Marzo
Te adoramos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con los
nueve coros de tus ángeles, que te ensalzan en el Paraíso.
Te
bendecimos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con las legiones de
serafines y de santos que te adoran en tu solitario Tabernáculo.
Te
glorificamos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión de amor y de reparación
ferviente con María Inmaculada y Reina del cielo en las alturas, y la Soberana
del cielo terrenal de tus Sagrarios... ¡Oh, sí, en unión con Ella sobre todo,
venimos a cantar, Jesús, tus misericordias infinitas y a llorar tus agonías
místicas, los pecados de ingratitud del mundo y tus soledades en la Hostia!
En
unión con Ella, queremos en esta Hora Santa recorrer la Vía Dolorosa, para
convertirla, con las glorias de la Inmaculada y con nuestros consuelos, en el
camino de tus victorias, y para hacer de tu Calvario el Tabor de triunfo de tu
adorable Corazón.
Jesús
amado, después de veinte siglos, no te conocemos todavía lo bastante en tu
Santa Eucaristía; perdona y acepta en desagravio la visión amorosa de María,
las adoraciones extáticas de su Corazón de Madre...
Jesús
benditísimo, no obstante tus larguezas y las maravillosas invenciones de tu
ternura, no te amamos aún con la generosidad sin límites con que debiéramos
corresponderte... Perdona y acepta, en compensación de nuestra frialdad, los
fuegos divinos que abrasaron las entrañas y el alma de María el día de la
anunciación venturosa.
Jesús-Hostia,
amor de nuestros amores, vida de nuestra vida, aparta tus ojos hermosísimos de
nuestros culpables desvíos, de tantas tibiezas, de tantos desmayos en nuestros
propósitos de virtud, en nuestras promesas de santidad... y perdona en obsequio
a la Madre, cuyo Corazón Inmaculado te ofrecemos en reparación de caridad y en
homenaje de la más cumplida y fervorosa adoración.
Jesús
divino, en honor, pues, de la Inmaculada, en agradecimiento a los cuidados de
la Virgen, en obsequio a la encantadora Nazarena, te rogamos, Señor, que
olvides los incontables olvidos de tu ley en que han incurrido estos hijos
tuyos, que vienen a llorar sus faltas y las de tantos hermanos culpables en el
cáliz de oro del Corazón de María.
Recoge
en él nuestro llanto de arrepentimiento y prométenos reinar, Jesús, con más
intensidad de fe, de amor, de humildad y de pureza en nuestras almas, en
nuestras familias, en la sociedad entera, por el amor y los martirios de la
Virgen Madre...
(Pausa)
(Decidle
a Jesús en silencio elocuentísimo que le amáis mucho, pero que deseáis amarlo
más, inmensamente más todavía, en respuesta a su Corazón, que solicita los
nuestros. Pero ya que nuestra pobreza es tan grande, ofrecedle el don
incomparable, casi divino, del Corazón de María... ¡Ah!, y pedidle a Ella que
al ofrecerse por nosotros en esta Hora Santa, nos consiga la gracia
inapreciable de amar con santa pasión y de hacer amar con celo infatigable al
Corazón de su Hijo Salvador).
Voz de María. Nadie más que Ella tiene
ciertamente el derecho de hablar de las intimidades del Corazón de Jesús y de
sus propias angustias redentoras. Escuchémosla con filial cariño:
“Yo
soy, desde el día de la anunciación del ángel, la madre del Amor Hermoso, y
quiero que las almas se abrasen en las llamas de mi caridad... En esta hora mil
veces sublime y venturosa, desde el 25 de marzo, en que Jesús y yo formamos una
sola corriente de vida, pensé en vosotros, que me llamáis vuestra Madre... y
decís verdad, porque lo soy...
