiamente dicha se halla reducida casi siempre a unos pocos minutos.

 

Todo lo que se refiere a lo sobrenatural o a los dogmas ha sido atenuado. Por cierto que nada se ha suprimido sino que todo se ha abreviado de manera tal que la fe no puede menos que resultar empequeñecida. Ya veremos cómo la traducción francesa sirvió de etapa suplementaria. El ciclo se cerró prácticamente mediante las adaptaciones muy amplias tomadas do dicha traducción.

 

Pero volvamos al texto latino de la Nueva Misa. Señalemos que en él la Santísima Trinidad figura sólo de 3 a 6 veces, según el caso(91), mientras que en la Misa tradicional se la invoca 23 veces. El nombre de la Santísima Virgen Maria y de los Santos desaparecen del Libera nos; los de los Santos, suprimidos en tres cánones, quedan facultativos en la plegaria 1. La palabra “alma” desaparece de casi todo el Propio, ni figura en ninguna de las 83 oraciones propuestas para funerales; sólo se la encuentra una vez en la poscomunión de San Francisco Javier(93). Asimismo, de las quince alusiones a milagros y apariciones contenidas en las misas de las Santos solamente quedan dos(93); las propias apariciones de Lourdes han sido eliminadas de la Misa de Santa Bernardita. Los ángeles y el infierno rara vez se mencionan.

 

Las adaptaciones francesas suprimen en forma alarmante el carácter sacerdotal del clérigo, pero el texto latino traía ya los primeros intentos en tal sentido. Hemos visto que la Institutio Generalis silencia por completo el poder del sacerdote como ministro del sacrificio. Los ornamentos litúrgicas, que son símbolos de la semejanza del sacerdote con Cristo, parecen haberse convertido en optativos en la mayoría de los casos. Al principio de la Misa, el sacerdote reza el Confiteor con las fieles y no da la absolución; no es sino un fiel entre otros y deja de ser juez e intercesor. Se ha suprimido, asimismo, la mayor parte de las oraciones de la comunión del sacerdote, quien tiende a ser sólo el primero de los fieles que comulgan.

 

Desaparecen de hecho el carácter fundamentalmente propiciatorio del sacrificio de la misa. Se subraya de continuo el alimento y la santificación de los miembros presentes. Con idéntico espíritu, el altar es reemplazado por una simple mesa que ya no •contiene reliquias. El Memento de difuntos queda trunco y edulcorado en tres de los cuatro cánones que ya no recuerdan, como tampoco el Ofertorio, que la misa realiza la remisión de las pecados tanta de vivos como de muertos.

 

Finalmente, Lutero sale victorioso: el Ofertorio que é1 aborreció tanto, porque expresaba admirablemente el sacrificio y la propiciación, ese Ofertorio se suprime sin más: ha sido reemplazado por una oración israelita tomada de la cábala y sin mayor significación. Mientras que el Ofertorio tradicional es el de la víctima del sacrificio (la hostia inmaculada, el cáliz de la salud) el Ofertorio actual no es sino una ofrenda irrisoria de algunas migas de pan y algunas gotas de vino.

 

En el texto latino de la Nueva Misa lo más grave es el ataque insidioso al dogma de la Presencia Real, de la cual se ha suprimido toda referencia, aún indirecta(94). La simple multiplicación de oraciones eucarísticas ha hecho que el canon pierda su carácter de oración fija, inmutable, como roca de la fe. Además, como veremos, los tres nuevos cánones resultan insuficientes. Cierto es, se dirá, que queda la plegaria 1, el canon romano tradicional, cada vez menos usado y que se conserva, en realidad, para que se acepten los otros. Ahora bien, el canon romano de la Nueva Misa es en realidad el resultado de numerosas manipulaciones del canon romano tradicional y que constituyen otros tantos atentados al dogma de la Presencia Real.

 

La fórmula de la Consagración de carácter intimativo o asertivo es calificado de “relato de la Institución” y adquiere el tono narrativo; en los textos impresos no hay nada (ni el punto, ni el tamaño, tipo o color de letra) que la distinga del resto del canon. Las palabras “mysterium fidei” han sido desplazadas y ya no se refieren a la Consagración sino a la Pasión de Cristo. La aclamación atribuida a las fieles agrega una nueva ambigüedad: ¿cuál es el significado de la fórmula “Anunciamos tu muerte, Señor... hasta que vengas”, en el preciso momento que Cristo viene al altar y está substancialmente presente? Se agregan aquí una cantidad de modificaciones que podrían juzgarse carentes de importancia si no fuera que todas convergen en el mismo sentido. Por otro lado, si carecen de importancia, por qué se las impone?

 

He aquí lo esencial de esas modificaciones: supresión de la genuflexión después de las palabras de la Consagración; no queda más que una después de la Elevación, a la usanza protestante, como si Cristo estuviera presente sólo por la fe de los creyentes. Disminución de todas las señales de respeta ante las santas especies: no hay tabernáculo sobre el altar, nada de altar consagrado, nada de dorado en el interior de las vasos sagrados, nada de palia obligatoria para proteger el cáliz, un solo mantel en vez de tres, no hay purificación de los dedos del sacerdote en el cáliz, no hay obligación para el sacerdote de juntar los dedos que han tocado la hostia para evitar todo contacto profano. En cuanto a los fieles: nada de arrodillarse en la comunión, acción de gracias sentados, cuando se conoce bien la influencia de la actitud física en la calidad de la oración.

 

Mencionemos también la adopción de fórmulas tomadas de Lutero: el agregado de “que fue entregado por vosotros”, la fórmula “Haced esto en memoria mía”, la doxología agregada al Pater. ¿Y qué diremos de la obligación de rezar el canon en voz alta, al modo luterana, aún cuando el Concilio de Trento lanzó anatema contra esa imposición?

 

Todos estos comentarios conciernen al canon llamado romano y se aplican también a las otras tres oraciones eucarísticas, que además resaltan por su brevedad. Más aún, la plegaria 2, atribuida abusivamente a San Hipólito, tampoco hace mención del sacrificio ni de la palabra “oblación” o “víctima”. La plegaria 3 cita el sacrificio de acción de gracias y de alabanza pero no alude para nada al sacrificio expiatorio renovado, así como tampoco en la plegaria 4 se menciona el sacrificio propiciatorio.

 

Hay un capítulo que dejamos a un lado en aras de la concisión: el del simbolismo. En la Misa tradicional las palabras y los gestos, la cantidad de palabras y de gestos, todo está impregnado de un simbolismo que permite aproximarnos más a las divinos misterios(95). Todo eso se destruye en la Nueva Misa en beneficio de una superficialidad que nada tiene de mística, porque, a querer aproximarse a los hombres, se aleja de Dios y también hace que los hombres se alejen de Dios.

 

Asimismo, sería esclarecedor, aunque demasiado extenso, analizar el desorden del calendario litúrgico y la adopción del ciclo trienal, en lugar del tradicional ciclo anual de tan rico contenido. La más atinada explicación de dichas modificaciones, por lo demás muy poco justificadas, es el deseo de quebrar deliberadamente con la tradición.

 

La creación del ciclo trienal habría tenido el propósito de ofrecer a los fieles una gran cantidad de lecturas sacadas de las Sagradas Escrituras. Ahora bien, si se estudia el nuevo leccionario dominical y festiva, se comprueba la desaparición de 22 pasajes de los Evangelios contenidos en la Misa tradicional. Algunos textos evangélicos se han abreviado y se han omitido algunos versículos. Sucede que las frases que han desaparecido se refieren al juicio final, al pecado y a sus consecuencias. Además, 25 domingos y fiestas comportan, a elección, evangelios normales o “lecturas breves”, que son versiones extractadas de aquellos. Ahora bien, las reducciones de esas especies de extractos eliminan también las “palabras duras” de Cristo, sus amenazas y sus advertencias. Por lo tanto, por espíritu de liberalismo “ecuménico”, se toman la libertad de corregir la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo y quitar lo que pudiera molestar la comodidad de las “buenas conciencias(95bis)

 

 

LA TRADUCCIÓN FRANCESA

 

La traducción francesa empeora aún más la situación. Si bien se había establecido que las traducciones en lengua vernácula debían seguir escrupulosamente el texto latino(96), veremos que los textos franceses están lejos de responder a esa indicación.

 

Por empezar digamos, una palabra sobre el latín y la necesidad de su mantenimiento.

 

Los partidarios de la traducción de los textos litúrgicos a lenguas vernáculas, comprobando que nadie entiende el latín, sostienen que su uso en la liturgia constituye un obstáculo para la participación de los fieles y una razón del abandono de las prácti­cas religiosas.

 

En respuesta, podemos hacer observar que el latín no es una lengua viva desde hace mil quinientos años, pero nunca, desde entonces, fue obstáculo para la piedad popular. Por otra parte, los misales traían siempre la traducción frente al texto latino. Por último, las iglesias han quedado desiertas especialmente desde que se excluyó el latín.

