Todos los Santos lo han comprendido, y tal vez más particularmente aquellos que llenaron el mundo con la luz de la doctrina evangélica. ¿ No es de la oración de donde los grandes Santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros ilustres ami-gos de Dios han extraído esta ciencia divina que arrebata a los más grandes genios? Un sabio ha dicho: "Dadme una palanca y un punto de apoyo y yo levantaré el mundo". Lo que Arquímedes no pudo obtener porque su petición no se dirigía a Dios y porque no estaba hecha más que bajo el punto de vista material, los Santos lo han conseguido en toda su plenitud. El Todopoderoso les ha dado un punto de apoyo: ¡El mismo y "El solo"! Por palanca la oración que abrasa con un fuego de amor; y es así como ellos han levantado el mundo y hasta el fin de los tiempos los Santos que vengan lo levantarán también" .
¿Cuántas veces la mano trémula que se crispa por llegar hasta el final ha tenido que interrumpirse a lo largo de este párrafo? Todavía va a trazar veinte líneas apenas y después tendrá que pararse para siempre... En esta avenida de los castaños, a la que, dentro de una semana, no podrá ni siquiera venir más a buscar la caricia del sol, la débil tuberculosa desgarrada por la tos no se mantiene unida más que por un hilo a la "tela de este dulce encuentro" que pronto va a quebrar su muerte de amor. Tres meses y Teresita habrá terminado...
Y es entonces, en el mismo momento en que parece aplastarla la inexorable fatalidad que pesa sobre este mundo, cuando ella se da perfecta cuenta de la fuerza sobrehumana que le permite llevar a cabo lo que los más grandes genios no han podido más que soñar. ¡Qué contraste y qué lección si los hombres se dignaran prestar atención a   las manifestaciones divinas!
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                          En estas últimas semanas de vida terrena la pequeña Teresita de Lisieux recibe del cielo sus
                        dimensiones reales. ¿Cómo llamarlas de otro modo que gigantescas? En esta alma tan
                        perfectamente fiel, los dones de la munificencia divina afluyen entonces con una tal
                        superabundancia que la elevan muy por encima de la cumbre que ella se proponía escalar. He
                        aquí una última gracia. También una gracia eucarística. Viene a coronar esta profusión  
                        transformante dándole, no solamente su plena eficacia apostó-lica, sino también la inteligibilidad perfecta que permite a Teresa comprender lo que pasa en ella, de ejercer plenamente su vocación hasta iluminar a sus discípulos sobre el orden fundamental que reina en el mundo de las almas rescatadas por Jesucristo. Mística, evangelio, teología, historia, ciencias, todo concurre, converge, se concentra y se ilumina en este resplandor decisivo que levanta Teresa, la descubridora de la ley suprema del Apostolado.
En este mundo espiritual en el que se pone en juego el drama de los destinos eternos, todo está sometido a una atracción que viene del Padre y que pasa por su Hijo encarnado, Jesucristo. El orden que hay que restablecer consiste en respetar esta gravitación espiritual ligando todas las almas al Padre por y en Jesucristo.
Por consiguiente, la oración del apóstol no tiene ni siquiera que encaminarse hacia las almas que es-tán a su cuidado y que ya el Padre atrae hacia su Hijo por medio de su Espíritu. Se tiene que dirigir hacia el Centro atractivo, hacia ese nudo ontológico de lo creado y de lo increado, hacia su Hijo único en quien el Padre recapitula el mundo y el único que puede sostener y poner en su sitio cada una de las almas que El sólo puede salvar.
"¡Atráeme!". Este es el único movimiento del alma que se requiere para que el ser que así tiende entero hacia Jesús sea colocado sobre la línea de fuerza que subtiende el mundo espiritual y haciéndose partícipe de la corriente de vida divina que difunde el Verbo encarnado, se torne a su vez punto de atracción y colabore, por el mismo hecho en la redención.