(Lento y cortado)
Como
tal he gemido, he sollozado, hijos míos, quemando con mis lágrimas ardientes
las mejillas de Jesús Infante, en Belén inolvidable... Al arrullarlo entonces,
al contemplarlo Dios e Hijo mío entre mis brazos, al besarlo en su frente
divina, yo le ofrecía, previendo con entera certidumbre el deicidio de siglos y
más siglos, que destrozaría, con dardo de pecado, el Corazón de vuestro
Salvador. Yo, su Madre, lo levantaba en alto al Padre, rogándole, con martirios
del alma, lo aceptara por la redención de los hijos ingratos...
(Cortado)
Besé
sus manos, que me acariciaban, y marqué sus llagas con mis besos.
Puse
mis labios en sus pies, reparando de antemano con mis ósculos las heridas de
los hierros inclementes...
Ungí
su frente con mis lloros y, sobre todo, puse mi cabeza, torturada con
pensamientos de agonía, y luego mi boca, abrasada de sed de más amor, en su
Costado ardiente, celestial... Y en ese Getsemaní de deliciosas amarguras, ahí
Jesús y yo, su Madre, resolvimos, amando y padeciendo, la resurrección de
tantos pródigos del hogar, de tantos renegados de la Cruz y del altar”...
(Pausa)
¡Oh,
noche de paz y de tortura salvadora la que envolvió en sus tinieblas la cuna de
Jesús! Extática y de rodillas, María velaba el reposo del Niño, del Eterno, y
meditaba en otro Belén, con otra cuna de reposo aparente y de perpetuo
sacrificio: el Sagrario, contemplado en lontananza... A través de los siglos,
veía la Virgen amante y dolorida ese portal permanente, indestructible, donde
Jesús Infante nacería millares de millones de veces entre las sombras de un
altar humilde, para ser aprisionado en seguida en la cárcel inerte, pero
dulcísima, de incontables tabernáculos... En cada uno de ellos el
Dios-Prisionero, Jesús, infinitamente pequeño, sigue dormitando, mientras su
Corazón Divino vela sobre nosotros y mientras, sobre su Cuna-Sagrario vela la
Reina de sus amores, la Virgen María.
(Pausa)
Las almas.
¡Oh, sí, Jesús-Eucaristía, al lado del dorado copón que te aprisiona está tu
Madre; ella te nos regala en esta Hostia Sacrosanta! Bendícela, Señor, en
nuestro nombre, ya que Tú también le debes el haber realizado tu anhelo de
encontrar tus delicias entre los hijos de los hombres... Cántale con los
ángeles de tu Santuario, ensálzala con los ángeles de tu Paraíso, glorifícala,
con los hijos, con los desterrados que la llaman su Madre, gimiendo en este valle
de lágrimas. ¡Ah! En obsequio a ella, a quien no puedes negarle nada, danos,
Señor, el reinado de tu Corazón en tu Santa Eucaristía. No quieras permitir que
queden defraudadas tus esperanzas y las de tu Madre, siempre omnipotente en la
causa de tu gloria.
(Cortado y vehemente)
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los afligidos, como un consuelo, en aquel Pan
consagrado de cada día, que nos da la Reina de los Dolores.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los niños como un valladar de inocencia perfecta y de
candor, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la Reina de las
Vírgenes.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los pobres y desamparados, como un aliento en tantas
penalidades, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la humilde
Reina de los pastores de Belén.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los sacerdotes, como un fuego en amor de santidad y
celo, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la Reina de los
Apóstoles.
Reina,
Jesús Sacramentado, en los hogares, como virtud de fe vivísima en las almas de
los padres y los hijos, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos da la
Reina del edén de Nazaret.
Reina,
Jesús Sacramentado, en el Episcopado, en tu Vicario, en tu Iglesia, con un
Pentecostés de caridad abrasadora, mediante aquel Pan consagrado de cada día,
que nos da la Reina omnipotente del Cenáculo.
Jesús
amabilísimo y adorable del Belén de los Sagrarios, paga los desvelos, los
ósculos de ternura, los abrazos, las lágrimas de tu Madre, sus deliquios de
amor junto a tu cuna pajiza, coronando a María Inmaculada, con las glorias y
los triunfos de tu Corazón Sacrosanto.