 

Poner la oración al nivel de la comprensión literal del texto constituye un falso problema. La oración no es una explicación doctrinal, la cual, por lo demás, la dan en francés los sermones y el catecismo. La oración es la elevación del alma a Dios; es el camino hacia la contemplación. Esta se halla en la intuitiva comprensión total y poética de una liturgia en la que la grandeza, la belleza y el simbolismo se ordenan a los divinos misterios de la Misa y no en la comprensión literal de los textos litúrgicos.

 

Traducción ¿significa necesariamente comprensión? Los textos, inclusive traducidos, aportan tanta riqueza mística que puede ser grande la tentación de adaptarlos, de reducirlos, de alterarlos para ponerlos al alcance de la mayor parte de la gente. Veremos que los traductores franceses, muy por el contrario, no pudieron resistir esa tentación. De esa forma atentaron contra la pureza doctrinal y también contra la universalidad de la Iglesia en el tiempo y en el espacio, universalidad de la cual el latín es signo y garantía.

 

Las siguientes citas demostrarán que las discusiones y polémicas no son cosa nueva.

 

Hacia fines del siglo XVI dijo San Francisco de Sales(97) :“Analicemos con seriedad por qué se quiere poner el servicio divino en lengua vulgar. ¿Es para aprender allí doctrina? Por cierto que allí no se puede encontrar doctrina a menos que se haya desbrozado la letra en la que está contenido el sentido. La predicación sirve en cuanto a que la palabra de Dios no solamente la pronuncia el pastor, sino que la expone... De ningún modo debemos reducir los oficios a una lengua particular porque como nuestra Iglesia es universal en el tiempo y en el espacio, debe también celebrar los oficios públicos en una lengua que sea universal en el tiempo y en el espacio”.

 

En 1661, dijo el papa Alejandro VII: “Algunos hijos de la perdición, ansiosos de novedades para extraviar las almas, han llegado en su audacia al punto de traducir en lengua francesa el Misal Romano escrito en latín de acuerdo con el uso aprobado en la Iglesia desde hace siglos... Con ello han intentado, con temerario esfuerzo, degradar los ritos más sagrados rebajando la majestad que les otorga la lengua latina y exponiendo la dignidad de los misterios divinos en términos de lengua vulgar” (98).

 

En 1819, dijo Joseph de Maistre: “Toda lengua variable sienta mal a una religión inmutable. El movimiento natural de las cosas afecta constantemente a las lenguas vivas... Si la Iglesia hablara nuestro idioma, podría suceder que las palabras sagradas de la liturgia quedaran a merced de un espíritu insolente, ridículo o inmoral. En todos los casos imaginables la lengua religiosa debe ponerse fuera del alcance del hombre” (99).

 

En su Constitución Veterum Sapientia de 1962 dijo el Papa Juan XXIII: “En nuestros días el uso del latín es objeto de controversia en numerosos lugares y, por lo tanto, muchos se preguntan cuál es el pensamiento de la Santa Sede Apostólica sobre ese punto. Hemos decidido adoptar medidas oportunas enunciadas en este documento solamente para que el uso antiguo e ininterrumpido del latín sea mantenido plenamente y restablecido allí donde haya caído en desuso”.

 

Dice el Vaticano II en la Constitución sobre la liturgia, art. 36: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular”.

 

Ha sucedido todo lo contrario. Si el texto latino de la Nueva Misa, so pretexto de ecumenismo, mostraba tendencias peligrosas, éstas se ven notablemente agravadas en su “traducci6n” francesa. En efecto, el texto francés del Común y del Propio contienen diversas alteraciones, todas en el mismo sentido, comparadas con el texto latino. Juzguen ustedes(100).

 

El sacerdocio ministerial, ya de por si rebajado, vuelve a sufrir maltrato. El ejemplo más notable se advierte en el Orate fratres. La Nueva Misa ha conservado en latín el Orate fratres tradicional en el cual se ve valorizado el papel del sacerdote: “Orad, hermanos, para que mi sacrificio que es también el vuestro sea agradable a Dios todopoderoso”. Respuesta: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de Su nombre y para nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia”. La• supuesta traducción: “Roguemos juntos en el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia”. Respuesta: “Por la gloria de Dios y la salvación del mundo”. Vale decir, el sacrificio de la Iglesia y no de Cristo es ofrecido por los fieles y no por el sacerdote.

 

En la epístola de Santiago la unción ya no figura conferida a los enfermos por los sacerdotes sino por los ancianos(101). Un sutil ataque al celibato sacerdotal hacer decir a San Pablo en la versión francesa: “Que cada uno de vosotros sepa tomar mujer para vivir en santidad y respeto”; en lugar de: “Que cada uno de vosotros sepa guardar su cuerpo en santidad y honor” (102).

 

¿Por qué traducir en los cuatro cánones “nuestro Papa” por “el Papa”, que Es más impreciso?

 

La noción de sacrificio ya eliminada en la Nueva Misa latina, queda eliminada aún más en la traducción francesa. La palabra “eucaristía”, bastante imprecisa, reemplaza a “misa”. La misma palabra “eucaristía” reemplaza indebidamente cerca de treinta veces a las palabras “sacrificio”, “misterio” y “sacramento”.

 

¿Por qué traducir “ite, missa est” por “idos en la paz del Señor” si no fuera para suprimir la palabra “misa” porque suena demasiado católica, demasiado impregnada de la noción de sacrificio?

 

La idea de transubstanciación está atenuada en varias traducciones. Por ejemplo: “Vos que nos alimentáis con el cuerpo y la sangre de vuestro Hijo” se transforma en “Tú que nos has dado” (103). “Que este sacramento realice en nosotros lo que contiene” se transforma en “Que tus sacramentos, Señor, consigan producir lo que significan” (104). “Por el celestial alimento de Vuestra palabra y del sacramento que hemos recibido” se convierte en “Por tu palabra y tu pan” (105) y también se agrega “los víveres que constituyen nuestra fuerza”; se ha traducido “misterio” por “comida”.

 

El culto de los santos, ya reducido, se reduce aún más. Por ejemplo, unas treinta veces las palabras “intercesión”, “méritos” y “merecer” han sido eliminadas.

 

Tampoco la Santísima Virgen ha quedado indemne. La expresión “llena de gracia” de tanta riqueza teológica es reemplazada por la modesta expresión “favorecida por Dios”. En el Confiteor la bienaventurada siempre Virgen María se cambia por “la Virgen María”. La furtiva eliminación de la palabra “siempre” sirve así para suprimir un dogma que desagrada a los protestantes: el de la virginidad perpetua de la Madre de Dios. Asimismo “virgen” se transforma en “doncella”; y hasta se le hace decir a Isaías: “una joven mujer encinta dará luz a un hijo” (106) “Madre de Dios” pasa a ser “Madre de tu hijo”. Podrían darse otros ejemplos de escamoteo de los dogmas marianos, escamoteo que nada tiene de anodino y que carece de justificativo en toda traducción fidedigna.

 

Los ángeles también pasan por la censura. A la palabra “ángel” con frecuencia se la suele remplazar con “mensajero” (108). El “pan de los ángeles” se transforma en “pan de los fuertes” (109). Se mutila un texto de San Pedro que alude a los ángeles” (110). Asimismo se truncan las lecturas y prefacios para poder suprimir los nombres de las clases de ángeles (Tronos. Dominaciones, etc.) que se transforman en “las innumerables creaturas de los Cielos”. En el Sanctus las palabras Deus Sabaoth. Dios de los ejércitos. vale decir de los ejércitos celestes, se cambia lisa y llanamente por el Dios del universo” (111).

 

El demonio y los espíritus inmundos no son tratados mejor; en general se hace referencia a ellos en forma más modesta: “espíritus malos”.

 

Se diría que el infierno ha desaparecido. El célebre pasaje de San Mateo “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” se traduce come “El poder de la muerte no prevalecerá contra ella(112). En el canon llamado romano la “condenación eterna” se convierte en “condenación” a secas. En diferentes textos “perdición” se traduce como “muerte”, y “muerte espiritual” como “infortunio”.

 

Ningún texto sale más perjudicado que el Memento de Difuntos en el cual “Acordaos de todos los difuntos de los que os habéis compadecido” se transforma en “Acuérdate de todos los hombres que han dejado esta vida”, sean cuales fueren. También en la Consagración “pro muitis” se traduce “por la multitud”, vale decir “por todos”. siendo que “pro multis” quiero decir “por muchos”. En el Gloria “los hombres de buena ‘voluntad” se convierten en “los hombres que ama el Señor(113), lo cual comporta una negación del esfuerzo y del pecado de cada uno.

 

La noción de pecado original ha sido atenuada en cuatro casos, pero la del pecado personal sufre constante mengua. La frase “he pecado mucho” del Confiteor pierde el “mucho”. En el Agnus Dei “los pecados del mundo” da lugar a “el pecado del mundo”; ¿no será ésta una identificación con el pensamiento socialista de que el único pecado del mundo, es la injusticia social? Por lo menos, en 25 casos, las palabras “clemencia”, “misericordia”, “benignidad” de Dios, “propicio” han sido reemplazadas por términos que no presuponen el perdón de los pecados: “bondad”, “ternura”, “amor” y “afecto”. Al principio del canon llamado romano el “Padre clementísimo” se convierte en “Padre infinitamente bueno”.

