Santa Teresita del Niño Jesús y su Misión Oración profunda y sencilla, que abarca todo y a todos, de Santa Teresita del Niño Jesús, con la cual hacía una completa acción de gracias después de la Comunión y que se encierra en una sola palabra: ¡¡¡¡Atráeme!!!! "¡Atráeme!". Este es el único movimiento del alma que se requiere para que el ser que así tiende entero hacia Jesús sea colocado sobre la línea de fuerza que subtiende el mundo espiritual y haciéndose partícipe de la corriente de vida divina que difunde el Verbo encarnado, se torne a su vez punto de atracción y colabore, por el mismo hecho en la redención. (Texto del libro "Santa Teresa de Lisieux y su Misión" de ANDRÉ COMBES) parte del Cap. IV "La ley de la atracción ESPIRITUAL" "Las almas sencillas no tienen necesidad de medios complicados. Como yo me encuentro en este número, una mañana, durante mi acción de gracias, Jesús me dio un medio sencillo de cumplir mi misión. Me hizo comprender este texto de los cantares: "Atráeme, nosotros correremos al olor de tus perfumes" (1). (1) Historia de un alma", C. X, pp. 199-200. Aquí los matices entre autógrafo y texto impreso no son importantes. Teresita misma ha subrayado "me" y "nosotros", en este acercamiento mismo radica la esencia de su descubrimiento. Este es el texto que, a mi modo de ver, ocupa en la historia de la espiritualidad un lugar análogo al que ocupa el gran descubrimiento de Newton en la historia de las ciencias. Ciertamente se presenta de la manera más modesta. Nada hay aquí que nos recuerde la sabia arquitectura de los edificios matemáticos y filosóficos. Es que nos encontramos en el orden espiritual puro en el que la sencillez, cuando es auténtica, es un reflejo inmediato de la sencillez de Dios. Yo sé bien que en el curso secular de su trabajo los teólogos también se han visto obligados a levantar grandiosos edificios intelectuales, cuyo valor ninguno debe desestimar. Pero si sucediera que dieran más valor a estos gigantescos conjuntos de conceptos que a la sencillez de una intuición divina, dejarían inmediatamente de ser teólogos. Tomando por trigo puro lo que, en resumidas cuentas, no es más que paja, dejarían de tener por maestro al Doctor Angélico. Confundiendo la complejidad raciocinadora con la plenitud inagotable de la suprema sencillez, ¿cómo podrían vanagloriarse de ser un puro eco del Evangelio? Yo creo que por esta frase sencilla de una niña, Santo Tomás habría dado toda su "Summa". Aquí, en efecto, no falta nada de lo que su genio y su santidad han buscado siempre. Pero antes de justificar mi manera de sentir por medio del análisis de este texto, prosigamos nuestra lectura. Teresa misma nos va a ofrecer aclaraciones tan notables que nos evitarán sin duda el tener que añadir toda exégesis complementaria: "¡Oh Jesús! No es, pues, necesario decir: atrayéndome a mí, atraed las almas que yo amo. Esta simple palabra "¡Atráeme!" basta. Señor, yo lo comprendo; cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no sabría correr sola, todas las almas que ella ama son arrastradas tras ella. Eso se lleva a cabo sin violencia, sin esfuerzo; es una consecuencia natural de una atracción hacia Vos" . He aquí escrita la palabra técnica -"atracción"- y desprendida la ley fundamental que regula el movimiento de las almas en el terreno de redención y en el acto mismo de la contemplación. Centrada así, sobre la persona misma del Salvador e incorporada por el deseo de ser atraída por El, Teresa piensa que el ser apostólica pertenece a la esencia de la contemplación (2). Al suprimir de su texto la pre-cisión "eso se lleva a cabo sin violencia, sin esfuer-zo", la edición de la "Historia de un alma" ha querido evitar, sin duda, toda acusación de quietismo. Pero un escrúpulo de esta clase no sería