(Pausa)
Quejas de María.
Su voz doliente es la de una Madre cruelmente herida, que pide compasión a los
hijos fieles, por la decepción de los otros..., de los pródigos, que en el
mismo hogar, oprimen con amarguras su Corazón santísimo.
La
historia de Jesús de Nazaret no es historia antigua; es, hoy día, una triste
historia de dolores que cercan al hijo y a su Madre con el mismo vallado de
agudísimas espinas...
Que
nos hable la Virgen dolorida:
“Una
tierra extraña, una tierra de gentiles, de enemigos, brindó un asilo a mi
Hijo-Dios allá en Egipto... El desierto mitigó sus ardores y sus oasis tuvieron
manantiales y refrigerios que nos negaron los ingratos, los preferidos
nazarenos... ¡Ay, cómo hirió el Corazón de vuestro Dios ese desdén de soberbia,
esa envidia enconada de los de su propia casa! Ahí donde hubieran debido
aclamarlo batiendo palmas, tramaron con ira en su contra, y buscaron piedras
para ultimarlo, y un horrendo abismo para despeñarlo con su gloria... Lloramos
juntos, Jesús y María, los desvíos de los nuestros, el desprecio altivo e
injurioso de aquel Nazaret de tantos y de tan suavísimos recuerdos... La
soledad nos hizo silenciosa compañía. Y el odio nos tejió, en ese terruño de
ternuras, nuestra primera corona de espinas... Ahí donde yo, su Madre, le
contemplé, Niño y adolescente encantador entre las flores y las ovejitas de esa
hondonada perfumada, ahí donde canté su hermosura divina, a coro con los
ángeles, lo vi maldecido, y hube de llorar el desconocimiento con que Nazaret
rechazó al manso Redentor... ¡Ay!, su pena y la mía se ahondaban, pensando en
las edades por venir, previendo que tantos hijos desdichados, que tantos
cristianos soberbios y renegados, desconocerían a su vez, en el seno mismo de
Israel y de la Iglesia, la ley de gracia y la verdad del Señor Jesús. ¡Oh, sí!,
los vio huyendo del cercado del Pastor, lejos y olvidados del hogar del Padre
celestial...
Vosotros,
hijos míos, porque sois los hermanos menores de Jesús, mi Primogénito, y que
habéis venido en busca de su Corazón Divino consoladlo en su desamparo... Tomad
mi amor, mis finezas y mis sacrificios y ponédselos en el ara del altar, como
un holocausto de reparación cumplida. Vuestra Reina os pide para Él una íntima
plegaria... Yo, la Inmaculada, la Virgen-Madre, quiero repetirla con
vosotros...”.
(Digámosla en unión con María)
(Lento y cortado)
Las almas.
¡Jesús de Nazaret, retorna y queda encadenado, como Rey, entre nosotros! No
cedas, mil veces no, al clamor de un mundo malo, que te arroja o te hiere con
desprecio de altivez satánica... Retorna y queda encadenado, como Rey, entre
nosotros... Serán muchos, Señor, los que maldigan tu nombre y nieguen tu
Evangelio; pero, mira, estamos tan resueltos, somos tan tuyos los que te
suplicamos, que no te vayas jamás, jamás, de nuestro lado; retorna, pues, y
queda encadenado, como Rey, entre nosotros...
¿Qué
haría el mundo sin Ti, que eres su paz; sin Ti, que eres su cielo? ¿Qué haría,
sino gemir entre cadenas por haberte desterrado siendo Tú su libertad?... Los
desgraciados que así pudieron ofenderte, no han sabido lo que han hecho,
perdónalos... Salvador benigno, retorna y queda encadenado, como Rey, entre
nosotros... ¡Ah! los mismos que, como los nazarenos ingratos, te arrojaron de
tu suelo y de tu casa, extrañarán un día el calor de tu Corazón, que salva y
que perdona; recordarán que Tú, que sólo Tú, has dicho la verdad, enseñado la
justicia y prodigado la misericordia... Y entonces, muchos de esos mismos te
llamarán y te rogarán con lágrimas que vuelvas... Retorna, Jesús, retorna
entonces perdonando, y queda para siempre encadenado, como Rey, entre nosotros.