 

La palabra “alma”, quo rara vez aparece en el texto latino, desaparece en la traducción francesa. En el Dominus, non sum dignus “mi alma quedará sana” es reemplazada por “yo seré curado”. En diversos casos. “alma” es reemplazada por “vida”. Por ejemplo, se hace decir a San Mateo “¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el universo si pierde su vida?” en lugar de su “alma” (114) .

 

El hermano Pascal, teólogo de La Vie Catholique (todavía católica en 1957) nos da la clave de esa desaparición del alma, cuando escribe: “El mito del alma inmortal viene del Oriente y de Grecia. El antiguo judaísmo no lo conocía... La teología cristiana retomó por su cuenta la creencia en la inmortalidad del alma. Hoy en día, sin embargo, algunos creyentes y algunos teólogos vuelven a cuestionar ese asunto” (115).

 

Ni siquiera Dios sale bien librado de nuestros traductores. Todas las formas de respeto a Él debidas han sido atenuadas. En primer lugar, mencionemos el tuteo generalizado que en francés siempre ha sido signo de familiaridad más o menos discutible. El tuteo ha sido tolerado en algunas traducciones de salmos, a título de licencia poética; pero nada hay que justifique su generalización en francés.

 

Las palabras que denotan la grandeza de Dios y nuestra pequeñez, han sido suprimidas, en general. “Majestad” no subsiste sino dos veces” (116) al menos 26 veces ha sido suprimida o reemplazada por “gloria” o “grandeza”. El verbo “dignar” se ha suprimido o reemplazado por el verbo “querer”, por lo menos en veinte lugares. De igual modo “generosidad”, “servidor”, “servicio”y”servir” han desaparecido.

 

¿Y qué decir de la sexta petición del Pater? (117).  La antigua traducción del Padrenuestro no era excelente, pero la nueva -impuesta, por lo demás, de manera totalmente irregular(118)- no la supera y además le agrega nuevas imperfecciones. Una de esas versiones resulta inadmisible por insultante hacia Dios, a quien se acusa de someternos a la tentación, en contradicción con la epístola de Santiago(119) y con todos los comentaristas, como Tertuliano, Orígenes, Santo Tomás de Aquino, etc. Las investigaciones modernas revelan que nada autorizó la traducción de la frase “No nos sometas a la tentación”, inventada en 1922 por un protestante anónimo. La clásica traducción “No nos dejéis caer en la tentación”, por el contrario, está en conformidad con el sentido teológico del texto arameo(120)

 

Queda por destacar toda una serie de alteraciones convergentes que entrañan un ataque al dogma de la divinidad y de la filiación divina de Nuestro Señor Jesucristo. Se trata pues, de un claro resurgimiento de la herejía arriana que no figura en el texto latino de la Nueva Misa y que es propio de la traducción francesa(121)

 

La evidencia se tiene desde el principio de la Misa cuando la fórmula: “Bendito sea Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo” se transforma en “Bendito sea Dios ahora  y siempre”. En el Credo, “consubstancial” ha sido reemplazado por “de la misma naturaleza” que tiene un sentido teológico muy débil. Tanto así fue que el Concilio de Nicea, en el año 325, para condenar el arrianismo impuso el término “consubstancial” (en griego homoousios) en vez del homoiousios (de la misma substancia) de los semi-arrianos. La expresión “de la misma naturaleza”, más débil que “de la misma substancia” proviene del concilio semi-arriano de Sirmium, en el año 357; para los semi-arrianos, Cristo tenia naturaleza divina pero era creatura del Padre, con el que nada tenía de consubstancial.

 

Comprendemos ahora por qué “Habéis solemnemente declarado a vuestro Hijo bienamado” se tradujo como “Lo has designado como tu Hijo bienamado” (122). El nuevo misal de 1980 comenta en otro lugar “Él ruega a Dios como a su Padre” (123). Podrían multiplicarse los ejemplos de textos equívocos(124).

 

Cuando el bautismo de cristo, una voz se hizo oír desde el Cielo: “Tú eres mi Hijo bienamado. En Ti tengo mis complacencias”. En la Nueva Misa se lee: “Tú eres mi Hijo bienamado: hoy te engendrado”(125) Debemos comprender que el Jesús hombre se ha convertido en Hijo de Dios y ha recibido su misión en el bautismo? Esa es la explicación que surge de los comentarios del nueve misal de l983(126)

 

Veamos algunos ejemplos de la manera en que se trató de poner en duda la duda la’ divinidad de Cristo. Para empezar, la palabra “milagro” es censurada sistemáticamente en los Evangelios y reemplazada por la imprecisa palabra “signo”. En seis ocasiones el verbo “adorar” aplicado a Cristo se reemplaza por “prosternarse”. Varias veces el verbo “resucitar” deja lugar a “levantarse”.

 

La Encarnación no es mejer tratada. “A los que humildemente reconocen su Encamación” se transforma en “A los que se inclinarán ante el niño en Belén” (127). “Por el misterio de la Encarnación” se transforma en “Tomando la condición humana” (129). “El es verdaderamente hombre” se transforma en “El es un hombre pleno de humanidad” (129).

 

Está también la famosa epístola del Domingo de Ramos. Leemos en la versión clásica: “El cual siendo Dios no tuvo por usurpación el ser igual a Dios y no obstante se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres y reducido a la condición de hombre”. Primera traducción del nuevo misal: “Cristo Jesús es la imagen de Dios, pero no quiso conquistar por fuerza la igualdad con Dios. Por el contrario, El se despejó transformándose en la imagen misma del servidor y asemejándose a los hombres. Se reconoció en El a un hombre como los otros” (130) . ¿Podremos acaso dudar, después de esto, que si Cristo es Dios, le es de manera inferior, como lo sostenían los semi-arrianos? Como la píldora era demasiado grande para tragar, tuvieron que modificar la primera frase: “Cristo Jesús, si bien quedaba como la imagen misma de Dios, no quiso reclamar su semejanza con Dios”, lo cual no mejora nada.

 

Por último, las tres respuestas de Cristo afirmando su filiación divina y su realeza han sido reemplazadas por formas dubitativas. Cuando el Sanhedrín dijo a Nuestro Señor: “¿Entonces eres el Hijo de Dios?” El respondió: “Tú lo has dicho, yo lo soy”; la traducción de la Nueva Misa transforma esta respuesta en “Eres tú quien dice que yo lo soy” (131). Asimismo Pilato había preguntado: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho”; en la traducción del nuevo misal se lee: “Eres tú quien lo dice” (132). Según San Juan, Jesús responde a la misma pregunta: “Tú lo dices, yo soy rey”; el nuevo misal dice: “Eres tú quien dice que yo soy rey” (133). Vemos en las tres ocasiones en los textos griegos y latinos que Cristo afirma su divinidad y su realeza; en los tres casos, la nueva traducción francesa reemplaza esta afirmación por un subterfugio: “Eres tú quien lo dice”.

 

¿Por qué? ¿A qué se deben todas esas alteraciones que hemos enunciado y cuya acumulación dista de ser insignificante? No pueden ser obra de la casualidad.

 

 

LAS DESVIACIONES LITÚRGICAS Y DOCTRINALES

 

He aquí entonces la Nueva Misa, tan inquietante en sus orígenes y tan dudosa en su realización, empeorada en gran parte en su traducción vernácula. No obstante, no es esta misa así traducida la que se nos ofrece por lo general, porque todavía se le han agregado muchas otras alteraciones.

 

En primer lugar, dos prácticas lícitas, lícitas aunque no fáciles de justificar. A la primera nos referiremos en las notas, para no recargar este trabajo. Se refiere al abuso de la concelebración, abuso fundamentado en un error histórico y que ha dado por resultado privar a los fieles de gran cantidad de gracias, puesto que ha disminuido la cantidad de misas (134)

 

La segunda práctica lícita, lícita localmente, es todavía más lamentable, porque comporta un atentado a la creencia en la Presencia Real, mediante la desaparición de las señales de respeto que rodean a la comunión, aunque ya hemos visto que la Nueva Misa demuestra un prejuicio contra ese dogma. Se trata de la comunión de pie y en la mano, según la usanza protestante. En esas personas, que rara vez confesadas, se presentan a recibir la hostia, antes de volver a sentarse tranquilamente en sus lugares ¿qué queda de los sentimientos del pecador arrepentido que avanza humilde y tembloroso a recibir el cuerpo de su Dios?

 

La costumbre de la comunión en la mano se fundamenta, ella también, sobre una utilización abusiva de la historia (135). Cierto fue que las Constituciones Apostólicas la describían en el siglo IV, pero esa obra fue rechazada por apócrifa en el Concilio de Roma del año 494. El Papa San Sixto I, en el año 120, advertía que únicamente los ministros del culto podían tocar las sagradas especies; en la misma época San Justino asignó a los diáconos la distribución de la comunión. En el siglo III, el Papa San Eustaquio recordó que los laicos tenían prohibido llevar la comunión a los enfermos, solo había excepciones en los tiempos de persecución. En el siglo IV San Cirilo y San Agustín insistieron en el arrodillarse para recibirla. Los escritos de los Papas San León I, en el siglo V. y de San Gregorio I, en el siglo VI, señalaban que la comunión se daba en la boca. Dos concilios del siglo VII, el de Ruán y el de Constantinopla in Trullo, recordaron que no puede dársela de otra manera.