Así, al llegar al término de su vida terrena, Teresa de Lisieux encuentra en su incorporación radical a Jesús la última palabra de su doctrina y el principio de un influjo ilimitado. Participando de tan cerca de la soberana atracción que reina en el mundo de las almas, ya no tiene porque preocuparse ni de sus limitaciones ni de sus exigencias materiales de una justicia distributiva. Simplificada en Dios y por Dios mismo, ella puede ser, como El, en El y por El, toda para cada uno y toda para todos.
Pero sufriría un grave engaño quien confundiera esta nueva disposición con un empobrecimiento o un marchitamiento del corazón. Teresa se ha vuelto más rica, más humana, más bondadosa, más tierna que nunca, al perderse en su Bien-Amado porque, en El, ella ha encontrado no solamente sus sufrimientos y su fortaleza, sino su amor y hasta su oración. Esta es en efecto, la suprema paradoja y la inimaginable grandeza de esta joven que se está marchitando y a quien una horrorosa agonía va a arrojar dentro de poco a la tumba:
"Señor, Vos lo sabéis, yo no tengo otros tesoros que las almas que os ha complacido unir a la mía; estos tesoros sois Vos quien me los habéis confiado; hasta me atrevo a tomar las palabras que Vos dirigisteis al Padre Celestial la última noche que vivisteis sobre nuestra tierra, como viajero y mortal. Jesús, mi Bien-Amado, yo no sé cuando terminará mi destierro. Seguramente que más de una noche me tiene que ver todavía cantar en el destierro vuestras misericordias, pero, en fin, también para mi llegará la última noche; entonces yo quisiera poder deciros, Dios mío: yo os he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendasteis; yo he hecho conocer vuestro nombre a aquellos que me habéis dado; eran vuestros y Vos me los disteis. Ahora saben que todo cuanto me disteis viene de Vos porque yo les he comunicado las palabras que Vos me habíais comunicado; ellos las han recibido y ellos han creído que Vos me habéis enviado. Yo ruego por aquellos que Vos me habéis dado porque ellos son vuestros. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él y yo me vuelvo a Vos. Padre santo, conserva, por vuestro nombre, a aquellos que me habéis dado. Yo voy ahora a Vos; y yo digo esto mientras estoy en el mundo, para que la alegría que viene de Vos sea perfecta en ellos... Yo no os pido que los saquéis del mundo, sino que los preservéis del mal. Ellos no son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo. No es solamente por ellos por quienes yo os pido, sino también por aquellos que creerán en Vos a causa de las cosas que oirán decir. Padre mío, yo deseo que allí donde yo estaré estén también ellos con migo, los que Vos me habéis dado; y que el mundo sepa que Vos los habéis amado como me habéis amado a mí mismo" (Sn. Juan, XVII.).
La oración sacerdotal de Jesús después de la Cena se ha convertido en la verdadera oración de esta monja abrasada por la fiebre. Ella la sabe de memoria. La ha escrito de un tirón. Encuentra en ella la expresión adecuada de su alma y de su destino... Pero, ¿dónde está la Teresita de cabellos de oro que brincaba sobre el césped de los Buissonnets? Aquí está, cambiada en esposa de Cristo e identificada de tal manera con su Esposo que reza con su misma oración y respira con el mismo soplo de amor.
El que una evolución tal sea posible en nuestro mundo pecador es una experiencia que debería bastar para convertirlo. ¡Ay! La carga de pecado es demasiado pesada para que una sola Santa, por muy grande que ella sea, logre acercar todas las almas a la atracción divina que las salvaría. Al menos que puedan aprender de ella, todos los que quieran recoger fielmente su mensaje, a respetar la ley suprema de la atracción espiritual. Que se olviden de sí mismos. Que verdaderamente hagan de Cristo el centro de su vida. Que pidan sin cesar que los atraiga hacia Sí. Entonces, nos dirá Teresa, en virtud de una consecuencia natural, ayudarán de un modo efectivo a salvar el mundo. Caminarán en dirección de la última noche musitando su oración y cuando cierren los ojos a los horizontes de este mundo, será para abrirlos a los resplandores de la Patria en donde les será dado el cooperar con mayor fuerza que nunca en la circulación universal del Amor.
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