Sí, para siempre; no te vayas, no nos dejes jamás... Maestro; por eso venimos
en nombre de todos los ingratos de la tierra, y para ellos y nosotros te
pedimos:
(Todos en voz alta)
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Venimos
a buscarte en nombre de muchos enfermos del alma, de muchos que vacilan entre
dos abismos: el del pecado y el del infierno, y para ellos y nosotros te
pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Llegamos
a tus pies en nombre de los agonizantes, que en la vida te insultaron, que en
su juventud te hirieron y olvidaron... Pobrecitos, necesitan clemencia infinita;
y por esto, para ellos y nosotros te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Nos
acercamos a tu Sagrario en nombre de tantos padres que han olvidado sus deberes
para contigo, en nombre de tantas madres que padecen de amarga incertidumbre
por el porvenir eterno del esposo y de los hijos; para ellos y nosotros te
pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Hemos
venido, llenos de confianza en tu misericordia, a pedirte, sin vacilaciones,
grandes prodigios y aquellos milagros de ternura, prometida a la Hora
Santa y a la Comunión frecuente y cotidiana; venimos a pedir tu reinado
en la conversión de muchos y de grandes pecadores; para ellos y nosotros te
pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Aquí
nos tienes, Señor, traídos por tu Madre; inspirados por Ella, venimos a pedirte
por las almas buenas, por tus Apóstoles, por el sacerdocio, por los corazones
que te están consagrados y que te hicieron promesa de vivir en santidad...;
para ellos y nosotros te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Y,
en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, venimos en demanda del triunfo grande,
universal, decisivo, de tu Corazón en tu santa Iglesia, en tu Eucaristía, en tu
Evangelio, en tu Vicario. Para los niños y gobernantes, para los ricos y los
pobres, para los cristianos, los herejes y los gentiles, para todos, Jesús,
para todos, y en especial para nosotros, tus amigos, te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Dánoslo
hoy, Señor, en nombre y por amor al Corazón de María Inmaculada...
(Pausa)
Enseñanzas de María.
Una Hora Santa es una solemne
meditación de amor que lleva a Jesucristo... ¿Qué camino puede llevarnos a Él
que no sea el de María, su dulce Madre? Y en estos días en que nos rodean
tinieblas tan espesas de ignorancia y de pecado, pongamos atento el oído a las
insinuaciones de esta amable soberana. Que nos enseñe, pues, los peligros del
desierto. Ella, que le atravesó llevando sobre su pecho virginal, sano y salvo,
al Hijo de su Corazón Inmaculado... Oídla...
“¡Hijos
de mi amor y de mis angustias, escuchadme: No hay sino un mal grave
imponderable, sólo uno, y es perder a Jesús, cuyo Corazón es la vida, el amor y
el Paraíso!...”.
Yo,
su Madre, lo perdí, durante tres días en Jerusalén, y mi alma padeció agonías
inenarrables. ¡Ay!, saberlo ausente...; vivir a distancia de Él, no verlo, no
sentirlo, no poseerlo, después de haberlo estrechado sobre el corazón, después
de haberlo visto sonreír y llorar, después de haberle entregado toda el alma en
un beso de cariño, ¡qué suplicio horrendo!...
Mas
¿qué podré deciros si os cuento los dolores de mi alma maternal, destrozada en
la tarde del Jueves Santo con la suprema despedida?... ¿Ni qué dolor superó
jamás a mi dolor, cuando, el amanecer del Viernes Santo, me trajo la visión de
sus ignominias, de su flagelación y de sus escarnios?... Sangre y espinas, y
blasfemias y odio y gritos de muerte; tal fue el cuadro de desolación infinita
que Dios Padre quiso poner ante mis ojos de Madre, la más triste y dolorida de
todas las madres de la tierra... Decid, vosotros que me amáis, decidme en esta Hora
Santa, si es posible, si conocéis un dolor semejante a ese dolor...