 

En l969(136)  la instrucción Memoriale Domini comprueba que la comunión en la mano ha sido introducida en algunos lugares sin autorización y recuerda las grandes ventajas de la costumbre tradicional. Asimismo, declara que la gran mayoría de los obispos, según una encuesta, se ha mostrado hostil a todo ensayo de comunión en la mano; dicha instrucción concluye con el mantenimiento de la práctica tradicional. Después, con absoluta incoherencia, autoriza la comunión en la mano allí donde se hubiera introducido de manera ilícita. Como de costumbre, la excepción se convertirá pronto en regla, por lo menos en Francia, y la regla será prácticamente eliminada. Este echar por tierra lo reglamentado es típico de todas las reformas conciliares.

 

Muchos otros usos, totalmente ilícitos, se han introducido en el rito de la comunión. En 1980(137), Juan Pablo II recordó, sin tener ningún resultado, la prohibición de utilizar cestas y otros utensilios que no sean vasos sagrados y de permitir que los laicos toquen ellos mismos la hostia o den la comunión en lugar de los sacerdotes.

 

Las desviaciones ilícitas han llegado a afectar todas las partes de la misa, de forma tal que la Nueva Misa no parece tener otro objeto que el de ser -bajo pretexto de creatividad- el punto de partida de un verdadero desastre litúrgico.

 

Tocar lo intangible mediante la invención de tres nuevos cánones ha dado por resultado la publicación en Francia, a partir de 1978, de por lo menos 150 cánones, todos ilícitos y equívocos en el plano dogmático(138).

 

Eso, por no hablar de cánones improvisados, puesto que cualquier sacerdote a despecho del art. 22 de la Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II, se cree autorizado a recrear las oraciones de la misa o, por lo menos, a adaptarlas, a suprimirlas, a abreviarlas en función de las inspiraciones del momento. Se puede asegurar que no solamente hay cada vez menos misas lícitas, sino que también cada vez hay menos misas válidas y cada vez más sacrilegios.

 

No se titubea en introducir en las misas lecturas o músicas profanas, expresión corporal, con su mímica y bailes a menudo lascivos, proyección de fotografías, intervenciones de laicos durante el canon y hasta concelebraciones entre laicos y sacerdotes. Podría creerse que todo se permite salvo, por cierto, la Misa tradicional. Resulta imposible reproducir el catálogo de las innovaciones chocantes y escandalosas que, por otra parte, ninguna autoridad sanciona. Ejemplos de ello llenan libros y revistas, sin que se agote el tema(139).

 

Ya hemos hecho notar varias veces cómo la Nueva Misa y sus desatinos atentaban contra la doctrina católica. Ahora encontramos la prueba de ello en los textos oficiales del clero francés. Ahí también la materia es muy amplia y nos obliga a elegir unos pocos casos significativos. Ya en 1971 el padre Olivier, profesor en el Instituto Católico, comprobaba con satisfacción que “el catolicismo está, ciertamente, lejos de advertir lo que le está sucediendo. Pero su evolución litúrgica traza una curva sobre la cual es imposible equivocarse”. Asimismo, se congratula de los acercamientos con los protestantes, de la decadencia del culto de la Presencia Real y de los santos y del alojamiento o desaparición del tabernáculo, etc. (140)

 

El nuevo misal dominical de 1969 y 1973 afirma tranquilamente que en la misa “Se trata simplemente de hacer memoria del único sacrificio ya cumplido”, afirmación protestante condenada en el Concilio de Trento(141)

 

El padre Charlot, animador de la catequesis para la región oeste (de Francia) publicó en 1976 un folleto titulado: “¿Está Jesús en la hostia?” a lo que responde con la negativa: “La hostia no contiene a Jesús; ella revela su presencia actuando en su Iglesia” y también “¿El pan eucarístico, es siempre pan? Si, el pan sigue siendo pan”, etc. Hubo protestas, y el obispo, sin condonar la publicación, se contentó con hacer algunas reservas(142).

 

Habría que citar las publicaciones del muy oficial Centro Nacional de Pastoral Litúrgica y sus consejos de excusarse de la misa dominical enviando un representante o elegir otro día que no sea domingo, con sus sugerencias de trastornar el Ordo, de modificar los fundamentos de la misa e incorporar en ella grabaciones, diapositivas y canciones. Destaquemos solamente en sus fichas de formación de los animadores de la celebración, el siguiente relato de la Última Cena: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo rompió y lo distribuyó como su cuerpo entregado; tomó la copa de vino, pronunció la bendición y la dio como la copa de su sangre derramada” (143)  Y también a propósito de los sacerdotes: “No son los sacerdotes sino la asamblea quien celebra; por otra parte, la gran cantidad dc sacerdotes disminuye la vitalidad de la Iglesia; su disminución permite distribuir ministerios y responsabilidades a los laicos” (144). Se sabe que actualmente el sueño de muchos obispos es la práctica de celebraciones sin sacerdotes.

 

Para “Fiestas y Ciclos” en 1980 la misa es “una comunidad presidida por el sacerdote”, que no está separado sino que forma parte de ella. “Hombres y mujeres se reunen... para compartir un poco de pan pronunciando algunas palabras”. “La eucaristía es una invitación a liberar a nuestros hermanos”. Más adelante la Presencia Real es asimilada a la presencia espiritual (145).

 

Como dice el Boletín parroquial de Fruges: “Accedemos todos al sacerdocio y nos convertimos en hombres y mujeres sagrados. ¿Y el sacerdote, se preguntará? El presidente hace el servicio... La misa es una comida(146)

 

Sería menester poder citar ampliamente los documentos preparatorios del Congreso Eucarístico de Lourdes de 1981. Elegimos apenas dos o tres frases entre muchas otras del mismo tenor: “La eucaristía es la obra de la asamblea, cuerpo de Cristo. No es el padre sino realmente la comunidad misma la que celebra el memorial del Señor”. “La presencia eucarística, cristalización de la presencia de Cristo en la asamblea”. “Es la comunidad la que hace en conjunto la eucaristía”. “El Espíritu Santo permite comprender en qué consiste la presencia real de Cristo... Se trata en todo caso de una presencia espiritual”. Por supuesto que estos documentos no citan sino el texto inicial del art. 7 de la Institutio Generalis, texto que como se dijo fue modificado en 1970 por contener herejía manifiesta(147)

 

Aquí ya estamos muy lejos de la doctrina católica. ¿Es necesario repetirlo? Lex orandi, Rex credendi: se cree como se ora; a Nueva Misa, nueva religión.

 

¿En qué se cree cuando se llega al extremo de la nueva religión? Preguntémosle a tres dominicos. El padre Cardonnel, aquel para quien Dios ha muerto: “Ese Dios al cual ellos rezan en las vigilias nocturnas... ese Dios no es sino un puerco inmundo”. El padre Balcquart: “Yo no creo en un Ser metafísico fuera de la historia, ni en una supervivencia personal después de la muerte”. El padre Durand: “Mucha gente se imagina que después de la muerte hay algo, una vida; Qué chifladura!” (148)

 

 

En el texto latino de la Nueva Misa lo más grave es el ataque insidioso al dogma de la Presencia real, de la cual se ha suprimido toda referencia, aún indirecta. La simple multiplicación de oraciones eucarísticas han hecho que el canon pierda su carácter de oración fija, inmutable, como roca de la fe. Además, como veremos, los tres nuevos cánones resultan insuficientes. Cierto es, se dirá, que queda la plegaria 1, el canon romano tradicional, cada vez menos usado y que se conserva, en realidad, para que se acepten los  otros. Ahora bien, el canon romano de la Nueva Misa es en realidad el resultado de numerosas manipulaciones del canon  romano tradicional y que constituyen otros tantos atentados al dogma de la Presencia Real.

 

 

LOS RESULTADOS

 

    No hay para qué seguir con las citas. Recordamos solamente las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “El árbol por los frutos se conoce: porque no hay árbol bueno que dé frutos malos” (149)

 

Los frutos de las reformas postconciliares y especialmente de la Nueva Misa están contenidos en algunas cifras que nos limitaremos a citar:

 

En Francia, el 41% de los católicos asistían a la misa dominical en 1964; en 1981 no queda más que el 13%; menos de 1/3; ese número disminuyó al 6% en el caso de los jóvenes, lo cual deja prever nuevas disminuciones (150)

 

La calidad no reemplaza la cantidad, puesto que en 1981 sólo el 27% de católicos cree todavía en la presencia real, el 60% no cree ya en ella y el 13% no emite opinión al respecto; se ve en esto el efecto directo de la Nueva Misa(151).