legitimo a no ser que estas líneas originales significaran lo contrario de lo que significan. En el fondo mismo de la con-templación cristocéntrica entra en juego con la facilidad que pertenece coesencialmente a toda "ley natural" esta atracción universal que hace que todas las almas que ella ama tomen parte en esta carrera secreta del alma atraída por Jesús. Pero sigamos todavía en la lectura. El texto se engalana poco a poco con fascinadores resplandores: "De la misma manera que un torrente, al arrojarse con ímpetu en el Océano, arrastra consigo todo lo que ha encontrado a su paso, de la misma, ¡oh Jesús mío!, el alma que se sumerge en el Océano sin orillas de vuestro Amor, atrae consigo todos sus tesoros. Señor, Vos lo sabéis, yo no tengo otros tesoros que las almas que os ha complacido unir a la mía; estos tesoros sois Vos quien me los habéis dado..." Llevada por el fervor que la inunda, Teresa se pone entonces a rezar. Volveremos sobre esta oración. Acabemos primeramente de leer lo que concierne al descubrimiento que nos interesa directamente. Teresa vuelve a él un poco más adelante en estos términos: "Madre mía, yo creo que es necesario que os dé aún algunas explicaciones sobre el texto del Cantar de los Cantares: "¡Atráeme, correremos!", porque lo que yo he querido decir acerca de él me parece poco comprensible. "Nadie, ha dicho Jesús, puede venir a mi si mi Padre no lo atrae" (Sn. Juan VI, 44). Después, por medio de sublimes parábolas, y hasta muchas veces sin hacer uso de este medio tan familiar al pueblo, El nos enseña que basta "llamar para que se nos abra, buscar para encontrar y tender humildemente la mano para recibir lo que pedimos..." Hasta dice que "cuanto pidamos a su Padre en su nombre se nos concederá". Es por esto sin duda por lo que el Espíritu Santo, antes del nacimiento de Jesús, dicta esta plegaria profética: "¡Atráeme, correre-mos!" ("Historia de un alma", C. X, pp. 202-2O3, citando a San Mateo, VII, 7-10, San Juan, XVI, 23.) Así, la pequeña Carmelita de Lisieux se transforma en nuestra presencia en todo un profesor de exégesis. Gracias a esta confidencia, el noviciado se abre ante nuestra vista. Vernos cómo Teresa ilumina a las almas que tiene bajo su tutela para formar: "¿Qué significa pedir ser "atraída", sino unirse de una manera íntima con el objeto que cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro poseyeran el don de la razón y este último dijera al primero: "¡Atráeme!", ¿no probaría con esto que era su deseo el identificarse con el fuego de manera que lo penetrara y lo embebiera con su ardiente sustancia y que pareciera no hacer más que uno con él? Madre querida, he aquí mi oración: yo pido a Jesús que me atraiga con las llamas de su amor y que me una tan estrechamente con El que viva y obre en mí. Yo siento que cuanto más el fuego del amor abrase mi corazón, más diré: "¡Atráeme!" (pobre limadura de hierro inútil si me alejaba de la brasa divina) y más estas almas "correrán velozmente tras el olor de los perfumes de su Bien-Amado" porque un alma abrasada de amor no puede permanecer inactiva... Sin duda, como Santa Magdalena, ella permanece a los pies de Jesús, ella escucha su palabra dulce e inflamada. Mientras parece que no da nada, ella da mucho más que Marta que se afana por muchas cosas y quisiera que su hermana la imitara. Sin embargo, no son los trabajos de Marta los que Jesús condena; a estos trabajos ha estado sometida humildemente durante toda su vida su divina Madre, porque tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Es solamente la inquietud de su ardorosa huésped lo que El quería corregir. Todos los Santos lo han comprendido, y tal vez más particularmente aquellos que llenaron el mundo con la luz de la doctrina evangélica. |
Teresita a los 8 años |