Hijitos
míos; no queráis saber jamás cuán mortal es esa angustia. Jesús es vuestro; yo,
María, os le he entregado; es enteramente vuestro; no queráis jamás, jamás,
perderle por la culpa grave. Los que habéis conservado todavía la pureza
bautismal, la inocencia, ¡oh!, no le lastiméis con la cruel lanzada del primer
pecado mortal, que desgarra el Costado del amabilísimo Jesús.
¡Esa
primera hora de orgullo, de placer, en contra de su ley; ese primer pecado
grave, atraviesa con dardo de fuego su Corazón ternísimo! Pero... si hubierais
ya caído, si os hubierais manchado, yo os conjuro a que lavéis con lágrimas esa
afrenta quemante del rostro de Jesús... Recobradlo, hijos míos; venid donde Él,
venid pronto, abrazaos a sus pies y no lo dejéis ya más... ¡Os ama tanto!...
¡Amadlo!...
(Y
en especial oídme vosotras, madres de un hogar, que debe ser el templo santo de
Jesús, cuidad que el esposo y que los hijos no pierdan, por tibieza vuestra, la
compañía deliciosa de mi Hijo-Dios.
Que
reine siempre en ellos...
Sí,
que se quede, eternamente con el padre, con la madre, con los hijos del hogar
cristiano que lo adora; que se quede en los días de invierno y de pesar en las
horas de primavera y de alegría...).
Almas
queridas, aferraos con pasión divina a Jesucristo, dejad que Él os encadene
para siempre, sobre el Corazón, entre sus brazos... ¡Ah, no lo perdáis
jamás!...
(Digámoselo
nosotros mismos al Señor Sacramentado).
Las almas.
¡Jamás te abandonaremos, Jesús, con el auxilio de tu gracia y de tu Madre,
jamás! ¡Pero como nuestra fragilidad es tanta, te rogamos, Salvador amado, que
no nos dejes de tu mano, que Tú también te aferres a nosotros, por tu gran
misericordia...!
(Lento y cortado)
Corazón
de Jesús, no nos dejes en la vorágine de tentaciones que nos asedian, como
fieras hambrientas del infierno; no consientas que nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en las grandes debilidades del corazón humano, tan
propenso a las seducciones del amor terreno; no consientas que nosotros te
perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en la desesperación de nuestros males, porque Tú bien
sabes que ciertos sufrimientos agostan, enferman de muerte el alma; no
consientas que nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en las desolaciones y soledades en que, con frecuencia,
nos abandonan las criaturas que no saben amar, como Tú amas, y que son
indiferentes a nuestras penas o no pueden aliviarlas...; no consientas que
nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en el abismo de nuestras constantes recaídas, en
aquellas postraciones de nuestra endeble voluntad, tan tornadiza, en el
propósito de amarte con verdadero sacrificio; no consientas que nosotros te
perdamos.
(Breve pausa)
Por
amor de la Virgen Madre te conjuramos a que permanezcas, Jesús, siempre a
nuestro lado, no quieras jamás dormir durante la borrasca, en la barca tan
frágil de nuestro pobrecito corazón, que hoy día te ama.
(Todos en voz alta)
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de amargura:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de debilidad moral:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de vacilación e incertidumbre:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las horas de hastío y de cansancio:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las ocasiones tan frecuentes de olvido de nosotros mismos:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de desaliento en tu servicio:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las horas de fragilidad y de caída:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de duda peligrosa o de temible ilusión.
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de enfermedad y en los peligros de muerte:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
nuestros postreros instantes, en las convulsiones de la suprema agonía:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
Jesús,
amor de nuestra vida y amor de nuestros amores, confiamos nuestra existencia,
nuestras tribulaciones y la esperanza final de nuestro cielo, en tu benigno, en
tu dulce, en tu misericordioso Corazón...