 

El 23% de los sacerdotes franceses no creen más en la Presencia del Hijo de Dios bajo las especies eucarísticas. ¿Qué valor tienen sus misas? La canti­dad de sacerdotes disminuye sin cesar, en razón de defecciones y falta de vocaciones. En Francia se ordenaban alrededor de setecientos sacerdotes por año hasta 1977; ahora ya no se ordenan más que un centenar por año. Varios millares de sacerdotes han abandonado su ministerio.

 

En el plano mundial la cantidad de defecciones de sacerdotes fue de 23.470 solamente durante el lapso de 1971 a 1977 (152). Hubo ochocientas diez reducciones al estado laical en 51 años, desde 1915 a 1965; y 32231 en  catorce años, desde 1965 a 1978 (153)

 

Muchas parroquias francesas ya no tienen misa; entre ellas hay cien que realizan asambleas dominicales sin sacerdote. En París, el número de bautismos ha bajado a menos del 50% de los nacimientos; sólo el 35% de los niños reciben la catequesis en mayor o menor medida. Las parroquias más “avanzadas” en el sentido moderno postconciliar son las más afectadas; por ejemplo en la parroquia de Colombe, que sirvió para experimentar los nuevos métodos en la diócesis de París, la cantidad de practicantes dominicales bajó de 1400 a 300, entre 1962 y 1974, y la cantidad de bautismos se redujo de 327, en 1957, a 7 en 1974; la parroquia fue suprimida en 1977 (154). En Levallois hubo 637 bautismos en 1945 y 130 en 1976 (155) .

 

Señalemos también que, si bien en 1979 quedaban 77.000 religiosas en Francia, sólo se contaba entre ellas un total de 200 novicias y 130 profesas con votos temporarios, lo cual indica que el número de ingresos era ínfimo(156).

 

Los frutos del árbol posconciliar y de la Nueva Misa no son mejores en otros países. En Canadá, la tasa de practicantes ha disminuido en 50% en diez años y sigue en baja (157). En Estados Unidos de América la disminución de asistentes a misa es también del 50%; 10.000 sacerdotes y 35.000 monjas han abandonado el estado religioso y se anulan 10.000 matrimonios por año. Hoy en los Estados Unidos la cantidad anual de conversiones, que era cerca de 300.000 antes del Concilio, ha bajado a 0 (cero) (158). En Inglaterra las 30.000 conversiones anuales han descendido también a 0 (cero).

 

Por último Holanda, famosa por sus posiciones de avanzada y consiguientes escándalos, ha visto desde 1960 a 1980 caer su tasa de practicantes de 63,3% a 25% y la cantidad de sus sacerdotes de  15.000 a 4.900 (159).

 

Podríamos haber citado otras tantas cifras igualmente impresionantes. Ellas no agregarían nada al hecho evidente de que las reformas postconciliares, y en particular la Nueva Misa, que debían haber traído a la Iglesia el aire vivificante de una nueva primavera, hayan hecho soplar el helado viento del invierno. Se suponía que aquella primavera iba a llenar las iglesias pero, en cambio, están vacías. Se suponía que la fe iba a fortificarse pero, en cambio, se ha diluido. Se suponía que el rebaño iba a reunirse pero está disperso en medio de la confusión y la anarquía. ¿Acaso el propio Pablo VI no tuvo que reconocer la “autodemolición” de la Iglesia, en la que se había infiltrado en “humo de Satanás”?

 

No, ciertamente los frutos no son buenos. Por lo tanto el árbol es malo. “El árbol que no da buenos frutos” dijo Nuestro Señor “es cortado y arrojado al fuego” (160)

 

 

La creación del ciclo trienal habría tenido el propósito de ofrecer a los fieles una gran cantidad de lecturas sacadas de las Sagradas Escrituras. Ahora bien, si se estudia el nuevo leccionario dominical y festivo, se comprueba la desaparición de 22 pasajes de los Evangelios contenidos en la Misa tradicional. Algunos textos evangélicos se han abreviado y se han omitido algunos versículos. Sucede que las frases que han desaparecido se refieren al juicio final, al pecado y a sus consecuencias. Además, 25 domingos y fiestas comportan, a elección, evangelios normales o “lecturas breves”, que son versiones extractadas de aquellos. Ahora bien, las reducciones de esas especies de extractos eliminan también las “palabras duras” de Cristo, sus amenazas y sus advertencias. Por lo tanto, por espíritu de liberalismo “ecuménico”, se toman la libertad de corregir la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo y quitar lo que pudiera molestar la comodidad de las “buenas conciencias”.

 

 

CONCLUSIONES

 

     Es tiempo de sacar conclusiones. Nos encontramos en presencia de dos misas. Una, la misa tradicional nacida el Jueves Santo y estructurada en las catacumbas y que en el curso de los siglos y al lento ritmo de la historia fue enriqueciéndose poco a poco y seguirá enriqueciéndose en los siglos futuros. La misa de nuestros antepasados, la de San Luis, la de Santa Juana de Arco, la del cura de Ars. Es la misa cuyas súplicas y cantos, repetidos de siglo en siglo, suben hasta el cielo con las volutas del incienso y han como impregnado las sombrías bóvedas de nuestros oratorios romanos y las ojivas de los cruceros de nuestras catedrales.

 

La misa tradicional, toda dirigida hacia Dios y no hacia el hombre, es la fuente en la cual se abreva la Fe: movido por el fervor y la adoración, en ella se siente el soplo divino. Plenamente católica, se la halla en todos los países del mundo siempre igual hasta en sus menores ritos. Es la única fuente donde puede acudir a refrescarse el único rebaño.

 

La Nueva Misa data de 1969. Conserva, sin duda, algunos rastros de la misa tradicional pero por la ambigüedad de sus intenciones señala una ruptura y no una continuidad. Concebida como compromiso con los elementos exteriores a la Iglesia, estructurada a la dimensión humana y no dirigida plenamente hacia Dios, la Nueva Misa pone en grave peligro nuestro edificio doctrinal. Promulgada en condiciones discutibles desde el punto de vista jurídico, ha querido adaptarse a un momento de la historia humana y no a la eternidad de Dios. Así es como la historia la ha dejado atrás y de ella sólo subsiste apenas una multitud de adaptaciones más o menos ilícitas, con demasiada frecuencia heréticas y escandalosas. Esa nueva torre de Babel no constituye, en verdad, la fuente y el símbolo de la unidad.

 

Lex orandi, lex credendi. Hay dos misas porque hay dos religiones. Por una parte, la religión católica fundada por Cristo, intemporal y eterna. Por la otra, una religión humanitaria, con referencias cristianas, ciertamente, pero menos exigente, de doctrina vaga y disciplina imprecisa. Una religión sin Creación, sin infierno, sin inmortalidad del alma, sin milagros, sin verdad absoluta, sin revelación cierta, fundada en la leyenda y no en la historia, como enseñan los nuevos catecismos(161).

 

Cada uno de nosotros se ve  confrontado a una elección de religión: o aceptamos la nueva religión y la Nueva Misa o bien optamos por permanecer fieles a la religión católica, tal como Cristo nos la legó a través de los siglos, y nos vemos obligados a rechazar la Nueva Misa para volver a la misa Tradicional.

 

No es posible eludir esta elección. Demasiados católicos, por no haber querido elegir, se han dejado arrastrar por la nueva religión hacia la tibieza, el relativismo y finalmente la apostasía blanda. La religión, para cada uno de nosotros, es la responsabilidad de la salvación eterna y la de los demás; si nos salvamos o nos condenamos indicamos a nuestros prójimos el camino de la salvación o el de la perdición.

 

Muchas objeciones impiden que gran cantidad de católicos regresen a la Tradición, tanto a la misa como al catecismo católicos. Casi todas esas objeciones se basan en el fatal respeto humano.

 

Para concluir, veamos algunas de ellas.

 

En primer lugar, la ignorancia. El deber de todo católico es informarse, instruirse, porque sólo la ignorancia invencible excusa. El presente trabajo tiene por objeto destruir esa ignorancia.

 

En segundo lugar, la obediencia ciega. “Después de todo no hay más que una jerarquía; yo la sigo, si ella se equivoca, la responsabilidad es suya”. La obediencia ciega no es católica; y si no hay ignorancia invencible, ella no nos libra de la responsabilidad personal. Lo importante es la verdad eterna enseñada  por la Iglesia de una  vez y para siempre. Ninguna jerarquía puede cambiar esa enseñanza. San Pablo dijo: “Pero aunque nosotros o un ángel del Cielo os anunciásemos otro Evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema”(162).

 

Tercera objeción: el temor de ser marginados. Elegir la vía estrecha de la salvación ¿acaso no es ya marginarse? Los apóstoles no eran marginados dentro de la Jerusalén judía? ¿Los mártires no eran acaso marginados en el Imperio romano? Nuestro Señor dijo: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentiras digan contra vosotros todo género de mal por Mí” (163)

 

Ultima objeción: “Tengo un cura bueno, dice la Nueva Misa muy dignamente, hasta con un poco de latín, debo concurrir a esa misa para apoyarlo”. Sin duda es un cura bueno, pero hay que tener en cuenta no lo que conserva sino lo que perdió. Apoyarlo en lo que El conserva, es también animarlo todavía más en sus abandonos y que irremisiblemente terminarán por completar sus sucesores. Significa también justificar la desviación de la Nueva Misa y con ello sus peores excesos. Significa retrasar el renacimiento de la Iglesia.