Dolores inenarrables
de María. Sus
agonías fueron más amargas y más hondas que el océano; las lágrimas de su alma
virgen, maternal y mártir, si se convirtieran en luz, formarían muchos soles...
Que Ella nos lo diga. ¡Háblanos tú, María, Reina de los mártires!...
“Mis
dolores son inenarrables, porque no son míos; son las agonías del Corazón de mi
Jesús que inundan, como un mar embravecido, mi corazón de Madre... Es el dolor
infinito de un Hijo-Dios, el que ha torturado mi alma con aflicciones sin
medida... ¡Y cómo no iba a ser así cuando he visto bañado en sangre, cubierto
de baldones, vejado con maldiciones, pisoteado por los soberbios, escarnecido
por el fango de los caminos a mi Señor, al Hijo de mis entrañas, a mi Dios y mi
todo!... Lo he visto a través de mis lágrimas; lo he visto, por iluminación de
lo alto, en la Vía, perpetuamente dolorosa de siglos y más siglos, siempre
jadeante, siempre desolado y triste, bajo el madero infame de todas las
perfidias... Lo he visto en lontananza, concluida su vida terrena y la pasión
de su Calvario; lo he visto arrastrado siempre por las turbas, despojado de su
realeza, coronado de espinas, burlado en su soberanía, escupido en aquel rostro
que es el encanto de todos los bienaventurados... Lo he visto, hijos míos, en
la cuesta de ese Gólgota perpetuo, seguido por los hipócritas, por los impuros,
por los sacrílegos, por los traidores, por los blasfemos, y todos, con ira en
el alma, con hiel en las palabras, lo insultaban, a Él, que bendecía entre
sollozos y que perdonaba agonizando... Lo he visto ¡oh dolor!, buscando con la
mirada, desde millares de Sagrarios empolvados, desde la prisión del
Tabernáculo, casi siempre solitario, buscando en la distancia los ojos del
amigo, del hermano, de la esposa, del consolador y del apóstol; y ¡cuántas
veces, cuántas, no ha encontrado sino el silencio, el olvido y la soledad de un
hielo, que ha renovado la profunda herida de su pecho destrozado!... ¡Ah, y lo
he visto morir, y morir inútilmente, estérilmente para tantos infelices
pecadores, para tantos hijos renegados de su Templo, de su Cruz y de su Ley!...
Por
lo menos, vosotros, sus amigos, que traéis el lienzo de pureza y de cariño de
la amantísima Verónica, vosotros, que lo conocéis de cerca, subid conmigo, Su
Madre, subid hasta su Costado abierto, y ponedle ahí, en un beso apasionado, el
alma, enardecida en viva caridad. Venid, lloremos juntos tanta desventura;
venid, y amemos en nombre de un mundo que le dio la muerte con la apostasía de
perversa ingratitud...”.
(Pausa)
(No
olvidemos; la historia de la horrenda noche del Jueves Santo, del pretorio,
de la Vía Dolorosa, es historia escrita hoy con caracteres de culpa deicida y
es culpa nuestra. Pecaron nuestros padres, pecaron los verdugos, y nosotros
seguimos recayendo en el pecado. ¡Ea!, reparemos y lavemos, si preciso fuera,
con sangre, nuestra propia afrenta. Digámosle a Jesús Sacramentado una palabra
de amoroso desagravio).
Las almas.
Señor, acuérdate que dijiste que habías venido a dar la vida y a darla con
superabundancia inagotable; te pedimos, por María Inmaculada y por tu Corazón
piadoso:
(Todos en voz alta)
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que dijiste que habías venido en busca de las ovejillas descarriadas
de Israel; ¡ah!, no las desampares entre las espinas del camino extraviado; te
pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que prometiste celebrar en el hogar de tus ternuras la llegada del
pródigo arrepentido, con cantares y festejos de ángeles; te pedimos, pues, por
María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que, invitado a la mesa de tus enemigos, de los pecadores, aceptabas
el convite para conquistarlos, en seguida, con palabras de ternura y de
esperanza; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que buscaste siempre con marcada preferencia a los más caídos, y que
Magdalena, la Samaritana, el Buen Ladrón y tantos culpables, saborearon la
suavidad infinita de tu Evangelio; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por
tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate, por fin, en tu vida de Hostia redentora, que perdiste la vida
terrena por perdonar al hombre, y que expiraste convidando al cielo de tu Padre
a un dichoso desdichado que endulzó tu agonía y compró tu Paraíso con una sola
palabra de arrepentimiento humilde; te pedimos, pues, por María Inmaculada y
por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Que
así sea, Jesús, en especial para aquellos que han sabido consolarte en la
Comunión Reparadora y en la bellísima plegaria de la Hora Santa.