 

No olvidemos que toda revolución tiene necesidad de un ala moderada que embarque en la corriente extremista a las personas a quienes el extremismo asusta o repele pero que, por aparente contraste, encuentran difícil rechazarlo y por ello hallan en esa ala moderada un recurso tranquilizador y razonable.

 

A esos curas buenos hay que apoyarlos para que regresen plenamente a la Tradición y en especial a la Santa Misa. Apoyarlos, en este caso, significa eventualmente alejarnos de ellos en forma ostensible. No nos corresponde, por cierto, juzgar las razones de su aparente timidez, pero podemos asegurar que muchos de los curas buenos volverían a la misa de su ordenación si se sintieran apoyados por una gran cantidad de laicos. La responsabilidad de los laicos es inmensa en ese terreno, como lo fue también en épocas del arrianismo.

 

Concluimos rogando a Dios que se digne permitir que este largo trabajo induzca a algunos lectores a reflexionar y reunir fuerzas pan abandonar la Nueva Misa o sus sucedáneos y encontrar así el heroísmo para superar las mentiras y los prejuicios del mundo y regresar a la Santa Misa de Nuestro Salvador.

 

 

 

(1)Jean Madiran, en Itineraires, No.256, sept. –oct 81, pág.140 y siguientes. Legem credendi statual lex supplicandi.

(2)Lucien Méroz, L’obeissance dans l’Eglise. (Martigay,1977) pág. 104.

(3)   Padre Dulac: La Bulle Quo Primum de St. Pie V (Itinéraires, 1972).

(4)   Sobre misas antiguas en: Dom Fernand Cabrol, Le livre de la Prière antique (1902); id. Dictionnaire d’archéologie chrétienne et de liturgie (1903); Dom Pius Parsch, La Sante Messe expliquée dans son histoire et sa liturgie (1938), imbuido por el arqueologismo, Dom Parsch queria retrotraer la misa a un modelo judaico; Monseñor Chevrot, Notre Messe (Desclee de Brouwer, 1947), también imbuido de las nuevas ideas; P.J.A. Jungmann, Missarum sollemnia (Aubier, 1951 y sigs.) idéntica observacidn; el padre Lébrun y Dom Guéranger, Cf. las siguientes notas.

(5)   Dom Guéranger, Les institutions liturgiques (extractos en Diffusion de Ia Pensée Française, 1977).

(6)   A. Denoyelle, Communier avec la main c’est  pécher. (Fort dans la Foi, N2 43).

(7)   Pierre Lebrun, Explications des prières et cérémonies de la Messe (1716, reeditado en 1976).

(8)   Jean Crete, Le canon d’Hippolyte. (Itinéraires, N2 224, junio 1978).

(9)    Introibo, No. 31, enero 1981 y nota 5.

(10) Le Monde, 29-3-75.

(11) En Marie Carré, J’ai choisi l’unité (D.P.F. 1973).

(12) Guy Le Rumeur, La revolte des hommes et l’heure de Marie (1981).

(13) Theodore de Bèze: Vie de Calvin.

(14) Padre Barrielle: Avant de mourir.

(15) LCon Cristiani: Du Lutheranisme au protestantisme (1910); Monsenor Lefebvre: La Messe de Luther.

(16) Henri Charlier. La messe ancienne et la nouvelle (D.M.M. 1973).

(17) Lutero: Sermón del ler. Domingo de Adviento.

(18) Padre Barrielle: La messe catholique est-elle encore permise?

(19)  Maritain: Tres Reformadores.

(20) Boletin de La Association St. Pie X, de Picardía.

(21) Sobre la reforma en Inglaterra: Michael Davies, Cranmer’s Gody Orders: destrucción del catolicismo mediante

cambios litúrgicos.

(22)  Bumet, Histoire de Ia Réforme (segOn nota 18).

(23)  Padre Aulagnier, La Messe catholique (Ed. St. Gabriel, 1977) y ver nota 25.

(24)  Sesión XXII, canon 3, sesión XXIII, capítulo 2, ver nota siguiente.

(25)  Sesión XXIII. Todos los textos se encuentran en: G. Dumeige, La foi catholique (Ed. de l’Orante, 1977).

(26)  Actas edición Goerrensgesselle,tomo VIII, pág. 5 a, 916-7, 921.

(27)  Padre Raymond Dulac, La Bulle Quo Primum de St. Pie V (Itinéraires, 1972; igualmente: Courrier de Rome, No. 10, dic. 1980).

(28)  Nota 7, pág. 285/286 a/

(29)  Codex iuris canonici..., Roma, edición de 1923 BAC.

(30)  Lucien Méroz, L’ohéissance dans l’Eglise (Martingay, Ginebra,1977).

(31)  Sobre las desviaciones: dom Gueranger (nota 5).

(32)   Autor de Institutions Iiturgiques y de L’Année liturgique.

(33)  Padre Bonneterre, Le mouvement liturgique (Ed. Fideliter, 1980).

(34)   Ediciones Bonne Presse,1961.

(35)  Pensée 294.

(36)  Sobre la influencia masónica en la Iglesia: Léon de Poncins, Christianisme et Franc-maçonnerie (D.P.F.); Edith Delamare y cot, Infiltrations ennemies dans l’Eglise (Lihrairie française); Jacques Ploncard d’Assac, La Iglesia Ocupada, Ed. San Pío X. 1989; Jean Ousset, Pour qu’iI regno (Club du livre civique); Pierre Virion, Mystere d’iniquite (Téqui), Georges Virebeau, Prélats et Francmaçons (P.H.C.).

(37)  Dom Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado, (1887, reed. Cruz y Fierro, 1977).

(38)  Cretineau-Joly, L’Eglise romaine en face de la Révolution. (1860, publicado a pedido de Pío IX).

(39)  A. Briault y P. Fautrad, Le ralliement de Rome a la Révolution (Ed. Fautrad. 1978).

(40)  Pierre Virion, Bientôt un gouvernement mondial.

(41)  Mission des souverains.

(42)  Arcanes solaires.

(43)         L’cecumenisme vu par un Franc-MaVon de tradition.

(44)  Marc Dem, Il faut que Rome soit détruite (Albin Michel, 1980).

(45)  Sobre la influencia marxista: Padre Fessard. Eglise de France prends garde de perdre la Foi. (Juilliard, 1979); André Piettre, Eglise missionaire ou Eglise demissionaire (France-Empire, 1978); Marc Dem, nota más abajo; asimismo Dieu et successeurs (Albin Michel, 1982).

(46)  Marie Carré, ES 1025 (Chiré, 1978).

(47)  Marc Dem, nota 44. Igualmente C.R.C. 1981.

(48)  Carta a Henri Massis; citada en Lumière, N2 213, feb 1982.

(49)  Paul Vigneron, Histoire des crises du clergé français contemporain (Téqui. 1976). Igualmente: Emile Poulat, Une Eglise ébranlée (Casterman, 1980).

(50)  H. Monteilhet, Paul VI (Régime Desforges, 1978).

(51)  Sobre la historia del Concilio: Padre Ralph Wiltgen. Le Rhine se jette dans le Tibre. (Ed. du Cédre, 1975), Padre Raymond Dulac, La collègialité episcopale au deuxieme concile Vaticane (Ed. du Cedre.1979); Mons. Lefebvre, Acuso al Concilio, (Iction, 1978). José Hanu, Non (Stock, 1977). Ver también el testimonio de Mons. Klaus Gamber (Si, si. No,no. N 8, abril de 1982. La declaración del complot por el cardenal Tisserant es relatada por Jean Guitton en: Paul VI secret (D.D.B. 1979).

52 León de Poncins. suplemento del N9 18 del Ordre Français. 1967.

(53)  De Rome et d’ailleurs, N2 28, febrero 1982.

(54)  Las actes du Concile Vatican II (Ed. du Cerf, 1966).

(55)  Gilson, Les tribulations de Sophie, pa8. 139 y sigs. P. Bouyer, La décomposition du christianisme, pág. 8; Padre de Lubac, citado por D.Von Hildebrand, La vigne ravagée, anexo 1.

(56)  La fotografia apareció en La Documentation Catholique de junio de 1969 y en la revista Notitiae, N2 4, mayo 1970.

(57)  Itineraires, N2 212, abril 1977.

(58)  Carta 73 (Savoir et servir, 1977, N2 1).

(59) Carta 141 (ib.).

(60)  Syllabus, proposición 18 (Discours du Pape et chronique romaine, N2 70, noviembre 1960).

(61)  De motione ecumenica (Savoir et Servir, 1977, N2 1).

(62)  Georges May (decano de la Facultad Católica de Maguncia), L’aencumenisme de Ia protestantisation de l’Eglise. (Ed.du Cèdre).