Cumple con ellos y los suyos tus promesas de misericordia.
(Pausa)
Triunfos de Jesús y
Glorias de su Madre. El hijo de María es Dios en su muerte y
debe ser Dios en su triunfo. Los resplandores que cubren el sepulcro
despedazado, envuelven su Cruz, su Iglesia, su Tabernáculo y glorifican a la
Virgen María.
Pero
ese triunfo del Señor Crucificado, es un triunfo secreto y misterioso, es una
victoria, íntima como la gracia y como las almas... Así es cómo ese Dios,
realmente presente, pero oculto en esa Hostia, va dominando todas las
tempestades del infierno... todas mueren ante el humilde Sagrario.
Y
esa gran victoria, inamovible, eterna, es también la victoria y la exaltación
de la Mujer purísima de María Inmaculada, unida a Él como en las supremas
angustias del Corazón del Hijo, en las inefables alegrías de su gloria y de su
triunfo.
Terminemos,
pues, esta Hora Santa con una
plegaria de alabanza y con un hosanna de júbilo.
Las almas. Jesús adorable, ya es llegado el tiempo en
que veamos convertido tu altar en el Tabor de tus glorias, pues con este fin
revelaste a Margarita María las magnificencias de tu victorioso Corazón... Tu
Vicario y el sacerdocio, encendidos en nuevo celo; tu Eucaristía, amada y
recibida con la vehemencia de un amor inusitado; la práctica de la Hora Santa; la consagración de los hogares,
convertidos en tus templos, todo, en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, todo nos
está diciendo con idioma elocuentísimo que el lábaro de tu Corazón avanza,
recuperando el mundo que derramó tu sangre... Afianza, pues, Señor, tu reinado,
y avanza más y más, ¡oh, Rey de los amores!, te lo rogamos en nombre de María
Inmaculada, en cuyos brazos te encontramos siempre asequible y siempre a
nuestro alcance.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y derrama
por el mundo entero las gracias prodigiosas con que alientas y confirmas esta
sublime devoción; por el Corazón Inmaculado de María:
(Todos)
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y dilata
hasta los últimos confines de la Tierra el fecundo aliento de regeneración
cristiana que ofreces a las almas en este amor incomparable; por el Corazón
Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y afianza la
realeza de tu suavísima ternura en el hogar, en todas las familias que te están
diciendo que eres su paz y su cielo anticipado; por el Corazón Inmaculado de
María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y alienta a
los apóstoles que anhelan coronarte con diadema de almas, de muchas almas
pecadoras, conquistadas con tu caridad infinita, inagotable; por el Corazón
Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y cumple con
tu Iglesia las solemnes promesas de victoria hechas a Margarita María, como
bendición y recompensa de este querido y fecundo apostolado; por el Corazón
Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues, y, en
obsequio a la Virgen Madre, da a los trabajos y a las palabras de tus apóstoles
la virtud irresistible de entronizarte dondequiera que haya un alma o un hogar
que necesiten de tu gran misericordia; por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Sí,
establécelo, Señor, en la familia, en el pueblo, en el gobierno, en la
enseñanza, ¡reina por tu Corazón Divino!
Te
conjuramos por las lágrimas de tu Madre... te lo exigimos por el honor de la
Virgen Inmaculada, ¡reina en el mundo y en la Iglesia universal, reina por tu
Sagrado Corazón!
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización
del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!