(63)  Courrier de Rome,  N9 20, noviembre 1981.

(64)  Lausana, 12 de diciembre de 1976 (Courrier de Rome, ib.).

(65)  Ecrits de Paris, febrero de 1977 (lb.).

(66)  Carta abierta a las iglesias (ib.).

(67)  La Lettre de l’alliance St. Michel, No. 32, mayo 1982.

(68)  En octubre de 1977 (Courrier de Rome, N9 19, octubre de 1981).

(69)  Courrier de Rome, N9 19, octubre de 1981.

(70)  La Croix, 30 de mayo de 1969.

(71)  Padre Bonneterre, Le mouvement liturguique: apéndice.

(72)  La Monde, 22 de noviembre de 1969.

(73)  La Monde, 10 de septiembre de 1970.

(74)  Louis Salleron, La nueva misa. Iction, 1978.

(75) Pawley, Rome et Cantorbery durant quatre siècles, pág. 343.

(76)  Julien Greene, Ce qu’il fact d’amour à l’homme (Plon. 1978). Ver también el testimonio de un miembro del Parlamento británico convertido al catolicismo, en Christian Order, agosto- septiembre de 1982 y Courrier de Rome, diciembre de 1982.

(77)  Marie Card, La Messe, lettre ouverte  à Jésus de Nazareth en Galilea (D.P.E., 1973).

(78)  Ver nota 63.

(79)  Cbrétiens de l’Est,  N918, 1978. (Aide a 1’Eglise en dettresse).

(80)  Carta dirigida a Mons. Lefebvre y publicada por Fideliter.

(81)  Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, Roma 1969. Hay versión castellana, Editorial Iction, 1980.

(82)  Concilio de Trento, sesión XXII, canon 3: “Si alguien dijere que el sacrificio de la Misa no es un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, o una simple conmemoración del sacrificio y no un sacrificio propiciatorio, sea anatema”.

(83)  Es decir, en nombre del pueblo y no “in persona Christi”.

(84)  Presencia real en cuanto alimento y no presencia real permanente.

(85)  Ver nota 23.

(86) Su artículo 5 insiste sobre el “sacerdocio de los fieles”: “La célébration de l’Eucharistie est l’ouvre de toute l’Eglise”. (Courrier de Rome, Propos sur la Mece, folleto).

(87) A.X. da Silveira, La Nouvelle Messe de Paul VI (D.P.F., 1975)

(88) Ver nota 18 y Louis Salleron, La Nueva Misa (Ed. Iction, 1978). Traducción literal: “Para terminar, después de lo que ya expusimos sobre el nuevo misal romano, es algo que ahora deseamos deducir y establecer. Traducción oficial: “Para terminar, queremos dar fuerza de ley a todo lo que hemos expuesto anteriormente sobre el misal romano”.

(89) Nuevo texto: “El la misa llamada Cena del Señor, el pueblo de Dios se reúne bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. Por eso vale, eminentemente, para una reunión local semejante de la Santa Iglesia la promesa de Cristo: “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré en medio de ellos”. En efecto, en la celebración de la misa en la que se perpetúa el sacrificio de la Cruz, Cristo se halla realmente presente en la propia asamblea reunida en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y de manera subtancial y continua bajo las especies eucarísticas”.

         Observaciones: se continúa asimilando la misa (sacrificio de la cruz) a la cena (comida); otra vez se parte de la reunión.

Se agregan las palabras “sacrificio eucarístico”, pero sin permitirles un sentido diferente del que le dan los protestantes: eucaristía sacrificio de alabanza. De nuevo es la comunidad la que celebra el memorial y a esa asamblea colectiva se remite la segunda frase (presencia espiritual) que se mantiene. La tercera frase es ambigua: se afirma la Presencia Real de Cristo en la comunidad, en la presidencia, en la palabra, en el pan y en el vino (de manera substancial pero no de Transubstanciación: los protestantes admiten que Cristo se manifiesta bajo los signos del pan y de vino).

Idéntica frase: el  sacrificio de la Cruz se perpetúa; eso no quiere decir que se renueva; los protestantes admiten que el sacrificio memorial sea perpetuado.

(90)  Experto del Concilio sobre la liturgia; Liturgisches Jarbuch N2 25. 1975 (Itinéraires, N2 220, febrero 1978).

(91)   6 veces en la misa con pueblo; 3 veces en la misa sin pueblo. (H. Kdraly, Presence d’Arius).

(92)  Diversas referencias. En particular: Funditor, Repones à  dom Oury (Nouvelle Aurore. 1976).

(93)  Courrier de Rome, No. 6, julio de 1980.

(94) Sobre este importante punto ver: Breve. Examen Crítico (nota 81); Padre Calmel, en Itinéraires, No. 206, sept-oct. de 1976; Padre des. Graviers, Propos sur la Messe (Courrier de Rome), 1979; Padre René Marie, La Messe nouvelle (Savoir et Servir, No. 9, 1981); del mismo, Theologie de la Messe (Una voce Helvetica, 1982); A.X. da Silveira, La Nouvelle Messe de Paul VI (D.P.F., 1975).

(95)   Jean Hani, La Divine Liturgie (Ed. de la Maisnie, 1982).

(95 bis) Dr. Rudolf Kaschewski, en Una Voce Korrespondenz (mayo - agosto 1982); reproducido en francés en LeCourrier de  Rome, N9 37, abril 1983.

(96)   “La traducción deberá ser literal e integral. Hay que tomar los textos como están sin mutilaciones ni simplificaciones” (texto de Roma citado en Eglise de Reims, 9 de septiembre de 1967). El texto latino debía figurar al lado del texto francés en los misales de altar y sin duda en los de los fieles; Sobre esta prescripción. no respetada ni en un caso ni en el otro, ver Una Voce, N2 27, julio.agosto de 1967.

(97) Controverses, 2da. parte, discurso 25.

(98) Según Ives Daoudal, La liturgie, Enseignement Sacré (Itinéraires, N9 263, mayo de 1982).

(99)   Del papa, libro 1, cap. XX (según Daoudal, nota abajo).

(100) Indicaciones sacadas sobre todo de: Padre Renié, Missale Romanum et Misel romain (Ed. du Cèdre, 1975).

(101) Jueves después del 5º. domingo ordinario, Santiago 5, 14. En griego “presbyterous” podria significar “Los ancianos”, pero, en latín “presbyteri” significa “los sacerdotes”.

(102) Viernes de la 21a. semana (años impares) San Pablo 1, Tesal. 4,4. “Skeuos” o “vas” significa instrumento; en general se entiende “cuerpos”, algunas veces “mujer”, pero “para vivir” está agregado

(103)   9º. domingo ordinario, poscomunión.

(104) 30º. domingo ordinario, poscomunión.

(105) 23º. domingo ordinario, poscomunión.

(106) Isaías, 7.14 (4º. domingo de adviento, Anunciación y 20 de dic.). En hebreo “almah” quiere decir “virgen” o “doncella”, además el padre Renie (Manuel d’Ecriture Sainte, tomo III, pig. 60, 6 edición, 1960) considera que en la Biblia significa siempre “virgen”. Los Setenta, hacia el año 283 antes de Jesucristo han traducido por “parthenos”, es decir “virgo” o”virgen”

(107)  Colecta del 17 de febrero.

108) Sin duda, en griego “aggelos” originalmente quería decir “mensajero” pero el latín “angelus” no se puede traducir mis que como “Angel”.

(109) Introito de la misa de la Santa Eucaristía.

(110) San Pedro 1.12, martes de la 8’ semana ordinaria.

(1ll) “Sabaoth” quiere decir “los ejércitos” en toda la Biblia. Suele ser traducido por “exercitum”, los ejércitos.

(112) San Mateo 16.18, usado tres veces por aiio. En latin: “portw mien”; en griego: “pulai adou”. (infierno).

(113) “Borne voluntatis”; en griego “eudokia”, del mismo sentido.

(114) San Mateo, 16.26.

(115) La vie catholique, 23 de julio de 1975.

(116) Prefacio de la Trinidad y prez N0 1.

(117) Padre Jean Carmignac, A l’écoute de Notre Père (Ed. de Paris 1975); id. Recherches sur le Nôtre Père (Letouzey,1969)

(118) Suplemento Voltigueur de Itineraires, N0 58, 15-5-78.

(119) Santiago, 1, 13-14; “Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie”.

(120) “Inducas”y”eisegnekés” quería decir “hacer entrar en”. De allí la traducción literal “no nos induzcas” guardando el sentido teológico; o la traducción clásica centrada en el sentido teológico. Heller demostró en 1901 que los textos griegos y latinos no son más que la traducción literal del texto hebreo y que del hecho de la regla de la negaciones en hebreo, se debía comprender: “Haz que no entremos en la tentación”.

(121) Hugues Kéraly, Presence d’Arius (D.M.M. 1981); y también el padre René (nota 100). Okapi, diario infantil controlado por el episcopado francés, publicó en 1982, según el periódico Présent, una serie de 100 “posters” dedicados a célebres personajes de la historia. Entre ellos, al lado de un solo santo, San Francisco de Asís, se veía a Lenin, Mao, Robespierre, Jaurés, Jules Ferry. También Jesús de Nazareth es presentado como “Profeta judio”. Los Evangelios lo presentan como “el Mesías y el hijo de Dios”. El nacimiento de Cristo marca el comienzo de la era cristiana.

(122) Colecta del 15º. domingo ordinario.

(123) Al l0 de junio.

(124) Fiesta de la Trinidad, comunión: “¡Alabanza al Dios viviente! Al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo que nos hace hermanos”. Los arrianos reemplazaron el Gloria Patni por: “Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”.

(125) Domingo 9 de enero de 1983, San Lucas 3.22. Latín: “Tu es Films meus dilectus in te complacui mihi”. Griego: “Su ei o uios agapetos, en soi  éudokesa”.

(126) Y. Daoudal, Le Nouvel missel des dimanches, 1983. (Iitinéraines, N0 269, enero de 1983). Se encuentran muchas otras perlas en este misal.

(127) Colecta del 23 de diciembre.

(128) Prefacio del 40 domingo de Cuaresma.

(129) Prefacio del 50 domingo de Quaresma.

(130) Filipenses, 2, 6-7. San Pablo dice “morphé”, traducido en la Vulgata por “forma”. El Novus Ordo Missae traduce”imagen”; dom Lefebvre y Feder; “condición”. La Maistre de Sacy; “naturaleza”.

(131) San Lucas 22,70 (misa de Ramos) Latin: “Vos dicitis, quia ego sum”. Griego: “Umeis legete oti ego eimi” Literalmente: Vos decís porque yo soy”. Diferentes autores: “Decís bien, yo soy”. “Vos lo decís, yo lo soy”...

(132) San Lucas 23,3 (lectura breve de Ramos) Latín: “Tu dicis”; Griego: “Su leguéis”. Literalmente: “Tú dices”.

Traducido como “Tú lo dices”, “Tú lo dices, yo soy”.

(133) San Juan 18, 37 (Viernes Santo) Latín: “Tu dicis quia rex ego sum”. Griego: “Su legeis, oti basileus eimi ego”.

Literalmente: “Tú dices que soy rey”.

(134) Sobre la concelebración: La pensée catholique, N0 180, 185,188 y 189; Louis Salleron, Sur la Concélébration (Itinéraires, N0 251, marzo de 1981); y sobre todo Padre Joseph de Sainte-Marie, L’Eucharistie Salut du Monde (Ed. du Cedre, 1982). Hay que distinguir la concelebración sacramental donde los sacerdotes consagran juntos (sin embargo hay una sola misa) de la concelebración ceremonial donde consagra un solo sacerdote. Los otros lo asisten. Las misas primitivas celebradas en torno al obispo eran concelebradas ceremonialmente, como las actuales misas pontificales. La concelebración sacramental no apareció hasta el siglo VIII y hasta el siglo XII estaba reservada al Papa rodeado de sus cardenales. Luego se la imitó en Oriente (y no a la inversa) y se extendió pero limitada a misas de ordenación de sacerdotes y a misas de consagración de obispos (canon 803 del Código de Derecho Canónico). El caso de concelebración sacramental, aunque limitado, fue extendido por el Vaticano II. (Constitución sobre la liturgia, art. 57).

(135) A. Denoyelle, Communier avec La main c’est pécher (Fort dans la Foi, N0 43).

(136) 29 de mayo (suplemento del N2 163 de Itinéraires, 1972).

(137) Instrucción Inestimabile donum, 23 de mayo de 1980.

(138) Padre Aubray, L’Autodestrution de I’Eglise de France (Ed. du Cèdre, 1978).

(139) M. de Saint-Pierre y A. Mignot, Las fumées de Satan (La table Ronde, 1976); id. Le ver est dams le fruit (id.

1978); las revistas Credo, Introibo, Bonum certanem, Lumière, etc.

(140) Padre Olivier, Les deux visages du prêtre (según Paul Vigneron, nota 49).

(141) Sesión XXII, canon 3 (ver nota 82). Como lo destacó Présent del 10 de noviembre de 1982, basta leer el misal de los domingos de 1983 para ver que, por otra parte, todo lo que se refiere a la actualidad está impregnado de marxismo y todo lo que se refiere a la historia está influenciado por la masonería.

(142) Padre Aubray (nota 136).

(143) Serie2.

(144) Serie3.

(145) Fiestas y ciclos, febrero de 1980 (ver Credo, N9 25).

(146) En marche, Fruges, 15 de mayo de 1981.

(147) Documento principal: Chauvet, profesor en el Instituto Católico de París. Themes de réflexion sur l’eucharistie. Ver Courrier de Rome, No. 26y 23. Monde et Vie, N9 344, Introibo, N9 33.

(148) Introibo, N9 20, abril 1978. Otras citas del padre Cardonnel: “No existe Dios en sí. No existe Dios más que en vida común de los hombres”. (La Monde, 24 de octubre de 1979). “Hay que matar la religión, porque se ha reconstituido un Dios del que el peor de los canallas se enrojecería de parecerse”. (Citado por Marc Dem: Dieu et successeurs, Albin Michel, 1982).

(149) San Mateo 7, 17-18 y 12,33; San Lucas 6,43-44.

(150) Le pelerin, encuesta del 18 de noviembre de 1981.

(151) Le pelerin, encuesta Sofres, abril de 1981 (Introibo N9 34). También ¿qué se entiende por “presencia real”? ¿Se

trata siempre de efectos de la transubstanciación?

(152) Osservatore Romano, 26 de abril de 1979.

(153) Constituciones provisorias del Instituto Sacerdotal Santo Cura deArs (1982).

(154) A. Delestre, 35 ans de mission au Petit-Colombe, 1939-1974 (Ed. du Cerfi 1977).

(155) Coup d’oeil, boletín parroquial de Levallois.

(156) Mons. Vilnet en: Le Concile, 20 ans de nôtre histoire. (Desclée, 82).

(157) Osservatore Romano, 11 de mario de 1981.

(158) itinJraires, No. 262, abril de 1982.

(159) Padre Jan Bots, Le catholicisme hollandais hier et aujourd’hui (Téqui).

(160) San Mateo 7, 19.

(161) Ver los análisis serios y desconcertantes publicados sobre ese tema: Consígase en particular: Action familiaire et

scolaire, N9 43, octubre 1982; (31 Rue Rennequin, 75017). Leer también: Contre-Reforme Catholique, N9 183 Día de

Todos los Santos, de 1982; Fideliter, N9 30, nov-dic. de 1982; Credo, N9 34, sep-oct. 1982; De Rome et d’ailleurs, No. 37, marzo de 1983; otros artículos más recientes en el Boletín de Domqueur, Opus Dei, le Courrier de Rome, etc.

(162) Gálatas 1,8.

(163) San Mateo 5, 11

 

 

Daniel Raffard de Brienne

 

EL AUTOR

 

Daniel Raffard de Brienne nació en Saint-Quentin, Francia, en 1927. Dedicó su vida a distintas tareas, desde bachiller, sirviendo durante la guerra como camillero (en la práctica, enterrador) de la Cruz Roja a combatiente de las Fuerzas Francesas del Interior.

En 1948 se graduó en derecho y en letras y dio comienzo a su vida profesional, a la vez que actuó como delegado honorario en los congresos internacionales destinados a la reconstrucción de Europa. Allí conoció y trató a mucha gente luego importante, como Leon Jouhaux, François Mitterrand, Louis Salleron, Jean de Fabrégues...al propio Pío XII.

En 1950 abandonó oficialmente la política por razones de salud (alergia aguda a la República), se casó y fundó una familia fecunda de5 hijos, pero no se volvió políticamente inactivo, sino todo lo contrario. Las andanzas de estos años serán quizás algún día conocidas en unas improbables “Memorias”, o tal vez haya que esperar hasta el mismo Juicio Final.

Y aunque en la actualidad su sueño es no hacer nada, las vicisitudes de los tiempos lo tironean en todas las direcciones. Así, considerando que, en el terreno de las ideas, lo que más escasea son los fundamentos, se ha dedicado a redactar pequeñas síntesis de temas diversos, publicados por la revista Lecture et Tradition.

Digamos al pasar que solo pueden escribir “síntesis” los espíritus ampliamente versados en los temas... por si a alguien se le ocurre que ésta sea una tarea menor.

 

LAOBRA

 

Todas han aparecido en forma de números especiales de la revista antes citada.

-Lex Orandi: La nueva misa y lo fe.. (1983).

-Lex Credendi: La nueva catequesis y la fe (1984).

-Caminando hacia la verdad: elementos de reflexión apologética (1985).

-La Segundo Bandera: elementos de reflexión política (1985).

-Traductor, traidor: Las nuevas traducciones de La Sagrada Escritura (1986).

-Dc Los hombres baja La Revolución: contribución a la celebración de un bicentenario (1987).

-La Bandera de Dios: elementos de reflexión contrarrevolucionaria (1988).